lunes, 19 de junio de 2017

20 de Junio: MARTES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Guéranger.

LA EUCARISTÍA Y LA UNIDAD DEL CUERPO MÍSTICO
 
DOCTRINA DE DIONISIO EL AREOPAGITA. — "Sacramento de los sacramentos (Dionisio, La Jerarquía ecles., c. III, 1) ¡oh Santísimo! levantando los velos que te rodean de sus significados misteriosos, muéstrate de lejos en tu esplendor y llena nuestras almas de tu directa y purísima luz." Así exclama en su lenguaje incomparable el revelador de las divinas jerarquías. 


El sacerdote acaba de realizar los sagrados Misterios; los pone ante los ojos bajo el velo de las especies. Este pan, oculto hasta ahora y que no formaba más que un todo, lo descubre, lo divide en muchas partes; da a todos del mismo cáliz: multiplica simbólicamente y distribuye la UNIDAD, consumando así el Sacrificio. Porque la unidad simple y oculta del Verbo que se desposa con la humanidad entera, ha penetrado desde las profundidades de Dios hasta el mundo visible y múltiple de los sentidos; y adaptándose al número sin cambiar de naturaleza, uniendo nuestra bajeza a sus grandezas, nuestra vida y su vida, su sustancia y nuestros miembros, no quiere hacer de todos sino un todo con ella: del mismo modo el Sacramento divino, uno, simple, indivisible en su esencia, se multiplica amorosamente bajo el signo exterior de las especies, a fin de que, recogiéndose en su principio y volviendo a entrar de lo múltiple en su propia unidad, lleve consigo allí a los que han venido a él en la santidad. 

Por eso el nombre que más le conviene, es EUCARISTÍA, acción de gracias, ya que contiene el objeto de toda alabanza y de todos los dones celestiales llegados a nosotros. Maravilloso sumario de las operaciones divinizantes, sostiene nuestra vida y restaura la semejanza divina de nuestras almas en el prototipo supremo de la eterna belleza; nos conduce en excelsas ascensiones por un camino sobrehumano; por él se reparan las ruinas del primer pecado; él pone fin a nuestra indigencia; y, tomando todo en nosotros, dándose por entero, nos hace participantes de Dios y de sus bienes. 

DOCTRINA DE SAN AGUSTÍN. — "¡Oh Sacramento de amor! ¡Oh signo de la unidad! ¡Oh lazo de caridad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 13), prosigue a su vez San Agustín. Mas esta fuerza unitiva de la Eucaristía, magníficamente elogiada por el Areopagita en el acercamiento que obra entre Dios y su criatura, el obispo de Hipona se complace en verla edificando, en la paz, el cuerpo místico del Señor, y disponiéndole para el eterno Sacrificio y la comunión universal y perfecta de los cielos. Tal es la idea madre que le inspira acentos sublimes sobre el Santísimo Sacramento: 

Yo Soy el pan vivo bajado del cielo, había dicho el Salvador; sí alguien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo le daré, es mi carne para vida del mundo porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida (Ibíd., 50). Esta comida y esta bebida que promete a los hombres, explica San Agustín, es sin duda y directamente su verdadera carne y la sangre de sus venas; es la misma hostia inmolada en la Cruz. Por consiguiente, establecida en su propia y real sustancia, inmolada con Él como una sola hostia, en un mismo Sacrificio, "es la Iglesia con todos sus miembros, predestinados, llamados, justificados, glorificados, o también viadores." Solamente en el cielo se declarará en su plenitud y estabilidad el misterio eucarístico, inefable saciedad de las almas, que consistirá en la unión permanente y perfecta de todos en todos y en Dios por Jesucristo. "Como, en efecto, prosigue San Agustín, lo que los hombres desean al comer y beber, es saciar el hambre y apagar la sed, este resultado no se alcanza verdaderamente sino por la comida y bebida, que hace a los que la toman, inmortales e incorruptibles, a saber, la sociedad de los santos, donde reinará la paz con plena y perfecta unidad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 15-17). ¡Festín único digno de los cielos! ¡Banquete espléndido, donde cada elegido, participando del cuerpo entero, le da a su vez crecimiento y plenitud! 

Esta es la Pascua de la eternidad que anunciaba el Señor cuando, al fin de su vida, queriendo poner término a la Pascua de las figuras con la realidad aún velada del Sacramento, convida a los suyos a un festín nuevo en la patria sin figuras y sombras. No comeré en adelante de esta Pascua, hasta su consumación en el reino de Dios dijo a los depositarios de la alianza; no gustaré tampoco de este fruto de la vid hasta el día que le beba con vosotros, vino nuevo, en el reino de mi Padre. Día sin fin, día de luz resplandeciente, cantado por David: donde la Sabiduría, libre de velos, embriagada ella misma la primera de amor en su divino banquete, apretando para siempre en un solo abrazo a la Cabeza y a los miembros, inebriará al hombre con el torrente de sus divinos deleites y de la vida que ella bebe en el seno del Padre! ¿Mas Cristo, nuestro Cabeza, ha penetrado ya las nubes; inundada de delicias, apoyada en su Amado, la Iglesia sube incesantemente del desierto ( Cant., VII, 1-5), el número de sus miembros, hermanos nuestros, admitidos al festín sagrado de los cielos, se completa cada día. Con razón exclama Cristo: Ahora esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne (Gen., II, 23); se le adhieren como la esposa al esposo, no formando más que un mismo cuerpo. La Eucaristía ha producido esta adaptación maravillosa, que no se se revelará sino en el día de la gloria; mas aquí abajo es adonde, a la sombra de la fe, transforma ella de este modo a los predestinados en Cristo. 

EL CUERPO DE CRISTO. — Dios es amor, dijimos anteriormente; el amor exige unión y la unión exige semejantes. Ahora bien esta asemejanza del hombre a Dios, que no podía realizarse sino por el llamamiento del hombre a la participación de la naturaleza divina, es obra especial del Espíritu Santo, mediante la gracia; es el resultado de su permanencia personal en el alma santificada, cuyas potencias y la misma sustancia penetra íntimamente. Así hizo en Cristo, al inundar el ser humano con su plenitud en el seno de la Virgen María, al mismo tiempo que la eterna Sabiduría se unió a esta naturaleza inferior y creada, pero desde entonces santa y perfecta por siempre en el Espíritu santificador. Así hace también al preparar a la Iglesia, la Ciudad Santa, al banquete de las bodas del Cordero. Así los hijos y miembros de la Esposa, identificados con Cristo, formando un solo cuerpo con Él, quedan hechos participantes de sus bodas divinas con la Sabiduría eterna.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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