El gran patriarca san Benito Padre de
tantas y tan sagradas religiones, fué de nación italiano y nació en la ciudad
de Nursia de nobles y piadosos padres. Mientras estudiaba en Roma las letras
humanas, diéronle en rostro los vicios y travesuras de algunos de sus
compañeros, y dejando los estudios, y a sus padres, deudos, comodidades y
regalos de esta vida, se fué a un desierto, donde se hizo discípulo de un santo
anacoreta llamado Romano, encerrándose en una cueva abierta en la roca, que
parecía una sepultura. Como viese el demonio el rigor y aspereza con que vivía,
encendió en su imaginación una tentación sensual, terrible y vehemente;
entonces el honestísimo mancebo, desnudándose de sus vestidos, se echó en un
campo lleno de espinas y abrojos, y comenzó a revolcarse en ellos, hasta que
todo su cuerpo quedó lastimado y llagado, y apagó con sangre aquel ardor que
Satanás había encendido en sus miembros. Fué tan grato al Señor este
sacrificio, que de allí adelante, (como el mismo santo lo dijo a sus
discípulos) nunca tuvo otra tentación semejante, antes comenzó a ser maestro de
todas las virtudes. Quedaban en el monte Casino algunas reliquias de la
gentilidad y había allí un templo e ídolo de Apolo a quien adoraba la gente
rústica que aún era pagana. Fué allá san Benito e hizo pedazos la estatua,
derribó el altar, y en aquel sitio fundó después el famoso monasterio de Monte
Casino, que fué como la cabeza de otros once monasterios que edificó, llenos de
santos y escogidos religiosos. Traíanle muchos caballeros y señores sus hijos
para que los instruyese y enseñase desde la tierna edad en las cosas de la
virtud. Estaban todos aquellos campos hechos un paraíso habitado de moradores
del cielo, y el Señor ilustraba la santidad del glorioso san Benito con
prodigios innumerables. Llegó a Totila, rey de los godos, la fama del santo y
su don de profecía: y quiso hacer experiencia de ello. Para esto mandó a un
cortesano suyo, llamado Riggo, que se vistiese de sus ropas reales y con grande
acompañamiento fuese a visitarle. Más así que el santo que estaba en su celda,
vio al rey fingido, le dijo: «Deja, hijo, ese vestido que traes, que no es
tuyo. Visitóle después el rey Totila, y echándose a sus pies le reverenció como
a santo- y san Benito con santa libertad le reprendió sus crueldades y
desafueros, diciendo: «Muchas malas obras haces, y muchas malas has hecho; cesa
ya de la maldad: tomarás a Roma, pasarás el mar, vivirás nueve años y al décimo
morirás.» Finalmente también profetizó el santo el día en que él mismo había de
morir, y seis días antes mandó abrir su sepultura y el día sexto se hizo llevar
a la iglesia, donde, recibidos los santos Sacramentos, dio su alma al Señor,
que para tanta gloria le había criado.
Reflexión: Es cosa de grande
admiración y mucho para alabar a Dios, ver la perfección y excelencia de la
Regla que escribió san Benito en tan pocas palabras, y las muchas y diversas
religiones así monacales como militares que militan debajo de ella, y los
innumerables monasterios, de esta Orden que ha producido más de tres mil
santos, más de doscientos cardenales, cuarenta Sumos Pontífices y una infinidad
de santos e insignes obispos y prelados; y pues hasta muchos duques, reyes y
emperadores han dejado sus cetros y estados por el pobre hábito de san Benito,
procuremos aficionarnos a las virtudes de tan santísimo Padre, para que
siguiéndole en la vida, merezcamos su compañía en la gloria.
Oración: Suplicámoste, Señor, que la
intercesión del bienaventurado abad san Benito nos haga agradables en tu divino
acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos conseguir por
nuestros propios méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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