La admirable virgen santa Catalina de
Suecia fué hija de Ulfón, príncipe de Noricia, y de santa Brígida, bien
conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. Entrególa su santa
madre, después que la destetó a una abadesa muy religiosa para que la criase, y
llegando a la edad competente, su padre le mandó que tomase marido, y ella le
aceptó, confiada en la bondad de Dios y en el favor de la Santísima Virgen,
María su madre, que podía casarse sin detrimento de su virginidad, como le
sucedió: porque habiéndose casado con un caballero nobilísimo llamado Etghardo,
de tal manera le habló, que los dos hicieron voto de castidad, y la guardaron
toda su vida. Yendo una vez con su madre, santa Brígida, a Asís y a Santa María
de Porciúncula, les sobrevino la noche y se recogieron en una pobre casilla
para guarecerse de la nieve y agua que caía. Estando allí, ciertos salteadores
de caminos entraron donde estaban las santas madre e hija con otra gente; y con
mucha desvergüenza quisieron verles los rostros, y como santa Catalina era
hermosísima, comenzaron a hablar palabras torpes; mas ellas se volvieron a
Dios, y al improviso se sintió un gran ruido como de gente armada, con lo cual
huyeron espantados aquellos atrevidos ladrones. Pasó santa Catalina veinticinco
años en compañía de su santa madre, la cual la llevaba consigo a los
hospitales, y las dos curaban sin asco las llagas de los enfermos, y los
consolaban como dos ángeles de paz, y visitaban y socorrían a los pobres. Era
tan grande la fama de los milagros que obraba el Señor por su sierva Catalina,
que habiendo salido una vez el Tíber de madre, inundando de tal manera la
ciudad de Roma que todos temían la última ruina y destrucción de ella, rogaron
a la santa que se opusiese a las ondas; y como ella por su humildad se
excusase, la arrebataron y llevaron así por fuerza junto a las aguas, y en
tocándolas la santa con los pies, volvieron atrás y cesó aquel diluvio
peligroso. Después de haber cumplido con el entierro de su madre, volvió a
Suecia y se encerró en un monasterio de monjas de Wadstem donde fué prelada,
instruyendo las según la Regla que su santa madre había dejado. Finalmente,
llena de méritos y virtudes, dio su espíritu al que la había creado para tanta
gloria suya; y honraron su entierro muchos obispos, abades y prelados de los
remos de Suecia, Dinamarca, Noruega y Gotia, y el príncipe de Suecia llamado
Erico, con otros señores y barones, por su devoción llevaron sobre los hombros
el cuerpo de la santa virgen a la sepultura, ilustrándola nuestro Señor con
muchos milagros.
Reflexión: Entre las excelentes
virtudes de la gloriosa santa Catalina de Suecia, resplandece sin duda aquella
castidad y entereza virginal que conservó aun en el estado del matrimonio. Esta
maravillosa pureza sólo es propia de los moradores del cielo y de muchos santos
y santas de nuestra divina religión. «A esta virtud, dice el V. M. Luis de
Granada, toca tener un corazón de ángel, y huir cielo y tierra de todas las
pláticas, conversaciones y visitas que en esto pueden perjudicar. Hase de
procurar que los ojos sean castos, y las palabras castas, y la compañía casta,
y la vestidura casta, y castas la cama, la mesa y la comida; porque la
verdadera y perfecta castidad todas las cosas quiere que sean castas: y una
sola que falte, a las veces lo desluce todo.»
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