viernes, 30 de junio de 2017

1ro de Julio: FIESTA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE N. S. JESUCRISTO. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

OBJETO DE LA FIESTA. — La Iglesia ha revelado ya a los hijos de la nueva Alianza, el precio de la Sangre con que fueron rescatados, su virtud fortificante, y la honra y adoración que merece. El Viernes Santo, la tierra y los cielos contemplaron todos los crímenes anegados en la ola de salvación, cuyos diques eternos habíanse roto, por fin, con el esfuerzo unido de la violencia de los hombres y del amor del Corazón divino. La fiesta del Santísimo Sacramento nos ha visto postrados ante los altares en los que se perpetúa la inmolación del Calvario y el derramamiento de la Sangre preciosa, convertida en bebida de humildes y en objeto de los honores de los poderosos de este mundo. 




Con todo eso, he aquí que la Iglesia nos invita de nuevo a los cristianos a celebrar los torrentes que fluyen de la fuente sagrada. Quiere decir con esto que las solemnidades precedentes no han agotado el misterio. La paz traída por esta Sangre, la corriente de sus ondas que saca de los abismos a los hijos de Adán purificados, la sagrada mesa dispuesta para ellos, y este cáliz de donde procede el licor embriagador, todos estos preparativos quedarían sin objeto, todas estas magnificencias serían incomprendidas si el hombre no viese en ellas los efectos de un amor cuyas pretensiones no pueden ser sobrepujadas por ningún otro amor. La Sangre de Jesús debe ser ahora para nosotros la Sangre del Testamento, la prenda de la alianza que Dios nos propone la dote ofrecida por la eterna Sabiduría al llamar a los hombres a la unión divina, cuya consumación en nuestras almas prosigue sin cesar el Espíritu santíficador. 

VIRTUD DE LA SANGRE DE JESÚS. — "Confiemos, hermanos míos, nos dice el Apóstol; y por la Sangre de Cristo entremos en el Santo de los Santos; sigamos el camino nuevo cuyo secreto conocemos, el camino vivo que nos ha trazado a través del velo, es decir, de su carne. Acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, enteramente limpios, con esperanza inquebrantable; porque el que está comprometido con nosotros, es fiel. Exhortémonos cada uno con el ejemplo al acrecentamiento del amor (Hebr., X, 19-24). Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos en virtud de la Sangre de la Alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo, os dé perfección cabal en todo bien, a fin de que cumpláis su voluntad, haciendo Él en vosotros lo que es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos". 

HISTORIA DE LA FIESTA. — No debemos dejar de recordar aquí que esta fiesta es el memorial de una de las más brillantes victorias de la Iglesia. Pío IX fue expulsado de Roma en 1848 por la revolución triunfante; por estos mismos días, al año siguiente, volvió al poder. El 28, 29 y 30, con la protección de los Apóstoles, la hija primogénita de la Iglesia, fiel a su pasado glorioso, arrojó a sus enemigos de las murallas de la Ciudad Eterna; el 2 de Julio, fiesta de María, terminaba la conquista. En seguida un doble decreto notificaba a la Ciudad y al mundo el agradecimiento del Pontífice y la manera con que quería perpetuar por la sagrada Liturgia el recuerdo de estos sucesos. El 10 de Agosto, desde Gaeta, lugar de su refugio durante la lucha, Pío IX, antes de volver a tomar el mando de sus Estados, se dirigió al Jefe invisible de la Iglesia y se la confiaba por la institución de la fiesta de este día, recordándole que, por esta Iglesia, había derramado toda su Sangre.

Poco después, de nuevo en su capital, se dirigía a María, como lo hicieron en otras circunstancias S. Pío V y Pío VII; el Vicario de Jesucristo devolvía a la que es Socorro de los cristianos, el honor de la victoria ganada el día de su gloriosa Visitación, y disponía que la fiesta del 2 de Julio se elevase del rito de doble mayor al de segunda clase para todas las Iglesias: preludio de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que el inmortal Pontífice proyectaba desde entonces, y que acabaría de aplastar la cabeza de la serpiente. 

Durante el Jubileo que instituyó en 1933 para celebrar el 19 centenario de la Redención, Pío XI elevó la fiesta de la Preciosa Sangre al rito doble de primera clase, con el fin de inculcar más en el alma de los fieles el recuerdo y la estima de la Sangre del Cordero de Dios, y de alcanzar frutos más copiosos para nuestras almas.

M I S A 

La Iglesia, que los Apóstoles han formado con todas las naciones que hay bajo el cielo, se dirige al altar del Esposo que la ha rescatado con su Sangre, y canta en el Introito su amor misericordioso. Ella es en adelante el reino de Dios, la depositaria de la verdad. 

INTROITO 

Nos redimiste, Señor, con tu Sangre de toda tribu y lengua y nación: y nos hiciste un reino para nuestro Dios. — Salmo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor: anunciaré con mi boca tu verdad de generación en generación. V. Gloria al Padre. 

Prenda de paz entre el cielo y la tierra, objeto de los más solemnes honores y centro de toda la Liturgia, protección segura contra los males de esta vida, la Sangre de Jesucristo derrama desde ahora en las almas y cuerpos de los que ha rescatado, el germen de las alegrías eternas. La Iglesia en la Colecta, pide, al Padre que nos dió a su único Hijo, que este germen divino no sea estéril en nosotros, y que alcance su máximo desarrollo en los cielos. 

COLECTA 

Omnipotente y sempiterno Dios, que constituíste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo, y quisiste aplacarte con su Sangre: haz, te suplicamos, que veneremos con solemne culto el precio de nuestra salud, y que, por su virtud, seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, para que gocemos de su perpetuo fruto en los cielos. Por el mismo Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Hebreos. (IX, 11-15).

Hermanos: Cristo, el Pontífice de los futuros bienes, penetró una vez en el Santuario por un tabernáculo más amplio y perfecto, no hecho a mano, es decir, no de creación humana: ni tampoco por medio de la sangre de cabritos y becerros, sino por medio de su propia Sangre, efectuada la redención eterna. Porque, si la sangre de cabritos y toros, y la aspersión con ceniza de becerra santificaba con la purificación de la carne a los manchados: ¿cuánto más la Sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios por el Espíritu Santo, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo? Y, por eso, es el Mediador del Nuevo Testamento: para que, mediando su muerte, en redención de aquellas prevaricaciones que había bajo el primer Testamento, reciban, los que han sido llamados, la promesa de la eterna herencia: en Jesucristo, nuestro Señor. 

LA SANGRE DEL PONTÍFICE. — Es ley establecida por Dios desde el principio, que no puede haber perdón de los pecados ni redención completa, sin sacrificio que expie y repare; y que este sacrificio exija derramamiento de sangre. En la antigua alianza la sangre exigida era la de animales inmolados ante el Tabernáculo del Templo. Pero solamente valía para limpiar el exterior y no podía ni santificar a las almas, ni darles derecho para entrar en el tabernáculo celestial. 

Pero, el día fijado por la Sabiduría eterna, vino Cristo, nuestro verdadero y único Pontífice. Derramó en sacrificio su preciosísima Sangre. Nos purificó, y, en virtud de esta sangre derramada, entra y nos hace entrar en el santuario del cielo. Desde entonces "su expiación y nuestra redención son cosas adquiridas definitivamente para la eternidad". Su sangre, transmisora de su vida, purifica no sólo nuestro cuerpo sino nuestra alma, centro de nuestra vida; borra en nosotros las huellas del pecado, expía, reconcilia, sella y consagra la alianza nueva, y una vez purificados y reconciliados, nos hace adorar y servir a Dios con culto digno de él. 

SERVICIO DE DIOS VIVO. — "Porque el fin de la vida es adorar a Dios. La pureza de conciencia y la santidad tienen por fin último y por término el culto que debemos a Dios. No es uno bueno por ser bueno y contentarse con eso. No es uno puro por ser puro y no ir más lejos. Toda bondad sobrenatural tiene por fin la adoración. Esto es lo que quiere el Padre celestial: adoradores en espíritu y en verdad; y nuestra adoración crece ante Dios con nuestra santidad y nuestra dignidad sobrenatural. Por eso el fin de nuestra vida sobrenatural no somos nosotros, sino Dios. Dios es el que, en último término, recoge el beneficio de lo que hacemos nosotros con su gracia y con su ayuda. Dios, en nosotros, trabaja para él. Toda nuestra vida, temporal y eterna, es litúrgica y ordenada hacia Dios" ( D. Delatte, Epíst. de S. Pablo, II, 388). 

El Gradual nos recuerda el gran testimonio del amor del Hijo de Dios, confiado al Espíritu Santo con la Sangre y agua de los Misterios; testimonio que se une desde aquí abajo al que da en los cielos la Santísima Trinidad. Si nosotros recibimos el testimonio de los hombres, dice el verso, mayor es el de Dios. ¿No es esto decir una vez más que debemos ceder a las repetidas invitaciones del amor? Nadie puede excusarse pretextando ignorancia, o falta de vocación para cosas más altas que aquellas por las que se arrastra nuestra tibieza. 

GRADUAL 

Este es Jesucristo, el cual vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre. V. Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres son una sola cosa. 
 
Aleluya, aleluya. V. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Aleluya. 

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. (XIX, 30-35). 


En aquel tiempo, habiendo tomado Jesús el vinagre, dijo: Se ha terminado. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos, pues (porque era la Parasceve), para que no permanecieran los cuerpos en la cruz el sábado (porque era un gran día aquel sábado), rogaron a Pilatos que fueran quebradas sus piernas y se quitaran. Fueron, pues, los soldados: y quebraron ciertamente las piernas del primero, y las del otro que había sido crucificado con Él. Mas, cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no quebraron sus piernas, sino que uno de los soldados abrió con la lanza su costado, y al punto salió sangre y agua. Y, el que lo vió, da testimonio de ello: y su testimonio es verdadero. 

LA SANGRE DEL CORAZÓN DE JESÚS. — El Viernes Santo escuchamos ya por vez primera este pasaje del discípulo amado. La Iglesia dolorida al pie de la Cruz, donde acababa de expirar su Señor, no tenía entonces lágrimas y lamentaciones suficientes. Hoy se conmueve con otros sentimientos, y el mismo pasaje que causaba sus lágrimas, la hace desbordarse ahora en antífonas de alegría y en cantos triunfales. Si queremos saber su causa, preguntémosla a los autorizados intérpretes a quienes ella misma quiso encargar nos diesen a conocer su pensamiento en este día. Nos dirán que la nueva Eva celebra hoy su nacimiento del costado del Esposo dormido; que, a partir del momento solemne en que el nuevo Adán permitió que la lanza del soldado abriese su Corazón, somos verdaderamente hueso de sus huesos y carne de su carne. No nos admiremos de que la Iglesia no vea en esta Sangre que se derrama, sino amor y vida. Y tú, oh alma, rebelde tanto tiempo a los llamamientos secretos de las gracias de elección, no te desconsueles; no digas: "¡El amor no es para mí!" Por muy lejos que haya podido llevarte el antiguo enemigo con sus funestas astucias, ¿no es verdad que no hay ningún lugar oculto, ni abismo siquiera, a donde no te hayan seguido los arroyos nacidos de la fuente sagrada? ¿Crees acaso que el largo trayecto que has querido imponer a su perseguimiento misericordioso, haya agotado su virtud? Haz la prueba; lo primero y báñate en estas ondas purificadoras; después haz beber a grandes tragos en el río de la vida a esa tu pobre alma fatigada; en fin, armándote de fe remonta el curso del río divino. Porque, si es verdad que, para llegar hasta ti, no se ha separado de su punto de partida, también es verdad que, haciendo esto, hallarás la fuente misma.

La Iglesia, al presentar los dones para el Sacrificio, recuerda en sus cantos que el cáliz presentado por ella a la bendición de los sacerdotes, se convierte, por virtud de las palabras sagradas, en el inagotable depósito del cual se derrama sobre el mundo la Sangre del Señor. 

OFERTORIO 

El cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es la comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan, que partimos, ¿no es la participación del Cuerpo del Señor? 

La Secreta pide el pleno efecto de la divina Alianza, de la que es medio y prenda la Sangre de Jesús, desde que su derramamiento hizo cesar el grito de venganza, que, como el de Abel, subía de la tierra al cielo. 

SECRETA 

Suplicámoste, Señor, hagas que, por estos divinos Misterios, nos acerquemos a Jesús, Mediador del Nuevo Testamento, y que renovemos sobre tus altares la aspersión de una Sangre más elocuente que la de Abel. Por el mismo Señor nuestro. 

La Antífona de la Comunión canta el amor misericordioso que el Señor nos demostró con su venida, sin dejarse apartar de sus proyectos divinos por el cúmulo de crímenes que habría de borrar con su propia Sangre para purificar a la Iglesia. Gracias al adorable Misterio de la fe, que obra en el secreto de los corazones, cuando venga visiblemente, no quedará de este pasado doloroso sino un recuerdo de triunfo.

COMUNIÓN 

Cristo se ofreció una vez para redimir los pecados de muchos: aparecerá segunda vez sin pecado para salud de los que le esperan. 

Saciados de alegría en las fuentes del Señor, que son sus sagradas llagas, pidamos que la Sangre preciosa que enrojece nuestros labios, sea, hasta en la eternidad, la fuente viva en que poseamos la felicidad y la vida. 

POSCOMUNIÓN 

Admitidos, Señor, a esta sagrada Mesa, hemos bebido con gozo las aguas en las fuentes del Salvador: haz, te suplicamos, que su Sangre sea para nosotros una fuente de agua que salte hasta la vida eterna. Por Él, que vive contigo.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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