viernes, 30 de junio de 2017

1ro de Julio: FIESTA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE N. S. JESUCRISTO. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

OBJETO DE LA FIESTA. — La Iglesia ha revelado ya a los hijos de la nueva Alianza, el precio de la Sangre con que fueron rescatados, su virtud fortificante, y la honra y adoración que merece. El Viernes Santo, la tierra y los cielos contemplaron todos los crímenes anegados en la ola de salvación, cuyos diques eternos habíanse roto, por fin, con el esfuerzo unido de la violencia de los hombres y del amor del Corazón divino. La fiesta del Santísimo Sacramento nos ha visto postrados ante los altares en los que se perpetúa la inmolación del Calvario y el derramamiento de la Sangre preciosa, convertida en bebida de humildes y en objeto de los honores de los poderosos de este mundo. 




Con todo eso, he aquí que la Iglesia nos invita de nuevo a los cristianos a celebrar los torrentes que fluyen de la fuente sagrada. Quiere decir con esto que las solemnidades precedentes no han agotado el misterio. La paz traída por esta Sangre, la corriente de sus ondas que saca de los abismos a los hijos de Adán purificados, la sagrada mesa dispuesta para ellos, y este cáliz de donde procede el licor embriagador, todos estos preparativos quedarían sin objeto, todas estas magnificencias serían incomprendidas si el hombre no viese en ellas los efectos de un amor cuyas pretensiones no pueden ser sobrepujadas por ningún otro amor. La Sangre de Jesús debe ser ahora para nosotros la Sangre del Testamento, la prenda de la alianza que Dios nos propone la dote ofrecida por la eterna Sabiduría al llamar a los hombres a la unión divina, cuya consumación en nuestras almas prosigue sin cesar el Espíritu santíficador. 

VIRTUD DE LA SANGRE DE JESÚS. — "Confiemos, hermanos míos, nos dice el Apóstol; y por la Sangre de Cristo entremos en el Santo de los Santos; sigamos el camino nuevo cuyo secreto conocemos, el camino vivo que nos ha trazado a través del velo, es decir, de su carne. Acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, enteramente limpios, con esperanza inquebrantable; porque el que está comprometido con nosotros, es fiel. Exhortémonos cada uno con el ejemplo al acrecentamiento del amor (Hebr., X, 19-24). Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos en virtud de la Sangre de la Alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo, os dé perfección cabal en todo bien, a fin de que cumpláis su voluntad, haciendo Él en vosotros lo que es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos". 

HISTORIA DE LA FIESTA. — No debemos dejar de recordar aquí que esta fiesta es el memorial de una de las más brillantes victorias de la Iglesia. Pío IX fue expulsado de Roma en 1848 por la revolución triunfante; por estos mismos días, al año siguiente, volvió al poder. El 28, 29 y 30, con la protección de los Apóstoles, la hija primogénita de la Iglesia, fiel a su pasado glorioso, arrojó a sus enemigos de las murallas de la Ciudad Eterna; el 2 de Julio, fiesta de María, terminaba la conquista. En seguida un doble decreto notificaba a la Ciudad y al mundo el agradecimiento del Pontífice y la manera con que quería perpetuar por la sagrada Liturgia el recuerdo de estos sucesos. El 10 de Agosto, desde Gaeta, lugar de su refugio durante la lucha, Pío IX, antes de volver a tomar el mando de sus Estados, se dirigió al Jefe invisible de la Iglesia y se la confiaba por la institución de la fiesta de este día, recordándole que, por esta Iglesia, había derramado toda su Sangre.

Poco después, de nuevo en su capital, se dirigía a María, como lo hicieron en otras circunstancias S. Pío V y Pío VII; el Vicario de Jesucristo devolvía a la que es Socorro de los cristianos, el honor de la victoria ganada el día de su gloriosa Visitación, y disponía que la fiesta del 2 de Julio se elevase del rito de doble mayor al de segunda clase para todas las Iglesias: preludio de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que el inmortal Pontífice proyectaba desde entonces, y que acabaría de aplastar la cabeza de la serpiente. 

Durante el Jubileo que instituyó en 1933 para celebrar el 19 centenario de la Redención, Pío XI elevó la fiesta de la Preciosa Sangre al rito doble de primera clase, con el fin de inculcar más en el alma de los fieles el recuerdo y la estima de la Sangre del Cordero de Dios, y de alcanzar frutos más copiosos para nuestras almas.

M I S A 

La Iglesia, que los Apóstoles han formado con todas las naciones que hay bajo el cielo, se dirige al altar del Esposo que la ha rescatado con su Sangre, y canta en el Introito su amor misericordioso. Ella es en adelante el reino de Dios, la depositaria de la verdad. 

INTROITO 

Nos redimiste, Señor, con tu Sangre de toda tribu y lengua y nación: y nos hiciste un reino para nuestro Dios. — Salmo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor: anunciaré con mi boca tu verdad de generación en generación. V. Gloria al Padre. 

Prenda de paz entre el cielo y la tierra, objeto de los más solemnes honores y centro de toda la Liturgia, protección segura contra los males de esta vida, la Sangre de Jesucristo derrama desde ahora en las almas y cuerpos de los que ha rescatado, el germen de las alegrías eternas. La Iglesia en la Colecta, pide, al Padre que nos dió a su único Hijo, que este germen divino no sea estéril en nosotros, y que alcance su máximo desarrollo en los cielos. 

COLECTA 

Omnipotente y sempiterno Dios, que constituíste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo, y quisiste aplacarte con su Sangre: haz, te suplicamos, que veneremos con solemne culto el precio de nuestra salud, y que, por su virtud, seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, para que gocemos de su perpetuo fruto en los cielos. Por el mismo Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Hebreos. (IX, 11-15).

Hermanos: Cristo, el Pontífice de los futuros bienes, penetró una vez en el Santuario por un tabernáculo más amplio y perfecto, no hecho a mano, es decir, no de creación humana: ni tampoco por medio de la sangre de cabritos y becerros, sino por medio de su propia Sangre, efectuada la redención eterna. Porque, si la sangre de cabritos y toros, y la aspersión con ceniza de becerra santificaba con la purificación de la carne a los manchados: ¿cuánto más la Sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios por el Espíritu Santo, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo? Y, por eso, es el Mediador del Nuevo Testamento: para que, mediando su muerte, en redención de aquellas prevaricaciones que había bajo el primer Testamento, reciban, los que han sido llamados, la promesa de la eterna herencia: en Jesucristo, nuestro Señor. 

LA SANGRE DEL PONTÍFICE. — Es ley establecida por Dios desde el principio, que no puede haber perdón de los pecados ni redención completa, sin sacrificio que expie y repare; y que este sacrificio exija derramamiento de sangre. En la antigua alianza la sangre exigida era la de animales inmolados ante el Tabernáculo del Templo. Pero solamente valía para limpiar el exterior y no podía ni santificar a las almas, ni darles derecho para entrar en el tabernáculo celestial. 

Pero, el día fijado por la Sabiduría eterna, vino Cristo, nuestro verdadero y único Pontífice. Derramó en sacrificio su preciosísima Sangre. Nos purificó, y, en virtud de esta sangre derramada, entra y nos hace entrar en el santuario del cielo. Desde entonces "su expiación y nuestra redención son cosas adquiridas definitivamente para la eternidad". Su sangre, transmisora de su vida, purifica no sólo nuestro cuerpo sino nuestra alma, centro de nuestra vida; borra en nosotros las huellas del pecado, expía, reconcilia, sella y consagra la alianza nueva, y una vez purificados y reconciliados, nos hace adorar y servir a Dios con culto digno de él. 

SERVICIO DE DIOS VIVO. — "Porque el fin de la vida es adorar a Dios. La pureza de conciencia y la santidad tienen por fin último y por término el culto que debemos a Dios. No es uno bueno por ser bueno y contentarse con eso. No es uno puro por ser puro y no ir más lejos. Toda bondad sobrenatural tiene por fin la adoración. Esto es lo que quiere el Padre celestial: adoradores en espíritu y en verdad; y nuestra adoración crece ante Dios con nuestra santidad y nuestra dignidad sobrenatural. Por eso el fin de nuestra vida sobrenatural no somos nosotros, sino Dios. Dios es el que, en último término, recoge el beneficio de lo que hacemos nosotros con su gracia y con su ayuda. Dios, en nosotros, trabaja para él. Toda nuestra vida, temporal y eterna, es litúrgica y ordenada hacia Dios" ( D. Delatte, Epíst. de S. Pablo, II, 388). 

El Gradual nos recuerda el gran testimonio del amor del Hijo de Dios, confiado al Espíritu Santo con la Sangre y agua de los Misterios; testimonio que se une desde aquí abajo al que da en los cielos la Santísima Trinidad. Si nosotros recibimos el testimonio de los hombres, dice el verso, mayor es el de Dios. ¿No es esto decir una vez más que debemos ceder a las repetidas invitaciones del amor? Nadie puede excusarse pretextando ignorancia, o falta de vocación para cosas más altas que aquellas por las que se arrastra nuestra tibieza. 

GRADUAL 

Este es Jesucristo, el cual vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre. V. Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres son una sola cosa. 
 
Aleluya, aleluya. V. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Aleluya. 

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. (XIX, 30-35). 


En aquel tiempo, habiendo tomado Jesús el vinagre, dijo: Se ha terminado. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos, pues (porque era la Parasceve), para que no permanecieran los cuerpos en la cruz el sábado (porque era un gran día aquel sábado), rogaron a Pilatos que fueran quebradas sus piernas y se quitaran. Fueron, pues, los soldados: y quebraron ciertamente las piernas del primero, y las del otro que había sido crucificado con Él. Mas, cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no quebraron sus piernas, sino que uno de los soldados abrió con la lanza su costado, y al punto salió sangre y agua. Y, el que lo vió, da testimonio de ello: y su testimonio es verdadero. 

LA SANGRE DEL CORAZÓN DE JESÚS. — El Viernes Santo escuchamos ya por vez primera este pasaje del discípulo amado. La Iglesia dolorida al pie de la Cruz, donde acababa de expirar su Señor, no tenía entonces lágrimas y lamentaciones suficientes. Hoy se conmueve con otros sentimientos, y el mismo pasaje que causaba sus lágrimas, la hace desbordarse ahora en antífonas de alegría y en cantos triunfales. Si queremos saber su causa, preguntémosla a los autorizados intérpretes a quienes ella misma quiso encargar nos diesen a conocer su pensamiento en este día. Nos dirán que la nueva Eva celebra hoy su nacimiento del costado del Esposo dormido; que, a partir del momento solemne en que el nuevo Adán permitió que la lanza del soldado abriese su Corazón, somos verdaderamente hueso de sus huesos y carne de su carne. No nos admiremos de que la Iglesia no vea en esta Sangre que se derrama, sino amor y vida. Y tú, oh alma, rebelde tanto tiempo a los llamamientos secretos de las gracias de elección, no te desconsueles; no digas: "¡El amor no es para mí!" Por muy lejos que haya podido llevarte el antiguo enemigo con sus funestas astucias, ¿no es verdad que no hay ningún lugar oculto, ni abismo siquiera, a donde no te hayan seguido los arroyos nacidos de la fuente sagrada? ¿Crees acaso que el largo trayecto que has querido imponer a su perseguimiento misericordioso, haya agotado su virtud? Haz la prueba; lo primero y báñate en estas ondas purificadoras; después haz beber a grandes tragos en el río de la vida a esa tu pobre alma fatigada; en fin, armándote de fe remonta el curso del río divino. Porque, si es verdad que, para llegar hasta ti, no se ha separado de su punto de partida, también es verdad que, haciendo esto, hallarás la fuente misma.

La Iglesia, al presentar los dones para el Sacrificio, recuerda en sus cantos que el cáliz presentado por ella a la bendición de los sacerdotes, se convierte, por virtud de las palabras sagradas, en el inagotable depósito del cual se derrama sobre el mundo la Sangre del Señor. 

OFERTORIO 

El cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es la comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan, que partimos, ¿no es la participación del Cuerpo del Señor? 

La Secreta pide el pleno efecto de la divina Alianza, de la que es medio y prenda la Sangre de Jesús, desde que su derramamiento hizo cesar el grito de venganza, que, como el de Abel, subía de la tierra al cielo. 

SECRETA 

Suplicámoste, Señor, hagas que, por estos divinos Misterios, nos acerquemos a Jesús, Mediador del Nuevo Testamento, y que renovemos sobre tus altares la aspersión de una Sangre más elocuente que la de Abel. Por el mismo Señor nuestro. 

La Antífona de la Comunión canta el amor misericordioso que el Señor nos demostró con su venida, sin dejarse apartar de sus proyectos divinos por el cúmulo de crímenes que habría de borrar con su propia Sangre para purificar a la Iglesia. Gracias al adorable Misterio de la fe, que obra en el secreto de los corazones, cuando venga visiblemente, no quedará de este pasado doloroso sino un recuerdo de triunfo.

COMUNIÓN 

Cristo se ofreció una vez para redimir los pecados de muchos: aparecerá segunda vez sin pecado para salud de los que le esperan. 

Saciados de alegría en las fuentes del Señor, que son sus sagradas llagas, pidamos que la Sangre preciosa que enrojece nuestros labios, sea, hasta en la eternidad, la fuente viva en que poseamos la felicidad y la vida. 

POSCOMUNIÓN 

Admitidos, Señor, a esta sagrada Mesa, hemos bebido con gozo las aguas en las fuentes del Salvador: haz, te suplicamos, que su Sangre sea para nosotros una fuente de agua que salte hasta la vida eterna. Por Él, que vive contigo.


Año Litúrgico de Guéranger


 

jueves, 29 de junio de 2017

30 de Junio: OCTAVA DEL SAGRADO CORAZÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LAS PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN
 
Hemos llegado al fin de la Octava del Sagrado Corazón. Después de considerar lo que nos pide este divino Corazón: la consagración y reparación, fáltanos todavía escuchar las magníficas promesas que se ha dignado hacernos. El Señor nunca se deja ganar en generosidad; Él mismo es quien ha puesto en nuestro corazón estas disposiciones de amor rendido que no pueden provenir mas que de Él y que sólo Él puede hacer efectivas y permanentes. 


Recordamos bien las conmovedoras llamadas que hacía a los judíos: "Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo, XI, 28-29). 

Ya en el Antiguo Testamento se habían hecho al pueblo de Israel las más hermosas promesas para alentarle en su fidelidad: "Todos los que tenéis sed, venid a las aguas vivas, y los que no tenéis dinero, apresuraos, venid y llevaos de balde vino y leche... Inclinad vuestro oído y venid a mí, escuchad y vuestra alma vivirá. Haré con vosotros un pacto eterno, que mostrará que son verdaderas las promesas de misericordia hechas a David" (Isaías, LV, 1-3). 

También con promesas admirables quiso el Señor alentar a todas las almas que en pos de Santa Margarita María se hicieren apóstoles de la devoción a su Sagrado Corazón. Suelen contarse doce. No son dogmas nuevos propuestos a la fe católica; pero la Iglesia, que ha establecido la fiesta del Sagrado Corazón inspirada en las revelaciones de Paray-le-Monial, las ha consagrado, por decirlo así, y sin definir nada sobre su propio valor, el mismo León XIII, en su Constitución "Benignae" del 28 de junio de 1889 no ha dudado en afirmar: "Con el fin de aumentar la diligencia de los hombres para corresponder a los deseos tan admirables y tan ardientes de su amor, Jesús los invita, los atrae a todos a Sí con la esperanza de magníficas promesas."
He aquí estas promesas: 

 
1. " Daré (a las personas seglares) todas las gracias necesarias a su estado
2. " Daré paz a sus familias.
3. Las consolaré en todas sus penas.
4. Seré su refugio seguro durante la vida, y sobre todo en la hora de la muerte.
5. Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
6. Los pecadores encontrarán en mi Corazón el Océano infinito de la misericordia... El Sagrado Corazón quiere retirar a un gran número del camino de la perdición y destruir el imperio de Satanás en las almas para establecer en ellas el de su amor.
7. Las almas tibias se harán fervorosas. Las fervorosas se elevarán a más alta perfección.
8. Mí Corazón derramará la suave unción de su caridad sobre las comunidades que le honren.
9. Bendeciré las casas en que sea honrada la imagen de mi Corazón.
10. Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán su nombre escrito en mi Corazón y no será nunca borrado de Él.
12. Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en su desgracia, ni sin recibir los sacramentos, siendo su asilo seguro en este último momento. 

No hay que entender las primeras promesas en un sentido puramente literal. En los trabajos y penas de esta vida, en las calamidades públicas, la devoción al Sagrado Corazón aparece bien clara como el remedio supremo, y a este Corazón es a quien las almas acuden con diligencia y confianza. Pero nos es necesario recordar que estas promesas, como todas las promesas divinas, son ante todo espirituales. Santa Margarita María lo hizo notar: "No creo, hablándoos francamente, que las gracias que os promete, consistan en la abundancia de las cosas temporales, porque dice Él que ésas son las que con frecuencia nos dejan pobres de su gracia y de su amor: y de esto es de lo que quiere enriquecer vuestras almas y vuestros corazones." También escribía: "No me dice que sus amigos no han de padecer nada, porque quiere Él que hagan consistir su mayor felicidad en gustar sus amarguras". Pero, si nuestro Señor permite la prueba, nos dá los medios " de aceptarla. Nos da su amor, se nos da Él mismo. La santa lo repite instantemente: "El Dador vale más que todos sus dones". 

Terminemos con la recitación del himno: "Auctor beate" que la Iglesia ha recitado en el Oficio de Maitines durante toda la Octava: 

¡Autor sagrado del mundo,
Cristo, universal Redentor,
Lumbre de la lumbre del Padre
Y verdadero Dios de Dios!
Tu santo amor te forzó
A tomar carne mortal,
Para, cual nuevo Adán, devolver
Lo que el viejo Adán perdió.
Aquel divino Amor, que creó,
La tierra, el mar, y los cielos,
Que se apiadó del yerro de nuestros padres,
Y quebrantó nuestras cadenas.
No amengüe en tu Corazón
La llama de tu amor eximio:
Beban en esta fuente los pueblos
La alegre gracia del perdón.
Para esto le hirió la lanza,
Y quedó así vulnerado,
Para lavarnos de nuestras manchas
En la sangre y agua que de él manaron.
Gloria sea a ti, oh Jesús,
Que por tu Corazón viertes la gracia,
Con el Padre y el Espíritu Santo,
Por los siglos infinitos. Amén. 


Año Litúrgico de Guéranger


 

miércoles, 28 de junio de 2017

FIESTA DEL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS JUEVES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

ORIGEN DE LA FIESTA. — Algunas diócesis y familias religiosas celebran hoy la fiesta del Corazón Eucarístico de Jesús. Bastarán unas líneas para orientar a los fieles en esta devoción y señalar las características diferenciales que la distinguen de la devoción a la Sagrada Eucaristía y de la del Sagrado Corazón, que desde hace dos semanas vienen siendo objeto de nuestras meditaciones. 


El 22 de Enero de 1854, una religiosa escuchó de labios de Jesús estas palabras: "¡Cuántas almas hay que me rodean y no me consuelan! Mi Corazón ansia amor, como el pobre pide pan. Es mi Corazón Eucarístico: ¡haz que se le conozca y se le ame! ¡Extiende esta devoción!": El deseo de Nuestro Señor llegó a realizarse. Aprobada por Pío IX y por sus sucesores, se halla hoy día extendida y se practica en todo el mundo católico. Benedicto XV aprobó el 9 de noviembre de 1921 Misa y Oficio propios, y asignó la fiesta del Corazón Eucarístico de Jesús, al Jueves siguiente a la Octava del Corpus. 



OBJETO DE LA FIESTA. — La misma Iglesia nos indica el objeto de esta devoción: que "es la de honrar el acto de suprema dilección, por el que Nuestro Señor, prodigando todas las riquezas de su Corazón, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía; para permanecer con nosotros hasta el fin de los siglos". 


Mientras la devoción a la Sagrada Eucaristía se dirige al Hombre-Dios, verdaderamente presente en nuestros altares bajo los velos de las sagradas especies y tiene como objeto la misma Persona de Jesús, la devoción al Sagrado Corazón Eucarístico trata de rendir un culto de veneración y de amor agradecido a este acto particular de Jesús, que realiza y perpetúa el don de la Eucaristía. Es la devoción al amor inspirador, creador y continuador de la Eucaristía. 


En tanto que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, honra, bajo el símbolo del corazón, toda la caridad del Salvador, de donde han brotado los torrentes de las gracias más preciosas, esta otra considera la caridad de Cristo sólo en la obra de amor por excelencia y rinde homenaje a este acto de amor, al cual debemos la institución de la Eucaristía, la presencia real y permanente de Jesucristo en el tabernáculo, su inmolación en el Santo Sacrificio de la Misa, su donación a cada uno de nosotros en la sagrada comunión. 


LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN EUCARÍSTICO. — Este acto de suprema dilección, olvidado por tantos cristianos, exigía un culto especial de acción de gracias, de adoración, de reparación y de súplicas. 


El Sumo Pontífice, al fijar esta fiesta en estos días, ha querido mostrarnos que la devoción al Corazón Eucarístico encierra en sí lo que tienen de más excelente las devociones al Sagrado Corazón y a la Eucaristía. Tiene el secreto de unirlas en admirable armonía, porque en la Sagrada Eucaristía nos muestra a un Dios que se da, como nadie puede darse: víctima por los pecados en el Calvario, pan de vida en la hostia; compañero de destierro en el tabernáculo: ¡qué se da todo entero; con su cuerpo, sangre, alma, divinidad y su Corazón!... Y esta donación tan perfecta, al descubrirnos la esencia misma del Corazón de nuestro Dios, hace a nuestras almas cautivas del amor a Jesús, presente entre nosotros. 


Porque el alma cristiana quiere responder a esta inenarrable ternura del Corazón de Jesús. Dios nos amó primero, y nos amó usque in finem, hasta el exceso; tiene una ardiente sed de ser honrado en el Santísimo Sacramento. El alma se ve obligada a exclamar con San Pablo, "la caridad de Cristo nos apremia", y con San Juan: "Amemos a Dios, porque Él se adelantó en el amor." Este es el fruto de la devoción y fiesta del Corazón Eucarístico: persuadirnos de que Jesús nos ama, que desea ardientemente nuestro amor, que el fin de su inmolación es nuestra unión con Él; y, una vez convencidos de esto, obrar en consecuencia: amarle prácticamente, uniéndonos a Él, inmolándonos con Él y anonadándonos ante Él, para que podamos decir con el Apóstol: "vivo yo, ya no yo, pues es Cristo quien vive en mí." 


He aquí la oración compuesta por la confidente del Corazón Eucarístico de Jesús y aprobada por la Iglesia: 


Corazón Eucarístico de Jesús, compañero en nuestro destierro, yo Te adoro. 
Corazón Eucarístico de Jesús, yo Te adoro. 
Corazón solitario, Corazón humillado, Corazón abandonado, 
Corazón olvidado, Corazón despreciado, Corazón ultrajado,
Corazón desconocido de los hombres,
Corazón amante de nuestros corazones,
Corazón ansioso de amor,
Corazón paciente en escucharnos,
Corazón pronto a favorecernos,
Corazón deseoso de que se le ruegue,
Corazón fuente de nuevas gracias,
Corazón silencioso, que desea hablar a las almas,
Corazón, grato refugio de la vida escondida,
Corazón, maestro de los secretos de la unión divina,
Corazón del que duerme pero siempre está vigilante,
Corazón Eucarístico de Jesús, ten piedad de mí,
Jesús-Hostia, deseo consolarte,
Me uno a Ti y me inmolo contigo,
Me anonado en tu presencia,
Quiero olvidarme de mí mismo para pensar en Ti,
Ser ignorado y despreciado por tu amor,
No ser amado ni comprendido sino de Ti;
Callaré para escucharte, y saldré de mí para perderme en Ti.
Haz que temple así tu sed de mi salvación, tu sed ardiente de mi santidad, y que, purificado, 
Te consagre un amor puro y verdadero,
No quiero cansarte en esperarme; acógeme, a Ti me entrego.
Te confio todas mis obras; y mi espíritu, para que le ilumines; mi corazón, para que le dirijas; mi voluntad, para que la fijes; mi miseria, para que la remedies; mi alma y mi cuerpo, para que los alimentes.
Corazón Eucarístico de Jesús, cuya sangre es la vida de mi alma; ya no viva yo, sino vive Tú solo en mí. Así sea.


Año Litúrgico de Guéranger


 

29 de Junio: JUEVES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

NECESIDAD MAS ACTUAL DE LA REPARACIÓN
 
Al terminar la Encíclica Miserentissimus, Pío XI hacía resaltar la gran necesidad actual del deber de la reparación, más necesario ahora que nunca para nuestro pobre mundo, "anegado en el mal" (S. Juan, V, 19). Pasan los años y el llamamiento del Papa conserva su actualidad. Por todas partes se escuchan los gemidos de los pueblos y se puede decir con toda verdad "que los reyes y los príncipes se unen para ir contra Dios y su Iglesia" 


MALES ACTUALES DE LA IGLESIA. — Hemos contemplado en Rusia, Méjico y España, y contemplamos en la actualidad en Europa Central y en Asia, el triste espectáculo que se nos ofrece: "Los templos son demolidos y destruidos; los religiosos y sagradas vírgenes son arrojados de sus casas y molestados con insultos, crueldades, hambre y cárceles; grupos de niños y doncellas son arrebatados del seno de la madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Cristo; toda la cristiandad, sobrecogida de espanto y dispersa, se encuentra en continuo peligro de apostasia, o de atrocísima muerte", o por lo menos, de crueles vejaciones. Hemos visto a numerosas naciones hacerse guerra atroz y despiadada, durante largos años, sordas a la voz del Padre común de todos los fieles, que las invitaba a una paz justa y cristiana, que evitaría para el futuro males funestos. Los pueblos cierran sus ojos a las lecciones de pruebas tan terribles, rehusando su conversión, y se entregan ciegamente a sus ansias de goces, a sus egoísmos y a sus odios, en lugar de abrazar la ley de Cristo. 


"Y es todavía más de lamentar que entre los mismos fieles aumente la despreocupación por la disciplina eclesiástica y por las antiguas instituciones, en que se apoya toda vida cristiana, y por las que se rige la familia y defiende la santidad del matrimonio. Se descuida totalmente o se falsea por una dulzura exagerada la educación de los hijos; a la misma Iglesia se la pone en la imposibilidad de educar a la juventud cristiana; es lamentable el olvido del pudor cristiano en la vida ordinaria..., es desenfrenada la codicia de los bienes pasajeros, y desenfrenado el modo de las luchas políticas, y no se conocen leyes en los esfuerzos hechos para ganar la opinión por la propaganda. Se desacredita a la autoridad legítima y se desprecia la palabra de Dios, tanto que la fe misma se derrumba o se pone en próximo peligro. Y así, y aún a su pesar, el espíritu se siente dominado por la idea de que se acercan aprisa los tiempos de que vaticinó Nuestro Señor: "y puesto que abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos". (Mat., XXIV, 12)


LA PREOCUPACIÓN POR LA EXPIACIÓN. — Prosiguiendo este tema en su Encíclica: "Caritate Compulsi" del 3 de mayo de 1932, Pío XI deploraba que en nuestros días la idea y el nombre de expiación y de penitencia, para muchas almas hubiesen perdido, en gran parte, la virtud de excitar los entusiasmos del corazón y los heroísmos de sacrificios, que en tiempos pasados eran capaces de infundir, cuando, a los ojos de los hombres de fe, se presentaban como sellados con el carácter divino, que les dieron los ejemplos de Cristo y de sus santos. No faltan hoy quienes presumen dar de mano a las mortificaciones externas, motejándolas de antiguallas, sin hablar del "hombre moderno", que, invocando la autonomía de la voluntad, desprecia orgullosamente la penitencia, como un acto de índole servil. 


"Y es cosa natural que, cuanto más se debilita la fe en Dios, tanto más se oscurece y desvanece la idea del pecado original y de la primitiva rebelión del hombre contra Dios, llegando, en consecuencia, hasta dejar de sentirse la necesidad de penitencia y de expiación. Mas nosotros debemos mantener bien altos estos nombres y estos conceptos y conservarlos en su verdadera significación, en su genuina nobleza y aun más en su práctica y necesaria aplicación a la vida cristiana. A esto nos impele la misma defensa de Dios y de la religión que profesamos..." Y el Padre Santo pide que "este espíritu de oración y de desagravio se mantenga en todos los fieles vivo y en plena actividad, durante toda la Octava de la fiesta del Sagrado Corazón, para que sea ésta para todos los cristianos una Octava de reparación y de santa tristeza, días de mortificanción y de plegarias." 


OBRAS DE PENITENCIA. — Termina el Papa indicándonos algunos medios de penitencia y reparación: "Absténganse los fieles de todo espectáculo y de toda otra diversión aunque sea lícita; los más acomodados, cercenen voluntariamente, con espíritu de cristiana austeridad, algo siquiera de su acostumbrada manera de vivir, dispensando a los pobres generosamente el fruto de sus voluntarias privaciones, ya que la limosna es también medio excelente para satisfacer a la divina Justicia y atraer las divinas misericordias. 


"Los pobres por su parte y todos los que en este tiempo están sometidos a la dura prueba de la falta de trabajo y escasez de pan, ofrezcan al Señor con igual espíritu de penitencia y la mayor resignación, las privaciones que les imponen los tiempos difíciles actuales y la condición social que la divina Providencia con inescrutable, pero siempre amoroso designio, les ha asignado, y acepten con ánimo humilde y confiado, como venidos de la mano de Dios, los efectos de la pobreza, agravados hoy por la estrechez que aflige a toda la humanidad. Elévense más generosamente hasta la divina sublimidad de la Cruz de Cristo, pensando que si el trabajo es uno de los mayores valores de la vida, ha sido más bien el amor de Dios paciente el que ha salvado al mundo. Confórtelos, por fin, la certeza de que sus sacrificios y sus penas, cristianamente sufridas, concurrirán eficazmente a acelerar la hora de la misericordia y de la paz." 


ORACIÓN. — Recitemos, para terminar, la consagración de una religiosa del Buen Pastor, la Madre María del Divino Corazón. Gustábala repetir "que sin el espíritu de sacrificio, la devoción al Sagrado Corazón no es más que pura imaginación." Pidió con insistencia a León XIII, que consagrara el género humano al Sagrado Corazón, y, satisfechos sus deseos, murió en Porto el 8 de junio de 1899. 


"Amabilísimo Jesús mío: me consagro hoy nuevamente y sin reserva a tu divino Corazón: Te consagro mi cuerpo con todas sus facultades y mi ser entero. Te consagro mis pensamientos, palabras y obras, todos mis padecimientos y penas, todas mis esperanzas, consuelos y alegrías, y de modo especial Te consagro mi pobre corazón, para que seas su único amor y se consuma como víctima en las llamas de tu caridad. 


"Acepta, oh Jesús, mi amabilísimo Esposo, mi deseo de consolar a tu divino Corazón y pertenecerte para siempre". 


"Toma posesión de mí, de suerte que, en adelante, mi única libertad sea amarte y mi única vida la de padecer y morir por Ti".


"En Ti pongo toda mi confianza, una confianza sin límites, y espero alcanzar de tu misericordia infinita, el perdón de todos mis pecados".


"En tus manos pongo mis cuidados, y sobre todo el de mi salvación eterna. Te prometo amarte y honrarte hasta el último momento de mi vida, y propongo propagar, por todos los medios posibles, el culto de tu Sagrado Corazón".


"Dispón de mí, oh Jesús mío, a tu gusto; no aspiro a otra recompensa fuera de tu mayor gloria y tu santo amor".


"Concédeme la gracia de hallar mi morada en tu divino Corazón; ahí quiero pasar todos los días de mi vida y exhalar mi último suspiro. Establece en mi corazón tu morada y el lugar de tu reposo, para que permanezcamos íntimamente unidos, para que un día pueda alabarte amarte y poseerte por toda la eternidad, allá arriba, en los cielos, donde cantaré eternamente las infinitas misericordias de tu Corazón. Así sea".


Año Litúrgico de Guéranger


 

martes, 27 de junio de 2017

28 de Junio: MIÉRCOLES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA REPARACIÓN EN EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN
 
El espíritu de reparación o expiación ha ocupado siempre un lugar principal en el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús, y, al elevar el Papa Pío XI su fiesta al rito de primera clase, con octava, dotándola de una nueva Misa y Oficio, quiso hacerla la fiesta por excelencia de la reparación. 


En sus apariciones a la Santa Salesa, Nuestro Señor le declaró la infinidad de su amor y se quejó suavemente de no recibir como respuesta por parte de los hombres, aún de los que le están consagrados, sino injurias e ingratitudes. 

PARTICIPAR EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO. — Puede parecer inverosímil que Nuestro Señor Jesucristo, que se halla en los Cielos rodeado de las alabanzas de los Ángeles y Bienaventurados, inaccesible al sufrimiento y al dolor, anhele todavía consuelos de sus criaturas terrenas. La Encíclica nos lo aclara: "Si por causa de nuestros pecados que se habían de cometer, y eran previstos, se entristeció el alma de Cristo hasta verse en trance de muerte, no hay duda que ya entonces recibió también algún otro consuelo de nuestra cooperación, asimismo prevista, cuando se le apareció un Ángel del Cielo para consolar su Corazón oprimido por el tedio y la angustia." De nosotros depende, pues, de nuestra cobardía o generosidad, el que en la noche del Jueves al Viernes Santo, Cristo sufra o se halle confortado. 

Este amor y esta reparación brotarán espontáneamente de nuestras almas, si consideramos atentamente todo lo que Nuestro Señor Jesucristo sufrió por nosotros durante su Pasión "pues fue triturado por nuestras iniquidades, para sanarnos con sus heridas" (Isaías, LIII, 5). "Su Corazón soportó la ingratitud e improperio, y esperó a que alguien se contristara con Él y no lo hubo, y quien le consolase y no le halló". (Salm., LXVIII, 21)

PARTICIPAR DE LOS SUFRIMIENTOS DE SU CUERPO MÍSTICO. — Pero esta Pasión que Cristo padeció en su cuerpo físico, continúa experimentándola en su Cuerpo místico que es la Iglesia. Todo el mal que se hace a la Iglesia, le hiere a Él personalmente, pues la Iglesia es, en cierto sentido Él mismo, pues ha dicho: "Quien os desprecia, a mí me desprecia" (S. Lucas, X, 16). Amó a la Iglesia y se entregó a la muerte por ella, con el fin de santificarla y de prepararse una Esposa bella en todos los sentidos, sin mancha, sin arruga, siempre joven. La envió el Espíritu Santo, y después de Pentecostés, engendra ella, sin cesar, numerosos hijos a la vida de la gracia. Se comprende por lo mismo lo que ya había dicho a Saulo, y que podría repetir a todos aquellos que impiden a la Iglesia su obra de enseñanza y santificación de los hombres, que calumnian su doctrina, su jerarquía y sus miembros, que corrompen las almas por la prensa, la escuela y los espectáculos de todo género: "Yo soy Jesús, a quien vosotros perseguís"; hacia mí van dirigidos vuestros crueles golpes. "Con mucha razón, pues, —concluye Pío XI—padeciendo como padece todavía Cristo en su Cuerpo místico, desea tenernos por compañeros de su expiación y esto exige también nuestra misma unión con Él; pues como somos "cuerpo de Cristo y miembros del miembro principal" (I Cor., XII, 27), cualquier cosa que padezca la cabeza, es menester que padezcan con ella todos los miembros." 

Nuestro Señor lo pidió muchas veces a la confidente de su Corazón. He aquí lo que ella misma nos cuenta "... Se presentó a mí en figura de Ecce Homo, cargado con su cruz, cubierto de espinas y de contusiones. Su sangre adorable corría de todas partes, y decía con voz dolorosa y triste: ¿No se encontrará una persona que se apiade de mí y que quiera compadecerse y tomar parte en mi dolor en el lastimoso estado en que me ponen los pecadores, sobre todo los actuales? — Otro día Nuestro Señor me presentó cinco corazones que se habían segregado del suyo y se apartaban voluntariamente de su amor, y me dijo: "Toma tú esta carga y participa de las amarguras de mi Corazón; derrama lágrimas de sangre ante la insensibilidad de estos corazones que yo había elegido para consagrarlos a mi amor". 

QUEJA DEL SAGRADO CORAZÓN. — Este lamento del Señor, que partía de dolor el alma de Santa Margarita María, también se dirije a nosotros, tanto más, cuanto que quizás por nuestras faltas hayamos sido causa de mayores sufrimientos para nuestro Redentor. Escuchémosle al dirigirse a nosotros como a la Santa: "Tú, al menos, proporcióname el placer de desquitarme de las ingratitudes de los hombres, en cuanto seas capaz... Primero me recibirás en el Smo. Sacramento, cuantas veces te lo permita la obediencia. Comulgarás, además, todos los primeros Viernes de mes; y todas las noches del Jueves al Viernes te haré partícipe de la tristeza mortal que quise sentir en el monte de los Olivos... y para que me acompañes en la humilde oración que hice entonces a mi Padre, en medio de mi angustia, te levantarás a las once de la noche para meditar una hora conmigo, rostro en tierra, para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, y para suavizar la amargura del abandono de mis Apóstoles" (Vie et CEuvres, II, p. 71-72). 

Tales son las prácticas que nos recomienda también la Encíclica y que ha aprobado y enriquecido la Iglesia, con abundantes indulgencias, para animarnos a responder al deseo del Sagrado Corazón de Jesús y a consolarle. Terminaremos dando el texto de la consagración compuesta por el Beato Claudio de la Colombière. 

"Oh adorable Redentor mío, me entrego y me consagro a tu Corazón lo más perfecta y ampliamente posible. Me he clavado a tu Cruz por los votos de mi profesión; los renuevo en este Corazón divino ante el cielo y la tierra; te doy gracias por habérmelos inspirado. Confieso que el yugo de tu santo servicio no es duro ni pesado, que no me hallo cohibido ni molesto por mis lazos. Quisiera, al contrario, multiplicarlos y apretar más los nudos". 

"Me abrazo, pues, a la amable cruz de mi vocación hasta la muerte; en ella cifro todo mi placer, mi gloria y mis delicias. Absit mihi gloriari nisi in Cruce Domini Nostri Jesu Christi per quem mihi mundus crucifixus est et ego mundo. No quiera Dios que yo me alegre, sino en la Cruz de Jesucristo". 

"¡No quiera Dios que tenga otro tesoro que el de su pobreza, otras delicias que las de sus sufrimientos, otro amor que Él mismo! No, no, amado Salvador mío, jamás; me apartaré de Ti, y a Ti solo me uniré; no me aterran ya los estrechísimos senderos de la vida perfecta, a la que me siento llamado, porque Tú eres mi luz y mi fortaleza. 

"Espero, pues, Señor, que Tú me harás inquebrantable en las tentaciones, victorioso frente a los esfuerzos de mis enemigos, y extenderás sobre mí esa mano que tantos favores me ha hecho, para que cada día sea más liberal conmigo". 

"¡Te lo pido, mi adorable Jesús, por tu sangre, por tus llagas y por tu Corazón Sagrado: Haz, que por la consagración que te hago de todo mi ser, llegue a ser en este día una nueva manifestación de tu amor! Así sea."


 Año Litúrgico de Guéranger


 

lunes, 26 de junio de 2017

27 de Junio: MARTES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL DEBER DE LA REPARACION UNA DEUDA DE JUSTICIA AMOR. — Al deber de la consagración va aneja, como consecuencia natural, otra obligación: la de ofrecer al amor olvidado y despreciado de nuestro Dios, una compensación por las indiferencias, ofensas e injurias que le infiere el género humano. Esto es lo que se llama reparación. 


Doble es el motivo, dice la Encíclica Miserentissimus, que nos obliga a la reparación: uno de justicia, con el fin de que la ofensa hecha a Dios con nuestros crímenes, sea expiada, y que el orden violado sea restablecido con la penitencia; otro de amor que nos inclina a participar en el sufrimiento de Cristo, doliente y saturado de oprobios, y procurarle, según nuestra pequeñez lo permita, algún consuelo." 

Obligación de justicia y amor; ciertamente, el pecado no es sólo la violación de una ley que tiene a Dios por autor y custodio; es, además, una injuria personal contra Él, y un desprecio práctico de su amor. Es, pues, natural que Dios, como requisito para alcanzar el perdón, exija una reparación que sea el reconocimiento de su grandeza y amor. Y el hombre, lejos de extrañarse de esta exigencia divina, debería adelantarse por si mismo y persuadirse de la necesidad que tiene de hacer olvidar, en cierto sentido, a Dios, la ingratitud de que es culpable; y, fijos los ojos en el Crucifijo, en la llaga del costado del Salvador, viendo aquel Corazón traspasado, debía decidirse a reparar a la justicia divina todo el mal, por medio de obras exteriores de penitencia. 

Ahora bien: todos hemos pecado, y a todos nos incumbe el deber de la expiación. Pero de nosotros mismos no podemos ofrecer a Dios una reparación suficiente. Criaturas con poderes muy limitados, somos incapaces de saldar una deuda en cierto sentido infinita. Y por eso el Verbo, en su misericordia, quiso tomar una naturaleza humana, para rescatar, por la virtud de su sacrificio, toda la raza humana: "Cargó con nuestras enfermedades y dolores; por nuestras iniquidades estuvo cubierto de llagas; sobrellevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz... para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia." Pero quiso Él dejar voluntariamente su obra incompleta: habiéndonos rescatado sin nosotros, no quiso salvarnos sin nosotros, y debemos completar en nuestra carne lo que falta a la Pasión de Cristo."
 
HACER PENITENCIA. — ¿Qué hacer en consecuencia? Nos lo dice San Pedro como se lo dijo a los judíos de Jerusalén: "¡Haced penitencia!"; y ¿cuál es la primera penitencia que se nos impone? "La penitencia de que habla el Príncipe de los Apóstoles, no excluye seguramente las obras aflictivas de las que se sirve el hombre para castigar en su propia carne el pecado y evita el retorno; pero su pensamiento se extiende más lejos: tiende al cambio de vida, el renunciamiento a toda disposición y costumbre reprobadas por Dios" (Dom Delatte, Epitres de S. Paul, I, 33). Este es también el pensamiento de San Pablo cuando nos pide, "que llevemos en nuestros cuerpos la mortiñcación de Jesús" y "crucifiquemos nuestra carne con sus concupiscencias" y "rechacemos la corrupción de la concupiscencia que reina en el mundo" Y ¿porqué esto? "Para que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (II Cor., IV, 10), y para que unidos a la inmolación de la única Víctima, hechos partícipes del sacerdocio eterno del Sumo Sacerdote, ofrezcamos a Dios, "dones y sacrificios por los pecados" (Hebr., V, 1). Es también el pensamiento del Papa cuando nos dice: "Cuanto nuestra oblación y nuestro sacrificio respondan más perfectamente al sacrificio del Señor, es decir, cuanto la inmolación de nuestro amor propio y de nuestra concupiscencia sea más perfecta; cuanto mayor sea la crucifixión de nuestra carne, esa crucifixión mística de que nos habla el Apóstol, más abundantes serán los frutos propiciatorios y expiatorios que alcanzaremos para nosotros y para los demás. — He ahí, sin duda, la intención del misericordioso Jesús cuando nos descubrió su Corazón, aureolado con los emblemas de la Pasión y rodeado de llamas: quería que después de haber considerado la malicia infinita del pecado, y admirado el amor infinito del Redentor, detestáramos con energía el pecado, y le devolviéramos, con un fervor más ardiente, amor por amor." 

ACTO DE DESAGRAVIO. — Animados de este espíritu, podemos hacerle este acto de desagravio redactado por el P. Croiset. Escribiéndole Santa Margarita María con respecto a esta oración, le decía: "Estoy segura que Jesucristo le ha ayudado en su trabajo, puesto que todo, si no me equivoco, es tan de su agrado, que no creo que haya que cambiar nada."
 
"Adorabilísimo y amantísimo Jesús, siempre lleno de amor hacia nosotros, siempre conmovido por nuestras miserias, siempre animado del deseo de hacernos partícipes de tus tesoros y de darte tú mismo a nosotros; Jesús, Señor y Dios uno, que por un exceso del más ardiente y prodigioso de los amores, has permanecido en estado de Víctima en la adorable Eucaristía, donde te ofreces por nosotros en sacrificio millones de veces al día. ¿Cuáles deben de ser tus sentimientos en este estado, cuando no hallas en los corazones de la mayor parte de los hombres sino frialdad, olvido, ingratitud y desprecio? ¿No te bastó, Salvador mío, el haber escogido para salvarnos, el camino más espinoso, pudiéndonos testimoniar tu excesivo amor con menos coste tuyo? ¿No te bastó el haberte abandonado una vez a esta cruel agonía y a esta mortal postración que te causó el horrible espectáculo que ofrecían nuestros pecados, con los que habías cargado? ¿Por qué, pues, quieres exponerte aún diariamente, a todas las irreverencias de que es capaz la malicia de los hombres y de los demonios? ¡Ah! Dios mío y mi amabilísimo Redentor, ¿cuáles fueron los sentimientos de tu Sagrado Corazón al contemplar tanta ingratitud y pecado? ¿Cuál ha sido tu amargura, cuando tanto sacrilegio y ultraje ha sufrido tu Corazón? 

"Arrepentido sinceramente de todas estas indignidades, héme aquí, Señor, prosternado y confundido ante tu divinidad, para hacer un acto de desagravio, a los ojos del cielo y de la tierra, por todas las irreverencias y ultrajes que has recibido en nuestros altares, desde que fue instituido este divino Sacramento. Con corazón humilde y contrito, te pido una y mil veces perdón por todas esas irreverencias. ¡Quién me diera, Dios mío, anegar con mis lágrimas y regar con mi propia sangre, todos los lugares en que tu Corazón ha sido tan horriblemente ultrajado, y las señales de tu amor divino recibidas con indiferencia tan desdeñosa! ¡Ojalá pudiera, por un nuevo género de homenaje, de humillación, de anonadamiento, expiar tanto sacrilegio y profanación! ¡Quién pudiera ser, nada más un momento, señor de todos los corazones humanos, para compensar, en cierto modo, por el sacrificio que te ofrecería, el olvido y la indiferencia de todos aquellos que no han querido conocerte, o que, habiéndote conocido, no te han amado! 

"Mas ¡oh amabilísimo Salvador! lo que más me llena de confusión y me hace llorar amargamente, es pensar que yo mismo he sido del número de esos ingratos. Dios mío, que ves el fondo de mi corazón, tú conoces el dolor que siento por mis ingratitudes, y la pena de verte tratado tan indignamente. Estoy dispuesto a sufrirlo todo para borrarlas. Héme aquí, Señor, con el corazón transido de dolor, humillado y prosternado, presto a aceptar de tu mano cuanto exijas de mí. Hiere, Señor, hiere; bendeciré y besaré cien veces la mano que ejerza sobre mí un castigo tan justo. ¡Ojalá fuera yo una víctima propia para reparar tantas injurias! ¡Sería feliz si pudiera, por toda clase de tormentos, indemnizarte de tanto desprecio e impiedad! Y si no merezco esta gracia, acepta por lo menos mi deseo. 

"Recibe, Padre eterno, este acto de desagravio, en unión de aquel que este Sagrado Corazón te hizo en el Calvario y que te ofreció María al pie de la cruz de su Hijo; y por la oración que te dirije su Corazón, perdóname tanto número de irreverencias e indignidades cometidas, y haz eficaz, por tu gracia, mi deseo y resolución de no perdonar fatiga para amar ardientemente y honrar por todos los medios posibles a mi Soberano, a mi Salvador y a mi Juez, que confieso realmente presente en la adorable Eucaristía, y en la que quiero mostrar en adelante, con mi conducta respetuosa ante su presencia y por mi asiduidad en visitarle, que lo creo realmente presente. Y así como hago profesión de honrar de un modo especial su Sacratísimo Corazón, en ese mismo Corazón quiero pasar el resto de mi vida. Concédeme la gracia que te pido, de exhalar mi último suspiro en ese mismo Corazón a la hora de mi muerte. Así sea."


Año Litúrgico de Guéranger


 

domingo, 25 de junio de 2017

26 de Junio: LUNES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZÓN
 
IMPORTANCIA DE ESTA CONSAGRACIÓN. — Al amor creado y al amor increado del Sagrado Corazón de Jesús, no podemos responder sino con amor, con amor generoso, total, absoluto, cuya manifestación más expresiva será el consagrarnos por entero a Aquel que nos amó hasta el extremo de entregarse por nosotros. Así se expresa la Encíclica Miserentissimus del 8 de mayo de 1928: "Entre todos los honores propios del culto al Sagrado Corazón, ocupa el primer lugar el de la Consagración. Reconocemos por ella que todo lo hemos recibido de la bondad eterna, y nos ofrecemos nosotros y todo lo que nos pertenece, al divino Corazón de Jesús." 




CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO. — Este acto que Pío XI recomendó a todos los fieles, lo había pedido León XIII a todo el mundo, cuando quiso consagrar al Sagrado Corazón el género humano en 1899. León XIII expuso los motivos de esta consagración en su Encíclica Annum Sacrum: "Jesucristo se merece absolutamente este testimonio general y solemne de sumisión y piedad, porque es el Rey y Maestro supremo, cuya autoridad se extiende a los católicos y aún a ios mismos herejes e infieles. Se le debe también en virtud de la Redención, porque murió por todos y cada uno de los hombres en particular, y no ejerce su poder sino por la verdad, la justicia y, sobre todo, por la caridad." 

En este sentido, la consagración es un reconocimiento de los derechos de Cristo sobre el el, mundo entero, en cuanto Creador y Redentor, derechos de su Realeza social, cuyos títulos nos recordará y detallará la fiesta de Cristo Rey. 

CONSAGRACIÓN INDIVIDUAL. — Pero como esta consagración general y global hecha por el Sumo Pontífice, podría no movernos suficientemente, nuestro Señor Jesucristo, por medio de su Vicario en la tierra, insiste en que a esa consagración general añadamos la consagración voluntaria personal, y nos da las razones: "Dios y Redentor al mismo tiempo, posee en su plenitud y modo perfecto, todo lo existente. En cuanto a nosotros, es tan grande nuestra desnudez e indigencia, que nada le podemos ofrecer que nos pertenezca. Sin embargo de eso, el amor y bondad que nos profesa, no rehusa el ofrecimiento y consagración que le hacemos de sus propios bienes como si fueran nuestros. No sólo no los rehusa; es más, los desea y los pide: "Hijo mío, entrégame tu corazón." Podemos, pues, serle agradables, por el ofrecimiento espontáneo de nuestros afectos. Consagrándonos a Él, no sólo reconocemos y aceptamos su imperio abierta y gozosamente, pero además testimoniamos de hecho que, si lo que ofrecemos fuera nuestro, lo ofreceríamos con gusto. Le suplicamos que se digne recibir de nosotros lo que le pertenece..."
 

"Y puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen viva de la caridad infinita de Jesucristo que nos incita a amarle para siempre, es natural que nos consagremos a este Corazón Santísimo. Esto significa consagrarse y adherirse a Jesucristo, porque todo honor, todo homenaje o señal de devoción al divino Corazón, va dirigida verdadera y propiamente hacia el mismo Jesucristo."
 

Nos interesa comprender netamente el alcance de las palabras pontificias, que, a no dudarlo, son la expresión del pensamiento divino, cuyo mejor comentario lo hallaremos en los dos santos que han sido el prototipo más perfecto del acto que se nos exige. Cuando Santa Margarita María y el bienaventurado Claudio de la Colombière hicieron su consagración, quisieron entregarse totalmente al Sagrado Corazón y hacerle un ofrecimiento solemne y definitivo de su vida. ¡Qué otra cosa quiso decirnos la Santa, cuando en su acto de consagración declaró: "que se donaba y consagraba al Sagrado Corazón, para servirle con todas las partes de su ser, para amarle y glorificarle; que su voluntad suprema había de ser toda para Él, y hacerlo todo por su amor"! Con qué conciencia de inmolación escribía el Bienaventurado Claudio de la Colombière: ¡"Me consagro a tu Sagrado Corazón, lo más perfecta y estrechamente posible... No, amado Salvador, nunca me apartaré de ti y no me apegaré sino a Ti"

Sobre esto mismo escribía Santa Margarita María: "Haréis una cosa agradabilísima a Dios si os consagráis e inmoláis al Sagrado Corazón... haciéndole el sacrificio de vos mismo y consagrándole todo vuestro ser, para dedicaros a su servicio y procurarle toda la gloria, amor y alabanza que os sea posible. He ahí, yo así lo creo, lo que el divino Corazón exige para el perfeccionamiento y coronación de la obra de vuestra santificación." 

EXIGENCIAS DE LA CONSAGRACIÓN. — Sería una triste ilusión creer que nuestra consagración se limita a la simple recitación, aún piadosa, de una fórmula compuesta por un Santo, aprobada por la Iglesia, pero sin ninguna influencia en la conducta de nuestra vida. Nuestro Señor no se contenta con meras palabras aún dichas con sinceridad. Exige de nosotros obras, y obras que empeñen a todo nuestro ser y transformen nuestra vida. Cuando un religioso se consagra a Dios por los votos de la religión, conoce bien a lo que le obligan los términos de la fórmula que pronuncia. Entonces se obra en su existencia un cambio radical; en adelante ya no se pertenece, se hace hombre de Dios, su vida está consagrada a Él aún en los más mínimos detalles, se entrega sin reservas y para siempre tomando como testigos de su donación el cielo y la tierra. Exceptuado el voto, nuestra consagración al Sagrado Corazón debería ejercer en nuestra vida la misma influencia. Y éste era también el pensamiento de Santa Margarita María: "Si queréis ser del número de sus amigos—decía—Le ofreceréis este sacrificio de vos mismo..., y en adelante os consideraréis como propiedad y dependencia del adorable Corazón." 

Quizá nuestro Señor exija del que se ha entregado a Él, grandes sacrificios; mas no nos importe, pues Él nos dará fuerza para sobrellevarlos, y no hay tristeza para el que ama. Le repetirá las palabras severas de otro tiempo: "Si alguno quiere ser mi discípulo, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga." Es, en efecto, una obligación que se impone a todo cristiano, y de modo particular, a quien quiera seguir a Cristo más de cerca. ¿Mas quién no ve que este programa austero se hace más fácil e incluso atrayente cuando el corazón desborda en amor y confianza hacia un Dios a quien se ha dado todo y de quien uno se siente amado tiernamente? 

EXCELENCIAS DE LA CONSAGRACIÓN. — Mas también, ¡qué grande será la recompensa de aquellos que pertenecieren al Sagrado Corazón! Si su profesión da a la vida del religioso un valor considerable al doblar el mérito de sus acciones, nos advierte Santa Margarita María que "para todos aquellos que se han consagrado al Sagrado Corazón y buscan más que su honra, esta sola intención dará un mayor mérito y aceptación a sus acciones delante de Dios, que todo lo que pudieran hacer sin ella". (Vie et Oeuvres, t. II, p. 279)

Promete también la Santa, que todos aquellos que se consagren al Sagrado Corazón, no perecerán, y añade: "Este Sagrado Corazón me descubre los tesoros de amor y de gracias que guarda para aquellos que se consagren y sacrifiquen para darle y procurarle todo el honor, amor y gloria que se halle en su mano". ( Vie et Oeuvres, p. 396) "No puedo creer que las personas consagradas a este Sagrado Corazón, perezcan y caigan bajo el dominio de Satanás, por el pecado mortal", pero con tal que, "después de haberse dado enteramente a Él, traten de honrarle, amarle y glorificarle con todas sus fuerzas ajustando su vida a sus santas máximas". (Vie et Oeuvres, p. 328)


Así entendida la consagración al Sagrado Corazón, producirá frutos abundantes y permanentes, y practicada en todo el mundo, contribuirá, según el sentir de los Romanos Pontífices, a la unión de todos los pueblos, mediante los lazos de la caridad cristiana y de un convenio de paz. 

He aquí el texto de la Consagración que Santa Margarita María hizo de sí misma, dictado por el Sagrado Corazón, tal como lo escribió al P. Croiset. 

"Yo, N... me entrego y consagro al Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; mi persona y mi vida, mis acciones, penas y padecimientos, para no servirme de nada de mi ser, sino sólo para amarle, honrarle y glorificarle. Mi voluntad irrevocable es ser todo para Él y hacerlo todo por su amor, renunciando de todo corazón a todo lo que no sea de su agrado. Te elijo, pues, Sagrado Corazón, como único objeto de mi amor, protector de mi vida, prenda de mi salvación, y remedio en mi fragilidad e inconstancia, reparador de todos los defectos de mi vida, y refugio seguro en la hora de mi muerte. Sé, oh Corazón bondadoso, mi justificación ante Dios, tu Padre, y no permitas que caigan sobre mí los rayos de su justa cólera: Corazón amante, en ti tengo puesta mi confianza, pues todo lo temo de mi malicia y fragilidad, pero lo espero todo de tu bondad. Haz desaparecer de mí todo aquello que te desagrade o se resista a ti. Tu purísimo amor arraigue tan íntimo en mi corazón, que nunca pueda olvidarte o separarme de ti: Te suplico, por todas tus bondades, que mi nombre se escriba en ti, puesto que he cifrado toda mi gloria y felicidad en vivir y morir como esclavo tuyo. Así sea."


Año Litúrgico de Guéranger


 

sábado, 24 de junio de 2017

DOMINGO DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Del Año Litúrgico de Guéranger.

La Misa de este día es la del tercer Domingo después de Pentecostés que se halla íntimamente relacionada con las fiestas que hemos celebrado. Los últimos decretos romanos la han asignado al Domingo infraoctava del Sagrado Corazón; como segunda colecta se dice la de la fiesta. 


Será fácil demostrar la adaptación fiel y natural de los textos de esta Misa del III Domingo después de Pentecostés a la Octava de la fiesta, del Corazón sacratísimo de Jesús, de suerte que parecen estar compuestos para ella. 


MISA


El alma fiel ha visto el desarrollo sucesivo de los Misterios del Salvador en la Liturgia. El Espíritu Santo ha descendido para sostenerla en esta otra etapa de la carrera, donde sólo se desarrollará la fecunda simplicidad de la vida cristiana. La instruye y la forma en las prescripciones del Maestro divino que ascendió a los cielos. Y lo primero la enseña a orar, porque la oración, decía el Señor, es obra de todos los días y de todos los instantes (S. Lucas, XVIII, 1), y con todo eso, no sabemos qué es lo que hemos de pedir, ni cómo debemos hacerlo. Pero lo sabe quien nos ayuda en nuestra indigencia, y el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inenarrables. 


En el Introito y en toda la Misa del Domingo infraoctava del Sagrado Corazón, se respira, pues, este aroma de oración, apoyada sobre el humilde arrepentimiento de las faltas pasadas, y de confianza en la misericordia infinita.

 INTROITO 

Mírame, y ten piedad de mí, Señor: porque estoy solo, y soy pobre: mira mi humillación, y mi trabajo: y perdona todos mis pecados, oh Dios mío.— Salmo: A ti, Señor, elevo mi alma: en ti confío, Dios mío, no quede yo avergonzado. V. Gloria al Padre. 


COLECTA 


Oh Dios, protector de los que esperan en ti, sin el cual nada hay válido, nada santo: multiplica sobre, nosotros tu misericordia; para que, siendo tú el Guía, el Caudillo, pasemos de tal modo por las cosas temporales, que no perdamos las eternas. Por nuestro Señor. 


EPÍSTOLA 


Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro. (I, V, 6-11)


Carísimos: Humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte en el tiempo de la visitación: poned en Él toda vuestra preocupación, porque Él se cuida de vosotros. Sed sobrios, y vigilad: porque vuestro adversario, el diablo, ronda en torno vuestro, como un león rugiente, buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la fe, sabiendo que la misma tribulación aflige a vuestros hermanos que están en el mundo.: Pero el Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de haceros padecer un poco, Él mismo os perfeccionará, os confirmará y os consolidará: a Él sean la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. 


LAS PRUEBAS Y SU MÉRITO. — Las miserias de esta vida son las pruebas a que Dios somete a sus soldados para juzgarlos y clasificarlos en la otra según sus méritos. Todos, pues, en este mundo tienen su parte en el sufrimiento. El concurso está abierto, trabado el combate; el Árbitro de los juegos examina y compara; pronto dará su sentencia sobre los méritos de los diversos combatientes y los llamará, del ardor de la arena, al reposo del trono en que se sienta Él mismo. 


¡Felices entonces aquellos que, viendo en la prueba la mano de Dios, se sometieron a esta mano poderosa con amor y confianza! Nada habrá podido contra estas almas fuertes en la fe el rugiente león. Sobrias y vigilantes en esta etapa de su peregrinación, sin reparar en su papel de victimas, sabedoras de que todo se halla sometido al dolor en este mundo, unieron alegremente sus padecimientos a los de Cristo, y saltarán de gozo en la manifestación eterna de su gloria, que será su herencia eternamente.


El Gradual continúa excitando la confianza en el alma fiel: Arroje su ansiedad en el Señor: ¿no ha sido siempre quien la ha librado de los males angustiosos? Él la hará justicia también, cuando llegue el tiempo, de todos sus enemigos. 


GRADUAL


Arroja tu pensamiento en el Señor: y Él te nutrirá, y. Cuando clamé al Señor, Él escuchó mi voz, y me libró de los que me cercaban. 


Aleluya, aleluya. V. Dios es un juez justo, fuerte y paciente: ¿acaso se enojará todos los días? Aleluya. 


EVANGELIO 


Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (XV, 1-10)



En aquel tiempo se acercaron a Jesús los publícanos y los pecadores, para escucharle. Y murmuraban los fariseos y los escribas, diciendo: Este hombre recibe a los pecadores, y come con ellos. Entonces Él les propuso esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja en el desierto las noventa, y nueve, y va en busca, de la que se perdió, hasta que la encuentra? Y, cuando la ha encontrado, la pone gozoso sobre sus hombros y, tornando a su casa, convoca a los amigos y vecinos diciendo: Felicitadme, porque he hallado la oveja que se había perdido. Yo os digo que más gozo habrá en el cielo por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia. ¿O qué mujer, que tiene diez dracmas, si perdiere una dracma, no enciende la linterna, y barre la casa, y busca con diligencia, hasta dar con ella? Y, cuando la ha encontrado, convoca a la amigas y vecinas, diciendo:  Felicitadme, porque he hallado la dracma que había perdido. También yo os digo: Hay gran gozo entre los Ángeles del cielo por un pecador que hace penitencia.


EL PRECIO DE LAS ALMAS. — Esta parábola de la oveja devuelta al redil en hombros del Pastor, era muy querida de los primeros cristianos; se la encuentra representada por todas partes en los monumentos de los primeros siglos. Nos recuerda a Nuestro Señor Jesucristo, que no ha mucho; entró triunfante en los cielos, llevando consigo a la humanidad perdida y reconquistada. "Porque, ¿quién es el Pastor de nuestra parábola, exclama, San Ambrosio, sino Cristo que te lleva en su cuerpo, y ha cargado con tus pecados? Esta oveja es una en su género, no en el número. ¡Pastor afortunado, de cuyo rebaño formamos nosotros la centésima parte! Porque se halla compuesto de Ángeles, Arcángeles, Dominaciones, Potestades, Tronos, etc., etc., innumerables rebaños que ha dejado en los montes para ir en busca de la oveja descarriada."


La parábola de la dracma perdida y vuelta a encontrar, expone, en forma más familiar aún, y de un modo festivo, esta misma doctrina, que es verdaderamente el centro de la enseñanza del Salvador. Por los pecadores se encarnó el Verbo y quiso tomar un corazón de carne para testimoniarles su amor, y quiso también que se supiere que una de sus mayores glorias es encontrar un alma perdida; sus amigos del cielo participan de esta gloria, quiere que todos la experimenten. Nosotros también, sobre la tierra, tenemos derecho a esta participación. ¿Cómo podrían permanecer indiferentes a este bien, aquellos que aman al Sagrado Corazón y se unen íntimamente a todos sus sentimientos? Pero, reconcentrándonos en nosotros mismos, debemos añadir a la alegría y alabanza que hace renacer, un sentimiento de profunda gratitud, diciendo con San Juan Eudes: "¡Qué te devolveré, oh mi Salvador, y qué haré por tu amor, a Ti que me has librado de caer en los profundos abismos del infierno, tantas veces como yo me he expuesto con mis pecados, o que hubiera caído, si tu bondadosísimo Corazón no me hubiera preservado!"


El Ofertorio es un derrame de agradecimiento y amor a Dios, que habita en Sión; no abandona a los que le buscan con sinceridad, ni deja caer en olvido la oración del pobre. 


OFERTORIO 


Esperen en ti todos los que conocen tu nombre, Señor: porque no abandonas a los que te buscan: salmead al Señor, que habita en Sión: porque no se ha olvidado de la oración de los pobres.


SECRETA 


Mira, Señor, los dones de la Iglesia suplicante, y haz que, consagrados con perpetua santificación, aprovechen a la salud de los creyentes. Por nuestro Señor. 


PREFACIO 


Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios; que quisiste que tu Unigénito, pendiente de la cruz, fuera traspasado por la lanza de un soldado; para que el Corazón abierto, sagrario de la divina largueza, derramase sobre nosotros torrentes de misericordia y de gracia, y él, que nunca cesó de arder en amor por nos otros, fuese descanso para los piadosos, y para los penitentes asilo abierto de salvación. Y por eso con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.


La Antífona de la Comunión recuerda, no sin misterio, la enseñanza llena de misericordia del Evangelio del día, en el momento en que la Sabiduría eterna entra en posesión plena de la dracma perdida, en el banquete preparado por Ella al pródigo arrepentido. 


COMUNIÓN 


Yo os lo digo: Hay gran gozo entre los Ángeles del cielo por un pecador que hace penitencia. 


POSCOMUNIÓN 


Vivifíquennos, Señor, estos tus santos Misterios, que hemos recibido: y haz que, purificándonos, nos preparen la eterna misericordia. Por el Señor.


Año Litúrgico de Guéranger