domingo, 31 de diciembre de 2017

1 de enero: LA CIRCUNCISION DE NUESTRO SEÑOR Y LA OCTAVA DE NAVIDAD. Dom Próspero Gueranguer



LOS MISTERIOS DE ESTE DÍA. — Ha llegado el octavo día del Nacimiento del Salvador; los Magos se acercan a Belén; cinco días más y la estrella se detendrá sobre el lugar donde descansa el divino Niño. Hoy, el Hijo del hombre debe ser circuncidado, subrayando con este primer sacrificio de su carne inocente, el octavo día de su vida mortal. Hoy, le van a poner un nombre; y este nombre será el de Jesús, que quiere decir Salvador. En este gran día, se aglomeran los misterios; recojámoslos todos, y honrémoslos con toda la devoción y ternura de nuestros corazones. Pero, este día no está únicamente dedicado a celebrar la Circuncisión de Jesús; el misterio de esta Circuncisión forma parte de otro mayor todavía, el de la Encarnación e Infancia del Salvador; misterio que absorbe continuamente a la Iglesia no sólo durante esta Octava, sino en los cuarenta días del Tiempo de Navidad. Por otra parte, es conveniente que honremos con una fiesta especial la imposición del nombre de Jesús, fiesta que pronto celebraremos. Este solemne día conmemora aún otro objeto digno de excitar la piedad de los fieles. Este objeto es María, Madre de Dios. La Iglesia celebra hoy de un modo especial ese augusto privilegio de la Maternidad divina, otorgado a una simple criatura, cooperadora en la gran obra de la salvación de los hombres. Antiguamente, la Santa Iglesia romana celebraba dos misas el día 1de enero: una por la Octava de Navidad, otra en honor de María. Más tarde, las reunió en una sola, del mismo modo que unió en el Oficio de este día los testimonios de su admiración hacia el Hijo, con las expresiones de su admiración y tierna confianza para con la Madre. En su afán de rendir el tributo de sus homenajes a la que nos dió al Emmanuel, la Iglesia griega no espera al octavo día del Nacimiento del Verbo hecho carne. En su impaciencia, consagra a María el mismo día siguiente de Navidad, el 26 de diciembre, con el título de Sínaxis de la Madre de Dios, reuniendo esas dos fiestas en una sola, y celebrando a San Esteban el día 27 de diciembre.

LA MATERNIDAD DIVINA. — Por lo que toca a nosotros, hijos primogénitos de la Santa Iglesia romana, volquemos hoy en la Virgen Madre todo el amor de nuestros corazones, y unámonos a la felicidad que ella experimenta por haber dado a luz a su Señor que es también nuestro. Durante el santo Tiempo de Adviento la hemos contemplado encinta del Salvador del mundo; hemos realzado la excelsa dignidad de esta Arca de la nueva Alianza que ofrecía su casto seno, a la Majestad del Rey de los siglos, como si fuera otro cielo. Ahora acaba de dar a luz a este Niño Dios; le adora, pero es también su Madre. Tiene derecho a llamarle Hijo suyo; y El, aun siendo verdadero Dios, le llamará de verdad Madre. No nos cause, pues, extrañeza, que la Iglesia cante con tanto entusiasmo a María y a sus glorias. Pensemos más bien, que todos los elogios que puede tributarle, todos los homenajes que en su culto puede ofrecerle, quedan siempre muy por debajo de lo que realmente es debido a la Madre del Dios encarnado. Ningún mortal llegará nunca a describir, ni aun a comprender, la gloria que encierra en sí ese sublime privilegio. Efectivamente, dimanando la dignidad de María de su cualidad de Madre de Dios, sería necesario para abarcarla en toda su extensión, que comprendiésemos previamente a la misma Divinidad. Es a Dios a quien María dió la naturaleza humana; es a Dios a quien tuvo por Hijo; es Dios quien tuvo a gala el estarla sujeto, en cuanto hombre; el valor de tan alta dignidad en una simple criatura, no puede, por tanto, ser apreciado sino es relacionándolo con la infinita perfección del soberano Señor que se digna ponerse a sus órdenes. Anonadémonos, pues, en presencia de la Majestad^ divina, y humillémonos ante la soberana dignidad de la que escogió por Madre.

Si nos ponemos ahora a pensar en los sentimientos que embargaban a María ante una situación semejante con respecto a su divino Hijo, quedaremos pasmados ante la sublimidad del misterio. Ella ama a ese Hijo a quien da el pecho, a quien tiene en sus brazos, a quien aprieta contra su corazón, le ama porque es el fruto de sus entrañas; le ama porque es su madre, y la madre ama a su hijo como a si misma y más que a sí misma; pero cuando considera la infinita majestad del que así se confía a su amor y a sus caricias, tiembla y se siente desfallecer, hasta que su corazón de Madre le tranquiliza con el recuerdo de los nueve meses que ese Niño pasó en su seno, y de la filial sonrisa que tuvo para ella en el momento de darlo a luz. Estos dos sublimes sentimientos de la religión y de la maternidad, tienen en su corazón un solo y divino objeto. ¿Puede imaginarse algo más excelso que esta dignidad de Madre de Dios? ¿No teníamos razón al decir, que para comprenderla tal como es en realidad, habríamos de comprender al mismo Dios, el único que pudo concebirla en su infinita sabiduría y hacerla realidad con su poder ilimitado? ¡Una Madre de Dios! ese es el misterio cuya realización esperaba el mundo desde hace tantos siglos; la obra, que a los ojos de Dios, sobrepasaba infinitamente en importancia a la creación de millones de mundos. Una creación no es nada para su poder; habla, y todas las cosas son hechas. Mas, para hacer a una criatura Madre de Dios, tuvo no sólo que trastornar todas las leyes de la naturaleza, haciendo fecunda la virginidad, sino sujetarse El mismo con relaciones filiales a la feliz criatura que se escogió. Le concedió derechos sobre El y aceptó deberes para con ella; en una palabra, se hizo su Hijo, e hizo de ella su Madre.

De aquí se sigue que, los beneficios de la Encarnación que debemos al amor del Verbo divino, podemos y debemos en justicia referirlos también a María en sentido verdadero, aunque secundario. Si es Madre de Dios, lo es por haber consentido en serlo. Dios se dignó no sólo aguardar ese consentimiento, sino también hacer depender de él la venida en carne de su Hijo. Así como el Verbo eterno pronunció sobre el caos la palabra FIAT, y la creación salió de la nada para obedecerle; del mismo modo, Dios estuvo esperando a que María pronunciase la palabra FIAT, hágase en mí según tu palabra, para que su propio Hijo bajase a su casto seno. Por consiguiente, después de Dios, a María debemos el Emmanuel. Esta necesidad ineludible, en el plan sublime de la redención, de que exista una Madre de Dios, debía desconcertar los artificios de los herejes, resueltos a privar de su gloria al Hijo de Dios. Para Nestorio, Jesús no era más que un simple mortal; su Madre no era por tanto, más que la madre de un hombre: quedaba destruido el misterio de la Encarnación. De ahí el odio de la sociedad cristiana a tan pérfido sistema. El Oriente y el Occidente proclamaron con unanimidad la unidad de persona del Verbo hecho carne, y a María como verdadera Madre de Dios, Deipara, Theotocos, por haber dado a luz a Jesucristo. Era, pues, justo que en memoria de esta señalada victoria alcanzada en el concilio de Efeso, y para manifestar la tierna devoción de los pueblos cristianos hacia la Madre de Dios, se elevaran solemnes monumentos que lo atestiguaran. Así comenzó en las Iglesias griega y latina la piadosa costumbre de unir en la fiesta de Navidad, el recuerdo de la Madre con el culto del Hijo. Fueron diversos los días dedicados a esta conmemoración; pero la intención religiosa era la misma. En Roma, el santo Papa Sixto III hizo decorar el arco triunfal de la Iglesia de Santa María ad Praesepe, la admirable Basílica de Santa María la Mayor, con un inmenso mosaico en honor de la Madre de Dios. Ese precioso testimonio de la fe del siglo v ha llegado hasta nosotros; en medio del amplio conjunto en el que figuran en su misteriosa simplicidad, los sucesos narrados en la Sagrada Escritura y los símbolos más venerables, se puede leer todavía la inscripción, que atestigua la veneración del santo Pontífice hacia María, Madre de Dios, y que dedica al pueblo fiel: SIXTUS EPISCOPUS PLEBI DEI. También se compusieron en Roma cantos especiales para celebrar el gran misterio del Verbo hecho carne en María. Magníficos Responsorios y Antífonas sirvieron de expresión a la piedad de la Iglesia y de los pueblos, trasmitiéndola a todos los siglos venideros. Entre estas piezas litúrgicas hay antífonas que la Iglesia griega canta en su lengua en estos días con nosotros, las cuales ponen de manifiesto la unidad de la fe y de sentimientos ante el gran misterio del Verbo encarnado.

La Estación se celebra en Santa María al otro lado del Tiber. Era justo honrar esta Basílica, venerable por siempre entre todas las que consagró a María la devoción de los católicos. La más antigua de las Iglesias de Roma dedicada, a la Santísima Virgen, fué consagrada por San Calixto en el siglo m, en la antigua Taberna Meritoria, lugar famoso, aun entre los autores paganos, por la fuente de aceite que de allí brotó, bajo el reinado de Augusto, y corrió hasta el Tiber. -La piedad popular vió en este suceso un símbolo de Cristo (unctus) que debía pronto nacer, la Basílica lleva hoy todavía el título de Fons olei *. , El Introito, como la mayor parte de las piezas que se cantan en la Misa, es el de Navidad, en su Misa Mayor. Celebra el Nacimiento del Niño Dios, que cumple hoy sus ocho días.

* Hasta el siglo VIII, el primer día del año se conmemoraba con una fiesta pagana. La Iglesia, la reemplazó, entre (600 y 657), por una fiesta cristiana: la Octava Domini: era una nueva fiesta de Navidad con un recuerdo especial para María, Madre de Jesús, y la Estación se hacía en Santa María ad Martyres, el Panteón de Agripa. Según algunos, esta fiesta sería la primera fiesta de María en la Liturgia romana (Ephem. Liturg, t. 47, p. 430). Los calendarios bizantinos de los siglos vil y ix, y con anterioridad el canon 17 del Concilio de Tours en 567, y el Martirologio jeronimiano (fin del siglo vi) señalan para el primero de enero, la fiesta de la Circuncisión. Además, en Francia se ayunaba ese día para alejar a: los fieles de las fiestas paganas del primero de enero. Solamente en el siglo ix aceptó la Iglesia romana la fiesta de la Circuncisión: hubo entonces doble Oficio y doble Estación, una de ellas en San Pedro.


INTROITO

Un niño nos ha nacido, y nos ha sido dado un Hijo: en sus hombros descansa el Imperio; y se llamará su nombre: Angel del gran consejo.
En la Colecta, la Iglesia celebra la fecunda virginidad de la Madre de Dios y nos muestra a María como fuente de que Dios se ha servido para derramar sobre el género humano el beneficio de la Encarnación, presentando ante el mismo Dios nuestras esperanzas fundadas en la intercesión de esta privilegiada criatura.
ORACIÓN

Oh Dios, que, por la fecunda virginidad de la Bienaventurada María, diste al género humano los premios de la salud eterna: suplicámoste, hagas que sintamos interceder por nosotros, a aquella que nos dió al Autor de la vida, a Jesucristo, tu Hijo, N. S. El cual vive y reina contigo.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a Tito. (II, 11-15.) Carísimo: La gracia de Dios, nuestro Salvador, se ha aparecido a todos los hombres, para enseñarnos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos debemos vivir sobria y justa y piadosamente en este siglo, aguardando la bienaventurada esperanza y el glorioso advenimiento del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se dió a sí mismo por nosotros, para redimirnos de todo pecado y purificar para sí un pueblo grato, seguidor de las buenas obras. Predica y aconseja estas cosas en Nuestro Señor Jesucristo.
En este día en que ponemos el principio de nuestro año civil, vienen a propósito los consejos del gran Apóstol, advirtiendo a los fieles la obligación que tienen de santificar el tiempo que se les concede. Renunciemos, pues, a los deseos mundanos; vivamos con sobriedad, justicia y piedad; nada debe distraernos del ansia de esa bienaventuranza que esperamos. El gran Dios y Salvador Jesucristo, que se nos revela estos días en su misericordia para adoctrinarnos, volverá un día en su gloria para recompensarnos. El correr del tiempo nos advierte que se acerca ese día; purifiquémonos y hagámonos un pueblo agradable a los ojos del Redentor, un pueblo dado a las buenas obras. El Gradual celebra la venida del divino Niño, invitando a todas las naciones a ensalzarle a El y a su Padre que nos le había prometido y nos le envía.

GRADUAL

Todos los confines de la tierra vieron la salud de nuestro Dios: tierra toda, canta jubilosa a Dios. — 7. El Señor manifestó su salud: reveló su justicia ante la faz de las gentes.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. — 7. Habiendo hablado Dios muchas veces a los Padres en otro tiempo por los Profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del Evangelio según San Lucas. (II, 21.) En aquel tiempo, pasados los ocho días para circuncidar al Niño, llamaron su nombre JESÚS, el cual le fué puesto por el Angel antes de que fuese concebido en el vientre.

Es circuncidado el Niño; no sólo pertenece ya a la naturaleza humana; por medio de este símbolo se hace miembro del pueblo elegido, y se consagra al servicio divino. Se somete a esta dolorosa ceremonia, a esta señal de servidumbre, con el fin de cumplir toda justicia. Recibe en cambio el nombre de JESÚS; y este nombre quiere decir SALVADOR; nos salvará, pues, mas a costa de su propia sangre. Esa es la voluntad de Dios, por El aceptada. La presencia del Verbo encarnado en la tierra tiene por finalidad llevar a cabo un Sacrificio; este Sacrificio comienza ahora. Esta primera efusión de sangre del Hijo de Dios podría bastar para que ese sacrificio fuera pleno y perfecto; pero la insensibilidad del pecador, cuyo corazón ha venido a conquistar el Emmanuel, es tan profunda, que con frecuencia sus ojos contemplarán sin conmoverse arroyos de esa sangre divina corriendo por la cruz en abundancia. Unas pocas gotas de la sangre de la circuncisión hubieran bastado para satisfacer la justicia del Padre, pero no bastan a la miseria del hombre, y el corazón del divino Niño trata ante todo de curar esa miseria. Para eso viene; amará a los hombres hasta la locura; no en vano llevará el nombre de Jesús. El Ofertorio celebra el poder del Emmanuel. En este momento en que aparece herido por el cuchillo de la circuncisión, cantemos con mayor fervor su poderlo, su riqueza y su soberanía. Celebremos también su amor, porque si viene a compartir nuestras heridas, es por el afán de sanarlas.

OFERTORIO

Tuyos son los cielos, y tuya es la tierra: tú fundaste el orbe de las tierras y su redondez: justicia y juicio son la base de su trono.

SECRETA

Aceptadas nuestras ofrendas y nuestras preces, suplicámoste, Señor, nos purifiques con tus celestiales Misterios y nos escuches clemente. Por el Señor.
Durante la Comunión, la Iglesia se regocija en el nombre del Salvador que viene, y que llena todo el significado de este nombre, rescatando a todos los habitantes de la tierra. Súplica a continuación, por medio de María, que el divino remedio de la comunión cure nuestros corazones del pecado, para que podamos ofrecer a Dios el homenaje de esa circuncisión espiritual de que habla el Apóstol.

COMUNION

Todos los confines de la tierra vieron la salud de nuestro Dios.

POSCOMUNION

Que esta Comunión, Señor, nos purifique del pecado: y, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, nos haga partícipes del celestial remedio. Por el mismo Señor.


En este octavo día del Nacimiento del divino Niño, consideremos el gran misterio de la Circuncisión que se opera en su carne. Hoy, la tierra ve correr las primicias de la sangre que la va a rescatar; hoy, el celestial Cordero que va a expiar nuestros pecados, comienza ya a sufrir por nosotros. Compadezcamos al Emmanuel, que se somete con tanta dulzura al instrumento que le imprimirá una señal de servidumbre. María, que ha velado por El con tan tierno cuidado, ha visto venir esta hora de los primeros sufrimientos de su Hijo, con un doloroso desgarro de su corazón maternal. Sabe que la justicia de Dios podría prescindir de este primer sacrificio, o bien contentarse con el valor infinito que encierra para la salvación del mundo; y a pesar de eso, es preciso que sea lacerada la carne inocente de su Hijo y que corra su sangre por sus delicados miembros. Contempla con dolor los preparativos de esa sangrienta ceremonia; no puede huir, ni consolar a su Hijo en la angustia de este primer sufrimiento. Tiene que oír sus suspiros, su gemido quejumbroso, y ver cómo corren las lágrimas por sus tiernas mejillas. "Y llorando El, dice San Buenaventura, ¿crees tú, que su Madre puede contener sus lágrimas? Llora, pues, también ella. Al verla así llorando, su Hijo, que estaba sobre su regazo, ponía su manecita en la boca y en el rostro de su Madre, como para pedirle por esa señal que no llorase; pues El, que la amaba con tanta ternura, quería que no llorase. Por su parte, esta dulce Madre cuyas entrañas estaban totalmente conmovidas por el dolor y las lágrimas de su Hijo, le consolaba probablemente con sus gestos y palabras. En realidad, como era muy prudente conocía muy bien su voluntad aunque no le hablara, y así le decía: Hijo mío, si quieres que acabe de llorar, termina tú también, porque llorando tú, yo no puedo menos de llorar. Y entonces, por compasión hacia su Madre, dejaba de gemir el pequeñuelo. La Madre le enjugaba el rostro, y secábase también el suyo; luego acercaba su cara a la del niño, le daba el pecho, y le consolaba de cuantas maneras podía" '. ¿Con qué pagaremos nosotros ahora al Salvador de nuestras almas, por la Circuncisión que se ha dignado sufrir para demostrarnos el amor que nos tiene? Debemos seguir el consejo del Apóstol (Col., II, 11), y circuncidar nuestro corazón de todos sus malos afectos, estirpar el pecado y sus concupiscencias, vivir finalmente de esa nueva vida, cuyo sencillo y sublime modelo nos viene a traer Jesús desde lo alto. Procuremos consolarle en este su primer dolor, y estemos cada vez más atentos a los ejemplos que nos ofrece.

sábado, 30 de diciembre de 2017

DOMINGO DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger



Este es el único de todos los días de la Octava de Navidad que no está ocupado con una fiesta. En las Octavas de Epifanía, Pascua y Pentecostés, la Iglesia se halla de tal manera embebida en la grandeza del misterio, que aleja de sí todo recuerdo que pudiera distraerla; en la de Navidad, por el contrario, abundan las fiestas, apareciendo el Emmanuel rodeado siempre del cortejo de sus siervos. De este modo la Iglesia, o más bien Dios mismo, primer autor del ciclo, nos ha querido mostrar cuán accesible se presenta en su Nacimiento el divino Niño, el Verbo hecho carne, a la humanidad a la que va a salvar.

M I S A

Fué en medio de la noche, cuando el Señor libertó a su pueblo de la cautividad en la tierra de los Egipcios, por medio de su Angel armado de la espada; de modo semejante, en medio del silencio de la noche, el Angel del Gran Consejo bajó de su real trono para traer la misericordia a la tierra. Es justo que la Iglesia, al celebrar esta última venida, cante al Emmanuel, revestido de fortaleza y hermosura, el cual viene a tomar posesión de su Imperio.

INTROITO

Cuando todas las cosas dormían en profundo sueño, y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu omnipotente Verbo, Señor, vino del cielo, desde su trono real. Salmo: El Señor reinó, se vistió de hermosura: el Señor se vistió y ciñó de fortaleza. — V. Gloria al Padre.

En la Colecta, pide la Iglesia ser dirigida conforme a la excelsa regla que nos ha sido dada en nuestro divino Sol de justicia, con el fin de iluminar y conducir todos nuestros pasos por el camino de las buenas obras.

ORACIÓN

Omnipotente y sempiterno Dios, dirige nuestros actos conforme a tu beneplácito: para que, en nombre de tu amado Hijo, merezcamos abundar en buenas obras. El cual vive y reina contigo.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Gálatas. (IV, 1-7.)

Hermanos: Mientras el heredero es niño, en nada difiere del siervo, aunque es el señor de todo, sino que está bajo tutores y celadores, hasta el tiempo señalado por el Padre. Así también nosotros cuando éramos niños, servíamos bajo los rudimentos del mundo. Mas, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho de mujer, sujeto a la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Mas, porque sois hijos, envió Dios el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, el cual clama: ¡Abba, Padre! Ya no hay, pues, siervo sino hijo; y, si hijo, también heredero por Dios.

El Niño, nacido de María, recostado en el pesebre de Belén, eleva su débil voz hacia el Padre de los siglos, y le llama ¡Padre mío! Se vuelve a nosotros y nos dice ¡Hermanos míos! Por consiguiente, también nosotros podemos decir Padre nuestro, al dirigirnos a su eterno Padre. Este es el misterio de la adopción divina que se nos revela estos días. Todo ha cambiado en el cielo y en la tierra: Dios no tiene solamente un Hijo, sino muchos; en adelante, no somos en su presencia simples criaturas sacadas de la nada, sino hijos de su amor. El cielo no es sólo el trono de su gloria; sino también herencia nuestra; tenemos allí nuestra parte asegurada junto a la de Jesús, nuestro hermano, hijo de María, hijo de Eva, hijo de Adán por su naturaleza humana, como es al mismo tiempo en unidad de persona, Hijo de Dios por su naturaleza divina, Pensemos sucesivamente en el bendito Niño que nos ha merecido todos estos bienes, y la herencia a que nos ha dado derecho. Maravíllese nuestro espíritu de tan alta distinción concedida a simples criaturas, y demos gracias a Dios por tan incomprensible beneficio.

GRADUAL

Eres el más hermoso de los hijos de los hombres: la gracia está pintada en tus labios. — V. Mi corazón rebosa palabras buenas, dedico mis obras al Rey: mi lengua es como la pluma de un escribiente veloz.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. — V. El Señor reinó, se vistió de hermosura: el Señor se vistió de fortaleza y se ciñó de poder. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas. OI, 33-40.)

En aquel tiempo, José y María, la Madre de Jesús, estaban admirados de las cosas que se declan de El:, Y les bendijo Simeón, y dijo a su Madre María. He aquí que éste ha sido puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para señal a la que se contradecirá; y una espada traspasará tu misma alma, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. Y estaba (allí) Ana, profetisa, hija de Fanuel. de la tribu de Aser, la cual era de edad avanzada, y habla vivido siete años con su marido desde su virginidad. Y era ya viuda de ochenta y cuatro años, y no se apartaba del templo, sirviendo en él día y noche con ayunos y oraciones. También ella, llegando a la misma hora, alababa al Señor, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención de Israel. Y, cuando cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el Niño crecía, y se fortalecía, lleno de sabiduría: y la gracia de Dios estaba con él.

El curso de los relatos evangélicos obliga a la Iglesia a presentarnos ya al divino Niño en brazos de Simeón, quien profetiza a María la suerte futura del hijo que ha dado al mundo. Aquel cocorazón de madre, completamente sumergido en las alegrías de tan maravilloso nacimiento, siente ya la espada que la anuncia el anciano del templo. El hijo de sus entrañas habrá de ser, por tanto, una señal de contradicción en la tierra; el misterio de la adopción divina del género humano no podrá realizarse sino por medio del sacrificio de este Niño cuando llegue a hombre. Mas, nosotros, redimidos por su sangre, no debemos precipitar demasiado los acontecimientos. Tiempo tendremos de contemplar al Ernmanuel en medio de los trabajos y sinsabores; hoy se nos permite todavía no ver en El más que al Niño que nos ha nacido y alegrarnos con su venida. Oigamos a Ana que nos habla de la redención de Israel. Consideremos la tierra, regenerada con el nacimiento de su Salvador; admiremos y estudiemos con humilde amor, a Jesús, lleno de sabiduría y de gracia y que acaba de nacer ante nosotros.

Durante el Ofertorio, la Iglesia canta la maravillosa renovación operada en este mundo, al que ha librado de la ruina; celebra al Dios poderoso que ha bajado al establo, sin que por eso deje su trono eterno.

OFERTORIO

Dios afirmó el orbe de la tierra, que no se conmoverá: tu asiento, oh Dios, está seguro, desde entonces; tú existes eternamente.

SECRETA

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que el don ofrecido ante los ojos de tu majestad, nos obtenga la gracia de una piadosa devoción, y nos adquiera la posesión de una eternidad dichosa. Por el Señor.

Durante la distribución del sagrado manjar, a los fieles, la Iglesia canta las palabras del Angel a José. Les entrega ese Niño, para que le lleven en sus corazones, y les recomienda que le protejan contra las emboscadas que le tienden sus enemigos. Cuide, pues, el cristiano de que no se lo arrebaten; aniquile, con su vigilancia y buenas obras, al pecado que podría hacer morir a Jesús en su alma. Por eso, en la Oración siguiente, pide la Iglesia la destrucción de nuestros vicios y la realización de nuestros virtuosos deseos.

COMUNIÓN

Toma al Niño y a su Madre, y vete a la tierra de Israel: porque ya han muerto los que buscaban la vida del Niño.

POSCOMUNION .

Haz, Señor, que, por la virtud de este Misterio, sean purificados nuestros pecados y se realicen nuestros justos anhelos. Por el Señor.

viernes, 29 de diciembre de 2017

30 de diciembre: S. SABINO, OBISPO Y SUS COMPAÑEROS, MÁRTIRES. Flos Sanctorvm Santoral



(+304) La rabia y crueldad de los gentiles contra los fieles habían llegado a tal extremo en tiempo de Diocleciano y Maximiano, que por edicto imperial se habían puesto ídolos en todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los caminos, en los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos, para que nadie pudiese tomar agua, moler trigo ni comprar cosa alguna sin que hubiese adorado antes a los simulacros de los falsos dioses. Pero el Señor suscitaba ilustres héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus prodigios, alentaban a los fieles a menospreciar todos los artificios de aquella tiranía infernal: y uno de estos héroes cristianos fué el admirable san Sabino, obispo de Espoleto en Umbría: el cual, cuando más arreciaba la persecución, y se veían en todas partes horcas levantadas, hogueras encendidas, potros, calderas de aceite hirviendo, uñas de hierro y otras invenciones de torturas, recorrió todas las ciudades y pueblos de la provincia, consolando y esforzando a los fieles, con sus exhortaciones y con los santos sacramentos. Noticioso al fin el gobernador de Toscana, llamado Venustiano, de que el obispo Sabino estaba en Asís y que no cesaba día y noche de alentar a los cristianos y visitar aun a los que estaban escondidos en cuevas subterráneas, pasó a Asís y le hizo buscar y prender juntamente con Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y cargado de cadenas los encerró en una horrorosa cárcel. Pocos días después los hizo presentar a su tribunal, y les mandó adorar una pequeña estatua de Júpiter, hecha de coral y de oro: y el santo, tomando el ídolo €n sus manos, lo arrojó al suelo, y lo hizo pedazos. Ordenó el presidente que allí mismo le cortasen las manos al santo obispo, y extendiesen en el potro a Exuperancio y a Marcelo y los moliesen a palos hasta matarlos, a los cuales no cesó de animar Sabino hasta que murieron. Serena, dama cristiana y riquísima, visitó al santo en la cárcel, y le rogó que curase a un sobrino que estaba ciego, y el mártir le alcanzó luego la vista. Con este milagro se convirtieron quince presos. También el gobernador Venustiano fué atormentado con grandes dolores en los ojos, por espacio de un mes, y por esta causa no pasó adelante en el suplicio del santo obispo, y como el dolor creciese cada día, y le dijesen que Sabino acababa de dar la vista a un ciego, fué a la cárcel con su mujer y dos hijos y rogó al santo que le perdonase los tormentos que le había hecho sufrir, y le aliviase los que él padecía en los ojos. Respondióle el santo que alcanzaría esta gracia si quería creer en Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador el partido, y arrojando al río los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo que le instruyese en la fe, y al instante se halló curado, y recibió el bautismo con toda su familia: lo que habiendo llegado a oídos del emperador, mandó que les cortasen la cabeza. Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano, hizo conducir a Espoleto a san Sabino, donde le mandó azotar con látigos forrados de plomo, hasta que expiró.

Reflexión: ¡Cuánta verdad es que jamás Dios se deja vencer en generosidad de sus siervos! Si como san Sabino resiste denodado y confiesa su fe, parece que pone a su disposición toda su omnipotencia, según, son los milagros y conversiones que obra. Por muchos sacrificios que hagas por El, siempre serán mayores las gracias que te conceda.


Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve tus ojos compasivos sobre nuestra debilidad, y pues nos agrava el peso de nuestras miserias, concédenos la protección del bienaventurado Sabino, tu mártir y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

jueves, 28 de diciembre de 2017

29 de diciembre: STO. TOMÁS DE CANTORBERY, ARZOBISPO Y MÁRTIR. Flos Sanctorvm Santoral



(+1170) El invicto defensor de la inmunidad eclesiástica y glorioso mártir de Cristo santo Tomás, nació en Londres de padres nobles, ricos y piadosos. Aprendió desde niño las bellas letras con grande aprovechamiento, y ya desde joven fué de loables costumbres, de gentil disposición, hermoso de rostro, en sus palabras modesto y grave, y tan amigo de la verdad, que ni aun burlando se apartaba de ella. Con tales prendas tanto se hizo amar del arzobispo de Cantorbery que el' buen prelado le admitió en su servicio, y le hizo arcediano de su iglesia, y luego por consejo suyo el rey Enrique II le hizo su cancelario y le confió la educación de su - hijo, llamado también Enrique; y muerto el arzobispo, quiso a todo trance que ocupara la sede primada de Cantorbery, Tomás su cancelario, a pesar de su firme resistencia. Hecho arzobispo, asistió a un concilio celebrado en Tours, en que presidió el papa Alejandro III: y vuelto a Inglaterra, tuvo que luchar denodadamente contra el' rey, su grande amigo y protector; el cual pretendía dar algunas leyes muy perjudiciales a la Iglesia y contrarias a su divina autoridad. Tomó el rey grandes medios de promesas y amenazas, de blanduras y espantos para atraer al santo prelado a su voluntad; mas todo fué inútil; con lo cual es increíble el odio que tomó contra el santo, teniéndole por ingrato y desconocido a las mercedes que le había hecho. Para evitar mayores males, salió de Inglaterra el santo arzobispo y pasó a Flandes. Sintiólo el rey; dio contra él quejas al Papa; quiso este oír al prelado, para lo cual pasó a Roma, en donde el pontífice le oyó, y le animó a seguir en su buen propósito; mas para aplacar al rey, le aconsejó que se recogiese a una casa religiosa, como lo hizo, retirándose a un monasterio de la orden del Císter en Francia. Y como el rey amenazase a los monjes cistercienses de toda Inglaterra con echarles de su reino, el santo, por no serles ocasión de tan grave daño, dejó aquel monasterio, y pasó a otro. Finalmente, después de muchas alteraciones v dificultades, el rey de Francia con ruegos y el papa con amenazas apretaron tanto a Enrique, que se aplacó, se reconcilió con el santo arzobispo, y le dio licencia para volver a Inglaterra, donde fué recibido con grande fiesta y alegría de los buenos y no menor pesar de los malos. Continuó el santo su oficio pastoral con la misma entereza que ante sus adversarios, por hacer placer al príncipe, determinaron acabar con él y darle muerte. Estando, pues, santo Tomás en la iglesia, entraron en ella aquellos crueles verdugos, arremetieron contra él, y uno de ellos le descargó con la espada un fiero golpe en la cabeza, y tras él otros, hasta que cayó en el suelo, el cual quedó manchado con el cerebro del invicto mártir.

Reflexión: Actos heroicos reclama a veces de nosotros la justicia. Por defenderla hay que perder quizás como este santo, el valimiento de los príncipes, alejarse de la patria, y vivir en suma miseria en extraño suelo. Pero ¡cuánto no ensancha el corazón la amorosa providencia que Dios tiene de los suyos! Ya él nos lo había dado a entender diciéndonos que eran bienaventurados los que padecían persecución por la justicia, y así es. Los mismos que los persiguen admiran su virtud y hasta les piden perdón de sus yerros. Si acaso Dios te ha escogido también para este género de bienaventuranza, adora reverente sus juicios y dale gracias por tan inestimable favor.


Oración: Oh Dios, por cuya Iglesia el glorioso pontífice santo Tomás murió a manos de los impíos, concédenos que todos los que imploran su auxilio, reciban el saludable efecto de su petición. Por nuestro- Señor Jesucristo. Amén.

martes, 26 de diciembre de 2017

27 de diciembre: SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA. Flos Sanctorvm Santoral



(+101) El bienaventurado profeta, apóstol, evangelista y mártir san Juan, el discípulo, amado del Señor, fué natural de Betsaida en Galilea, pescador de oficio, como su hermano Santiago y su padre Zebedeo. Llamado por Cristo al apostolado, fuéle mudado su nombre en Boanerges, esto es, rayo o hijo del trueno. Fué uno de los tres apóstoles más íntimos del Señor. Con Pedro y con Santiago fué admitido a la resurrección de la hija de Jairo, a ser testigo de la transfiguración en el monte Tabor y de la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, la noche que precedió al día de la pasión; y en la última cena mereció recostarse en el pecho del Señor. Fué el único apóstol que tuvo amor y valentía para acompañar al Señor en su crucifixión y muerte, mereciendo en recompensa que Cristo al morir le dejase por hijo a su Madre benditísima, y a ella le recomendase a Juan que le tuviese en lugar de hijo: y Juan cumplió desde entonces con la Virgen Santísima todos los deberes de un hijo fiel y amante. Resucitado el Señor, fué con san Pedro al sepulcro, y por respeto a Pedro, no entró hasta que él hubo llegado y entrado primero. Después de la Ascensión de Cristo al cielo, san Juan predicó el Evangelio en Judea; y más tarde pasó a Efeso, donde estableció su residencia y formó una comunidad de fervorosos cristianos, que fué como el alma de las demás comunidades vecinas. Sabiendo lo cual el cruel emperador Domiciano, mandóle prender, y cargado de cadenas y de años, fué conducido a Roma, donde le mandó echar en una tina de aceite hirviendo en presencia del senado y de numeroso pueblo; mas por virtud de Dios salió san Juan de la tina más puro y resplandeciente y con más vigor que había entrado. Entonces le desterró Domiciano a la pequeña isla de Patmos, poblada de infieles, a los cuales predicó el Evangelio y los convirtió a la fe. Aquí tuvo admirables revelaciones del cielo y escribió el libro de ellas, que llamamos Apocalipsis. Muerto Domiciano, san Juan volvió a Efeso, y a instancias de los obispos del Oriente, escribió el J cuarto Evangelio, en cuyo principio, como águila real, de un vuelo se levanta a la divina generación del Verbo del Padre y de allí desciende a la creación de todas las cosas del .mundo visible e invisible por medio del mismo Verbo. Escribió además tres cartas o epístolas canónicas, en las cuales nos dejó un fiel trasunto de la ardiente caridad y amor a Dios y a los hombres en que ardía su seráfico pecho. Llegado a la suma vejez, hacíase trasladar a las reuniones de los fieles y no cesaba de recomendarles que se amasen unos a otros. Cansados ellos, preguntáronle por qué les repetía siempre lo mismo. Respondió él: «Este es el mandamiento del Señor, y quien lo cumple, hace cuánto debe». Llegó a la edad de cien años, y fué el único apóstol que no perdió la vida en los tormentos. Murió en Efeso entre las lágrimas y las oraciones de los fieles.

Reflexión: Aprendamos en este glorioso apóstol y evangelista la liberalidad con que recompensa Dios a los que le siguen y acompañan en sus trabajos. Por haber estado él al pie de la cruz, mereció oir del Señor estas palabras: «He ahí a tu Madre»; como si le dijera: Buen galardón recibes por todo el amor que me has mostrado; dejaste tus padres, yo te dejo mi Madre; dejaste un barquichuelo, yo te dejo esta arca de salvación. Dichoso quien tiene a María por madre: dichoso quien es digno hijo de María.


Oración: Derrama, benigno Señor, tu luz sobre la Iglesia, a fin de que iluminada por la doctrina de tu bienaventurado apóstol y evangelista san Juan, alcance los dones Sempiternos. Por Jesucristo Señor nuestro. Amén.

lunes, 25 de diciembre de 2017

26 de diciembre: SAN ESTEBAN, EL PRIMER MÁRTIR. Flos Sanctorvm Santoral



(+ el séptimo mes después de la Ascensión de Cristo al cielo)  El primero que selló con su sangre la fe de Jesucristo, fué el glorioso san Esteban, uno de los siete varones escogidos entre los primeros cristianos, como hombre de mejor reputación y más lleno del Espíritu Santo y de su sabiduría, a quienes encargaron los apóstoles la distribución de las limosnas a los pobres y a las viudas de Jerusalén, mientras ellos se ocupaban en predicar la divina palabra y en hacer oración. Como san Esteban, lleno de gracia y poder de Dios, hiciese grandes prodigios y milagros en el pueblo, y el número de los discípulos, no solamente de los plebeyos, sino también de los sacerdotes, creciese en gran manera; levantáronse muchos judíos graves y doctos a disputar con Esteban; mas no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos que dijesen haberle oído hablar palabras de blasfemias contra Moisés y Dios, y conmovieron al pueblo y a los ancianos y a los escribas, y arremetiendo a él, le arrebataron y trajeron al concilio, acusándolo de blasfemo. Y en señal de su inocencia dispuso el Señor que todos los que en el concilio se hallaban, puestos los ojos en él, viesen su rostro como el de un ángel. Preguntóle el príncipe de los sacerdotes si eran verdad aquellos cargos que le hacían. Y él respondió probándoles con un largo y elocuente razonamiento cómo ni ellos ni sus padres habían observado la ley, que el Señor, por medio de Moisés, les había dado; antes al contrario, duros de corazón como eran, y resistiendo siempre al Espíritu Santo, habían perseguido y dado muerte a los profetas que les anunciaban a Cristo, a quien ellos acababan de condenar y crucificar. Oyendo estas razones, concibieron grande enojo contra él; mas Esteban, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a la diestra del Padre. Di joles él lo que veía; y ellos, dando grandes voces, y tapándose los oídos por no oir lo que tenían por gran blasfemia, arremetieron a una contra él, y echándolo fuera de la ciudad de Jerusalén, le apedreaban; y para hacerlo con mayor desembarazo y menos estorbo, se quitaron los mantos, y los entregaron a un mancebo, que se llamaba Saulo, y después fué el apóstol san Pablo, para que se los guardase. Siguieron, pues, arrojando, ciegos de furor y de rabia, grandes piedras contra Esteban: mas él con grande paz y no menor constancia, iba invocando el nombre de Jesús, y pidiendo al Señor que recibiese su espíritu: y puesto de rodillas clamó a grandes voces: «Señor, no les imputes este pecado». Y dicho esto, murió. Y Saulo consentía en su muerte. Y el mismo día se hizo una grande persecución en aquella fervorosa Iglesia, que estaba en Jerusalén: y todos los discípulos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaría, excepto los apóstoles que quedaron allí ocultos. Unos piadosos varones, a pesar del tumulto, recogieron el sagrado cadáver del santo protomártir, lo llevaron a enterrar, e hicieron gran llanto sobre él.

Reflexión: Ninguna región del orbe, dice san Agustín, ignora los méritos de este bienaventurado mártir; porque padeció en el origen de la Iglesia, a saber, en la misma ciudad de Jerusalén. Por confesar a Cristo fué apedreado de los judíos y mereció la corona que llevaba significada en su mismo nombre, porque Esteban en lengua griega vale lo mismo que corona. (San Agust. sem. II, de S. Esteban).


Oración: Concédenos, Señor, que imitemos lo que veneramos, aprendiendo a perdonar a los enemigos; pues celebramos el nacimiento para el cielo de aquel que supo rogar por sus perseguidores a tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo. Amén


25 de diciembre EL SANTO DÍA DE NAVIDAD El Año Litúrgico - Dom Próspero Gueranguer


FIN DE LA VIGILIA. — El día feliz de la Vigilia de Navidad toca a su fin. La Iglesia ha clausurado ya los Oficios divinos propios del Adviento con la celebración del gran Sacrificio. Con maternal clemencia ha permitido a sus hijos quebrantar desde medio día el ayuno preparativo; los fieles se han sentado a la frugal mesa con una alegría espiritual que los hace sentir de antemano la que invadirá sus corazones en la noche que les va a traer al divino Emmanuel.

Mas, una fiesta tan solemne como la de mañana debe comenzar desde el día anterior, como acostumbra hacerlo la Iglesia en sus festividades. Dentro de unos momentos va a llamar la Iglesia a los cristianos al templo para el Oficio de las Primeras Vísperas, en el que se ofrece a Dios el incienso de la tarde. El esplendor de las ceremonias y la magnificencia de los cantos van a preparar a las almas para las emociones de amor y gratitud que las dispondrán a recibir las gracias en el momento supremo.

En espera de la llamada que nos ha de invitar a la casa de Dios, aprovechemos los instantes que nos quedan para ahondar en el misterio de tan gran día y, en los sentimientos que embargan a la Santa Iglesia en esta fiesta, y en las tradiciones católicas que tanto ayudaron a que la celebraran dignamente nuestros antepasados.

SERMÓN DE SAN GREGORIO NACIANCENO. — Primeramente, escuchemos la voz de los santos Padres que resuena con un énfasis y una elocuencia capaces de despertar a toda alma que no esté muerta. He aquí en primer lugar a San Gregorio el Teólogo, Obispo de Nacianzo, en su discurso treinta y ocho dedicado a la Teofanla o Nacimiento del Salvador: ¿quién será capaz de permanecer frío oyendo sus palabras?

"Cristo nace; ensalzadle. Cristo baja del cielo; salidle al encuentro. Cristo está ya en la tierra; oh hombres, elevaos. Cante al Señor toda la tierra y para decirlo todo en una sola palabra: Alégrense los cielos y salte de gozo la tierra por causa de Aquel que es al mismo tiempo del cielo y de la tierra. Cristo se viste con nuestra carne, estremeced de temor y alegría: de temor por razón de vuestros pecados, de alegría por la esperanza. Cristo nace de una Virgen; mujeres, honrad la virginidad para que lleguéis a ser Madres de Cristo.

¿Quién no adorará al que existió eternamente? ¿quién no alabará y ensalzará al que acaba de nacer? He aquí que se deshacen las tinieblas; es creada la luz; Egipto permanece en las sombras, e Israel es alumbrado por la columna luminosa. El pueblo que estaba sentado en las tinieblas de la ignorancia ve el resplandor de una profunda ciencia. Ha terminado lo antiguo; todo es ya nuevo. Le letra huye, triunfa el espíritu; las sombras han pasado; la verdad ha hecho su aparición. La naturaleza ve sus leyes violadas; ha llegado el momento de poblar el mundo celestial: Cristo manda; guardémonos de oponer resistencia.

Aplaudid, naciones todas: porque un Niño nos ha sido dado, un Hijo nos ha nacido. La señal de su principado está sobre sus espaldas: porque la cruz ha de ser el instrumento de su exaltación; su nombre es Angel del gran consejo, es decir, del consejo paterno.

Ya puede San Juan exclamar: ¡Preparad el camino del Señor! En cuanto a mí, quiero publicar la magnificencia de tan gran día: El incorpóreo se encarna; el Verbo toma carne; el Invisible se deja ver de nuestros ojos, el Impalpable se deja tocar: el que no conoce el tiempo, toma principio en él; el Hijo de Dios se hace hijo del hombre. Jesucristo fué ayer; es hoy, y será siempre. Escandalícese el Judío; mófese el Griego, muévase la lengua del hereje su boca impura. También, ellos creerán por fin en el Hijo de Dios, cuando le vean subir al cielo; y, si aún entonces se niegan hacerlo, creerán cuando baje del cielo para juzgarlos en su tribunal justiciero".

SERMÓN DE SAN BERNARDO. — Oigamos ahora, en la Iglesia latina, al piadoso San Bernardo, que, en el Sermón VI de la Vigilia de Navidad derrama una dulce alegría en sus melodiosas palabras.

"Acabamos de oír una noticia llena de gracia y a propósito para ser recibida con transportes de alegría: Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judea. Mi alma se ha derretido al oír esta frase; mi espíritu se agita dentro de mí, obligándome a comunicaros esta felicidad. Jesús quiere decir Salvador: ¿Hay algo más necesario que un Salvador para los que estaban perdidos, más deseable para los desgraciados, más conveniente para los que carecían de esperanza? ¿Dónde estaba la salvación, dónde ni siquiera la esperanza de salvación por ligera que fuese, bajo esa ley de pecado, en ese cuerpo de muerte, en medio de esa maldad, en esa mansión de llanto, si la salvación no hubiese nacido de repente y contra toda esperanza? ¡Oh hombre, deseas ciertamente la salud; pero conociendo tu debilidad y tu flaqueza, temes la dureza del tratamiento! No temas: Cristo es dulce y suave; inmensa su misericordia; por ser Cristo, ha recibido la unción para derramarla sobre tus heridas. Mas, al decirte que es dulce, no vayas a creer que carece de poder; porque se añade que es Hijo de Dios. Saltemos, pues, de gozo repasando dentro de nosotros mismos y pronunciando esa dulce frase, esa suave palabra: ¡Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judea!"

SERMÓN DE SAN EFRÉN. — Es, pues, un gran día el del Nacimiento del Salvador: día esperado por el género humano durante miles de años; esperado por la Iglesia en esas cuatro semanas de Adviento, de tan grato recuerdo; esperado por la naturaleza entera, que, a su llegada, vuelve a ver todos los años el triunfo del sol material sobre las tinieblas siempre crecientes. El gran Doctor de la Iglesia Siria, San Efrén, celebra con entusiasmo el encanto y la fecundidad de este misterioso día; tomemos sólo una muestra de esa divina poesía y digamos con él:

"Dignáos, Señor, permitirnos celebrar hoy el día propio de tu natalicio, que la fiesta de hoy nos trae a la memoria. Este día es semejante a Ti; es amigo de los hombres. Vuelve anualmente a través de los siglos; envejece con los viejos y se rejuvenece con el niño que acaba de nacer. Todos los años nos visita y pasa, para volver con nuevos atractivos. Sabe que la naturaleza humana no podría prescindir de él; lo mismo que Tú, trata de ayudar a nuestra raza en peligro. Todo el mundo, Señor, ansia el día de tu nacimiento; este feliz día lleva en sí todos los siglos venideros; es uno y se multiplica. Sea, pues, semejante a Ti también este año, y tráiganos la paz entre el cielo y la tierra. Si todos los días son testigos de tu magnanimidad, ¿cuánto más deberá serlo éste?

Los demás días del año toman de él su belleza. y las fiestas que van a seguir le deben la dignidad y el esplendor con que brillan. El día de tu nacimiento es un tesoro, Señor, un tesoro destinado a pagar la deuda común. Bendito sea el día que nos ha hecho ver el sol a los que andábamos errantes en la noche oscura; que nos ha traído la mies divina con la que nadaremos en la abundancia; que nos ha dado la rama de la viña, abundante en el líquido de salvación que nos comunicará a su debido tiempo. En medio del invierno que priva a los árboles de sus frutos, la viña se ha revestido de una exuberante vegetación; en la estación del hielo, el tallo ha brotado de la raíz de Jesé. En diciembre, en este mes que guarda todavía en sus entrañas la semilla que se le confió, es cuando la espiga de nuestra salvación se yergue del seno de la Virgen, a donde había bajado en los días de la primavera, cuando los corderuelos triscan por las praderas."

No es, pues, de extrañar que este día haya sido privilegiado en la economía del tiempo, y hasta vemos con satisfacción que las mismas naciones paganas presienten en sus calendarios la gloria que le estaba reservada en el curso de los siglos. Hemos visto también que no fueron los Gentiles los únicos en prever misteriosamente las relaciones del divino Sol de justicia con el astro caduco que ilumina y da calor al mundo; los santos Doctores y la Liturgia entera hablan continuamente de esta inefable armonía.

BAUTISMO DE CLODOVEO. — Con el fin de grabar más hondamente la importancia de tan sagrado día en la memoria de los pueblos cristianos de Europa, pueblos de elección en los designios misericordiosos de Dios, el soberano Señor de los acontecimientos quiso que el reino de los Francos naciera el día de Navidad (496), cuando en el Batisterio de Reims, en medio de las pompas de esta solemnidad, Clodoveo, el fiero Sicambro, convertido en dulce cordero, fue sumergido por San Remigio en la fuente de salvación, de la que salió para fundar la primera monarquía católica entre las nuevas naciones, ese reino de Francia, el más bello, se ha dicho, después del cielo.

LA CONVERSIÓN DE INGLATERRA. — Un siglo después (597) sucedía algo parecido al pueblo anglosajón. El Apóstol de la isla de los Bretones, el monje San Agustín, después de haber convertido a la religión verdadera al rey Etelredo, seguía conquistando almas. Dirigiéndose hacia York, predicaba la palabra de vida, y un pueblo entero se reunía pidiendo el Bautismo. Fué fijado el día de Navidad para la regeneración de los nuevos discípulos de Cristo; y el río que corre bajo las murallas de la ciudad fué elegido para servir de fuente bautismal a aquel ejército de catecúmenos. Diez mil hombres, sin contar mujeres y niños, bajan a las aguas cuya corriente debe llevarse la impureza de sus almas. La crudeza del tiempo no es capaz de detener a aquellos nuevos pero fervientes discípulos del Niño de Belén, los cuales desconocían hasta su nombre pocos días antes. Un ejército completo de neófitos sale radiante de alegría e inocencia del seno de las olas heladas, y el día de su Nacimiento cuenta Cristo una nación más bajo su imperio.

Mas no bastará esto todavía al Señor, empeñado en la tarea de honrar el día del Nacimiento de su Hijo.

LA CORONACIÓN DE CARLOMAGNO. — Otro ilustre nacimiento debía aún embellecer este feliz aniversario. En Roma, en la Basílica de San Pedro, y en la fiesta de Navidad del año 800, nacía el Sacro Imperio Romano, al que estaba reservada la misión de propagar el reino de Cristo en las regiones bárbaras del Norte, y mantener la unídad europea, bajo la dirección del Romano Pontífice. San León III colocaba en este día la corona imperial sobre la cabeza de Carlomagno; y la tierra, admirada, volvía a contemplar a un César, un Augusto, no un César o un Augusto sucesor de los Césares y Augustos de la Roma pagana, sino investido de esos gloriosos títulos por el Vicario de Aquel que en las profecías se llama Rey de reyes y Señor de los señores.

LA GLORIA DEL DÍA DE NAVIDAD. — De este modo ha querido Dios hacer brillar a los ojos de los hombres la gloria del real Niño que ha nacido hoy; así ha dispuesto de cuando en cuando, a través de los siglos, esos ilustres aniversarios de la Natividad que da gloria a Dios y paz a los hombres.

Los siglos venideros podrán decir cómo se reserva aún el Altísimo el derecho de glorificar en este día su nombre y el de su Emmanuel.

Entretanto, las naciones de Occidente, conocedoras de la dignidad de esta fiesta y considerándola con razón como el principio universal de todo, en la era de la renovación del mundo, contaron durante mucho tiempo sus años partiendo de Navidad, como se puede apreciar por los antiguos calendarios, por los Martirologios de Usuardo y de Adón y por un gran número de Bulas, de Cartas y Diplomas. En 1313 un concilio de Colonia nos muestra subsistente todavía en esa época esta costumbre. Varios pueblos de la Europa católica, han guardado hasta el día de hoy la costumbre de celebrar el nuevo año en la fiesta de Navidad. Se desea feliz Navidad como entre nosotros el día primero de enero feliz año nuevo. Se cambian cumplidos y regalos; se escribe a los amigos ausentes: ¡restos preciosos de las antiguas costumbres que tenían la fe como fundamento y muralla inexpugnable!

Es tal la alegría que a los ojos de la Santa Iglesia debe llenar a los fieles en la Natividad del Salvador, que, asociándose a ella misericordiosamente, dispensa el día de mañana el precepto de la abstinencia cuando Navidad cae en viernes o sábado. Esta dispensa se remonta al Papa Honorio III, que gobernaba en 1216; pero ya desde el siglo IX San Nicolás I, en su respuesta a consultas de los Búlgaros, había manifestado una condescendencia parecida, con objeto de animar la alegría de los fieles en la celebración no sólo de la fiesta de Navidad, sino también en las de San Esteban, de San Juan Evangelista, de la Epifanía, de la Asunción de Nuestra Señora, de San Juan Bautista y de San Pedro y San Pablo. Pero esta dispensa no fue universal y sólo se ha mantenido para la fiesta de Navidad, contribuyendo así a aumentar la alegría popular. La legislación civil de la Edad Medía, en su deseo de confirmar a su modo la importancia que daba a una fiesta tan querida de toda la cristiandad, concedía a los deudores la facultad de supender el pago a los acreedores durante toda la semana de Navidad, que por esta razón era apellidada semana de remisión, lo mismo que las de Pascua y Pentecostés.

Pero dejemos un momento estos datos familiares que nos hemos complacido en reunir a propósito de la gloriosa festividad que conmueve tan dulcemente nuestros corazones; es hora de que acudamos a la casa de Dios, a donde nos llama el Oñcio solemne de las Primeras Vísperas. Por el camino, vayamos pensando en Belén, a donde han llegado ya José y María. El sol material camina rápidamente al ocaso; y el divino Sol de justicia permanece todavía oculto por algunos momentos bajo la nube, en el seno de la más pura de las vírgenes. Se acerca la noche; José y María recorren las calles de la ciudad de David, buscando un asilo para albergarse. Atención, pues, corazones fieles, ¡unios a los dos incomparables peregrinos! Ha llegado la hora de que salga de toda lengua humana un canto de gloria y agradecimiento. Para expresarnos, aceptemos con diligencia la voz de la Santa Iglesia, que estará a la altura de tan noble tarea.

ANTES DE LOS OFICIOS NOCTURNOS

MAITINES. — Deben saber los fieles que, en los primeros siglos de la Iglesia, no se celebraba nunca una fiesta solemne sin hacer su preparación por medio de una Vigilia, en la que el pueblo cristiano, renunciando al sueño, llenaba la Iglesia y seguía fervorosamente la salmodia y las lecturas; este conjunto constituía lo que hoy llamamos Oficio de Maitines. Se dividía la noche en tres partes, conocidas con el nombre de Nocturnos; al apuntar el alba comenzaban otros cánticos más solemnes que formaban el Oficio de, las alabanzas, que de ahí ha quedado con el nombre de Laudes. Este Oficio divino, que ocupaba gran parte de la noche, se celebra aún diariamente aunque a horas menos penosas, en los Capítulos y Monasterios, y es recitado en privado por todos los clérigos obligados al rezo, del que forma la parte más notable. Con la pérdida de las prácticas litúrgicas desapareció también la costumbre de que los fieles tomasen parte en la celebración de los Maitines; y, en la mayoría de las iglesias parroquiales y aun de las catedrales de Francia, se terminó por no cantarlos más que cuatro veces al año: a saber, los tres últimos días de la Semana Santa, siendo todavía hoy anticipados a la tarde anterior, con el nombre de Tinieblas; y finalmente el día de Navidad, que se celebran a la misma hora, poco más o menos que antiguamente.

El Oficio de la noche de Navidad fué siempre objeto de una especial devoción y solemnidad entre todos los del año: primero por razón de ser la hora en que la Santísima Virgen dió a luz al Salvador, y por eso debemos esperarla en oración y ardientes deseos; además, porque esta noche la Iglesia no se contenta con celebrar el Oficio de Maitines de un modo ordinario, sino que, por excepción única y para mejor honrar el divino Nacimiento, añade la ofrenda del santo Sacrificio de la Misa, precisamente a media noche, que es cuando María dió su augusto fruto a la tierra. De ahí que en muchos lugares, sobre todo en las Galias, según testimonio de San Cesáreo de Arlés, los fieles pasaban toda la noche en la Iglesia.

En Roma, durante varios siglos, por lo menos del séptimo al undécimo, se decían dos Maitines en la noche de Navidad. Los primeros se cantaban en la Basílica de Santa María la Mayor; se comenzaban en cuanto se ponía el sol; no se decía Invitatorio en ellos, y a continuación de este primer Oficio nocturno el Papa celebraba a media noche la primera Misa de Navidad. Inmediatamente después, se trasladaba con el pueblo a la Iglesia de Santa Anastasia, donde celebraba la Misa de la Aurora. Luego, la piadosa comitiva se dirigía con el Pontífice, a la Basílica de San Pedro, donde comenzaban inmediatamente los segundos Maitines. Estos tenían su Invitatorio y eran seguidos de Laudes: terminados éstos y los Oficios siguientes a sus horas correspondientes, el Papa celebraba la tercera y última Misa a la hora de Tercia. Amalario y el antiguo liturgista del siglo XII que se ha dado a conocer con el nombre de Alcuino nos han transmitido estos detalles, que están de acuerdo con el texto de los antiguos Antifonarios de la Iglesia Romana publicados por el Beato José María Tomasí y por Gallicioli.

Eran tiempos de fe viva; para ellos las horas pasaban veloces en la casa de Dios, porque la oración servía de poderoso lazo de unión a los pueblos abrevados continuamente en los divinos misterios. Entonces se gustaba la oración de la Iglesia; las ceremonias de la Liturgia, que son su necesario complemento, no eran como hoy un espectáculo mudo, o a lo más impregnado de una vaga poesía; las masas sentían y creían lo mismo que los individuos. ¿Quién nos devolverá esta comprensión de lo sobrenatural, sin la cual tantas personas de hoy día se jactan de ser cristianas y católicas?

LA NOCHE DE NAVIDAD. — A pesar de todo, todavía no se ha extinguido gracias a Dios por completo entre nosotros esa fe práctica; esperemos que volverá aún algún día a revivir con su antigua vida. ¡Cuántas veces nos hemos complacido en buscar y observar sus huellas en el seno de esas familias patriarcales, numerosas todavía en nuestras pequeñas ciudades y aldeas! Allí fue donde vimos, y ningún recuerdo de infancia nos es tan grato, a toda una familia, que, después de la frugal colación de la noche, se reunía en torno a un gran hogar, en espera de que sonara la señal para acudir a la Misa de la media noche.

Allí estaban preparados de antemano los platos que habían de ser servidos a la vuelta, apetitosos, sin ser rebuscados y que habían también de contribuir a la alegría de tan santa noche: en medio del hogar ardía un grueso tronco, llamado "leño de Navidad", que calentaba toda la sala. Había de consumirse lentamente durante los Oficios para que a su vuelta encontraran un reconfortante brasero los miembros de los ancianos y de los niños ateridos por el frío.

Allí se hablaba animadamente del misterio de la solemne noche; se compadecía a María y a su dulce Hijo expuesto a los rigores del invierno en un establo abandonado; luego se entonaban algunos de aquellos villancicos que habían servido para entretenerlos durante las largas vigilias del Adviento.

Las voces y los corazones estaban de acuerdo al ejecutar aquellas populares melodías compuestas en días mejores. Aquellos ingénuos cantos referían la visita del Angel Gabriel a María y el anuncio de la maternidad divina hecho a la digna doncella; la pena de María y de José al recorrer las calles de Belén en busca de un albergue en las posadas de aquella ingrata ciudad; el milagroso alumbramiento de la Reina del cielo; los encantos del Recién Nacido en su humilde cuna; la llegada de los pastores con sus rústicos regalos, su música un tanto ruda y la sencilla fe de sus corazones.

Animábanse pasando de un villancico a otro; olvidaban sus preocupaciones; consolaban sus penas y ensanchábase el alma; mas de pronto la voz de las campanas, que resonaban en la noche, terminaban con tan ruidosos como amables conciertos. Comenzaban a salir hacia la Iglesia; ¡qué felices entonces los niños a quienes su edad permitía ya asociarse por vez primera a las alegrías inefables de esta solemne noche; tan santas y fuertes impresiones debían quedar grabadas en su alma durante el resto de su vida!

Pero ¿a dónde nos llevan estos encantadores recuerdos? Con objeto de ocupar útilmente los últimos momentos que preceden a la entrada en la Iglesia, quisiéramos sugerir a nuestros lectores algunas consideraciones que les unan al espíritu de la Iglesia, fijando su corazón y su fantasía sobre objetos reales y consagrados por los misterios que se celebran en esta augusta noche.

LA GRUTA DE BELÉN. — Así pues, en esta hora nuestro pensamiento debiera volar con preferencia hacia tres lugares que existen en el mundo. El primero es Belén, y en Belén, la gruta del Nacimiento quien nos reclama. Acerquémonos con santo respeto y contemplemos el humilde asilo que el Hijo del Eterno bajado del cielo ha escogido para su primera morada. Este establo, cavado en la roca, se halla situado fuera de la ciudad; tiene unos cuarenta pies de largo por doce de ancho. El asno y el buey anunciados por el Profeta están junto a la cueva, testigos mudos del divino misterio que el hombre se ha negado a recibir en su casa.

José y María se encuentran también en el humilde retiro; los rodea el silencio de la noche; mas su corazón se dilata en alabanzas y adoraciones dirigidas al Dios que se digna satisfacer de manera tan perfecta por el orgullo humano. La purísima María prepara los pañales que han de envolver los miembros del celeste Infante, y espera con inefable paciencia el momento en que sus ojos verán por fln el fruto bendito de sus castas entrañas, y podrá cubrirle con sus besos y caricias y amamantarle con su leche virginal.

Mas, antes de salir del seno materno y de hacer su entrada visible en este mundo pecador, el divino Salvador se inclina ante su Padre celestial y, conforme a la revelación del Salmista explicada por el gran Apóstol San Pablo en la Epístola a los Hebreos, dice: ¡Oh Padre mío! ya estás harto de los groseros sacrificios de la Ley; esas vacías ofrendas no han aplacado tu justicia; pero me has dado un cuerpo; héme aquí pronto a sacrificarme; vengo a cumplir tu voluntad." (Herbr., X, 7.)

Todo esto ocurría, a estas horas, en el establo de Belén; los Angeles del Señor estaban maravillados ante tan gran misericordia de un Dios para con sus rebeldes criaturas, contemplando al mismo tiempo con gran placer el gracioso semblante de la Virgen sin mancha, y esperando el momento en que la Rosa mística iba por fin a abrirse para derramar su divino perfume.

¡Feliz gruta de Belén, testigo de semejantes maravillas ! ¿Quién no dejará allí ahora su corazón? ¿Quién no la preferiría a los más suntuosos palacios de los reyes? Ya, desde los primeros días del cristianismo, la piedad de los fieles la rodeó de la más tierna devoción, hasta que la gran Santa Elena, elegida por Dios para reconocer y honrar en la tierra las huellas del Hombre-Dios, hizo construir en Belén la magnífica Basílica que debía guardar en su recinto el trofeo del amor de Dios hacia su criatura.

Transportémonos con el pensamiento a esta Iglesia que todavía subsiste; contemplemos allí, en medio de infieles y herejes, a los religiosos que sirven aquel santuario, y que se disponen a cantar en nuestra lengua latina los mismos cánticos que bien pronto vamos a oír nosotros. Son hijos de San Francisco, héroes de la pobreza, discípulos del Niño de Belén; precisamente por ser oequeños y débiles son los únicos que hoy día desde hace cinco siglos, sostienen las batallas del Señor en aquellos lugares de la Tierra Santa, que la espada de los Cruzados se cansó de defender. Esta noche oremos en unión con ellos; besemos con ellos la tierra en aquel lugar de la gruta, en que se lee con palabras de oro: Hic DE VIRGINE MARÍA IESUS CHRISTUS NATUS EST.

Pero en vano buscaríamos hoy en Belén la feliz cueva que acogió al divino Infante. Hace ya doce siglos que huyó de aquellas tierras maldecidas por Dios, viniendo a buscar refugio en el centro de la catolicidad en Roma, la Esposa favorecida por el Redentor.

LA BASÍLICA DEL PESEBRE. — Roma es por tanto, el segundo lugar del mundo que debe visitar nuestro corazón en esta noche afortunada. Pero dentro de la ciudad santa, hay un santuario que en este momento reclama toda nuestra devoción y nuestro amor. Es la Basílica del Pesebre, la magnifica y radiante Iglesia de Santa María la Mayor. Reina de las numerosas Iglesias que la devoción de los romanos dedicó a la Madre de Dios, levanta su magnificencia sobre el Esquilino, resplandeciente de oro y mármol, pero afortunada sobre todo por poseer en su interior, junto con el retrato de la Virgen Madre atribuido a San Lucas, el humilde y glorioso Pesebre que los impenetrables designios del Señor hicieron que saliese de Belén para confiarlo a su guarda. Un pueblo innumerable se agolpa en la Basílica en espera del feliz instante en que el evocador monumento del amor y de las humillaciones de un Dios, aparezca llevado sobre los hombros de los ministros sagrados, como arca de la nueva alianza cuya ansiada visión tranquiliza al pecador y hace palpitar de emoción el corazón del justo. Quiso Dios que Roma, que debía ser la nueva Jerusalén, fuese también la nueva Belén, y que los hijos de su Iglesia hallasen en este centro inconmovible de su fe, el alimento abundante e inagotable de su amor.

NUESTRO CORAZÓN. —- Visitemos finalmente el tercer santuario donde se va a realizar esta noche el misterio del Nacimiento del Hijo divino de María. Este tercer templo está a nuestro lado; está dentro de nosotros: es nuestro propio corazón. Nuestro corazón es el Belén que Jesús quiere visitar, en el que desea nacer para morar allí y crecer hasta llegar al hombre perfecto, como dice el Apóstol (Ef., IV, 13). Si desciende hasta el establo de la ciudad de David, es sólo para poder llegar con mayor seguridad hasta nuestro corazón, al que amó con amor eterno hasta el extremo de descender del cielo para venir a habitar en él. El seno de María le llevó nueve meses; en nuestro corazón quiere vivir eternamente.

¡Oh corazón del Cristiano, Belén viviente, prepárate y alégrate!; por la confesión de tus pecados, por la contrición de tus faltas, por la penitencia de tus delitos estás ya dispuesto para esa alianza que el Niño Dios desea hacer contigo. Está ahora atento; vendrá en medio de la noche. Hállete preparado como halló el establo, el pesebre y los pañales. Tú no puedes ofrecerle las puras y maternales caricias de María, ni los cariñosos cuidados de José; preséntale las adoraciones y el amor sencillo de los pastores. Como la Belén de los actuales tiempos, tu vives en medio de los Infleles, de los que no conocen el divino misterio del amor; sean tus votos secretos y sinceros como los que esta noche subirán hacia el cielo desde el fondo de la gloriosa y santa gruta que reúne a los fieles en torno a los hijos de San Francisco. En el gozo de esta santa noche sé semejante a la radiante Basílica que guarda en Roma el tesoro del Santo Pesebre y el dulce retrato de la Virgen Madre. Sean tus afectos puros como el blanco mármol de sus columnas; tu caridad resplandeciente como el oro que brilla en sus artesonados; tus obras luminosas como los mil cirios que, en su feliz recinto, iluminan la noche con los esplendores del día. Finalmente, oh soldado de Cristo, piensa que es necesario luchar para merecer acercarse al divino Infante; luchar para conservar dentro de uno mismo su amorosa presencia; luchar para llegar a la feliz consumación que te hará una sola cosa con El, en la eternidad. Conserva, pues, con cariño estas impresiones, que te nutran, consuelen y santifiquen hasta que descienda a ti el Emmanuel. ¡Oh Belén viviente! repite sin cesar esa dulce frase de la Esposa: Ven, Señor Jesús, ven.

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[1] Los sacramentarlos gelaslano y gregoriano mencionan las tres misas de Navidad. Pero al principio del siglo V, no habla más que una sola misa, la del día, que se celebraba en S. Pedro. La Institución de la misa de media noche data desde fines del siglo V.
[2] Fue en el siglo v cuando se Introdujo una Misa que tenía por objeto celebrar el dies natalis de Santa Anastasia, virgen y mártir, de Sirmium, cuyo cuerpo habia sido trasladado a Constantinopla bajo el patriarca Genadio, (458-471) y depositado en la iglesia llamada Anástasis. La semejanza del nombre hizo que en Roma se escogiera para la celebración de esta Misa el titulus Anastasiae, llamada asi por el nombre de la fundadora de esta iglesia, que era la iglesia parroquial de la Corte.
A fines del siglo v o principios del vi, Santa Anastasia ocupó un lugar en el Canon de la Misa. Al mismo tiempo se formó la leyenda de una Santa Anastasia romana, que fué a padecer martirio a Sirmium. Cuando la fiesta de Navidad recibió una mayor solemnidad, disminuyó la devoción a la Santa; en vez de una misa en su honor no se hacía más que una memoria de la mártir, y la misa fué dedicada a honrar
[3] In Natalem Domini, V, 14.
[4] Ibid., I. 3.
[5] Los documentos antiguos ponen como lugar de la Estatación la Basílica de San Pedro, pero desde el siglo xii se eligió a Santa María la Mayor "por la brevedad del día y luz y las dificultades del camino", dice el Ordo. Romanus.