martes, 2 de mayo de 2017

3 de Mayo: MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

SOLEMNIDAD DE SAN JOSE 

Hoy se suspende la serie de misterios del Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia universal. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan con confianza. 


HISTORIA DEL CULTO HACIA S. JOSÉ. — La devoción a S. José estaba reservada para estos últimos tiempos. Su culto, fundado en el Evangelio mismo, no debía desarrollarse en los primeros siglos de la Iglesia; no porque los fieles, considerando el papel de San José en la economía del misterio de la Encarnación, estuviesen coartados de algún modo en los honores que hubieran querido rendirle; sino que la divina Providencia tenía sus razones misteriosas para retardar el momento en que la Liturgia debía prescribir cada año los homenajes públicos debidos al Esposo de María. El Oriente precedió al Occidente, así como ocurrió otras veces, en el culto especial de San José; pero en el siglo XV, la Iglesia latina le habla adoptado todo entero, y desde entonces no ha cesado de progresar en las almas católicas. Las grandezas de S. José han sido expuestas el 19 de Marzo; el fin de la presente fiesta no es el volver sobre este inagotable asunto. Tiene su motivo especial de institución que es necesario dar a conocer. 

La bondad de Dios y la fidelidad de nuestro Redentor a sus promesas se unen siempre más estrechamente de siglo en siglo, para proteger en este mundo la chispa de vida sobrenatural que debe conservar él hasta el último día. En este fin misericordioso, una sucesión ininterrumpida de auxilios viene a caldear, por decirlo así, cada generación, y a traerle un nuevo motivo de confianza en la divina Redención. A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el enfriamiento del mundo, como nos lo atestigua la misma Iglesia, ("Frigescente mundo"—Oración de la fiesta de los Estigmas de S. Francisco), cada época ha visto abrirse una nueva fuente de gracias. 

Apareció primero la fiesta del Santísimo Sacramento, cuyo desarrollo ha producido sucesivamente la Procesión solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo apóstol principal fue S. Bernardino de Sena y la del "Vía Crucis" o "Calvario", que produjo tantos frutos de compunción en las almas. El siglo XVI vio renacer la comunión frecuente, por la influencia principal de S. Ignacio de Loyola y de su Compañía. En el XVII fue promulgado el culto del Sagrado Corazón de Jesús, que se estableció en el siglo siguiente. En el XIX, la devoción a la Santísima Virgen tomó un incremento y una importancia que son las características sobrenaturales de nuestro tiempo. Ha sido restablecida la devoción al santo Rosario, y al Santo Escapulario, que nos legaron las edades precedentes; las peregrinaciones a los santuarios de la Madre de Dios, suspendidas por los prejuicios jansenistas y racionalistas, han vuelto a resurgir; la Archicofradía del Sagrado Corazón de María ha extendido sus afiliaciones por el mundo entero; numerosos prodigios han venido a recompensar la fe rejuvenecida; en fin, para terminar: el triunfo de la Inmaculada Concepción, preparado y esperado en los siglos menos favorables. 

Pero la devoción a María no podía desarrollarse sin el culto ferviente de San José. María y José se hallan tan íntimamente unidos en el misterio de la Encarnación, ia una como Madre del Hijo de Dios, el otro como guardián del honor de la Virgen y Padre nutricio del Niño-Dios, que no se les puede aislar el uno del otro. Una veneración particular a S. José ha sido pues la consecuencia del desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima. 

TÍTULOS DE S. JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN. — Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso, habiendo sido puesto entre las manos de San José por el mismo Hijo de Dios. Escuchad el lenguaje inspirado de la Iglesia en la Liturgia: ¡"Oh José, honra de los habitantes del cielo, esperanza de nuestra vida aquí abajo, el "sostén de este mundo"! (Himno de Laudes de la Solemnidad de S. José. "Caelitum, Joseph, decus atque nostrae"... etc.)
¡Qué poder en un hombre! Pero buscad también un hombre que haya tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra relaciones tan íntimas como José. Jesús se dignó estarle sumiso aquí abajo; en el cielo, tiene empeño en glorificar a aquel de quien quiso depender, y a quien confió su niñez y el honor de su Madre. El poder de S. José es pues ilimitado; y la Santa Iglesia nos invita hoy a recurrir con una confianza absoluta a este Protector omnipotente. En medio de las terribles agitaciones de las cuales es el mundo víctima, invóquenlo los fieles con fe y serán protegidos. En todas las necesidades de alma y cuerpo, en todas las pruebas y crisis que el cristiano deba atravesar, así en el orden temporal como en el orden espiritual, que recurra a S. José y su confianza no se verá defraudada. El Rey de Egipto decía a sus pueblos hambrientos: "Id a José." (Gén., XLI, 55); el Rey del cielo nos hace la misma invitación; y el fiel custodio de María tiene más crédito ante él que el hijo de Jacob, intendente de los graneros de Menfis, lo tuvo ante el Faraón. 

La revelación de este nuevo refugio preparado para los últimos tiempos ha sido, desde luego, comunicada, según la costumbre que Dios guarda de ordinario, a las almas privilegiadas a las cuales estaba ella confiada como un germen precioso: así fue para la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento, para la del Sagrado Corazón de Jesús, y para otras más. En el siglo XVI, Santa Teresa cuyos escritos estaban llamados a extenderse por el mundo entero, recibió en un grado superior comunicaciones divinas a este propósito, y consignó sus sentimientos y sus deseos en su vida escrita por ella misma.

SANTA TERESA Y S. JOSÉ. — He aquí como se expresa Santa Teresa: "Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma: que a otros santos parece les dió el señor gracias para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendase a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo experimentando esta verdad." (Vida. cap. VI.)

Para responder a numerosos deseos y a la devoción del pueblo cristiano, el 10 de Septiembre de 1847, Pío IX extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de S. José que había sido concedido a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias particulares. Más tarde, Pío X debía elevar esta fiesta al rango de las mayores solemnidades dotándola de una Octava. 

Pongamos pues nuestra confianza en el poder del augusto Padre del pueblo cristiano, José, sobre quien han sido acumuladas tantas grandezas para que las repartiese entre nosotros, en una medida más abundante que los otros santos, las influencias del misterio de la Encarnación del mal ha sido, después de María, el principal ministro sobre la tierra.


Del Año Litúrgico de Dom Guéranger


 





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