Uno de los blasones con que se
ennoblece Barcelona es el poder contar entre sus ilustres hijos al glorioso san
Olegario, dignísimo prelado de la ciudad condal y arzobispo de Tarragona. Fué
su padre de la orden ecuestre y muy valido del conde de Barcelona, don Ramón
Berenguer, primero de este nombre. Su madre, llamada Guilia, era matrona
nobilísima y santa, descendiente del antiguo linaje de los godos, la cual,
criando a sus pechos al niño Oleguer, le dio con la leche la educación de
buenas y santas costumbres. Inscribiéronle a la edad de diez años en el gremio
de los canónigos de la santa catedral de Barcelona, y ordenado de sacerdote en
la edad competente, salió gran maestro, doctor y predicador famosísimo. Mas él
renunció a la prebenda y tomó el hábito de los canónigos reglares de San
Agustín en el convento de San Adriano, de donde por huir de la dignidad de
prior, pasó a la abadía de San Rufo, que era un convento de la misma Orden en
la Provenza. No pudo al fin prevalecer su humildad, y tuvo que rendirse a la
voluntad de ' Dios, que le había escogido para que fuese resplandeciente
lumbrera de su santa iglesia. Fué, pues, elegido prior en la Provenza, y
llamado después por voz común a la silla episcopal de Barcelona, y finalmente,
escogido para la Cátedra metropolitana de Tarragona, con riguroso mandamiento
del Sumo Pontífice. Asistió al concilio Lateranense, convocado por Calixto II,
el cual le hizo legado suyo a latere para el reino de España, y en el concilio
de Clermont, nuestro santo declaró excomulgado al antipapa Anacleto, e hizo venir
a concordia al conde don Berenguer con la señoría de Genova, puso paces en
Zaragoza entre don Alonso, rey de Castilla y don Ramiro, rey de Aragón,
reedificó iglesias, labró monasterios, concordó pleitos, hizo grandes limosnas,
y sobre todas estas obras ilustres, fué siempre un espejo de toda virtud, un
ángel de paz y un gran santo. Estando cierto día en el fervor de la
contemplación, todo absorto y fuera de los sentidos, pidió a Dios nuestro Señor
le hiciera la gracia de revelarle el tiempo de su partida y última hora.
Concedióle Dios su petición, y en un sínodo a que asistió nuestro santo, dijo a
los sinodales que sería aquella la última vez que les predicaría; y se vio ser
así. Recibió con mucha devoción los santos sacramentos, y diciendo en voz muy
clara a Jesucristo y a su Madre Santísima: «En vuestras manos encomiendo mi
espíritu», entregó su bendita alma al Creador. Falleció a los setenta y seis
años de su vida, y fué luego canonizado al uso antiguo de la Iglesia, que era
la veneración de los fieles y el permiso de los Sumos Pontífices, y más tarde
por el Papa Inocencio XI, acreditando el Señor la santidad de su siervo con
grandes y numerosos prodigios. Consérvase incorrupto su santo cuerpo en la
capilla del Sacramento, de la catedral de Barcelona.
Reflexión: Aunque en los procesos de
canonización de este gran santo se refieren innumerables milagros, con todo
eso, el cielo, para ostentar más su gloria, ha dispuesto le tenga el mundo por
abogado especial de las mujeres que tienen partos peligrosos, las cuales
invocándole han hallado luego su alivio, socorro y total consuelo, y si las
criaturas nacen con algún evidente achaque y riesgo de perder la vida, con sólo
invocar a san Olegario sus padres, han experimentado el beneficio manifiesto de
su celestial protección, y dado gracias al Señor que así ha querido glorificar
a su siervo santísimo.
Oración: Concédenos, oh Dios
omnipotente, que la venerable solemnidad de tu pontífice y confesor Olegario,
acreciente en nosotros la devoción y la salud espiritual y eterna de nuestras
almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario