martes, 28 de febrero de 2017

MIÉRCOLES DE CENIZA: MISA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

Alentada por el acto de humildad que acaba de realizar, el alma cristiana se llena de ingenua confianza hacia Dios misericordioso; se atreve a recordarle su amor para con los hombres que ha creado, y la longanimidad con que se dignó esperar su vuelta a Él. Estos sentimientos son tema del Introito cuyas palabras están sacadas del libro de la Sabiduría. 

 INTROITO 

Te compadeces, Señor, de todos, y no odias nada de lo que has hecho, disimulando los pecados de los hombres por su penitencia, y perdonándoles: porque tú eres el Señor, nuestro Dios. — Salmo: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí: porque en ti confía mi alma. V. Gloria al Padre. 

Pide en la colecta la Iglesia a favor de sus hijos, que la saludable práctica del ayuno sea acogida por ellos con sincera complacencia y que en ella perseveren para bien de sus almas. 




 COLECTA 

Concede, Señor, a tus fieles la gracia de comenzar con sincera piedad la veneranda solemnidad de estos ayunos y de continuarla con segura devoción. Por el Señor. 



 
EPÍSTOLA 

Lección del Profeta Joel. 

Esto dice el Señor: Convertíos a mí de todo vuestro corazón, en ayuno, y en lloro, y en llanto. Y rasgad vuestros corazones, y no vuestros vestidos, y convertíos al Señor, vuestro Dios: porque es benigno y misericordioso, paciente y de mucha misericordia, y superior a toda malicia. ¿Quién sabe si se volverá, y perdonará, y dejará en pos de sí bendición, sacrificio y libación al Señor, Dios vuestro? Tocad la trompeta en Sión, santificad el ayuno, llamad a concilio, congregad el pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, juntad a los niños y a los que maman: salga el esposo de su lecho, y la esposa de su tálamo. Entre el vestíbulo y el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, y dirán: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo: y no des tu herencia al oprobio, para que les dominen las naciones. ¿Por qué dicen en los pueblos: Dónde está su Dios? El Señor amó su tierra, y perdonó a su pueblo. Y respondió el Señor y dijo a su pueblo: He aquí que yo os daré trigo, y vino, y aceite, y os llenaréis de ellos: y no os haré ya más el oprobio de las gentes: lo dice el Señor omnipotente. 

EFICACIA DEL AYUNO. — Este magnífico paso del Profeta nos descubre la importancia que el Señor da a la expiación por el ayuno. Cuando el hombre contrito por sus pecados mortifica su carne, Dios se aplaca. El ejemplo de Nínive lo demuestra; perdona el Señor a una ciudad infiel por el solo hecho de que sus habitantes imploraban su compasión bajo la librea de la penitencia; pues, ¿qué no hará a favor de su pueblo, si acierta a juntar a la inmolación del cuerpo el sacrificio del corazón? Entremos, pues, animosos en el sendero de la penitencia; y si la mengua de los sentimientos de fe y temor de Dios amenazan, al parecer, acabar en derredor nuestro prácticas tan antiguas como el cristianismo, Dios nos libre de entrar por las veredas del relajamiento tan pernicioso al conjunto de las costumbres cristianas. Recapacitemos, sobre todo, en nuestros compromisos personales con la divina justicia; ella nos condonará los deslices y castigos que merecen en la medida que pongamos solícito empeño en ofrendarle la satisfacción a que tiene pleno derecho. 


Continúa la Iglesia desahogando en el Gradual los vivos sentimientos de confianza en Dios bondadosísimo, y cuenta en la felicidad de sus hijos que sabrán aprovechar los medios con que los brinda para desarmar su enojo. 

El Tracto es una hermosa plegaria de David; repítela la Iglesia tres veces por semana durante la Cuaresma, y de ella se sirve para apaciguar la cólera de Dios en tiempos calamitosos. 

GRADUAL 

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí: porque en ti confía mi alma. V. Vino del cielo, y me libró: llenó de oprobio a los que me pisoteaban. 

 
TRACTO 

Señor, no nos pagues según los pecados que hemos cometido: ni según nuestras iniquidades. V. Señor, no te acuerdes de nuestras antiguas iniquidades, antes anticípense pronto tus misericordias: porque somos muy pobres. (Aquí se arrodilla.) V. Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro: y, por la gloria de tu nombre, líbranos, Señor: y sé propicio con nuestros pecados, por tu nombre.
 

 EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. 

En aquel tiempo dijo Jésús a sus discípulos: Cuando ayunéis, no os pongáis, como los hipócritas, tristes. Porque ellos maceran sus rostros, para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo: ya han recibido su galardón. Tú, en cambio, cuando ayunes, unge tu cabeza, y lava tu cara, para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está oculto: y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo premiará. No atesoréis tesoros en la tierra: donde el orín y la polilla los destruyen, y donde los ladrones los minan, y roban. Atesorad, en cambio, tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la polilla los destruyen, y donde los ladrones no los minan, ni roban. Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. 

ALEGRÍA DE CUARESMA. — No quiere Nuestro Señor recibamos el anuncio del ayuno expiatorio como triste y mortificante nueva. El cristiano entiende lo suficiente cuán arriesgado es para él el vivir en déficit con la divina justicia; ve, por consiguiente, llegarse el tiempo de Cuaresma con gozo y consuelo; de antemano sabe que, si es fiel a las prescripciones de la Iglesia, aliviará su carga. Estas satisfacciones, hoy tan suavizadas por la indulgencia de la Iglesia, ofrecidas a Dios con las del mismo Redentor y fecundadas por esta comunicación en haz común de propiación las obras santas de todos los miembros de la Iglesia militante, purificarán nuestras almas y las harán dignas de participar de las inefables alegrías de la Pascua. No estemos, por tanto, tristes porque ayunamos, ni lo estemos por haber hecho necesario nuestro ayuno por el pecado. Otro consejo nos da el Señor que la Iglesia recalcará a menudo en el decurso de la santa Cuaresma; añadamos la limosna a las privaciones corporales. Nos exhorta atesoremos, pero sólo para el cielo. Tenemos necesidad de intercesores; busquémosles entre los pobres. Canta la Iglesia en el Ofertorio nuestra libertad. Se regocija al ver curadas ya las heridas de nuestra alma porque cuenta con nuestra perseverancia. 



 
OFERTORIO 

Te exaltaré, Señor, porque me recibiste, y no alegraste a mis enemigos sobre mí: Señor, clamé a ti, y me sanaste. 


 SECRETA 

Suplicárnoste, Señor, hagas que nos adaptemos convenientemente a estos dones que te ofrecemos, y con los cuales celebramos el comienzo de este mismo venerable Sacramento. Por el Señor.  

 PREFACIO 

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que, con el ayuno corporal, reprimes los vicios, elevas la mente, das la virtud y los premios: por Cristo, nuestro Señor. Por quien a tu Majestad alaban los Angeles, la adoran las Dominaciones, la temen las Potestades. Los cielos, y las Virtudes de los cielos, y los santos Serafines, la celebran con igual exultación. Con los cuales, te suplicamos, admitas también nuestras voces, diciendo con humilde confesión: 


Santo, Santo, Santo, etc.
Las palabras de la antífona de la Comunión encierran importantísimo consejo. Necesitamos mantenernos firmes durante la Cuaresma. Meditemos la ley del Señor y sus misterios. Si saboreamos la palabra de Dios que la Iglesia nos propone cada día, la luz y el amor se acrecentarán en nuestros corazones sin cesar, y cuando el Señor salga de las sombras del sepulcro, reverberarán sobre nosotros sus divinos resplandores. 



 COMUNION 

El que meditare en la Ley del Señor día y noche, dará su fruto a su tiempo. 

 POSCOMUNIÓN 

Haz Señor, que los Sacramentos recibidos nos aprovechen: para que nuestros ayunos te sean gratos a ti, y a nosotros nos sirvan de alivio. Por el Señor.  

Todos los días de Cuaresma, a excepción de los domingos, antes de despedir a la asamblea de los fieles, el Preste pronuncia sobre ellos una oración particular, precedida siempre de esta advertencia del diácono: 

Humillad vuestras cabezas ante Dios. 
 
ORACIÓN 

Señor, contempla propicio a los que se inclinan ante tu majestad: para que, los que han sido alimentados con tu don divino, se sientan siempre alimentados por este socorro celestial. 

Del año Litúrgico de Dom Guéranger

 






MIÉRCOLES DE CENIZA

INVITACIÓN DEL PROFETA. — Hervía ayer el mundo en los placeres, y los mismos cristianos se entregaban a expansiones permitidas; mas ya de madrugada ha resonado a nuestros oídos la trompeta sagrada de que nos habla el Profeta. Anuncia la solemne apertura del ayuno cuaresmal, el tiempo de expiación, la proximidad más inminente de los grandes aniversarios de nuestra Redención. Arriba, pues, cristianos, preparémonos a combatir las batallas del Señor. 



ARMADURA ESPIRITUAL. — En esta lucha, empero, del espíritu contra la carne, hemos de estar armados, y he aquí que la Iglesia nos convoca en sus templos para adiestrarnos en los ejercicios,  en la esgrima de la milicia espiritual. S. Pablo nos ha dado ya a conocer al pormenor las partes de nuestra defensa: "Ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe y la esperanza de salvaros por yelmo que proteja la cabeza" (
Eph, VI, 16). El Príncipe de los Apóstoles viene por su parte a decirnos: "Cristo padeció en la carne, armáos también vosotros del mismo pensamiento" (I S. Pedro, IV, 1). La Iglesia nos recuerda hoy estas enseñanzas apostólicas, pero añade por su parte otra no menos elocuente, haciéndonos subir hasta el día de la prevaricación, que hizo necesarios los combates a que nos vamos a entregar, las expiaciones que hemos de pasar. 


ENEMIGOS CON QUIENES HEMOS DE LUCHAR. — Dos clases de enemigos se nos enfrentan decididos: las pasiones en nuestro corazón y los demonios por de fuera. El orgullo ha acarreado este desorden. El hombre se negó a obedecer a Dios. Dios le ha perdonado, con la dura condición de que ha de morir. Le dijo, pues: "Polvo eres, hombre, y en polvo te volverás" (
Gen., III, 19). ¡Ay! ¿cómo olvidamos este saludable aviso? Hubiera bastado sólo él para fortalecernos contra nosotros mismos persuadidos de nuestra nada, no nos hubiéramos atrevido a quebrantar la ley de Dios. Si ahora queremos perseverar en el bien, en que la gracia de Dios nos restableció, humillémonos, aceptemos la sentencia y consideremos la vida como sendero más o menos corto que acaba en la tumba. Con esta perspectiva, se renueva todo, todo se explica. La bondad inmensa de Dios que se dignó amar a seres condenados a la muerte se nos presenta todavía más admirable; nuestra insolencia y nuestra ingratitud contra quien desafiamos en los breves instantes de nuestra existencia nos parece cada vez más para sentida, y la reparación que podemos hacer y que Dios se digna aceptar, más puesta en razón y salutífera. 


IMPOSICIÓN DE LA CENIZA. — Este es el motivo que decidió a la Iglesia, cuando juzgó oportuno anticipar de cuatro días el ayuno cuaresmal, a iniciar este santo tiempo, señalando con ceniza la frente culpable de sus hijos y repitiendo a cada uno las palabras del Señor que nos condenan a muerte. El uso, sin embargo, como signo de humillación y penitencia, es muy anterior a la presente institución y la vemos practicada en la antigua alianza. Job mismo, en el seno de la gentilidad, cubría de ceniza su carne herida por la mano de Dios, e imploraba de este modo su misericordia (
Job, XVI, 16). Más tarde el salmista en la contrición viva de su corazón, mezclaba ceniza con el pan que comía y análogos ejemplos abundan en los Libros históricos y en los Profetas del Antiguo Testamento. Y es que vivamente sentían entonces ya la relación que hay entre ese polvo de un ser materialmente quemado y el hombre pecador, cuyo cuerpo ha de ser reducido a polvo al fuego de la divina justicia. Para salvar por de pronto al alma, acudía el pecador a la ceniza y reconociendo su triste fraternidad con ella, se sentía más a resguardo de la cólera de Aquel que resiste a los soberbios y tiene a gala perdonar a los humildes. 


PENITENTES PÚBLICOS. — El uso litúrgico de la ceniza el miércoles de Quincuagésima, no parece haberse dado en los comienzos a todos los fieles, sino tan sólo a los culpables de los pecados cometidos a la penitencia pública de la Iglesia. Antes de Misa se presentaban en el templo donde todo el pueblo se hallaba congregado. Los sacerdotes oían la confesión de sus pecados, y después los cubrían de cilicios y derramaban ceniza en sus cabezas. Después de esta ceremonia clero y pueblo se postraban en tierra y rezaban en voz alta los siete salmos penitenciales. Tenía lugar después la procesión en la que los penitentes iban descalzos; a la vuelta eran arrojados solemnemente de la Iglesia por el Obispo que les decía: "Os arrojamos del recinto de la Iglesia por vuestros pecados y crímenes, como Adán, el primer hombre fue arrojado del paraíso por su desobediencia." Cantaba a continuación el clero algunos responsorios sacados del Génesis, en los que se recordaban las palabras del Señor, que condenaban al hombre al sudor y trabajo en esta tierra ya maldita. Cerraba en seguida las puertas de la Iglesia. Y los pecadores no debían pasar sus umbrales hasta volver Jueves Santo, a recibir con solemnidad la absolución. 



EXTENSIÓN DEL RITO LITÚRGICO. — Después del siglo XI empezó a caer en desuso la penitencia pública; en cambio, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles este día, llegó a generalizarse y se ha clasificado entre las ceremonias esenciales de la Liturgia romana.
Antiguamente se acercaban descalzos a recibir este aviso de la nada del hombre, y aún en pleno siglo XII el mismo Papa salía de Santa Anastasia a Santa Sabina donde se celebraba la Estación y hacía el recorrido descalzo, lo mismo que los Cardenales de su cortejo. La Iglesia ha cedido en esta severidad exterior, sin dejar de tener estima grande de los sentimientos que tan imponente rito debe producir en nuestras almas. 

Como acabamos de insinuar, la estación en Roma se celebra hoy en Santa Sabina, sobre el Monte Aventino. Bajo los auspicios de esta santa mártir se inicia la penitencia cuaresmal. Empiezan las sagradas ceremonias por la bendición de la ceniza. Proceden de los ramos benditos el año anterior el, domingo antes de Pascua. La bendición que reciben en este nuevo estado tiene por finalidad hacernos más dignos del misterio de contrición y humildad que ha de significar. Canta el coro en primer lugar esta antífona que implora la misericordia divina. 


 ANTÍFONA 

Escúchanos, Señor, porque tu misericordia es benigna: míranos, Señor, según la muchedumbre de tus misericordias.—Salmo: Sálvame, oh Dios, porque las aguas han penetrado hasta mi alma. V. Gloria al Padre. Escúchanos... 

El sacerdote teniendo en el altar la ceniza, pide a Dios las haga instrumento de santificación en favor nuestro.

  ORACIÓN 

Omnipotente y sempiterno Dios, perdona a los penitentes, sé propicio con los suplicantes: y dígnate enviar desde el cielo a tu Ángel, el cual ben + diga, y santi + que estas cenizas, para que sean saludable remedio a todos los que imploren humildemente tu santo nombre, a los que se confiesen de sus pecados y a los que lloren sus crímenes delante de tu majestad o invoquen rendida y porfiadamente tu serenísima piedad; y haz que, por la invocación de tu santísimo nombre, todos los que fueren signados con ellas, para redención de sus pecados, alcancen la salud del cuerpo y la tutela del alma. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén. 

 ORACIÓN 

Oh Dios, que no deseas la muerte, sino la penitencia de los pecadores: contempla begnísimo la fragilidad de la condición humana; y dígnate, por tu piedad, ben + decir estas cenizas, que vamos a imponer sobre nuestras cabezas, para profesar humildad y alcanzar el perdón: a fin de que, puesto que nos reconocemos ceniza y que, por causa de nuestra depravación, nos hemos de convertir en polvo, merezcamos alcanzar misericordiosamente el perdón de todos los pecados y los premios prometidos a los penitentes. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén. 

 ORACIÓN 

Oh Dios, que te doblegas con la humillación y te aplacas con la satisfacción: inclina a nuestras preces el oído de tu piedad; y derrama propicio la gracia de tu bendición sobre las cabezas de tus siervos, signadas con la unción de estas cenizas: para que los llenes del espíritu de compunción, y les concedas eficazmente lo que justamente te pidieren, y les conserves perpetuamente firme e intacto lo que les hubieres concedido. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén. 


 ORACION 

Omnipotente y sempiterno Dios, que concediste los remedios de tu perdón a los Ninivitas, que hicieron penitencia con ceniza y cilicio: haz que los imitemos de tal modo en el hábito, que consigamos también el perdón. Por el Señor. 

 
Después de las oraciones, aspergea el sacerdote con agua bendita la ceniza y la inciensa. Acabada la incensación recibe él mismo la ceniza en la cabeza de manos del sacerdote más digno; este la recibe a su vez del celebrante, quien después de haberla impuesto a los ministros del altar y demás clero, la distribuye sucesivamente al pueblo. 


Cuando se acerque el sacerdote a señalaros con el sello de la penitencia, acepta sumiso la sentencia de muerte que Dios mismo pronunciará sobre ti al decirte: "Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te volverás." Humíllate y recuerda que por haber querido ser como dioses, prefiriendo tu capricho al querer de tu Señor, has sido condenado a morir. Pensemos en la inacabable secuela de pecados que añadimos al de Adán, y admiremos la clemencia de Dios que se contentará con una sola muerte por tantas rebeldías. 

Mientras se distribuye la ceniza canta el coro las dos antífonas y responsorios siguientes: 

 ANTÍFONAS 
 
Mudemos el vestido en ceniza y cilicio: ayunemos, y lloremos ante el Señor: porque nuestro Dios es muy misericordioso para perdonar nuestros pecados.

Entre el vestíbulo y el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, y dirán: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo: y no cierres, Señor, las bocas de los que te cantan. 


 RESFONSORIO

R. Mejoremos lo que pecamos por ignorancia: no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos espacio para la penitencia, y no podamos hallarlo. * Atiende, Señor, y ten compasión: porque hemos pecado contra ti. 

V. Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro: y, por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. * Atiende, Señor. V. Gloria al Padre. Atiende, Señor.  
Terminada la distribución de la ceniza canta el preste la oración siguiente: 

 
ORACIÓN 

Concédenos, Señor, la gracia de comenzar con santos ayunos la carrera de la milicia cristiana: para que, al luchar contra los espíritus malignos, seamos protegidos con los auxilios de la continencia. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén. 



 Año Litúrgico de Dom Guéranger


lunes, 27 de febrero de 2017

CONCLUSIÓN DEL TIEMPO DE SEPTUAGÉSIMA

Ya están preparadas nuestras almas; puede la Iglesia dar principio a la Cuaresma. Durante las tres semanas trascurridas, aprendimos a conocer la miseria del hombre caído, la necesidad inmensa de ser salvado por su autor divino; la eterna justicia contra quien osó rebelarse el linaje humano, y el castigo terrible que fue el fruto de tan gran osadía; por fin, la alianza del Señor en la persona de Abrahán con los dóciles a su voz rehuyen las máximas de un mundo fementido y condenado. 


Vamos a ver ahora cumplirse los misterios con que ha sido cicatrizada la herida de nuestra lamentable caída, desarmada la justicia divina, la gracia que nos redime del yugo de Satanás y del mundo, superabundantemente derramada sobre nosotros. 

El Hombre-Dios, cuyas huellas dejamos de seguir por breve espacio, va a ofrendarse de nuevo a nuestra vista abrumado bajo el peso de su Cruz y luego inmolado por nuestra Redención. La Pasión dolorosa que nuestros pecados le han impuesto, va a renovarse a nuestros ojos en el aniversario más solemne. 

Alerta, pues, y purifiquémonos. Corramos valientes por el sendero de la penitencia; y que cada día aligere más y más la carga con que nuestros pecados nos abruman y, cuando hayamos participado del cáliz del Redentor por sentida compasión de sus dolores, nuestros labios, largo tiempo cerrados a los cantos de alegría, serán abiertos por la Iglesia, y nuestros corazones, súbitamente trasportados de júbilo inefable, para entonar el cántico pascual. 


Año Litúrgico Dom Guéranger

28 de Febrero: MARTES DE QUINCUAGÉSIMA. SEPARACIÓN DEL MUNDO.

El principio fundamental de la vida cristiana, estriba, según el Evangelio, en vivir fuera del mundo, separarse de él, romper con él. 


El mundo, es esta tierra infiel de la que Abrahán, nuestro modelo, se alejó por orden de Dios; es esta Babilonia que nos ha aherrojado y cuya convivencia está henchida de peligros para nosotros. El discípulo amado nos da voces diciendo: "No améis al mundo y cuanto hay en el mundo, el amor del Padre no está en él" (I S. Juan., II, 15). El Salvador, abismo de misericordia, al ofrecer su Sacrificio por todos, dejó oír esta terrible palabra: "No ruego por el mundo" (8. Juan, XVII, 6). Nosotros mismos no fuimos señalados con el sello glorioso e imborrable del cristiano, sino después de haber renunciado a las obras y pompas del mundo, y más de una vez renovamos este solemne compromiso. 

USO LEGÍTIMO DEL MUNDO. — ¿Qué significa lo antedicho? ¿Hemos, acaso, para ser cristianos de retirarnos a un desierto, y alejarnos del consorcio de nuestros semejantes? No puede ser tal la intención de Dios, por cuanto en el libro mismo donde nos ordena huyamos del mundo, que no amemos al mundo, nos impone deberes para con los hombres, sanciona y bendice los lazos que la disposición de su providencia ha sellado entre ellos y nosotros. Su Apóstol nos advierte: "Usemos de este mundo como si no le usáramos" (
I Cor., VII, 31). No nos está vedado, el uso de este mundo. Una vez más, ¿qué significa todo esto? ¿Habrá contradición en la doctrina celestial y estamos, por ventura, condenados a palpar entre tinieblas? No hay nada de eso, y resulta todo claro al resolvernos a considerar con atención lo que nos rodea. El mundo, entendiendo por mundo los objetos que Dios ha creado en su poder y bondad, este mundo visible que hizo a gloria suya y provecho nuestro, no es indigno de su autor; y, si somos fieles, no es en verdad más que una serie de grados o escalones para remontarnos hasta Dios. Usemos de todo esto agradecidos; atravesemos por todo ello sin fijar nuestra esperanza, no le consagremos un amor a solo Dios debido, no olvidemos nuestros destinos inmortales, que no han de verse aquí cumplidos. 

EL MUNDO PERVERSO. — Pero la mayoría de los hombres no tienen esa prudencia; su corazón se pega al suelo en vez de remontarse a lo alto, de manera que, dignándose el autor del mundo visitarle para hacerle salvo, el mundo no quiso conocerle (
I S. JuanI, 10). Entonces el Señor afrentó a los hombres ingratos con el apelativo de mundo, aplicándoles el nombre del objeto de su codicia, porque cerraron sus ojos a la luz y se trocaron en tinieblas. El mundo en este sentido malvado, es, por tanto, todo lo que se opone a Jesucristo, cuanto se niega a reconocerle y dejarse guiar por El. El mundo es el conjunto de máximas que pugnan por apagar o menguar el empuje de las almas a Dios, a recomendar como provechoso cuanto cautiva nuestro corazón, con lazos de esta vida deleznable, a censurar o repeler cuanto eleva al hombre por encima de un imperfecto o natural vicioso, a encontrar o seducir nuestra imprudencia con el señuelo de solaces peligrosos que, lejos de allegarnos a nuestro fin eterno, nos dejan extraviados y desorientados del sendero recto. 

LUCHA NECESARIA. — Y este mundo maldito está en todo lugar y tiene sus conciertos sinuosos en nuestros corazones. Por el pecado, ha embebido totalmente este mundo exterior por Dios creado; menester nos es vencerle y sojuzgarle a nuestros pies, si no queremos perecer con él. Necesariamente hemos de ser sus enemigos o esclavos. En los días que atravesamos triunfa, y ve consolidado su imperio sobre aquellos que un día le anatematizaron, el día en que se alistaron en la milicia de Cristo. Lastimémonos de ellos, roguemos por ellos, temblemos por nosotros, y para que no se amilane nuestro corazón, meditemos en estos días las consoladoras palabras del Salvador tocante a sus discípulos, después de la última Cena: "Padre mío, les he dado tu palabra y el mundo los aborreció porque no son del mundo, como yo mismo no soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal" (
I Juan., XVII, 14)



Año Litúrgico de Dom Guéranger



domingo, 26 de febrero de 2017

27 de Febrero: LUNES DE QUINCUAGÉSIMA. EL EJEMPLO DE ABRAHÁN.


La vida del fiel cristiano, a ejemplo de Abrahán, no es más que valiente carrera hacia la morada que Dios Nuestro Señor le ha destinado. Nos es, pues, menester dar de mano a cuanto embaraza la marcha y no volver la vista atrás. Severa en esta doctrina, pero a poco que reflexionemos sobre los peligros que aquí asedian al hombre caído, sobre la experiencia repetida por cada uno de nosotros, dejaremos de maravillarnos de que el Señor haga estribar como condición esencial de nuestra salvación en la renuncia de nosotros mismos. Por otra parte, ¿somos bastante cuerdos y valientes para dejar de convencernos, que nos conviene, que dejemos a Dios ordene nuestra vida en vez de disponerla a nuestro placer? Y, por fin, sean cualesquiera nuestras reclamaciones y resistencias, Dios es nuestro dueño, y si nos deja la libertad de resistir o de seguirle, no está dispuesto a abdicar, a renunciar sus derechos. Nuestra negativa a obedecerle compete a solo nosotros. 



Libre era Abrahán al oír el divino llamamiento de quedarse en Caldea y no emprender la emigración que desarraigaba su existencia terrestre. Dios, entonces escogerá a otro hombre a quien devolverá el honor de ser el padre del pueblo elegido y abuelo del Mesías. Estas substituciones son frecuentes en el campo de la gracia. Por el hecho de que un alma rehusa la salvación no hay motivo de creer que por eso pierda el cielo ni uno solo de sus escogidos. Dios, menospreciado por aquel a quien se dignara llamar, se vuelve a otro que le será más dócil. 

La vida cristiana se desarrolla enteramente en esta absoluta dependencia llevada a cabo hasta el fin. En primer lugar el espíritu de sumisión retrae al alma del pecado y de la muerte en que languidecía. De la neblina de Caldea la transporta a la tierra prometida, y, después de encaminada el alma en el recto camino, temiendo su caída, la mantiene en contínuo ejercicio por los sacrificios que la exige. Aquí vemos también como luz y guía el ejemplo de Abrahán. Este ilustre amigo de Dios recibe en recompensa la promesa más estupenda; un hijo es la prenda de ella, y sin mucho tardar, para sondear el corazón del santo Patriarca, Dios mismo le manda inmolar a ese hijo en que se cifraban todas sus esperanzas. 

SALIR DEL MAL. — Tal es el destino del hombre en la tierra. Para salir del mal es menester hacer esfuerzos contra nosotros mismos, y la perseverancia en el bien supone reiteradas luchas. Levantemos, pues, los ojos a las colinas eternas, y a ejemplo de Abrahán, consideremos la morada de este mundo como tienda levantada para un día. El Salvador ha dicho: "No he venido a traer la paz en la tierra, sino la espada; he venido a separar, a dividir" ( S. Mat., X, 34). Debemos, contar, por supuesto, con la prueba; y ya que nos la impone Aquel que nos amó hasta el extremo de hacerse nuestro semejante, reconozcamos que nos es saludable. También El dijo: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón" (
S. Mat., X, 34). ¿Podemos, oh cristianos, tener nuestro tesoro en esta tierra inferior a nosotros? No puede ser. Nuestro tesoro, por tanto, está más arriba. ¿Qué mano de hombre nos lo podrá arrebatar? 

Tales pensamientos se nos brindan a nuestra consideración estos últimos días que preceden a la santa Cuaresma. Hay, pues, que purificar nuestro corazón y hacer que aspire a Dios. Pidamos llegue a nosotros el reino de Dios, y a los ciegas pecadores, piedras, que la poderosa misericordia del Señor, puede transformar en hijos de Abrahán, si le place. Lo realiza todos los días; por ventura lo hizo con nosotros que, "después de haber estado lejos, estamos ahora adheridos a Dios en la sangre de Jesucristo" (Eph; II, 13). 



Año Litúrgico (Dom Guéranger)

sábado, 25 de febrero de 2017

ADORACIÓN DE LAS XL HORAS

Parece justo, que los tres últimos días precedentes a los rigores de la Cuaresma no trascurran sin aportar algún sustancioso alimento con que saciar el hambre de emociones que espolea a tantas almas. La Iglesia en su maternal previsión ha pensado en remediar esta necesidad, no con frívolos pasatiempos y satisfacciones de nuestra vanidad. A los que todavía alienta el espíritu de fe, tiene aparejada una gran diversión a la par que medio poderosísimo para aplacar la cólera de Dios, exacerbada por los desatinos que estos días cometen los mundanos. Durante estos tres días se manifiesta solemnemente en el altar el Cordero inocente. De lo alto de ese su trono de misericordia recibe los honores y sumisión de cuantos quieren rendirle pleitesía; acepta las demostraciones de sincero arrepentimiento de cuantos se muestran a sus plantas pesarosos de haber seguido el señuelo del enemigo; y El se ofrece al Padre Eterno en pro de los pecadores que, no contentos con olvidar los pasados beneficios, se determinan, al parecer, a ultrajarle en estos días con más descaro que en el resto de todo el año. 


La feliz idea de ofrecer un homenaje a la Majestad soberana en satisfacción de las ofensas que los pecadores multiplican estos días de Carnaval, y la piadosa industria de oponer a la vista del Señor irritado a su propio Hijo, mediador entre el cielo y la tierra, se le ocurrió por vez primera en el siglo XVI al cardenal Gabriel Paleotti, Arzobispo de Bolonia, contemporáneo de S. Carios Borromeo y émulo de su celo pastoral. Este, a su vez, introdujo en su archidiócesis y provincia tan saludable costumbre Próspero Lambertini en el siglo XVIII, puso empeño en hacer revivir la institución de su predecesor Paleotti, y estimuló la devoción al Santísimo Sacramento en su grey estos días de Carnaval; sublimado después a la cátedra de S. Pedro, con el nombre de Benedicto XIV, desparramó a manos llenas los tesoros de indulgencias a favor de los fieles que en los días susodichos, visiten a Nuestro Señor en el Sacramento de su amor e imploren el perdón en pro de los pecadores. Instituida la piadosa práctica comúnmente apellidada "Las cuarenta Horas" exclusivamente en las iglesias de los Estados Pontificios, extendióla al orbe entero en 1765 el Papa Clemente XIII, y desde aquel entonces llegó a ser una de las más espléndidas manifestaciones de la piedad católica. Asociémonos verdaderamente a tan edificantes homenajes. Hagamos por sustraernos, como Abrahán, a las profanas influencias que nos asedian y busquemos al Señor Dios nuestro; demos de mano siquiera por breves instantes, a las distracciones mundanas, y alleguémonos al Señor para merecer la gracia de presenciar, sin menoscabo de nuestra alma, los espectáculos inevitables. S. Felipe Neri instituyó en Roma procesiones, reemplazadas luego por las preces de las Cuarenta Horas que hoy tenemos. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger

26 de Febrero: DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA. De la Catena áurea de Santo Tomás

Lucas XVIII. 31-43 Y tomó Jesús aparte a los doce, y les dijo: “Mirad, vamos a Jerusalén y serán cumplidas todas las cosas que escribieron los profetas, del Hijo del hombre. Porque será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y azotado, y escupido. Y después que le azotaren le quitarán la vida, y resucitará al tercer día. Mas ellos no entendieron nada de esto, y esta palabra les era escondida y no entendían lo que les decía”. (vv. 31-34)


Crisóstomo In Matthaeum hom. 66
Habla con sus discípulos aparte, acerca de su pasión, porque no convenía que todos tuviesen conocimiento de ello, para que no se turbasen. Pero se lo predecía a sus discípulos para que, animados con esta esperanza, se sostuviesen firmes con más facilidad.

San Cirilo
Y para que sepan que conocía de antemano su pasión y que iba espontáneamente a ella, con el fin de que no pudiesen decir: ¿Cómo ha caído en manos de sus enemigos el que prometía salvarnos? Por esto les refiere gradualmente todo el orden de su pasión, añadiendo: “Porque será entregado a los gentiles y será escarnecido, azotado y escupido”.

Crisóstomo
Esto lo había predicho ya Isaías, diciendo ( Is 50,6): “He ofrecido mis espaldas a los azotes, mis mejillas a las bofetadas y no he apartado mi cara de las inmundicias de los esputos”. Y aun el profeta predijo el suplicio de la cruz con estas palabras ( Is 53,12): “Entregó su vida a la muerte y fue considerado entre los inicuos”. Por esto añade: “Y después que le azotasen, le quitarán la vida”. Pero David también había predicho su resurrección, diciendo ( Sal 15,10): “No dejarás mi alma en el abismo”. Por lo que añade: “Y resucitará al tercer día”.

San Isidoro
Yo me sorprendo de la demencia de los que preguntan por qué Jesucristo resucitó antes del tercer día. Si hubiese resucitado después de lo que había dicho, hubiese demostrado falta de poder. Pero resucitando antes da a conocer su omnipotencia. Si alguna vez sucede que un deudor ofrece pagar a su acreedor en el término de tres días y vemos que le paga en el mismo día, no lo consideraremos como falso, sino más bien como verídico. Diré también que el Señor no había dicho que resucitaría después del tercer día, sino en el tercer día. Tenemos la víspera del sábado, el sábado hasta la puesta del sol y el día siguiente al sábado, que fue cuando resucitó.

San Cirilo
Los discípulos, sin embargo, no conocían aún de manera detallada lo que habían predicho los profetas, pero después que resucitó les dio a conocer el verdadero sentido, para que comprendiesen las Escrituras. Por esto sigue: “Mas ellos nada de esto entendieron”.

Beda
Y por lo mismo que los discípulos deseaban principalmente la vida del Salvador, no podían comprender su muerte. Además, como no sólo sabían que era un hombre inocente, sino también verdadero Dios, no creían de ningún modo que podría morir. Y porque muchas veces había sucedido que lo habían oído hablar por parábolas, creían que todo lo que decía acerca de su pasión debía referirse en sentido alegórico a alguna otra cosa. Por esto sigue: “Y esta palabra les era escondida y no entendían lo que les decía”. Pero los judíos, como conspiraban contra su vida, comprendían que se refería a su pasión cuando por medio de San Juan decía ( Jn 3,14): “Conviene que el Hijo del hombre sea levantado”. Por esto dijeron: “Nosotros sabemos por la ley que Cristo permanece eternamente; ¿cómo dices tú que el Hijo del hombre conviene que sea levantado?”.

Y aconteció, que acercándose a Jericó estaba un ciego sentado cerca del camino pidiendo limosna. Y cuando oyó el tropel de la gente que pasaba, preguntó qué era aquello. Y le dijeron que pasaba Jesús Nazareno. Y dijo a voces: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. Y Jesús parándose, mandó que se lo trajesen. Y cuando estuvo cerca le preguntó, diciendo: “¿Qué quieres que te haga?” Y él respondió: “Señor, que vea”. Y Jesús le dijo: “Ve, tu fe te ha hecho salvo”. Y luego vió, y le seguía glorificando a Dios. Y cuando vio todo esto el pueblo, dio loor a Dios. (vv. 35-43)
 

Teofilacto
Y para que el paso del Salvador no fuese inútil, hizo en el camino el milagro del ciego, dando a sus discípulos este testimonio para que procuremos hacer siempre cosa de utilidad y para que en nosotros no haya nada de ocioso.

San Agustín, De quaest. Evang. 2,48
Podríamos entender acerca de la proximidad de Jericó, que habiendo salido ya de esta ciudad, -según manera de hablar menos usada-, se encontraban todavía cerca de ella. Pero puede creerse que se dijo esto así, porque San Mateo dice que saliendo ellos de Jericó, dio vista a dos ciegos que estaban sentados junto al camino. No habría ninguna cuestión respecto del número, si uno de los evangelistas hubiese hecho omisión de uno de los ciegos, haciendo mención únicamente del otro. Porque San Marcos sólo habla de uno, que recibió la vista cuando ellos salían de Jericó. Como expresa su nombre y el de su padre, para que comprendamos que era muy conocido, mientras el otro era desconocido, parece que no quiso hablar sino del que era conocido. Pero como lo que sigue del Evangelio de San Lucas da a conocer claramente que sucedió esto cuando venían a Jericó, debemos entender que este milagro se repitió por dos veces: una en un ciego, cuando venían hacia la ciudad y otra en dos, cuando salían de ella: San Lucas hace mención de uno de estos milagros y San Mateo del otro.

San Cirilo
El pueblo que rodeaba al Salvador era numeroso y el ciego en realidad no lo conocía. Sin embargo, sentía afecto hacia El y con este afecto suplía lo que le faltaba de vista. Por esto sigue: “Y cuando oyó el tropel de la gente que pasaba, preguntó qué era aquello”. Y los que tenían vista le contestaban conforme a la opinión (común) . Sigue pues: “Le dijeron que pasaba Jesús Nazareno”. Pero el ciego proclamaba la verdad. Se le enseña una cosa y predica otra; porque sigue: “Y dijo a voces: Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. ¿Pero quién te ha enseñado esto? ¿Acaso has podido leer los libros sagrados careciendo de vista? ¿Cómo has conocido la luz del mundo? En verdad Dios ilumina a los ciegos ( Sal 145).

San Cirilo
Aquí se demuestra que el ciego había sido liberado de una doble ceguera: la corporal y la intelectual. No lo hubiese alabado como a Dios, si no hubiera visto claramente, dando así ocasión a que otros lo glorificasen. Prosigue: “Y cuando vio esto todo el pueblo dio gloria a Dios”.

Beda
No sólo por el beneficio de la vista que había alcanzado, sino por la fe que había obtenido.

San Gregorio, ut sup
El ciego no pide al Señor oro sino la vista, para que busquemos nosotros no las falsas riquezas, sino la luz que podemos ver solo nosotros y los ángeles, a cuya luz nos conduce la fe. Por esto dice muy oportunamente al ciego: “Ve, tu fe te ha hecho salvo”. El lo ve y lo sigue, porque practica el bien que conoce.

San Agustín, De quaest. Evang. 2,48
Si Jericó quiere decir luna, y por ende mortalidad, el Señor, aproximándose a la muerte, manda predicar la luz del Evangelio únicamente a los judíos, a quienes representó el ciego que menciona San Lucas. Pero resucitando de la muerte y abandonando Jericó, manda predicar a los judíos y a los gentiles, cuyos pueblos parece que son representados por los dos ciegos de quienes hace mención San Mateo.



De la Catena áurea de Santo Tomás






DOMINGO DE QUINCUAGESIMA, VOCACIÓN DE ABRAHÁN

La vocación de Abrahán es el asunto que a nuestra consideración ofrece hoy la Iglesia. Cuando las aguas del diluvio se retiraron y el linaje humano cubrió de nuevo la haz de la tierra, volvió a reaparecer la corrupción de las costumbres entre los hombres y la idolatría vino a colmar tamaños desórdenes. Previendo el Señor en su divina sabiduría la defección de los pueblos resolvió formarse una nación que le sería especialmente consagrada; en ella se conservarían las verdades sagradas destinadas a desaparecer entre los gentiles. Ese nuevo pueblo había de comenzar por un solo hombre; padre y tipo de los creyentes. Abrahán lleno de fe y obediencia al Señor, estaba destinado a ser el padre de los hijos de Dios, cabeza de esa espiritual generación a que pertenecieron y continuaron perteneciendo hasta el fin de los siglos, todos los elegidos, tanto del pueblo antiguo, como de la Iglesia cristiana. 


Debemos, pues, conocer a Abrahán, cabeza y modelo nuestro. Resúmese toda su vida en la fidelidad a Dios, sumisión a sus mandatos, abandono y sacrificio de todas las cosas para obedecer a la santa voluntad de Dios. Es el distintivo del cristiano. Apresurémonos a sacar en la vida de este gran hombre todas las enseñanzas que en provecho nuestro encierran. 

El texto del Génesis que a continuación damos servirá de base a cuanto hemos de decir sobre Abrahán. Lée hoy la Santa Madre Iglesia en el oftcio de maitines. 

GENESIS (XII, 1-9) 

Dijo Yavé a Abrahán: "Salte de tu tierra, De tu parentela, De la casa de tu padre, Para la tierra que yo te indicaré; Yo te haré un gran pueblo, Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, , Que será bendición. Y bendeciré a los que te bendigan. Y maldeciré a los que te maldigan. Y serán bendecidas en ti todas las naciones de la tierra." 

Fuese Abrahán conforme le había dicho Yavé, llevando consigo a Lot. Al salir de Jarán, era Abrahán de setenta y cinco años. Tomó, pues, Abrahán a Sarai, su mujer, y a Lot, su sobrino, y toda su familia y la hacienda y ganados que en Jarán habían adquirido. Salieron para dirigirse a la tierra de Canán, y llegaron a ella. Penetró en ella Abrahán, hasta el lugar de Siquén hasta el encinar de Moreh. Entonces estaban los cananeos en aquella tierra. Y se le apareció Yavé a Abrahán: "A tu descendencia daré yo esta tierra." Alzó allí un altar a Yavé que se le había aparecido, y saliendo hacia el monte que está frente a Betel, asentó allí sus tiendas, teniendo a Betel al Occidente y a Hai al Oriente, y alzó allí un altar a Yavé e invocó el nombre de Yavé. 

SANTIDAD DE ABRAHÁN. — ¿Qué imagen más viva podría ofrecernos del discípulo de Cristo que la de este Patriarca tan dócil y generoso en seguir la voz de Dios? Con qué admiración hemos de exclamar repitiendo los elogios que le consagran los Santos Padres: "¡Oh varón verdaderamente cristiano antes de la venida de Cristo, hombre evangélico antes del Evangelio, hombre apostólico antes de los Apóstoles!" A la invitación del Señor lo deja todo, patria, familia, casa paterna, y se dirige a región desconocida. Bástale que Dios le guíe; se siente seguro y no echa mirada atrás. ¿Hicieron, por ventura, más los Apóstoles? Y parad mientes en el galardón: En él serán benditas todas las familias de la tierra; este caldeo lleva en sus venas la sangre que ha de salvar al mundo. Morirá, no obstante, antes de ver que llega el día en que uno de su descendencia rescate todas las generaciones pasadas, presentes y futuras. Un día se abrirá el cielo para dar paso al Redentor. Mientras tanto, nuestros primeros padres y Noé, Moisés, David, todos los justos irán a descansar al seno de Abrahán preparación o antesala de la eterna bienaventuranza. Así recompensa Dios el amor y la fidelidad de su creatura.

DESCENDENCIA ESPIRITUAL DE ABRAHÁN. — Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, hijo de Abrahán, anunció el poder de su Padre que se disponía a producir una nueva raza de hijos de Abrahán de las piedras mismas de la gentilidad. Nosotros cristianos somos esa nueva generación; pero ¿somos dignos de nuestro padre? Oigamos lo que nos dice el Apóstol de las gentes: "Lleno de fe, Abrahán, obedeció al Señor y salió sin tardanza para llegar al sitio que sería su herencia y se puso en camino sin saber a donde iba. Lleno de fe habita en la tierra que le había sido prometida, como si le fuera extraña, viviendo en tiendas como Isaac y Jacob, los coherederos de la promesa, porque aguardaba aquella ciudad cuyos cimientos tiene por autor a Dios mismo y por arquitecto". 

Si somos, pues, hijos de Abrahán, debemos considerarnos en este tiempo de Septuagésima como viandantes sobre la tierra, y vivir ya por la esperanza y el amor en esa única patria de la que estamos desterrados; a ella nos vamos acercando de día en día, sí, a ejemplo de Abrahán, somos fieles en ocupar las varias estaciones designadas por el Señor. Quiere Dios "usemos de este mundo como si no le usásemos". "No tenemos aquí ciudad permanente", desgracia suprema sería olvidar que la muerte ha de separarnos de todo lo transitorio. 

LOS PLACERES Y LA VIDA CRISTIANA. — ¡Cuán lejos viven de ser verdaderos hijos de Abrahán esos cristianos que hoy y los días siguientes se entregan a la intemperancia y disipación culpable bajo pretexto de que la santa Cuaresma, se va a inaugurar presto! Naturalmente se explica, cómo las ingenuas costumbres de nuestros padres pudieron conciliar con la gravedad cristiana ese adiós a una vida más suave que la Cuaresma venía a interrumpir, lo propio que los goces alegres del convite en la solemnidad de Pascua, venían a comprobar la estricta observancia de las prescripciones de la Iglesia. Tal conciliación es siempre posible, es natural. Pero acontece con frecuencia que este pensamiento cristiano de los austeros deberes, se eclipsa ante las seducciones de la naturaleza depravada; la intención primordial de esos domésticos goces ¿no acabó por no ser más que un recuerdo? Nada tienen que ver con las alegrías toleradas por la Iglesia en sus hijos, tantos profanos para quienes los días de Cuaresma no se cierran con la recepción de los Sacramentos. Y los que se apresuran a solicitar dispensas para esquivar más o menos lealmente la obligación de las leyes de la Iglesia, ¿qué derecho tienen a festejar los días de Carnaval antes de emprender la carrera de la santa Cuaresma, los que lejos de alijerar en ella el peso de los pecados, se quedarán más que nunca atollados en su lodo? 

Quiera Dios dejar de enmarañarse las almas en la tela vil de vanas ilusiones. De ansiar se recobren la santa libertad de los hijos de Dios, libertados de los funestos lazos de carne y sangre; es lo que acabadamente entroniza al hombre sobre el pedestal de su primera dignidad. No debiéramos olvidar que vivimos en días tristes, en que la Iglesia excluye los tradicionales cantos de alegría; días en que a todas luces pretende sintamos toda la miseria insoportable de la profana Babilonia que sobre nosotros pesa, quiere se vigorice en nosotros el espíritu cristiano que tiende malamente a amortiguarse. 

Si, los deberes o imperiosas, por no decir tiránicas conveniencias, arrastran estos días a los discípulos de Cristo y los envuelven en el torbellino de los placeres mundanos, breguen a lo menos por conservar un corazón recto y empapado muy de veras en las máximas del Evangelio. Canten al Señor en su corazón, cuando halaguen sus oídos los acordes de la música profana; a imitación de la incomparable virgen Cecilia, en análoga circunstancia digan con fervor a Jesucristo : "Consérvanos puros, Señor, y nada empañe la santidad inmaculada y la dignidad que debe en todo tiempo autorizar nuestras personas." Deben evitar con sumo cuidado las danzas libertinas, donde suele naufragar el pudor, pues serán materia de terribilísimo juicio contra los que las organizan y dan pábulo. Tengan finalmente presentes a su atenta consideración las graves reflexiones que trae a este propósito San Francisco de Sales, diciendo: "A tiempo que loca embriaguez de mundanos pasatiempos parecía haber suspendido todo otro sentimiento que el del fútil placer, frecuentemente peligroso, innumerables almas arden sin tregua en el fuego del infierno, por pecados cometidos en semejantes fiestas, o con ocasión de ellas; muchos religiosos de uno y otro sexo y demás gentes devotas, interrumpen el dulce sueño y se postran entonces mismo delante del Dios de la Majestad, cantando sus alabanzas e implorando sobre ti su misericordia sin medida; millares de almas se despedían de este suelo entre congojas de pavorosa agonía y espeluznante miseria en mísero lecho; Dios y sus Angeles te contemplan atentamente desde los altos cielos; en fin, se deslizaba, corría el tiempo y la muerte aceleraba hacia ti sus pasos que no pueden volver atrás'". 

MISTERIOS DE ESTE DÍA. — Consideremos ahora la serie de misterios del Domingo de Quincuagésima. El paso del Evangelio contiene la predicción hecha por el Salvador a sus Apóstoles de la pasión que bien pronto iba a sufrir en Jerusalén. Tan solemne anuncio es el preludio de las lúgubres escenas de Semana Santa; recibamos dicha nueva con viva emoción y agradecimiento sincero de nuestros corazones, y los decida a ponerse a la disposición de Dios como estuvo el corazón de Abrahán. Los liturgistas antiguos han señalado en la curación del ciego de Jericó, un símbolo de la ceguera de los pecadores; recobró la vista el ciego, porque reconoció su mal,.y deseaba ver; idéntico deseo anhela la Iglesia de nosotros; manifestémoslo y seremos satisfechos. 

MISA 

La estación se celebra en la basílica de S. Pedro del Vaticano. Parece se escogió cuando todavía se leía en este domingo el relato de la ley dada por Moisés. Este Patriarca era considerado por los primeros cristianos de Roma como el tipo o figura de S. Pedro. Cuando la Iglesia estableció hoy la consideración del misterio de la vocación de Abrahán reservando hasta ya entrada la Cuaresma la lectura del Exodo, quedó no obstante fija la estación romana en la basílica del Príncipe de los Apóstoles, figurado también por Abrahán en su cabida de Padre de los creyentes. 

El Introito nos muestra los sentimientos del ciego abandonado que implora la compasión del Redentor quien se dignará ser su guía y su anfitrión. 

INTROITO 

Sé para mí un Dios protector y un lugar de refugio, para que me salves: porque tú eres mi sostén, y mi seguridad: y por tu nombre serás mi caudillo, y me nutrirás. — Salmo: En ti, Señor, he esperado, no sea confundido para siempre: líbrame en tu justicia, y sálvame. V. Gloria al Padre. 
  
COLECTA 

Suplicárnoste, Señor, escuches clemente nuestros ruegos: y, libres de los lazos de los pecados, defiéndenos de toda adversidad. Por el Señor. 

EPISTOLA 

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Corintios. 

Hermanos: Si hablara las lenguas de los hombres y de los Angeles, pero no tuviera caridad, sería como un bronce sonoro, o como una campana que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y si tuviera tal fe, que trasladara los montes, pero no tuviera caridad, no sería nada. Y si distribuyera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo, para ser quemado, pero no tuviera caridad, de nada me serviría. La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es envidiosa, no obra con malicia, no se infla, no es ambiciosa, no busca sus cosas, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la iniquidad, sino que goza con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. La caridad no desaparece nunca, aunque pasen las profecías, aunque cesen las lenguas, aunque se destruya la ciencia. Porque ahora conocemos sólo en parte, y en parte profetizamos; mas, cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando era niño, hablaba como niño, juzgaba como niño, pensaba como niño. Mas, cuando me hice hombre, abandoné las cosas de niño. Ahora vemos por espejo, en obscuridad; pero entonces (veremos) cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad: la mayor de ellas es la caridad. 

ELOGIO DE LA CARIDAD. — La Iglesia nos manda leamos hoy el estupendo panegírico de la caridad escrito por S. Pablo. Esta virtud, que en sí encierra el amor de Dios y del prójimo, es la luz de nuestras almas; si éstas carecen de ella, viven en tinieblas y cuanto hagan es estéril. El poder mismo de hacer milagros no es capaz de asegurar la salvación a quien no tiene Caridad; sin ella, las obras más heróicas en apariencia, no son más que un lazo más. Pidamos al Señor esta divina luz; por mucho que aquí nos lo conceda en su bondad, nos la guarda sin medida en la eternidad. El día más espléndido de que podemos gozar en este mundo, es tiniebla espesa comparado con los resplandores eternos. La fe se eclipsará ante la realidad contemplada para siempre; la esperanza no tendrá razón de ser en cuanto entremos en posesión de lo esperado. Sólo el amor reinará y tal es el motivo de su preeminencia sobre las otras dos virtudes teologales. He aquí bien destacado el destino del hombre redimido y alumbrado por Cristo; ¿habrá, por tanto, motivo de asombrarse, deje todo el hombre para seguir a tal caudillo? Pero... cristianos bautizados en esta fe, en esta esperanza, y con primacías de este amor tan celebrado por S. Pablo, se precipitan estos días en desórdenes groseros, por refinados que pretendan mostrárnoslos a veces. Se diría que pretenden los tales extinguir en sí mismos hasta el último fulgor de la luz divina, en conjura manifiesta con las tinieblas. La Caridad, si en nosotros impera, debe hacernos sensibles al ultraje que a Dios hacen, y movernos a solicitar para esos ciegos, hermanos nuestros, la misericordia del Señor. 

En el Gradual y el Tracto, celebra la Iglesia las bondades del Señor para con sus elegidos. Los libró del pesado yugo del mundo, ilustrándolos con su luz; son su pueblo y ovejas de su rebaño. 

 GRADUAL 

Tú eres el único Dios que hace maravillas: hiciste notorio entre las gentes tu poder. J. Libraste con brazo fuerte a tu pueblo, a los hijos de Israel y de José. 

 TRACTO 

Tierra toda, canta jubilosa a Dios: servid al Señor con alegría. V. Presentaos ante El con regocijo: sabed que el Señor es el mismo Dios. V. El nos hizo, y no nosotros mismos: somos su pueblo, y las ovejas de su pasto. 

 EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. 

En aquel tiempo tomó Jesús a los Doce, y les dijo: He aquí que subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que han sido escritas por los Profetas acerca del Hijo del hombre. Porque será entregado a los gentiles, y escarnecido, y flagelado, y escupido: y, después de flagelarle, le matarán, y al tercer día resucitará. Y ellos no entendieron nada de esto, y estas palabras fueron para ellos un enigma, y no comprendían lo que se les decía. Y sucedió que, al acercarse a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino, mendigando. Y, cuando oyó a la turba que pasaba, preguntó qué era aquello. Y le dijeron que pasaba Jesús el Nazareno. Y clamó, diciendo: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi. Y los que iban delante, le increpaban para que callase. Pero él gritaba con más fuerza: Hijo de David, ten piedad de mí. Y, parándose Jesús, mandó que se lo trajesen. Y, habiéndose acercado, le interrogó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que vea. Y Jesús le dijo: Vé; tu fe te ha salvado. Y al punto vió; y le siguió, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios. 

CEGUERA Y LUZ ESPIRITUALES. — La voz de Cristo anunciando su Pasión acaba de resonar; recibieron los Apóstoles esta confidencia de su Maestro y no la entendieron. Están aún sobradamente imbuidos en los prejuicios de su pueblo en contra de los sufrimientos del Mesías, para darse cuenta cabal de la misión del Salvador; menos mal que no le abandonaron sino que le están adictos y le siguen. Adoremos amorosos la misericordia divina; nos ha sacado como a Abrahán del medio de un pueblo abandonado. Sigamos el ejemplo del ciego de Jericó, clamemos al Señor se digne iluminarnos más y más: "Señor, haz que yo vea"; esta era su oración. Dios nos ha otorgado su luz; pero de poco nos serviría si no despertara en nosotros ansias de ser siempre más. Prometió a Abrahán enseñarle el lugar que le tenía preparado; dígnese así mismo hacernos ver esa tierra de los vivos. Antes, empero, reguémosle se nos muestre a nosotros, conforme al hermoso pensamiento de S. Agustín, para que le amemos y nos abra los ojos y nos conozcamos para que dejemos de amarnos. 

Mientras se desarrolla el Ofertorio, pide la Iglesia a favor de sus hijos el conocimiento de la ley de Dios, verdadera luz de vida y quiere aprendan nuestros labios a pronunciar su doctrina y los divinos mandamientos. 

OFERTORIO 

Bendito eres, Señor: enséñame tus preceptos: con mis labios he contado todos los juicios de tu boca. 

SECRETA

Suplicárnoste, Señor, hagas que esta Hostia purifique nuestros pecados y santifique los cuerpos y las almas de tus siervos, para poder celebrar este Sacrificio, Por el Señor.

La antífona de la Comunión nos trae a la memoria el maná dado en el desierto a la raza de Abrahán. Ese alimento, sin embargo, aunque caído de lo alto, no les libró de la muerte. El Pan de vida, en cambio, que bajó del cielo, asienta las almas en la luz eterna, y quien dignamente le come, no morirá. 

 COMUNION 

Comieron, y se sacieron, y el Señor satisfizo sus deseos: no quedaron defraudados en sus anhelos. 

POSCOMUNION 

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que hemos recibido estos celestiales alimentos, seamos defendidos por ellos contra toda adversidad. Por el Señor.


AÑO LITÚRGICO (DOM GUÉRANGER) 

25 de Febrero: SÁBADO DE LA SEXAGÉSIMA. Meditación De la Santísima Virgen María y el logro que dio de la semilla del cielo.

Punto primero. Considera cómo se verificó en la beatísima Vírgen lo que dice Cristo de la buena tierra y buena semilla que son los que reciben la palabra de Dios en corazón no solo bueno, sino óptimo en superlativo grado, la retienen, conservan y dan fruto en paciencia, porque no hubo después de Cristo corazón más limpio y puro que el suyo ni quien con más estima recibiese su palabra, ni con mas cuidado lo guardase ni vendiese frutos de mayores ni más perfectas obras. Pondera todas estas cosas y gózate de su santidad y dale mil gracias a Dios por las que hizo a esta celestial princesa, y pídele que te enseñe a lograr las mercedes de Dios. 

Punto II. Considera cómo logró las inspiraciones santas, y la gracia que Dios le dio y los talentos de que la enriqueció, obrando con todos perfectísimamente y adelantando su caudal por instantes, sin dejar perder flor alguna de buen pensamiento que no cuajase en fruto de santas obras, ni ocasión de servir a Dios o al prójimo que no lograse con admirable fervor y caridad, y así por instantes iba creciendo en santidad y merecimientos, adelantando el caudal de su tesoro en las indias del cielo. Contempla la santidad de aquella alma y cuánto agradaba en sus obras a la magestad de Dios y los frutos tan colmados que rendía de la semilla que recibía de su mano, y con cuánto gusto sembraba Dios en tierra tan agradecida, y aprende a lograr en la tuya la semilla del cielo y a obrar con los talentos e inspiraciones divinas que te dé su divina magestad.

Punto III. Considera cómo logró también aquel grano del Verbo Eterno que el padre sembró en la tierra de su virginal seno. Contempla con la humildad; estimación, agradecimiento y devoción con que le recibió, le guardó y le sirvió como a su rey y Señor y prenda del eterno padre; y los frutos que dio de vida a todo el mundo y los particulares de gracia y gloria a la misma Vírgen. Alaba a Dios nuestro Señor por todo, y por haberse mostrado tan glorioso y liberal con esta celestial reina y señora, y pídele su favor para lograr este grano celestial cuando se sembrare en tu pecho.

Punto IV. Vuelve los ojos de la consideración sobré los tres puntos dichos, y coteja tu negligencia con el fervor de la reina del cielo, tu ingratitud con su agradecimiento; tu esterilidad con la fecundidad de sus obras: humíllate en su presencia, y pídele gracia para imitar sus ejemplos, obrando con ella y logrando tus talentos, y la semilla celestial que Dios siembra en la tierra de tu pecho.
P. Alonso de Andrade



viernes, 24 de febrero de 2017

24 de Febrero: VIERNES DE SEXAGÉSIMA. De la Catena áurea de Santo Tomás.

Mateo XI. 25-30 En aquel tiempo respondiendo dijo Jesús: “Doy gloria a ti, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelaste a los pequeñuelos; así es, Padre, porque de esta manera fue de vuestro agrado”. (vv. 25-26)




San Agustín, sermones, 67,8 

Bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios, según manifiesta el Señor por las palabras: “Revelaste estas cosas a los pequeñuelos”. ¿Y quiénes son los pequeñuelos, sino los humildes?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1
Al decir “a los sabios”, no se refiere a la verdadera sabiduría, sino a aquella que pretendían tener los escribas y los fariseos. Y por eso no dijo: “Revelaste estas cosas a los necios”, sino a los pequeñuelos, esto es, a los sencillos o rústicos. En esto nos enseña el cuidado que debemos tener de huir del orgullo y de amar la humildad.

San Hilario, in Matthaeum, 11
El Señor confirma, según el juicio de la voluntad del Padre la equidad del hecho de que todos aquellos que no han querido hacerse pequeños delante de Dios se queden hechos unos necios en su propia sabiduría. Así dice: “Así es, Padre, porque de esta manera te agradó”.

San Gregorio Magno, Moralia, 25

Estas palabras nos dan una lección de humildad, a fin de que no intentemos discutir temerariamente los juicios divinos sobre la vocación de unos y la desaprobación de otros, manifestándonos al mismo tiempo que no puede haber injusticia en aquel a quien tanto complace lo justo.

“Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre; ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere revelar”. (v. 27)

San Agustín, contra Maximinum, 3,12
Porque si tiene menos poder que el Padre, no tiene todas las cosas que tiene el Padre. Y en el acto de ser engendrado por el Padre, este dio a su Hijo el poder, porque El ha dado lo que hay en su naturaleza a aquel que fue engendrado en su naturaleza.

San Hilario, in Matthaeum, 12
En seguida nos demuestra, que en el conocimiento del Padre y del Hijo, no hay en el Hijo cosa distinta y que sea completamente desconocida del Padre: “Y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre y ninguno conoce al Padre, sino el Hijo”.

San Hilario, in Matthaeum, 11
Nos enseña el mismo Salvador, que la sustancia del Padre y del Hijo está contenida en el conocimiento mutuo del uno y del otro. De manera, que el que conoce al Hijo, conoce también, en el Hijo, al Padre, puesto que éste entregó al Hijo todas las cosas.

San Agustín, de Trinitate, 7,3
El Padre es revelado por su Hijo, esto es, por su Verbo. Pues así como las palabras que proferimos nos revelan de un modo temporal y transitorio a nosotros mismos y aquello de que hablamos, ¿cuánto más la Palabra de Dios por la que se hicieron todas las cosas? Esta Palabra nos dice lo que es el Padre, en el concepto de Padre y así mismo qué es lo que es el Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Luego si revela al Padre, se revela a sí mismo. Dejó de poner esto último por ser evidente y puso lo primero, por si alguno lo ponía en duda. Nos demuestra también que está El tan identificado con el Padre, que es imposible llegar al Padre, sino mediante el Hijo y esto era lo que principalmente escandalizaba a los judíos, porque lo creían contrario a la idea de Dios y esta creencia es la que trató de destruir por todos los medios.

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os aligeraré. Tomad mi yugo sobre vosotros, aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el descanso para vuestros corazones; porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (vv. 28-30)

San Agustín, sermones 69,1
¿Por qué nos cansamos todos, sino porque somos mortales, que llevamos vasos de barro que nos ponen en tantas angustias? Pero si los vasos frágiles de la carne nos angustian, nos desplegamos en los espacios de la caridad. ¿A qué dice: “Venid a mí todos los que trabajáis”, sino para que no nos cansemos?

San Hilario, in Matthaeum, 11
Llama a sí a todos los que trabajan por las dificultades de la ley y la carga del pecado.

San Jerónimo
Asegura el profeta Zacarías, que es carga muy pesada la del pecado, diciendo: “que la iniquidad está sentada sobre una masa de plomo” ( Zac 5,7) y el Salmista completó esta verdad con las palabras: “mis iniquidades están pesando sobre mí” ( Sal 37,5).

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Y no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: “Y yo os aligeraré”. No dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es, os colocaré en una completa paz.

Rábano
No sólo os aliviaré, sino que os saciaré con un manjar interior.

Rábano
El yugo del Señor Jesucristo es el Evangelio que une y asocia en una sola unidad a los judíos y a los gentiles. Este yugo es el que se nos manda que pongamos sobre nosotros mismos, esto es, que tengamos como gran honor el llevarlo, no vaya ser que poniéndolo debajo de nosotros, esto es despreciándolo, lo pisoteemos con los pies enlodados de los vicios. Por eso añade: “Aprended de mí”.

San Agustín, sermones, 69,2
No a crear el mundo, no a hacer en él grandes prodigios, sino aprended de mí a ser manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces por ser pequeño. ¿Tratas de levantar un edificio grande y elevado? Piensa primero en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio, tanto más profundamente debes de cavar su fundamento. ¿Y hasta dónde ha de tocar la cúpula de nuestro edificio? Hasta la presencia de Dios.

Rábano
Mandándonos nuestro Salvador que seamos sobrios en las costumbres y humildes en nuestros sentimientos, nos manda también que no ofendamos a nadie, que no despreciemos a nadie y que tengamos dentro de nuestro corazón todas las virtudes que manifestamos en nuestras obras exteriores.

San Hilario, in Matthaeum, 11
Y nos propone la idea consoladora del yugo suave y de la carga ligera, a fin de dar a los que creen en El unos indicios del bien que sólo El ha visto en el Padre.

San Gregorio Magno, Moralia, 4,39
¿Qué carga pesada impone a nuestras almas el que nos manda evitar todo deseo que nos pueda perturbar? ¿Qué cosa más ligera que el abstenerse de la maldad, querer el bien, no querer el mal, amar a todos, no aborrecer a nadie, alcanzar lo eterno, no engolfarse en lo presente y el no hacer a otro lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros?

San Hilario, in Matthaeum, 11
¿Y cuál es este yugo más suave y cuál esta carga más ligera? Buscar ser más considerado, abstenerse demaldades, querer el bien, odiar el mal, amar a todos, no odiar a nadie, perseguir lo eterno, no aferrarse a las cosas presentes, no querer hacer a otro lo que no se quiere para sí.

Rábano
Pero cómo se entiende que es suave el yugo de Cristo, cuando se dice más arriba: “¿Es estrecha la senda que conduce a la vida?” ( Mt 7,14). Porque lo que al principio se nos hace dificultoso, pasado algún tiempo, mediante la dulzura inefable del amor, se nos hace sumamente fácil.



De la Catena áurea de Santo Tomás






jueves, 23 de febrero de 2017

23 de Febrero: SAN PEDRO DAMIANO, CARDENAL Y DOCTOR DE LA IGLESIA

UN REFORMADOR. — Hoy celebramos la festividad del austero reformador de las costumbres cristianas en el siglo XX, el precursor de S. Gregorio VII, Pedro Damiano. A él le toca una gran parte de la gloria de este magnífico resurgir que se realiza en estos días en que debe comenzar el juicio por la casa de Dios. Preparado para la lucha contra los vicios bajo severa institución monástica, Pedro se opuso como dique al torrente de desórdenes de su tiempo y contribuyó poderosamente a preparar mediante la extirpación de los vicios, dos siglos de fe ardiente que repararon la ignominia del siglo X. La Iglesia ha reconocido tanta ciencia, celo y nobleza en los escritos del Santo Cardenal que, por un juicio solemne, le ha colocado entre los doctores. Apóstol de la penitencia, Pedro Damiano, nos llama a la conversión aun en nuestros días: escuchémosle y mostrémonos dóciles a su voz. 



Vida. — S. Pedro Damiano nació en Roma en 1007. Después de haber estudiado y enseñado en Ravena y en Parma, entró en 1035 en el desierto de Puente Avellano. Elegido Prior en el 43, llevó a cabo numerosas fundaciones de las que fué Superior y donde se observó la Regla de S. Benito. Luchó infatigablemente contra la simonía, el libertinaje de los clérigos y la intromisión del poder civil en el campo religioso. En 1057 fué nombrado Cardenal-Obispo de Ostia por el Papa Esteban X. En 1063 le hallamos en el Concilio de Augsburgo, deponiendo al antipapa Honorio II; después en Cluny defendiendo los derechos monásticos contra el Obispo de Macón. En 1065 volvió a su retiro de Puente Avellano para entregarse a la contemplación y a sus austeridades, pero por poco tiempo, pues tuvo que salir a defender a la Iglesia. Murió el 22 de febrero de 1072. León XIII extendió su culto de la orden monástica a toda la Iglesia y le dió el título de Doctor.
 

CELO POR LA IGLESIA. — El celo por la casa del Señor devoraba tu alma, oh Pedro. Por eso te colocó Dios en la Iglesia, en este tiempo, en que la maldad de los hombres, la había hecho perder una parte de su hermosura. Lleno del espíritu de Elias te propusiste despertar a los obreros del Padre de familias que durante su sueño habían dejado crecer en el campo la cizaña. Días mejores resurgieron para la Esposa de Cristo. La virtud de las promesas que posee se manifestó, mas tú, "amigo del Esposo" tienes la gloria de haber contribuido en gran manera a volver a la casa de Dios su antiguo brillo.

Ideas aseglaradas habían penetrado en el santuario; los grandes de la tierra se decían: Poseámosle como herencia nuestra. Y la Iglesia que sobre todo debe ser libre, era esclava de los señores del mundo. En esta crisis los vicios a los cuales la debilidad humana está tan entregada habían mancillado el templo. Mas el Señor se acordó de aquella a la que él se ha entregado. Para levantar tantas ruinas se sirvió de brazos mortales y tú, oh Pedro, fuiste escogido entre los primeros para ayudar a Cristo a extirpar a tantos males. Esperando el día en que Gregorio VII tome las Llaves en su mano fuerte y fiel, tu ejemplo y tu trabajo le preparan el camino. Ahora que ya llegaste, al término de tus trabajos, vela por la Iglesia de Dios, con el celo con que el señor te ha distinguido. Desde lo alto del cielo comunica a los Pastores esta energía apostólica sin la cual no se vence el mal. Mantén puras las costumbres sacerdotales que son la sal de la tierra. Fortalece en los rebaños el respeto, la fidelidad y la obediencia a los que les conducen al puerto de salvación. Fuiste en medio de un siglo corrompido no solamente un Apóstol, sino también el ejemplar de la penitencia cristiana, concédenos reparar con obras satisfactorias, nuestros pecados y los castigos por ellos merecidos. Aviva en nuestras almas el recuerdo de los sufrimientos de nuestro Redentor, a fin de encontrar en su Pasión una fuente inagotable de arrepentimiento y de esperanza. Acrecienta nuestra confianza en María, refugio de pecadores y concédenos participar de la ternura filial de que tú estuviste animado para con Ella, por el celo con que has publicado sus grandezas. 


Del Año Litúrgico de Dom Guéranger


miércoles, 22 de febrero de 2017

22 de Febrero: LA CATEDRA DE SAN PEDRO EN ANTIOQUIA

FIESTA DE LA CÁTEDRA EN ANTIOQUÍA

Por segunda vez la Iglesia festeja la cátedra de San Pedro; hoy no se celebra su pontificado en Roma, sino su episcopado en Antioquía. La estancia que el Príncipe de los Apóstoles hizo en esta última ciudad, fué para ella la mayor gloria que tuvo desde su fundación; este período ocupa gran parte de la vida de San Pedro, por eso merere que los cristianos la celebren. 


EL CRISTIANISMO EN ANTIOQUÍA 


Cornelio había recibido el bautismo en Cesárea de manos de San Pedro; y la entrada de este romano en la Iglesia anunciaba que había llegado el momento en que el cristianismo iba a extenderse fuera del pueblo judío. Algunos discípulos de los que San Lucas nos ha conservado los nombres, intentaron un ensayo de predicación en Antioquía y el éxito que obtuvieron inclinó a los Apóstoles a enviar a Bernabé de Jerusalén a esta ciudad. 

Al llegar, éste no tardó en unírsele un judío convertido hacía pocos años y conocido aún con el nombre de Saulo, que más tarde cambió por el de Pablo y le hizo tan famoso en toda la Iglesia. La palabra de estos dos hombres apostólicos suscitó en el seno de los gentiles nuevas conversiones y se pudo prever que pronto el centro de la religión no sería Jerusalén sino Antioquía. 

El Evangelio se propagaba entre los Gentiles e iba avanzando la ciudad ingrata que no había conocido el tiempo de su visita.


SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA


Toda la tradición concorde nos transmitió como cierto, que San Pedro tuvo su residencia en esta tercera ciudad del Imperio Romano, cuando la fe de Cristo tomó gran incremento en ella como hemos dicho al principio. Este cambio de lugar, este desplazamiento de la cátedra primada mostraron, que la Iglesia avanzaba en sus destinos y abandonando el estrecho recinto de Sión, se dirigía hacia la humanidad entera. 

Sabemos por el Papa Inocencio I que en Antioquía tuvo lugar una reunión de Apóstoles. En adelante sería hacia la gentilidad hacia donde el espíritu Santo dirigiría su soplo divino empujando aquellas nubes simbólicas en las cuales Isaías vió la figura de los Santos Apóstoles San Inocencio, a cuyo testimonio se une el de Vigila, Obispo de Thapso, nos dice que hay que aplicar al testimonio de la reunión de San Pedro y de los Apóstoles en Antioquía, lo que dice San Lucas en los Hechos: que después de estas conversiones en masa de los gentiles, los discípulos de Cristo comenzaron a llamarse cristianos. 

LAS TRES CÁTEDRAS DE SAN PEDRO


Antioquía llegó a ser la sede de San Pedro. Allí residerá en adelante, desde allí irá a evangelizar diversas provincias de Asia; y allí volverá para acabar la fundación de esta noble Iglesia. Alejandría la segunda ciudad del Imperio, también reclama a su vez el honor de poseer la sede primada, cuando humilló su cerviz al yugo de Cristo; pero Roma, preparada, por Dios, para ser la emperatriz del mundo, tiene más derechos todavía. 

Pedro se puso en camino, llevando consigo los destinos de la Iglesia; donde se detenga, donde muera, allí dejará su sucesión. En un momento dado se marchó de Antioquía y dejó como Obispo a Evodio. Evodio será el sucesor de San Pedro y a la vez Obispo de Antioquía; pero su Iglesia no heredará la primacía que Pedro lleva consigo. El príncipe de los Apóstoles designa a Marcos, su discípulo, para que tome posesión de Alejandría en su nombre; y esta Iglesia será la segunda del universo, elevada un grado más que la de Antioquía, por la voluntad de Pedro, que, con todo eso, no dará su sede a nadie. 

Irá a Roma, fijará allí su cátedra, y vivirá, enseñará y regirá perpetuamente a sus sucesores. Tal es el origen de las tres grandes cátedras patriarcales, tan veneradas en la antigüedad; la primera, Roma, investida de la plenitud de los derechos del príncipe de los apóstoles, que les ha transmitido al morir. La segunda, Alejandría, que debe su preeminencia a la distinción que Pedro, se ha dignado hacer de ella adoptándola por la segunda; la tercera, Antioquía, él mismo se sentó en persona, cuando al renunciar a Jerusalén, concedió a la gentilidad la gracia de la adopción. Si pues Antioquía cede en rango a Alejandría, esta última la es inferior, en cuanto que tuvo el honor de haber poseído la persona a quien Cristo había investido con el cargo del pastor supremo. Era, pues, justo que la Iglesia honrase a Antioquía por la gloria que tuvo de ser temporalmente el centro de la sociedad; y tal es la intención de la fiesta que celebramos hoy.

NUESTRAS OBLIGACIONES CON LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO


Las solemnidades dedicadas a San Pedro deben interesar de modo particular a los hijos de la Iglesia; la fiesta del padre es siempre también de la familia; pues de él depende su vida y su existencia. Si no hay más que un rebaño, es porque no hay más que un pastor; honremos pues, las prerrogativas divinas de San Pedro, a las cuales debe el cristianismo su conversión, y amemos y recibamos con interés las obligaciones que tenemos con la sede apostólica. 

Cuando celebramos la cátedra romana, reconocemos cómo se enseña la fe, se conserva y se propaga por la Iglesia-Madre en la cual residen las promesas hechas a Pedro. Honremos hoy a la Sede Apostólica, como fuente única del poder legítimo por el que los pueblos son regidos y gobernados para su salvación eterna. 


PODERES DE PEDRO. — El Salvador dijo a Pedro: "Te daré las llaves del reino de los cielos es decir, de la Iglesia." También le dijo: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas". Pedro es pues, el príncipe; porque las llaves, en la escritura significan primacía; es pues, el pastor, y pastor universal: porque en el rebaño no hay más que ovejas y corderos. Pero, por voluntad de Dios, encontramos otros pastores en todas partes: Son los Obispos, "sobre quienes se ha posado el Espíritu Santo para que gobierne la Iglesia de Dios", gobiernan en nombre del pastor común a la cristiandad y son también Pastores. Pero ¿cómo las llaves, que son patrimonio de Pedro, pueden encontrarse en manos distintas de las suyas? La Iglesia Católica nos explica este misterio en los monumentos de su Tradición. Nos dice por Tertuliano que "que el Señor ha dado las Llave a Pedro, y por él a la Iglesia'"; por S. Optato de Mileve que, "por el bien de la unidad, Pedro ha sido preferido a los demás Apóstoles, y ha recibido solo las Llaves del Reino de los cielos, para comunicárselas a los otros"; por S. Gregorio de Niza, "que Cristo ha dado por Pedro a los Obispos las Llaves de su celeste prerrogativa'"; por S. León Magno que, "el Salvador ha dado por Pedro a los demás príncipes de la Iglesia todo lo que le ha parecido conveniente". 



PODERES DE LOS OBISPOS. — El Episcopado es siempre sagrado; se remonta a Cristo por Pedro y sus sucesores; por eso la tradición católica nos lo atestigua de una manera sorprendente, al aplaudir el lenguaje de los Pontífices Romanos que no han cesado de declarar, desde los primeros siglos que la dignidad de los Obispos estaba llamada a compartir su propia solicitud, in partern sollicitudinis vocatos. Por eso S. Cipriano no duda en decir "que el Señor, queriendo establecer la dignidad episcopal y constituir la Iglesia, dice a Pedro: Te daré las Llaves del Reino de los cielos; de aquí nace la institución de los Obispos y la disposición de la Iglesia". Esto es lo que repite, a coro con el Obispo de Cartago, S. Cesáreo de Arlés en las Gaules, en el siglo v, cuando escribe al santo papa Símaco: "Fíjate que el episcopado tiene su fuente en la persona del bienaventurado Apóstol Pedro, y nace de allí, por una consecuencia necesaria, que toca a su Santidad, señalar a las diversas iglesias las reglas a las cuales deben conformarse'". Esa doctrina fundamental, que S. León Magno ha formulado con tanta autoridad y elocuencia y que es en otros términos la misma que venimos mostrando continuamente por la tradición, se encuentra mandada a las iglesias antes de S. León en las magníficas Cartas de S. Inocencio I, que ha llegado hasta nosotros. Por eso escribe en el Concilio de Cartago que, "el Episcopado y toda su autoridad emanan del Colegio Apostólico"; en el Concilio de Mileve "que los Obispos deben considerar a Pedro como fuente de su nombre y de Su dignidad"; a S. Victricio, Obispo de Rouen, que "el Apostolado y el Episcopado tienen su origen en Pedro". No vamos a componer aquí un tratado polémico; nuestro objeto, alegando estos títulos magníficos de la Cátedra de S. Pedro, no es otro que avivar en el corazón de los fieles la veneración y acatamiento de que deben estar animados hacia ella. Pero es necesario que conozcan la fuente de la autoridad espiritual que, en sus diversos grados, les rige y les santifica. Todo dimana de Pedro, todo procede del Pontífice Romano en el cual Pedro se continuará hasta el fin de los siglos. Jesucristo es el príncipe del Episcopado, el Espíritu Santo establece los Obispos; pero la misión, la institución que señala al Pastor su rebaño y al rebaño su Pastor, la dan Jesucristo y el Espíritu Santo por el ministerio de Pedro y de sus sucesores. 



TRASMISIÓN DEL PODER DE LAS LLAVES. — ¡Qué divina y sagrada es la autoridad de las Llaves, pues descendiendo del cielo al Pontífice Romano, se deriva de él por los Prelados de las Iglesias sobre toda la sociedad cristiana que ella debe regir y santificar! El modo de transmitirse por el Colegio Apostólico ha podido variar según los siglos; pero todo poder emana de la Cátedra de Pedro. Al principio había tres Cátedras: Roma, Alejandría y Antioquía; las tres, fuentes de la institución canónica para los Obispos de su dependencia; mas las tres tenidas como otras tantas Cátedras de Pedro fundadas por él para presidir como dice S. León, S. Gelasio, y S. Gregorio. Pero entre estas tres Cátedras, el Pontífice que se sentaba en la primera era quien recibía del cielo su institución, mientras que los otros dos Patriarcas ejercían sus derechos después de haber sido reconocidos y confirmados por el que ocupaba en Roma el lugar de Pedro. Más tarde se quiso añadir dos nuevas cátedras a las tres primeras pero Constantinopla y Jerusalén no llegaron a tal honor sino con el asentimiento del Pontífice Romano. Con el fin de que los hombres no confundiesen las distinciones accidentales con las cuales habían sido decoradas estas diversas iglesias, con la prerrogativa de la Iglesia Romana, Dios permitió que las Sedes de Alejandría, de Antioquía, de Constantinopla, de Jerusalén fuesen mancilladas con la herejía; y que llegando a ser cátedras de error, dejasen de trasmitir la misión legítima desde el momento en que alteraron la fe que Roma las había trasmitido con la vida. Nuestros Padres han visto caer sucesivamente estas columnas antiguas que la mano paternal de Pedro había erigido; pero sus ruinas atestiguan más claramente, cuán sólido es el edificio que la mano de Cristo ha levantado sobre Pedro. El misterio de la unidad es revelado con mayor claridad y Roma reservándose para sí los favores que ella había concedido a las iglesias que la habían tenido por madre común, no ha hecho sino darnos con más claridad el principio único del poder pastoral. 



DEBERES DE RESPETO Y DE SUMISIÓN. — A nosotros, sacerdotes y fieles, nos toca informarnos de la fuente en que nuestros pastores han tomado su poder, de la mano que les ha trasmitido las Llaves. Su misión ¿emana de la Sede Apostólica? Si fuere así, vienen de parte de Cristo que les ha confiado por Pedro su autoridad; honrémosles, estémosles sumisos. Si se presentan sin ser enviados por el Pontífice Romano no nos juntemos a ellos; porque Cristo no los conoce. Aunque estén revestidos del carácter sagrado que confiere la unción episcopal, no son nada en el orden pastoral; las ovejas fieles deben alejarse de ellos. Por eso el divino fundador de la Iglesia no se contentó con determinar la visibilidad como carácter esencial, a fin de que ella fuese la Ciudad edificada sobre la montaña y que atrae todas las miradas; quiso también que el poder celestial que ejercen los pastores se derivase de una fuente visible; para que cada fiel pudiese comprobar los títulos de los que se presentan a él para reclamar su alma en nombre de Cristo. El Señor no podía hacer menos por nosotros puesto que por otra parte exigirá de nosotros en el último día que seamos miembros de su Iglesia y que hayamos vivido en unión con El por el ministerio de Pastores legítimos. ¡Honor, pues, y sumisión a Cristo en su Vicario!; ¡honor y sumisión al Vicario de Cristo en los pastores que envía! 



ALABANZA. — Gloria a ti príncipe de los Apóstoles y a tu Cátedra de Antioquía desde la cual presidiste los destinos de la Iglesia universal. ¡Qué magníficas son las estaciones de tu Apostolado! ¡Jerusalén, Antioquía, Alejandría, por tu discípulo Marcos y Roma en fin, por ti mismo; he aquí las ciudades que honras con tu Sede augusta. Después de Roma, ninguna te poseyó tan largo tiempo como Antioquía; es, pues, justo que honremos a esta Iglesia que fué un tiempo para ti la madre de las otras. ¡Ay! hoy ha perdido su hermosura, la fe ha desaparecido de su seno y el yugo del musulmán pesa sobre ella. Sálvala, Pedro, sométela a la Silla Romana, sobre la que te has sentado, no por un número limitado de años sino hasta la consumación de los siglos. Inmutable roca de la Iglesia, las tempestades se han desencadenado contra ti y nuestros ojos han visto más de una vez la Cátedra inmortal trasladada lejos de Roma. Entonces nos hemos acordado de las hermosas palabras de S. Ambrosio: "Donde está Pedro, allí está tu Iglesia", y nuestros corazones no se han turbado, pues sabemos que Pedro ha escogido a Roma por divina inspiración, por el suelo donde repose su Silla para siempre. Ninguna voluntad humana podrá separar lo que Dios ha unido; el Obispo de Roma será siempre el Vicario de Jesucristo, y el Vicario de Cristo aunque le desterrase la violencia sacrilega de los perseguidores, será siempre el Obispo de Roma. 



SÚPLICA. — Calma las tempestades, ¡oh Pedro! para que los débiles no vacilen; ruega al Señor que la residencia de tu sucesor no salga de esta ciudad que tú escogiste y elevaste a tantos honores. Si los habitantes de esta ciudad reina han merecido ser castigados por olvidar sus deberes, perdónalos en consideración al universo católico, que su fe, como en los días en que Pablo tu hermano, les enviaba su Epístola, llegue a ser célebre en el mundo entero.



Año Litúrgico (Dom Guéranger)