domingo, 18 de junio de 2017

19 de Junio: LUNES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA CENA, EL CALVARIO, Y LA MISA EL SACRIFICIO PERMANENTE. — El Sacrificio de la cruz domina los siglos y llena la eternidad. Un solo día, no obstante eso, le vio ofrecer en la sucesión de los tiempos, como un solo lugar en el espacio. Y, a pesar de eso, en ningún lugar, en ningún tiempo, el hombre no puede pasarse sin Sacrificio efectuado sin cesar, renovado continuamente ante sus ojos; porque, como hemos visto, el Sacrificio es el centro necesario de toda religión, y el hombre no puede pasarse sin la religión, que le une a Dios y forma el primero de los lazos sociales. Pues así como para corresponder a esta imperiosa necesidad, la Sabiduría estableció desde el principio esas ofrendas simbólicas que anunciaban el único Sacrificio y tomaban de él su valor, del mismo modo, la oblación de la gran víctima, una vez efectuada, debe también procurar socorrer las necesidades de las naciones y proveer al mundo de un Sacrificio permanente: memorial y no ya figura, verdadero Sacrificio, que, sin destruir la unidad del de la Cruz, aplica sus frutos cada día a los nuevos miembros de las generaciones venideras. 


INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA. — No relataremos aquí la cena del Señor ni la institución del nuevo sacerdocio. En el Jueves Santo se describió detalladamente. Entonces la Sabiduría, en el término de sus aspiraciones eternas, quum facta esset hora (S. Luc., XXII, 14) en esta hora tan diferida, se sienta al banquete de la alianza con aquellos doce hombres representantes de la humanidad entera. Cerrando el ciclo de las figuras en lá última inmolación del Cordero pascual: "Deseé con ansias comer esta Pascua con vosotros" (Ibíd., 15), exclama como queriendo, en este momento supremo, aliviar su corazón de las largas vicisitudes que ha sufrido su amor. Y de pronto, anticipándose a los judíos, inmola su víctima, el Cordero divino significado por Abél, predicho por Isaías, señalado por Juan el Precursor (S. Gregorio; Morales, XXIX, 31). Y, por una anticipación maravillosa, el cáliz sagrado contiene ya su Sangre que correrá mañana sobre el Calvario; y su divina mano presenta ya a sus discípulos el pan cambiado en su Cuerpo, convertido en rescate del mundo: "Comed, bebed todos; y del mismo modo que, en este momento, he anticipado para vosotros mi muerte, cuando haya desaparecido de este mundo, haced esto en memoria mía" (I Cor., XI, 24-25). La alianza en adelante está hecha. Sellado con la sangre, como el antiguo, el nuevo Testamento queda proclamado; y, si solamente tiene valor en previsión de la muerte real del testador (Hebr., IX, 16-18), es porque Cristo, víctima entregada por todos a la suprema venganza, convino en un pacto sublime con el Padre (Ibíd., XII, 2) de no asociar la redención universal sino al drama del día siguiente. Cabeza de la humanidad pecadora, y responsable de los crímenes de su raza, quiere, para destruir el pecado, someterse a las leyes severas de la expiación, y manifestar en sus tormentos a la faz del mundo los derechos de la eterna justicia (Rom., III, 25-26). Mas la tierra ya está en posesión del cáliz que debe proclamar la muerte del Señor hasta que venga, comunicando a cada miembro del género humano la verdadera sangre de Cristo derramada por sus pecados. 

Y ciertamente convenía que nuestro Pontífice, lejos del aparato de violencia exterior, que pronto iba a desilusionar a sus discípulos, se ofreciese por sí mismo al Padre en verdadero sacrificio, con el fin de manifestar claramente la espontaneidad de su muerte y descartar el pensamiento de que la traición, la violencia o la iniquidad de algunos hombres pudiese ser el principio y causa de la salvación común. 

Por esto, elevando los ojos hacia su Padre y dando gracias, dijo en presente, según la fuerza del texto griego: "Este es mi Cuerpo entregado por vosotros; ésta es mi Sangre derramada por vosotros" (S. Luc., XXII, 19-20). Estas palabras, que transmite con supoder a los depositarios de su sacerdocio, obran ,1o que significan. 

Cada vez, pues, que sobre el pan de trigo y el vino de vid caigan de la boca de un sacerdote estas palabras, comparables a aquellas que sacaron de la nada el universo, cualquiera que sea en el espacio o el tiempo la distancia que separa al mundo de la Cruz, la tierra poseerá la augusta Victima. Una en la Cena y sobre la Cruz, permanece una en la oblación hecha al Padre en todos los lugares, por el único Pontífice que toma y hace suyas las manos y la voz de los sacerdotes escogidos por el Espíritu Santo para este sublime ministerio. 

EL NUEVO SACERDOCIO. — ¡Cuán excelsos han de ser estos hombres, escogidos por la imposición de las manos de entre sus hermanos! Nuevos Cristos identificados con el Hijo de la Virgen purísima, serán los privilegiados de la divina Sabiduría, estrechamente unidos por el amor a su poder, asociados, como el mismo Jesús, a la gran obra que persigue durante los siglos: la inmolación de la víctima y la mezcla del cáliz donde la humanidad, unida con su Cabeza en un mismo sacrificio, viene al mismo tiempo a beber y unirse íntimamente a su divinidad. Cristo confía la oblación que debe ampliar su Sacrificio inmortalizándole, a las manos aún débiles de los que se digna llamar sus amigos y hermanos. Su noble mano se ha tendido ofreciendo en libación sangre de uvas; la derrama en la base del altar que ya se eleva, y el olor sube desde allí hasta el Altísimo. En este momento y desde el mismo Cenáculo, oyó los futuros cantos de triunfo que ensalzarían el divino memorial y la salmodia sagrada que llenaría a la Iglesia de incesante y suave armonía; vio a los pueblos postrados adorando al Señor su Dios en su presencia y rindiendo al Omnipotente un homenaje en adelante ya perfecto. Entonces se levantó de la mesa del festín; salió y renovó su oblación, consumado su Sacrificio con la sangre, queriendo manifestar por la Cruz la virtud de Dios.

EL SACRIFICIO DE LA IGLESIA.— ¡Bendita hora la del Sacrificio, cuando el destierro parece menos pesado a la Esposa de Cristo! Todavía sobre la tierra, ya honra a Dios con digno homenaje, y ve afluir en su seno los tesoros del cielo. Porque la Misa es su bien, su dote de Esposa; a ella le toca regular la oblación, precisar las fórmulas y ritos y recibir sus frutos. El Sacerdote es su ministro; ella ruega; él inmola la Víctima y da a su oración un poder infinito. El carácter eterno del sacerdocio, impreso por Dios en la frente del sacerdote, le hace depositario del poder divino, y coloca por encima de toda fuerza humana la validez del Sacrificio ofrecido por sus manos; mas no puede cumplir legítimamente esta oblación sino en la Iglesia y con ella. 

¡Con qué fidelidad la Iglesia guarda el testamento que la legó en el Sacrificio la eterna y viva memoria de la muerte de Cristo en la última Cena! Si se da a ella todo entero en el misterio del amor, el estado de inmolación en que se presenta a sus ojos, la advierte que debe pensar menos en regocijarse de su dulce presencia, que en perfeccionar y continuar su obra inmolándose con él. La Iglesia coloca a los Mártires debajo del altar, porque sabe que la Pasión de Cristo pide un complemento en sus miembros. Nacida en la Cruz de su costado abierto, la desposó en la muerte; y este primer abrazo que, desde su nacimiento, puso en sus brazos el Cuerpo ensangrentado de su Esposo, ha hecho pasar al alma de la nueva Eva el amor, en cuyo seno se durmió el Adán celestial en el Calvario. 

Madre de los vivientes, la gran familia humana acude a ella con toda clase de miserias y sin número de necesidades. La Iglesia sabrá valorizar el talento que le ha sido confiado: la Misa cumple todas las necesidades; la Iglesia satisface por ella sus deberes de Esposa y de Madre. Identificándose cada día más con la Víctima universal, que la reviste de su infinita dignidad, adora a la Majestad suprema y la da gracias, implora el perdón de las faltas antiguas y nuevas de sus hijos, y pide para ellos bienes temporales y espirituales. La sangre divina salta de su altar sobre las almas pacientes, templa la llama expiadora y las conduce al lugar de refrigerio, luz y paz. 

EL CALVARIO Y LA MISA. — Es tal la maravillosa virtud del sacrificio ofrecido en la Iglesia, que los cuatros fines en que se resume la religión entera, de adoración, acción de gracias, propiciación, impetración, los consigue, independientemente de las disposiciones del Sacerdote o de aquellos que le rodean. Porque la hostia es la que da el valor; y la hostia del altar es la misma que la del Calvario, hostia divina igual al Padre, que se ofrece ella misma como en la Cruz en una sola oblación por los mismos fines. 

El Creador del espacio y del tiempo no es su esclavo; lo muestra en este misterio: "Del mismo modo que ofrece el Sacrificio en muchos lugares, y es un mismo Cuerpo y no muchos, dice San Juan Crisóstomo, así sucede con la unidad del Sacrificio en las diversas edades". Solo el modo es distinto en la Cruz y en el altar. Cruento en la Cruz, incruento en el altar, la oblación permanece una en la aplicación, no obstante esta diversidad. La inmolación de la augusta Víctima apareció en la Cruz en su sublime horror; mas la violencia de los verdugos ocultaba a las miradas el Sacrificio ofrecido a Dios por el Verbo encarnado en la espontaneidad de su amor. La inmolación se oculta a los ojos en el altar; mas la religión del Sacrificio aquí se manifiesta y se desarrolla en todo su esplendor. La Sangre divina dejó sobre la tierra que la bebió, la maldición del deicidio; el cáliz de salvación que la Iglesia tiene entre sus manos, lleva consigo la bendición del mundo. ¿Por qué el mundo, que antiguamente se levantaba después de las tempestades, se lamenta ahora de una decadencia universal, donde la fuerza no existe sino en los castigos de Dios? Se agita en vano, sintiendo ceder con él, a cada paso, el brazo de carne que se ofrece a llevar su decrepitud. La Sangre del Cordero, su fortaleza antigua, no corre ya sobre la tierra con la misma abundancia. Y sin embargo de eso, el mundo permanece en pie todavía, y lo está gracias a este Sacrificio, que aunque despreciado y empequeñecido, se ofrece continuamente en muchísimos lugares; y subsistirá hasta que en un acceso de demencia furiosa haga cesar aquí en la tierra el Sacrificio eterno.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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