La gloriosa virgen santa Eufrasia,
llamada también Eufrosina, nació en Constantinopla. Era su padre Antígono,
senador, hombre muy virtuoso, de alto entendimiento, y muy amado del emperador
Teodosio el Menor; y su madre, una señora de alto linaje rica y en todo igual a
su esposo. Murió Antígono, y quedando la hija sin padre, el emperador procuró que
un caballero, senador principal, se desposase con la niña Eufrasia que a la
sazón era de cinco años. Hízose el contrato y recibió las arras, y difiriéronse
las bodas hasta tener edad. Mas como el senador le pareciese largo el plazo,
tentó de casarse con la madre viuda que era moza; mas ella para que no le
tratasen de este negocio, se pasó con su hija y casa a Egipto donde tenía
posesiones y haciendas. Visitó la inferior Tebaida con grande consuelo suyo,
por ver a los santos ermitaños que allí vivían, y al cabo paró en un monasterio
de ciento treinta monjas, que servían al Señor con grande nerfección. Quiso
quedarse allí la niña Eufrasia que a la sazón tenía siete años, y diciéndole la
abadesa que ninguna mujer podía quedarse en el monasterio que no se hubiese
ofrecido a Jesucristo con voto perpetuo, luego la santa niña se llegó a un
crucifijo, y abrazándose con él y besándole, pronunció estas palabras: «Yo me
prometo a Jesucristo con voto perpetuo para religiosa de este convento.» Esto
dijo con tan gran resolución y espíritu del cielo, como se vio después por las
obras de su vida admirable. Comía una vez al día como las monjas, y su comida
era pan y legumbres; su dormir era en el suelo sobre un cilicio ancho de un
codo y tres de largo; andaba vestida de cilicio, barría la casa, sacaba agua
del pozo, y para ejercitar la obediencia ciega trasladaba una buena cantidad de
piedra de una parte a otra volviéndola al fin al primer lugar, pasando a veces
una semana entera sin probar bocado. Mas el demonio, viendo sus altos intentos,
le hizo cruda guerra, ya con tentaciones interiores, ya con asechanzas
exteriores para lisiarla o matarla: porque un día que ella estaba sacando agua
del pozo, la tomó y la echó con el cántaro que tenía, dentro del pozo, donde
estuvo cabeza abajo hasta que las monjas acudieron y la sacaron, y ella
sonriéndose dijo al maligno espíritu: ¡Vive Jesucristo, que po me vencerás!
Otro día la echó de un terrado abajo, y teniéndola por muerta, ella se levantó
sana y sin lesión alguna: otra vez estando en la cocina, al tiempo que más
hervía la olla, la tomó el demonio y se la echó encima, y pareciéndolas a las
hermanas que la había abrasado, ella dijo que no había más pena que si fuera
agua fría. Curó a un niño mudo, sordo y paralítico, haciéndole la señal de la
Cruz, y finalmente, después de una vida llena de méritos y prodigios entregó su
alma al Creador a la edad de treinta años.
Reflexión: Por ventura te has
maravillado, viendo que la santa y virginal Eufrasia era tan perseguida de los
demonios: pero recuerda como salía siempre victoriosa de sus tentaciones, y
milagrosamente ilesa de sus malos tratamientos. Esos malignos espíritus
combaten con mayor saña a los justos que a los pecadores; porque ¿a dónde irá
el ladrón a robar, sino donde hay tesoros? ¿Y a qué navío acometen los piratas,
sino al que anda cargado de oro, plata y piedras preciosas? A los justos saltea
el demonio para despojarles del tesoro de sus virtudes; que en los pecadores
nada halla que robar.
Oración: Señor Dios, que por la virtud
de la santa Cruz triunfaste en la bienaventurada Eufrasia de los engaños del
mundo y de las furias del infierno; concédenos la gracia de perseverar firmes
en las adversidades por el amor de Cristo, el cual contigo vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
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