martes, 27 de junio de 2017

28 de Junio: MIÉRCOLES DE LA INFRAOCTAVA DEL S. C. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA REPARACIÓN EN EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN
 
El espíritu de reparación o expiación ha ocupado siempre un lugar principal en el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús, y, al elevar el Papa Pío XI su fiesta al rito de primera clase, con octava, dotándola de una nueva Misa y Oficio, quiso hacerla la fiesta por excelencia de la reparación. 


En sus apariciones a la Santa Salesa, Nuestro Señor le declaró la infinidad de su amor y se quejó suavemente de no recibir como respuesta por parte de los hombres, aún de los que le están consagrados, sino injurias e ingratitudes. 

PARTICIPAR EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO. — Puede parecer inverosímil que Nuestro Señor Jesucristo, que se halla en los Cielos rodeado de las alabanzas de los Ángeles y Bienaventurados, inaccesible al sufrimiento y al dolor, anhele todavía consuelos de sus criaturas terrenas. La Encíclica nos lo aclara: "Si por causa de nuestros pecados que se habían de cometer, y eran previstos, se entristeció el alma de Cristo hasta verse en trance de muerte, no hay duda que ya entonces recibió también algún otro consuelo de nuestra cooperación, asimismo prevista, cuando se le apareció un Ángel del Cielo para consolar su Corazón oprimido por el tedio y la angustia." De nosotros depende, pues, de nuestra cobardía o generosidad, el que en la noche del Jueves al Viernes Santo, Cristo sufra o se halle confortado. 

Este amor y esta reparación brotarán espontáneamente de nuestras almas, si consideramos atentamente todo lo que Nuestro Señor Jesucristo sufrió por nosotros durante su Pasión "pues fue triturado por nuestras iniquidades, para sanarnos con sus heridas" (Isaías, LIII, 5). "Su Corazón soportó la ingratitud e improperio, y esperó a que alguien se contristara con Él y no lo hubo, y quien le consolase y no le halló". (Salm., LXVIII, 21)

PARTICIPAR DE LOS SUFRIMIENTOS DE SU CUERPO MÍSTICO. — Pero esta Pasión que Cristo padeció en su cuerpo físico, continúa experimentándola en su Cuerpo místico que es la Iglesia. Todo el mal que se hace a la Iglesia, le hiere a Él personalmente, pues la Iglesia es, en cierto sentido Él mismo, pues ha dicho: "Quien os desprecia, a mí me desprecia" (S. Lucas, X, 16). Amó a la Iglesia y se entregó a la muerte por ella, con el fin de santificarla y de prepararse una Esposa bella en todos los sentidos, sin mancha, sin arruga, siempre joven. La envió el Espíritu Santo, y después de Pentecostés, engendra ella, sin cesar, numerosos hijos a la vida de la gracia. Se comprende por lo mismo lo que ya había dicho a Saulo, y que podría repetir a todos aquellos que impiden a la Iglesia su obra de enseñanza y santificación de los hombres, que calumnian su doctrina, su jerarquía y sus miembros, que corrompen las almas por la prensa, la escuela y los espectáculos de todo género: "Yo soy Jesús, a quien vosotros perseguís"; hacia mí van dirigidos vuestros crueles golpes. "Con mucha razón, pues, —concluye Pío XI—padeciendo como padece todavía Cristo en su Cuerpo místico, desea tenernos por compañeros de su expiación y esto exige también nuestra misma unión con Él; pues como somos "cuerpo de Cristo y miembros del miembro principal" (I Cor., XII, 27), cualquier cosa que padezca la cabeza, es menester que padezcan con ella todos los miembros." 

Nuestro Señor lo pidió muchas veces a la confidente de su Corazón. He aquí lo que ella misma nos cuenta "... Se presentó a mí en figura de Ecce Homo, cargado con su cruz, cubierto de espinas y de contusiones. Su sangre adorable corría de todas partes, y decía con voz dolorosa y triste: ¿No se encontrará una persona que se apiade de mí y que quiera compadecerse y tomar parte en mi dolor en el lastimoso estado en que me ponen los pecadores, sobre todo los actuales? — Otro día Nuestro Señor me presentó cinco corazones que se habían segregado del suyo y se apartaban voluntariamente de su amor, y me dijo: "Toma tú esta carga y participa de las amarguras de mi Corazón; derrama lágrimas de sangre ante la insensibilidad de estos corazones que yo había elegido para consagrarlos a mi amor". 

QUEJA DEL SAGRADO CORAZÓN. — Este lamento del Señor, que partía de dolor el alma de Santa Margarita María, también se dirije a nosotros, tanto más, cuanto que quizás por nuestras faltas hayamos sido causa de mayores sufrimientos para nuestro Redentor. Escuchémosle al dirigirse a nosotros como a la Santa: "Tú, al menos, proporcióname el placer de desquitarme de las ingratitudes de los hombres, en cuanto seas capaz... Primero me recibirás en el Smo. Sacramento, cuantas veces te lo permita la obediencia. Comulgarás, además, todos los primeros Viernes de mes; y todas las noches del Jueves al Viernes te haré partícipe de la tristeza mortal que quise sentir en el monte de los Olivos... y para que me acompañes en la humilde oración que hice entonces a mi Padre, en medio de mi angustia, te levantarás a las once de la noche para meditar una hora conmigo, rostro en tierra, para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, y para suavizar la amargura del abandono de mis Apóstoles" (Vie et CEuvres, II, p. 71-72). 

Tales son las prácticas que nos recomienda también la Encíclica y que ha aprobado y enriquecido la Iglesia, con abundantes indulgencias, para animarnos a responder al deseo del Sagrado Corazón de Jesús y a consolarle. Terminaremos dando el texto de la consagración compuesta por el Beato Claudio de la Colombière. 

"Oh adorable Redentor mío, me entrego y me consagro a tu Corazón lo más perfecta y ampliamente posible. Me he clavado a tu Cruz por los votos de mi profesión; los renuevo en este Corazón divino ante el cielo y la tierra; te doy gracias por habérmelos inspirado. Confieso que el yugo de tu santo servicio no es duro ni pesado, que no me hallo cohibido ni molesto por mis lazos. Quisiera, al contrario, multiplicarlos y apretar más los nudos". 

"Me abrazo, pues, a la amable cruz de mi vocación hasta la muerte; en ella cifro todo mi placer, mi gloria y mis delicias. Absit mihi gloriari nisi in Cruce Domini Nostri Jesu Christi per quem mihi mundus crucifixus est et ego mundo. No quiera Dios que yo me alegre, sino en la Cruz de Jesucristo". 

"¡No quiera Dios que tenga otro tesoro que el de su pobreza, otras delicias que las de sus sufrimientos, otro amor que Él mismo! No, no, amado Salvador mío, jamás; me apartaré de Ti, y a Ti solo me uniré; no me aterran ya los estrechísimos senderos de la vida perfecta, a la que me siento llamado, porque Tú eres mi luz y mi fortaleza. 

"Espero, pues, Señor, que Tú me harás inquebrantable en las tentaciones, victorioso frente a los esfuerzos de mis enemigos, y extenderás sobre mí esa mano que tantos favores me ha hecho, para que cada día sea más liberal conmigo". 

"¡Te lo pido, mi adorable Jesús, por tu sangre, por tus llagas y por tu Corazón Sagrado: Haz, que por la consagración que te hago de todo mi ser, llegue a ser en este día una nueva manifestación de tu amor! Así sea."


 Año Litúrgico de Guéranger


 

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