El bienaventurado santo Tomás de
Aquino, doctor angélico y luz de la iglesia católica, fué hijo de los
nobilísimos condes, fie Aquino, y nació en la ciudad de Nápoles. A los cinco
años de su edad fué enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez, volvió a
Nápoles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito
de santo Domingo. No, es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus
dos hermanas y dos hermanos hicieron para rendir al santo mancebo y estorbar su
santo propósito: porque le maltrataron, pusieron las manos en él, y por fuerza
quisieron quitarle el hábito y se lo rasgaron. Mandáronle llevar preso con
buena guardia a la fortaleza "cié Rocaseca donde le apretaron sobremanera,
no sólo con la cárcel penosa, sino con otros medios infernales, concertándose
con una mujer recién casada y lasciva para que le trajese a mal; mas el
purísimo joven, viendo que las razones no bastaban con ella, echó mano de un
tizón de fuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno,
por cuya victoria mereció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de
perpetua castidad. Pasados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de
Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que de su
complexión era grueso y abultado, le, llamaban el Buey mudo; mas su maestro,
que era el famoso Alberto Magno, les dijo: ¿A éste me llamáis buey mudo? Pues
yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oigan por toda la tierra. Y en
efecto, cumplióse este pronóstico, desde que santo Tomás fué graduado de doctor
en la universidad de París, porque así en las cátedras como en los libros,
asombró al mundo con su maravillosa sabiduría. Acudía siempre a Dios en sus
duras, y estando en Nápoles orando en la capilla de san Nicolás, se comenzó a
arrebatar y a levantarse una braza en alto, y le habló el crucifijo que está en
el altar, y le dijo: «Bien has escrito de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?».
Y él respondió: «Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos». Finalmente, después
de haber escrito la Suma Teológica y otros muchos libros, y predicado como
apóstol el santo Evangelio, y edificado con sus excelentes virtudes a toda la
Iglesia de Dios, a los cincuenta años de su edad, recibió el premio suspirado
de sus merecimientos, resplandeciendo eternamente como sol y guía segura de las
escuelas.
Reflexión: Entre las excelencias que
tuvo el ingenio del santo, fué una encerrar en breves palabras grandes
sentencias. Preguntóle una vez su hermana cómo se podría salvar, y él
respondió: Queriendo. Otra vez le preguntó cuál era la cosa que más se había de
desear en esta vida, y respondió: Morir bien. Decía que la ociosidad era el
anzuelo con que el demonio pescaba, y que con él cualquier cebo era bueno. Aseguraba
que no entendía cómo un hombre que sabe que está en pecado mortal, podía reírse
y alegrarse en ningún tiempo. Preguntado cómo se conocería si un hombre era
perfecto, respondió: Quien en su conversación habla de niñerías y burlas; quien
huye de ser tenido en poco y le pesa si lo es, aunque haga maravillas, no le
tengáis por perfecto, porque todo es virtud sin cimientos. y quien no quiere
sufrir, cerca está de caer, recoge, pues, hijo mío, alguna de estas sentencias,
en las cuales está encerrada la verdadera sabiduría.
Oración: Señor Dios, que con la
admirable erudición de tu bienaventurado confesor, Tomás de Aquino, esclareces
a tu Iglesia, y con sus santos ejemplos la fecundizas, rogámoste nos concedas
tu divina gracia así para entender su doctrina, como para imitar sus buenas
obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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