domingo, 30 de abril de 2017

1ro de Mayo: LUNES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LAS NOTAS DE LA IGLESIA. — La primera piedra de la Iglesia está ya colocada; Jesús va ahora a edificar sobre este fundamento. El Pastor de las ovejas y de los corderos ha sido proclamado: es hora de formar el aprisco; las llaves del reino han sido dadas a Pedro: ha llegado el momento de inaugurar el Reino. Así, esta Iglesia, este aprisco, este reino, designan una sociedad que recibirá del nombre de su fundador el de Cristiana. Esta sociedad que forman los discípulos de Cristo está destinada a recibir en su seno a todos los miembros de la humanidad; ninguno será excluido, aunque de hecho no entren todos. Deberá durar hasta el fin de los siglos, pues no habrá elegidos más que en su recinto. Será "Una", pues Cristo no dice: "Edificaré mis Iglesias"; no habla más que de una sola. Será "Santa", porque todos los medios de santificación del hombre le serán confiados. Será "Católica", es decir, universal, para que siendo conocida en todos los tiempos y en todos los lugares, los hombres puedan oírla hablar y entrar en ella. Será "Apostólica", es decir que, cualquiera que sea la duración de este mundo, pasará por una sucesión legítima a esos hombres con los cuales Jesús trata en estos días para su fundación. 


LA PERPETUIDAD DE LA IGLESIA. — Tal será la Iglesia, fuera de la cual no puede haber salvación para cualquiera que, habiéndola conocido, descuidarse asociarse a ella. Aguardemos unos días, y el mundo oirá hablar de ella. La chispa en este momento se encuentra en solo la Judea; pero pronto será un incendio que se extenderá al mundo entero. Antes de fin de siglo, no solamente el imperio romano, tan vasto ya, tendrá miembros de la Iglesia en todas las provincias, sino que la Iglesia contará hasta en los pueblos en cuyo seno los cuales Roma no ha paseado sus águilas victoriosas. Más aún; esta propagación milagrosa no se detendrá jamás; en todos los siglos partirán nuevos apóstoles para realizar nuevas conquistas. Nada dura bajo el sol; pero la Iglesia maravillará por su duración incesante las miradas soberbias e irritadas del incrédulo. Las persecuciones, las herejías, los cismas, los desfallecimientos de la debilidad humana y sus depravaciones, no harán mella en ella; la Iglesia sobrevivirá a todo. Los nietos de sus adversarios la llamarán su madre; verá rodar a sus pies el torrente de los siglos llevando mezclados tronos, dinastías, nacionalidades y hasta razas; y estará siempre allá, abriendo sus brazos a todos los hombres, enseñando siempre las mismas verdades, repitiendo hasta el último día del mundo el mismo símbolo, y siempre fiel a las instrucciones que Jesús resucitado la confió. 

¡Qué acciones de gracias debemos darte, Señor Dios nuestro, por habernos hecho nacer en el seno de esta sociedad inmortal, la única que tiene tus enseñanzas celestiales y los socorros por los que se obra la salvación! No tenemos que buscar donde se halla tu Iglesia; en ella y por ella vivimos de esta vida superior que está por encima de la carne y de la sangre, y cuya plenitud, si somos fieles, nos está reservada en la eternidad. Dirige, Señor, una mirada misericordiosa sobre tantas almas que no han tenido la misma dicha y que no entrarán en tu única Iglesia, sino con el precio de más de un sacrificio penoso a la naturaleza. Dales una luz más viva, sostenles, a fin de que no desfallezcan. Quebranta la indiferencia de los unos, secunda los esfuerzos de los otros, a fin de que tu aprisco, oh buen Pastor, se acreciente siempre más y más, y que la Iglesia, que es tu Esposa, se regocije aún con la fecundidad que Tú le has prometido por todos los siglos.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

sábado, 29 de abril de 2017

SEGUNDO DOMINGO DESPUES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

DOMINGO DEL BUEN PASTOR. — Este Domingo se designa con el nombre popular de Domingo del buen Pastor por leerse en la Misa el trozo del evangelio de S. Juan, en que Nuestro Señor se da a sí mismo este título. Un lazo misterioso une este texto evangélico al tiempo en que estamos; pues fue en estos días cuando el Salvador de los hombres estableció y consolidó su Iglesia y comenzó por darle el pastor que debía gobernarla hasta la consumación de los siglos. 





El Hombre Dios, según el decreto eterno, después de pasados algunos días, dejará de ser visible aquí abajo. La tierra no le verá más hasta el fin de los tiempos, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Sin embargo, no abandonará esta raza humana por la que se ofreció en sacrificio en la Cruz y libró de la muerte y del infierno al salir victorioso del sepulcro. Será su jefe en los cielos; ¿qué tendremos para suplir su presencia en la tierra? la Iglesia. A la Iglesia dejará toda su autoridad sobre nosotros; en manos de la Iglesia pondrá el depósito de todas las verdades que ha enseñado; ella será la dispensadora de todos los medios de salvación que ha destinado para los hombres. 


LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA. — Esta Iglesia es una vasta sociedad en la que todos los hombres están llamados a entrar; sociedad compuesta por dos clases de miembros: los gobernantes y los gobernados, los maestros y los discípulos, los santificadores y los santificados. Esta sociedad inmortal es la Esposa del Hijo de Dios: para ella crea sus elegidos. Ella es su madre única: fuera de su seno no hay salvación para nadie. 


PEDRO CONSTITUÍDO PASTOR. — ¿Pero cómo podrá subsistir esta sociedad? ¿Cómo atravesará los siglos y llegará así hasta el último día del mundo? ¿Quién la dará la unidad y la cohesión? ¿Cuál será el lazo visible entre sus miembros, el signo palpable que la designará como la verdadera Esposa de Cristo, dado el caso que otras sociedades pretendieran fraudulentamente arrebatarla sus legítimos honores? Si Jesús se hubiera quedado con nosotros no habríamos corrido ningún riesgo; donde está Él, allí también está la verdad y la vida; pero Él "se va", nos dice, y nosotros no podemos seguirle aún. Escuchad, pues, y aprended sobre qué base ha establecido Él la legitimidad de su única Esposa. 


Estando un día durante su vida mortal en el territorio de Cesárea de Filipo rodeado de sus discípulos les interrogó acerca de la idea que se habían formado de su persona. Uno de ellos, Simón hijo de Juan o Jonás, y hermano de Andrés, tomó la palabra y dijo: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo". Jesús recibió con bondad este testimonio que ningún sentimiento humano podía sugerir a Simón, sino que salía de su conocimiento divinamente inspirado en este momento; y declaró a este dichoso Apóstol que ya en adelante no sería Simón sino Pedro. Cristo había sido designado por los Profetas con el carácter simbólico de piedra; al atribuir tan solemnemente a su discípulo este título distintivo del Mesías, Jesús daba a entender que Simón tendría con Él relaciones que no tendrían los otros Apóstoles. Pero Jesús continuó su discurso. Había dicho a Simón: "Tú eres Pedro (Piedra)"; y añadió; "y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia". 


Ponderemos estas palabras del Hijo de Dios: "Edificaré mi Iglesia". Ha concebido, pues un proyecto: el de edificar una Iglesia. No es él quien edificará ahora esa Iglesia; esta obra se diferirá todavía por algún tiempo, lo único que sabemos con certeza es que se edificará sobre Pedro. Pedro será el fundamento, y quien no descanse en Pedro no formará parte de la Iglesia. Escuchemos aún: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia". En el estilo de los judíos las "puertas" significan los "poderes"; de modo que la Iglesia de Jesús será indestructible, a pesar de todos los esfuerzos del infierno. ¿Por qué? porque Jesús le dará un fundamento firme. El Hijo de Dios continúa: "Y yo te daré las llaves del Reino de los cielos." En el lenguaje de los Judíos, las "llaves" significan el poder del Gobierno, y en las parábolas del Evangelio el "Reino de Dios" significa la Iglesia que debe ser edificada por Cristo. Al decir a Pedro, que en adelante no se llamará más Simón: "Yo te daré las llaves del Reino de los cielos", Jesús se expresaba como si le hubiese dicho: "Yo te haré el Rey de esta Iglesia, cuyo fundamento serás al mismo tiempo." Esto es evidente; pero no echemos en olvido que todas estas magníficas promesas miran al porvenir: (S. Matth, XVI.) 


Ahora bien, este porvenir, se ha hecho presente. Hemos llegado a las últimas horas de la estancia de Jesús aqui abajo. Ha llegado el momento en que se va a cumplir su promesa y fundar este Reino de Dios, esta Iglesia que debía edificar en la tierra. Los Apóstoles, fieles a las órdenes que les habían transmitido los Ángeles, han vuelto a Galilea.


El Señor se manifiesta a ellos a orillas del lago de Tiberíades y después de una comida preparada por él mismo, mientras están ellos pendientes de sus labios, interpela de repente a su discípulo: "Simón, hijo de Juan", le dice, "¿me amas?". Advirtamos que no le da en este momento el nombre de Pedro; se coloca en el día en que le dijo otra vez: "Simón, hijo de Jonás, tu eres Pedro"; quiere que los discípulos sientan el lazo que une la promesa y el cumplimiento. Pedro, con su aceleramiento acustumbrado, responde a la pregunta de su Maestro: "Sí, Señor; tú sabes que te amo." Jesús vuelve a tomar la palabra con autoridad: "Apacienta mis corderos", dice al discípulo. Después, reiterando la pregunta, dice aún: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro se asombra de la insistencia con la cual su Maestro parece perseguirle; sin embargo él responde con la misma sencillez: "Si Señor; tú sabes que te amo." Después de esta respuesta, Jesús repite las mismas palabras de investidura: "Apacienta mis corderos." 


Los discípulos escuchaban este diálogo con respeto; comprendían que Pedro era distinguido una vez más, que recibía en ese instante algo que ellos no recibirían. Los recuerdos de Cesárea de Filipo se agolpaban a su espíritu, acordándose además de las consideraciones particulares que su Maestro había tenido siempre para Pedro desde este día. Sin embargo de eso, no estaba todo terminado aún. Una tercera vez Jesús insterpela a Pedro: "Simón, hijo de Juan, me amas? Ante esta insistencia el Apóstol no puede más. Las tres llamadas de Jesús a su amor le han despertado el triste recuerdo de sus tres negaciones ante la criada de Caifás. Siente la alusión a su infidelidad tan reciente aún, pidiendo perdón responde esta vez con más compunción aún que seguridad: "Señor, dice, lo sabes todo; tú sabes que te amo." Entonces el Señor, poniendo el último sello en la autoridad de Pedro, pronuncia estas palabras: "Apacienta mis ovejas." (S. Juan, XXI.) 


He aquí a Pedro nombrado Pastor por aquel mismo que nos dijo: "Yo soy el buen Pastor." Desde luego el Señor ha dado a su discípulo y por dos veces el cuidado de los "corderos"; pero no le había nombrado aún pastor; mas cuando le encarga el apacentar también las "ovejas", el rebaño entero se confía a su autoridad. Que la Iglesia venga, pues, ahora, que se eleve, que se extienda; Simón el hijo de Juan es proclamado Jefe visible. ¿Esta Iglesia es un edificio?, pues él es su piedra fundamental. ¿Es un Reino? pues él tiene las llaves, es decir, el cetro, ¿Es un rebaño?, pues él es el Pastor.


Sí, esta Iglesia que Jesús organiza en este momento, y que se revelará el día de Pentecostés será un rebaño. El Verbo de Dios descendió del cielo "para reunir en uno a los hijos de Dios que antes estaban dispersos" (S. Juan, XI, 52) y se acerca el momento en que no habrá más que un solo redil y un solo Pastor" (Ibld,, X, 16.) ¡Te bendecimos, te damos gracias, oh divino Pastor nuestro! Por nosotros subsiste ella y atraviesa los siglos, recogiendo y salvando a todas las almas que se confían a ella, esta Iglesia que tú fundas en estos días. Su legitimidad, su fuerza, su unidad, le vienen de ti, su Pastor omnipotente y misericordioso. Te bendecimos también y te damos gracias, oh Jesús, por la previsión con que has provisto al mantenimiento de esta legitimidad, de esta fuerza, de esta unidad, dándonos a Pedro tu vicario, a Pedro nuestro Pastor en Ti y por Ti, a Pedro a quien ovejas y corderos deben obediencia, a Pedro en quien te haces visible hasta la consumación de los siglos.

En la Iglesia griega, el segundo Domingo después de Pascua que nosotros llamamos del "Buen Pastor", se designa con el nombre de "Domingo de los santos myroforos", o "porta-perfumes". Se celebra particularmente la piedad de las santas mujeres que llevaron los perfumes al Sepulcro para embalsamar el cuerpo del Salvador. José de Arimatea tiene también una parte de los cánticos de que se compone el Oficio de la Iglesia griega durante esta semana. 


MISA
 

El Introito, haciendo suyas las palabras de David, celebra la misericordia del Señor que se extiende a la tierra entera, por la fundación de la Iglesia. Los "cielos", que significan los Apóstoles en el lenguaje misterioso de la Escritura, fueron fortalecidos por el Verbo de Dios, el día en que les dió a Pedro por Pastor y por fundamento. 


INTROITO 


La tierra está llena de la misericordia del Señor, aleluya: por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, aleluya, aleluya. 
Salmo: Alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre. 


La Santa Iglesia en la Colecta, pide para sus hijos la gracia de una santa alegría; pues tal es el sentimiento que conviene al Tiempo pascual. Debemos regocijarnos por haber sido librados de la muerte por el triunfo de nuestro Salvador, y prepararnos por las alegrías pascuales a las de la eternidad. 


COLECTA


Oh Dios, que, con la humillación de tu Hijo, levantaste al mundo caído: concede a tus fieles la perpetua alegría: para que, a los que has librado de los peligros de la muerte eterna, les hagas disfrutar de los gozos sempiternos. Por el mismo Señor. 


EPÍSTOLA 


Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro. 
Carísimos: Cristo sufrió por nosotros, dándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos. El no cometió pecado, ni se encontró dolo en su boca: cuando era maldecido, no maldijo: cuando padecía, no amenazó; antes se entregó al que le juzgó injustamente: El mismo llevó a la cruz, en su cuerpo, nuestros pecados: para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia: con sus heridas fuisteis sanados. Porque erais como ovejas errantes, pero os habéis vuelto ahora al pastor y obispo de vuestras almas. 


EL EJEMPLO DE CRISTO. — El Príncipe de los Apóstoles, el Pastor visible de la Iglesia universal, acaba de hacernos oír su palabra. Ved cómo termina este pasaje llevando nuestros pensamientos al Pastor invisible del cual es el Vicario, y cómo evita con modestia toda alusión a él mismo. Es en efecto, el Pedro de siempre que, dirigiendo a su discípulo Marcos en la redacción de su Evangelio, no quiso que contase en él la investidura que Cristo le dio sobre todo el rebaño, pero que exigió que no omitiese nada en su relato de la triple negación en casa de Caifás. ¡Con qué ternura nos habla aquí al Apóstol de su Maestro, de los sufrimientos que soportó, de su paciencia, de su entrega hasta la muerte a esas pobres ovejas errantes con las que debía él formar su redil! Estas palabras tendrán un día aplicación en el mismo Pedro. Día vendrá en que será amarrado a un madero, donde se mostrará paciente como su Maestro en medio de los ultrajes y de los malos tratos. Jesús se lo había predicho; pues, después de haberle confiado ovejas y corderos, añadió que llegaría el tiempo en que Pedro "llegado a viejo, extenderla sus manos" sobre la cruz, y que la violencia de los verdugos se ensañaría sobre su debilidad. (S. Juan, XXI.) Esto acontecerá, no solamente a la persona de Pedro, sino a un número considerable de sus sucesores que forman un todo con él y que se les verá, al correr de los siglos, tan a menudo perseguidos, exilados, aprisionados, matados. Sigamos nosotros también las huellas de Jesús, sufriendo de buen grado por la justicia; a Él le debemos que, siendo desde toda la eternidad igual a Dios Padre en la gloria, se haya dignado descender a la tierra para ser "el Pastor y el Obispo de nuestras almas". 


El primer versillo aleluyático recuerda la cena de Emaús; en pocos instantes conoceremos nosotros también a Jesús en la fracción del pan de vida. 


El segundo proclama por las propias palabras del Salvador la dignidad y las cualidades del Pastor, el amor a sus ovejas, y la prontitud de estas para reconocerle por su jefe. 


ALELUYA 


Aleluya, aleluya. V. Conocieron los discípulos al Señor Jesús en la fracción del pan. 


Aleluya. V. Yo soy el buen pastor: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí. Aleluya. 

EVANGELIO


Continuación del santo Evangelio según San Juan


En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el que no es pastor, el que no tiene ovejas propias, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye: y el lobo arrebata, y dispersa las ovejas; pero el mercenario huye porque es mercenario, y no le interesan las ovejas. Yo soy el buen pastor: y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí. Como me conoce el Padre, así yo conozco al Padre: y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas, que no son de este redil: y debo atraerlas también, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño, y un solo pastor. 


SUMISIÓN AL ÚNICO PASTOR. — Divino Pastor de nuestras almas, ¡cuán grande es tu amor por tus ovejas! Vas a dar hasta tu misma vida por salvarlas. El furor de los lobos no te hace huir. Te haces presa, a fin de apartar de ellas el diente mortífero que quería devorarlas. Has muerto en nuestro lugar, porque eras nuestro Pastor. No nos extrañamos que hayas exigido de Pedro más amor que el que esperabas de sus hermanos: pensabas establecerle su Pastor y nuestro. Pedro pudo responder con seguridad que te amaba y tú le conferiste tu propio título con la realidad de tus funciones a fin de que te supliera cuando hubieras desaparecido a nuestras miradas. Sé bendito, divino Pastor; porque tuviste presente las necesidades de tu rebaño que no podía conservarse Uno, si hubiera tenido varios Pastores sin un Pastor supremo. Para conformarnos con tus órdenes, nos inclinamos con amor y sumisión ante Pedro, besamos con respeto sus sagrados pies; pues por él nosotros dependemos de Ti, por él nosotros somos tus ovejas. Consérvanos, oh Jesús, en el redil de Pedro que es el tuyo. Aleja de nosotros al mercenario que quisiera usurpar el lugar y los derechos del Pastor. Intruso en el aprisco por violencia profana, se da aires de amo; pero no conoce a las ovejas y las ovejas no le conocen a él. Atraído, no por el celo, sino por el deseo y la ambición, huye al aproximarse el peligro. Cuando se obra sólo por intereses terrestres, no se sacrifica la vida por otro; el pastor cismático se ama a sí mismo; no ama tus ovejas; ¿cómo daría su vida por ellas? guárdanos de este mercenario, ¡oh Jesús! Nos apartaría de ti, separándonos de Pedro a quien has constituido tu Vicario. No reconoceremos otro. ¡Anatema a quien quisiera mandarnos en tu nombre, y no fuese enviado de Pedro! Pastor falso, no descansaría sobre la piedra del fundamento, no tendría las llaves del Reino de los cielos; no haría sino perdernos. Prométenos, oh buen Pastor, permanecer siempre con nosotros y con Pedro de quien eres el fundamento, como él es el nuestro, y podremos desafiar todas las tempestades. Tú lo has dicho, Señor: "El hombre sabio edifica su casa sobre la roca; las lluvias cayeron sobre ella, los ríos se desbordaron, los vientos soplaron, todas esas fuerzas se lanzaron sobre la casa y no cayó porque estaba fundada sobre la piedra firme. (San Mateo, VIII, 24, 25.) 


El Ofertorio es una aspiración hacia Dios tomada del Rey-Profeta.


OFERTORIO 


Dios, Dios mío, a ti velo de día: y en tu nombre alzaré mis manos, aleluya. 


En la Secreta, la Iglesia pide que la santa energía del Misterio que va a consumarse sobre el altar produzca en nosotros los efectos a los que aspiran nuestras almas: morir al pecado y resucitar a la gracia. 


SECRETA 


Concédanos siempre, Señor, una bendición saludable esta sagrada ofrenda: para que, lo que obra con misterio, lo confirme con poder. Por el Señor. 


Las palabras de la Antífona de la Comunión recuerdan también al buen Pastor. Es el misterio que domina toda esta jornada. Rindamos un último homenaje al Hijo de Dios que se digna mostrársenos bajo apariencias tan conmovedoras, y seamos siempre sus fieles ovejas. 


COMUNIÓN
 

Yo soy el buen pastor, aleluya: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, aleluya, aleluya. 


En el divino banquete, Jesús buen Pastor acaba de ser dado en alimento a sus ovejas; la Santa Iglesia, en la Poscomunión, pide que seamos cada día más penetrados de amor por este augusto sacramento, en el cual debemos poner nuestra gloria; pues es para nosotros el alimento de inmortalidad. 


POSCOMUNIÓN 


Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, consiguiendo la gracia de tu vivificación, nos gloriemos siempre de tu regalo. Por el Señor


Año Litúrgico de Dom guéranger



viernes, 28 de abril de 2017

29 de Abril: SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del año Litúrgico de Dom Guéranger.

JESÚS Y SU MADRE. — En este día del Sábado volvámonos hacia María, y contemplémosla de nuevo en medio de las alegrías de la Resurrección de su Hijo. Había atravesado con Él un mar de dolores; ningún sufrimiento de Jesús dejó de sentir en sí misma en la medida posible a una criatura; ninguna tampoco de las grandezas de la Resurrección del Redentor dejó de comunicársela en la misma medida. Era justo que aquella a quien Dios había concedido la gracia y el mérito de participar en la obra de la redención, tuviese también su parte en las prerrogativas de su Hijo resucitado. Su alma se elevó a nuevas alturas; la gracia la inundó de favores que no había recibido hasta entonces y tanto sus obras como sus sentimientos adquirieron un nuevo grado de perfección celestial. 




MARÍA RESUCITADA CON JESÚS. — Al hacerla confidente de su primera aparición momentos después de su Resurrección la comunicó esta nueva vida que ha comenzado; y nosotros no debemos extrañarnos, puesto que ya sabemos que el simple cristiano, purificado por la compasión de los dolores de Jesús, que se une después con la Iglesia al misterio de la Pascua, se hace también participante de la vida del Salvador resucitado. Esta trasformación débil en nosotros, y con frecuencia demasiado fugaz, se operó en María en toda la plenitud que exigían a la vez su alta vocación y su incomparable fidelidad; y se podía decir de ella de muy distinto modo que de nosotros, que resucitó verdaderamente con su Hijo. 

Al pensar en estos cuarenta días durante los cuales María ha de poseer aún a su divino Hijo sobre la tierra, nuestro pensamiento se traslada a los otros cuarenta días en que la vimos inclinada sobre la cuna de Jesús recién nacido. Entonces formábamos una corona de pleitesía al rededor de esta dichosa Madre que amamantaba a su Hijo, se oían los conciertos de los ángeles, se veía llegar a los pastores y poco después a los Magos; todo era dulzura y encanto. Pero el Emmanuel que nuestros ojos contemplaban entonces nos conmovía sobre todo por su humildad; en él reconocíamos al Cordero venido para borrar los pecados del mundo: nada presagiaba aún al Dios fuerte. ¡Qué cambio se obró desde esta época! Antes de llegar a las alegrías que la rodean en este momento ¡qué de dolores han oprimido el corazón de María! La espada predicha por Simeón ha sido rota para siempre; pero cuán aguda fue su punta y cruel su filo. Hoy María puede decir con el Profeta: "En el grado que las angustias de mi corazón fueron vivas y punzantes, en ese mismo grado la dicha le alegra hoy". El Cordero se ha convertido en el león de la tribu de Judá y María, Madre del niño de Belén, es también Madre del poderoso triunfador. 

LAS APARICIONES A MARÍA. — ¡Con qué complacencia este vencedor de la muerte presenta ante los ojos de María los esplendores de su gloria! Helo aquí tal como debía parecer después del cumplimiento de su misión, ese Rey de los siglos a quien ella llevó nueve meses en su seno, a quien alimentó con su leche, el que, a pesar de ser todo un Dios, la honrará eternamente como a su Madre. Durante los cuarenta días de la Resurrecición la rodea con todas las exquisiteces de su ternura, procura colmar sus anhelos maternales apareciéndosele frecuentemente. ¡Qué emocionantes e íntimas son las entrevistas de Hijo y Madre! ¡Qué sentida es la mirada de María al contemplar a su Jesús tan diferente de lo que parecía poco ha y sin embargo de eso siempre el mismo! Sus rasgos tan familiares a María se han tornado en brillo desconocido en la tierra; las llagas impresas aún en sus miembros le embellecen con los rayos de una luz inefable que desvanece todo recuerdo de dolor. ¿Qué decir de la mirada de Jesús al contemplar a María su Madre, su asociada en la obra de la salvación de los hombres, la criatura perfecta, digna de más amor que todos los seres juntos? ¡Qué coloquios aquellos de un tal Hijo con una Madre tal, en la víspera de la Ascensión, de esa partida que ha de separar todavía por algún tiempo al uno del otro! Ningún mortal osaría dar a conocer las expansiones a que se entregaron en estos instantes demasiado breves: la eternidad nos las revelará; pero nuestro corazón, si ama al Hijo y a la Madre, adivinará algo. Jesús quiere resarcir a María de las largas que el ministerio de Madre de los hombres le impone aquí abajo: María, más dichosa que en otro tiempo la hermana de Marta, escucha su palabra, y se alimenta en el éxtasis de amor. Oh María, por esas horas de felicidad que compensaron las horas tan largas y tan amargas de la Pasión de tu Hijo, pide para nosotros que se digne hacerse sentir y gustar en nuestros corazones en este valle de lágrimas donde "estamos de viaje lejos de Él" esperando el momento en que nos reunamos a Él para no separarnos jamás.


 Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

jueves, 27 de abril de 2017

28 de Abril: VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA MALA FE DE JERUSALÉN. — Volvamos hoy nuestras miradas a Jerusalén, la ciudad deicida que atronaba los oídos hace quince días, con el horrible grito de: "¡Mátale, mátale, crucifícale!" ¿Está conmovida por los grandes acontecimientos que han tenido lugar en su seno? ¿sigue todavía el rumor que se difundió acerca del sepulcro vacío? ¿Los enemigos del Salvador han llegado a adormecer al público con sus estratagemas? Han hecho venir a los guardias del sepulcro y les han dado dinero para decir a quien quiera oírles, que han guardado ellos mal la consigna que se les había dado, que se han dejado llevar del sueño, y que, durante este tiempo, los discípulos vinieron a escondidas y arrebataron el cuerpo de su Maestro. Por temor a que esos soldados no se inquieten de las consecuencias que puede tener para ellos tal infracción de la disciplina, se les prometió comprar la impunidad ante sus jefes. (S. Mat., XXVIII, 12.) 




He aquí pues el último esfuerzo de la sinagoga para aniquilar hasta la memoria de Jesús de Nazaret. Pretende hacer de él un vulgar impostor que acabó en un suplicio vergonzoso y a quien una superchería más vergonzosa acabó de comprometer después de su muerte. Algunos años más tarde con todo eso, el nombre de Jesús, saliendo del estrecho recinto de Jerusalén y de Judea, resonará hasta las extremidades de la tierra. Un siglo después sus adoradores cubrirán el mundo. Tres siglos más, y la corrupción pagana se declarará vencida y los ídolos caerán por tierra, y la majestad de los Césares se inclinará ante la cruz. 

Di pues, ahora, oh Judío ciego y obstinado, que no ha resucitado aquél a quien tú no supiste sino maldecir y crucificar, cuando ahora es el rey del mundo, el monarca bendito de un imperio sin límites. 

Vuelve a leer pues aún una vez más tus propios oráculos, esos oráculos que nosotros hemos recibido de tu mano. ¿No dicen que el Mesías será desconocido, que será puesto al nivel de los criminales y tratado por ti como uno de ellos? (Isaías, LIII, 12.) Pero ¿no dicen ellos también que "su sepulcro será glorioso"? (Ibíd., X, 10.) Para todo hombre la tumba es el escudo contra el cual viene a estrellarse su gloria; para Jesús ha sido de otro modo: el trofeo de su victoria es un sepulcro; y porque ahogó a la muerte en sus brazos victoriosos, nosotros le proclamamos el Mesías, el Rey de los siglos, el Hijo de Dios. 

Pero Jerusalén es carnal, y el humilde Nazareno no ha lisongeado su orgullo. Sus prodigios eran brillantes, la sabiduría y la autoridad de sus discursos sin igual en el presente ni en el pasado, su bondad y su misericordia superiores aún a las miserias del hombre: Israel no ha visto nada, no ha oído nada, no ha comprendido nada; no se ha acordado de nada. Su destino está, ¡ay! fijado en este momento y él mismo es su autor. Daniel lo declaró hace cinco siglos: "El pueblo que le renegare no será más su pueblo." (Dan., IX, 26.) Que se apresuren pues, a recurrir a Él, los que no quieran ser sepultados en las más afrentosa ruina que jamás aterró al mundo. 

EL CASTIGO DE JERUSALÉN. — Una pesada atmósfera oprime la capital deicida. Gritaron: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" Esta sangre está sobre Jerusalén como una nube vengadora. Pasados cuarenta años brillarán los rayos que ella oculta. Habrá carnicería, incendio, destrucción, y "una desolación que durará hasta el fin". (Dan.) En su ceguera, Jerusalén, que sabe que los tiempos se han cumplido, va a convertirse en un foco de sediciones. Aventureros proclamándose sucesivamente el Mesías, agitarán la nación judía, hasta que por fin Roma se mueva, y envíe sus legiones para extinguir con ríos de sangre la hoguera de la revolución; e Israel, expulsado de su patria irá errante, como Caín, por toda la tierra. 

¡Oh! ¡lástima que no reconozcan a quien ellos negaron y que les aguarda aún! ¿por qué pasan sin remordimientos cerca de esta tumba vacía que protesta contra ellos? ¿no pidieron que fuera vertida la sangre inocente? Este primer crimen, fruto de su orgullo, pide retractación y entonces el perdón descenderá sobre ellos. Mas si persisten en sostenerlo, todo está perdido; la ceguera será en adelante su castigo. Se agitarán en las tinieblas y rodarán hasta el fondo del abismo. Los ecos del Bethphagé y del monte de los Olivos no han tenido tiempo de olvidar el grito de triunfo que repetían hace pocos días: "¡Hosanna al hijo de David!" Trata, oh Israel pues aún es tiempo, de hacer oír de nuevo esta legítima aclamación. 

Las horas corren; la solemnidad de Pentecostés se abrirá pronto. La ley del hijo de David debe ser promulgada en este día en que la abrogación de la ley de Moisés ya estéril debe publicarse. En este día, sentirás dos pueblos en tu seno: el uno corto en número, mas llamado a conquistar a todas las naciones al verdadero Dios, se inclinará con amor y arrepentimiento ante el hijo de David crucificado y resucitado; el otro, soberbio y desdeñoso, no proferirá más que blasfemias contra el Mesías, y merecerá por su ingratitud servir para siempre de ejemplo a cualquiera que endurezca voluntariamente su corazón. Niega aún hoy la resurrección de su víctima; pero el castigo que pesa sobre él hasta el fin de los siglos muestra bastante que el brazo vengador que se siente allí es un brazo divino, el brazo del Dios veraz cuyos anatemas son infalibles. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

miércoles, 26 de abril de 2017

27 de Abril: JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

JESÚS Y LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.— Los Apóstoles y las santas mujeres no son las únicas en gozar de la presencia de Jesús resucitado; un pueblo innumerable de justos, cuyo Rey es, le solicita también el favor de verle y de tratarle en su santa humanidad. 




Embebidos por las magnificencias de la Resurrección, hemos olvidado a esos cautivos que el alma bienaventurada del Redentor fue a visitar, durante las horas de la muerte, en las prisiones en que tantos amigos de Dios agrupados alrededor de Abrahán esperaban la aurora de la luz eterna. Desde la hora de Nona del Viernes Santo hasta el comienzo del día del Domingo, el alma divina del Emmanuel quedó con esos felices prisioneros, que puso con su presencia en posesión de la suprema bienaventuranza. Pero habiendo llegado la hora en que el vencedor de la muerte iba a entrar en su triunfo, no podía dejar tras de sí cautivas a esas almas, libres ya por su muerte y su resurrección. En el momento indicado, el alma de Jesús se lanza hasta el seno del sepulcro, donde vuelve a animar a su cuerpo glorioso; y la multitud de almas santas, volviendo de los limbos en pos de él, le sirven de cortejo, saltando de gozo. 

Estas almas, el día de la Ascensión, formarán su corte, y se levantarán con él; pero la puerta del cielo está aún cerrada; deben esperar el término de los cuarenta días que el Redentor va a consagrar en la edificación de su Iglesia. Invisibles ellas a las miradas de los mortales, vuelan por encima de esta morada que fue la suya, y donde conquistaron la recompensa eterna. Nuestro primer padre vuelve a ver esta tierra que él cultivó con el sudor de su frente; Abel admira el poder de la sangre divina que dió voces impetrando la misericordia, mientras que la suya no imploró sino sólo la justicia. (Hebr., XII, 24); Noé recorre con la mirada esta multitud de hombres que cubre el globo, nacido todo entero de sus tres hijos; Abrahán, el padre de los creyentes, Isaac y Jacob, saludan el momento en que se va a cumplir en el mundo la promesa que les fue hecha, de que todas las generaciones serían bendecidas en Aquel que saldría de su raza; Moisés vuelve a encontrar a su pueblo, en cuyo seno el enviado "mayor que él", a quien había anunciado, encontró tan pocos discípulos y tantos enemigos; Job, que representa a los elegidos de la gentilidad está gozoso de ver a "este Redentor vivo" (Job, XIX, 25) en quien esperaba en su infortunio; David, dominado de grande entusiasmo, prepara para la eternidad cánticos más bellos aún, en alabanza del divino Esposo de la naturaleza humana; Isaías y los otros Profetas ven el cumplimiento literal de todo lo que ellos predijeron; en fin, el ejército entero de los justos, cuyas filas están formadas por los elegidos de todos los siglos y naciones, contempla con tristeza las huellas vergonzosas del politeísmo y de la idolatría que han invadido una parte tan grande de la tierra y ansia con todo el ardor de sus deseos el momento en que la palabra evangélica suene para despertar de su sueño a tantos pueblos sentados en las sombras de la muerte. 

Pero del mismo modo que en el día en que los elegidos salgan de sus tumbas y se lancen a los aires delante de Cristo, semejantes, nos dice el Salvador "a las águilas que una misma presa ha reunido." (S. Mateo, XXIV, 28); así, las almas bienaventuradas desearán agruparse alrededor de su libertador. Es su imán; su vista les alimenta, y las comunicaciones con él les causan inefables delicias. Jesús condesciende a los deseos de esos "benditos de su padre" que están en vísperas de "poseer el reino que les está preparado desde la creación del mundo" (Ibíd., XXV, 34) y se deja seguir y acompañar por ellos. 

¡Con qué ternura San José, a la sombra de su hijo adoptivo, contempla a su esposa, convertida al pie de la Cruz en Madre de los hombres! ¿Quién podría describir la dicha de Ana y de Joaquín, a la vista de su hija que ya "todas las generaciones llamarán Bienaventurada?" (S. Luc., 1, 48.) S. Juan el Precursor, santificado desde el seno de su madre al oír la voz de María, ¡qué felicidad la suya al ver a la que dio al mundo el Cordero que quita todos los pecados! ¡Con qué amorosas miradas consideran las almas bienaventuradas a los Apóstoles, esos futuros conquistadores de la tierra que su Maestro arma en este momento para los combates! Por ellos la tierra, llevada pronto al conocimiento del verdadero Dios, enviará al cielo numerosos elegidos que subirán sin interrupción hasta el fin de los tiempos.

Honremos hoy a los invisibles testigos de los preparativos de la divina misericordia para la salvación del mundo. Pronto, nuestras miradas seguirán su vuelo hacia la patria celestial, de la cual irán a tomar posesión en nombre de la humanidad rescatada. Desde el limbo hasta el empíreo, la distancia es larga; recordemos su morada de cuarenta días en la primera patria, teatro de sus pruebas y de sus virtudes. Al volver a ver la tierra, la han santificado y la ruta que van pronto a seguir tras los pasos del Redentor, quedará abierta para nosotros.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

martes, 25 de abril de 2017

26 de Abril: MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA BONDAD DE JESÚS. — Si la santa humanidad de Jesús rescatado resplandeció con infinidad de rayos, no vayamos a creer que rodeado de un resplandor tan vivo llegue a ser inaccesible a los mortales. Su bondad, su condescendencia, son las mismas, y se diría más bien que su divina familiaridad con los hijos de los hombres es más solícita y más tierna. ¡Cuántos rasgos inefables hemos visto sucederse en la Octava de la Pascua! Recordemos su delicada atención con las santas mujeres, cuando se encuentra y las saluda, camino del sepulcro; la prueba amable que hace sufrir a Magdalena apareciéndosele con la apariencia de un jardinero; el interés con que se acerca a los dos discípulos en el camino de Emaús, traba conversación con ellos, y los dispone suavemente a reconocerle; su aparición a los diez, el domingo por la tarde, en que les da el saludo de paz, les deja palpar sus miembros divinos, y condesciende a comer ante sus ojos; la facilidad con que, ocho días después, invita a Tomás a verificar los estigmas de la Pasión; el encuentro a orillas del lago de Genesareth, donde se digna aún favorecer la pesca de sus discípulos y les ofrece comida en la ribera: todos estos pormenores nos revelan bien cuán íntimas y llenas de gozo fueron las relaciones de Jesús durante esos cuarenta días. 




JESÚS Y SUS DISCÍPULOS. —Volveremos más tarde a sus relaciones con su santa Madre; considerémosle hoy en medio de sus discípulos, a los cuales se muestra con tanta frecuencia, que San Lucas ha podido decirnos "que se les apareció durante cuarenta días". (Act., 1, 3). El colegio apostólico se ha reducido a once miembros; pues el puesto del traidor Judas no debe ser ocupado sino después de la partida del Señor, en la víspera del día de la venida del Espíritu Santo. 

¡Cuán hermoso es contemplar la sencillez de esos futuros mensajeros de la paz en medio de las naciones! (Isaías, LII, 7). Hasta poco ha débiles en la fe, vacilantes, olvidados de todo lo que habían visto y oído, se habían alejado de su Maestro en el momento del peligro; como se lo había predicho, sus humillaciones y su muerte los habían escandalizado; la noticia de su resurrección los encontró indiferentes y aun incrédulos; pero él se mostró tan comprensivo, sus reproches eran tan suaves, que pronto recobraron la confianza que tenían con él durante su vida mortal. 

Pedro, que se mostró el más infiel, volvió a sus relaciones familiares con su Maestro; una prueba particular le espera de aquí a pocos días; pero toda la atención de los Apóstoles está concentrada en su Maestro, cuyo esplendor tiene arrebatados sus ojos; cuya palabra les produce un placer nuevo; cuyo lenguaje comprenden mejor. Iluminada por los misterios de la Pasión y de la Resurrección, su vista es más aguda y más levantada. En el momento de dejarlos, el Salvador multiplica sus enseñanzas; escuchan con avidez el complemento de las instrucciones que les dió en otro tiempo. Saben que se aproxima el momento tras el cual no volverán a oírle; se trata ahora de recoger su última voluntad, y de hacerse aptos para cumplir para su gloria la misión que va a abrirse para ellos. No penetran aún todos los misterios cuyo anuncio estarán encargados de llevar a todas las naciones; su memoria sentirá trabajo en retener tan altas y vastas enseñanzas; pero Jesús les anuncia la próxima llegada del Espíritu divino que debe no solamente fortificar su valor, sino desarrollar también su inteligencia, y hacerlos recordar todo lo que su Maestro los enseñó.

JESÚS Y LAS SANTAS MUJERES. — Otro grupo roba también nuestras miradas: es el de las santas mujeres. Esas fieles compañeras del Redentor que le siguieron al Calvario y que en premio gustaron las primeras de las alegrías de la resurrección, ¡con qué bondad su Maestro las felicita y anima!, ¡con qué esmero desea reconocer sus antiguos y nuevos cuidados! En otro tiempo miraron ellas por su subsistencia; ahora que no necesita de alimentos terrenales, las alimenta él con su amable presencia; ellas le ven, le oyen, y el pensamiento de que pronto les será quitado, redobla aún las delicias de estas últimas horas. Gloriosas madres del pueblo cristiano, antecesoras ilustres de nuestra fe, las encontraremos en el Cenáculo, el día en que el Espíritu Santo descienda sobre ellas en lenguas de fuego como sobre los Apóstoles. Su sexo debía tener representación en este momento en que la Iglesia iba a ser manifestada a la paz de todas las naciones, y las mujeres del Calvario y del sepulcro tenían derecho por encima de todos a tomar parte en los esplendores de Pentecostés.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

lunes, 24 de abril de 2017

25 de Abril: MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL PODER DE JURISDICCIÓN. — La Iglesia que Jesús resucitado organiza en estos días, y que debe extenderse por el mundo entero, es una sociedad verdadera y completa. Debe tener en sí misma un poder que la rija y que, por la obediencia de los súbditos, mantenga el orden y la paz. Hemos visto que el Salvador había previsto esta necesidad estableciendo un Pastor de las ovejas y los corderos, un vicario de su autoridad divina; pero Pedro no es más que un hombre; por muy grande que sea su poder, no puede ejercerlo directamente sobre todos los miembros del rebaño. La nueva sociedad tiene, pues, necesidad de magistrados de un rango inferior que sean, según la bella expresión de Bossuet, "ovejas para Pedro, y Pastores para los pueblos". (Sermón sobre la unidad de la Iglesia.)




EL EPISCOPADO. — Jesús tiene todo previsto, ha elegido doce hombres a quienes ha llamado sus Apóstoles y a ellos confiará la magistratura de su Iglesia. Al separar a Pedro para hacerle Jefe y como su representante, no ha renunciado a hacerles servir para sus designios. Lejos de eso, están destinados a ser las columnas del edificio cuyo fundamento será Pedro. Son doce, como en otro tiempo los doce hijos de Jacob; pues el antiguo pueblo fue en todo la figura del nuevo. Antes de subir al cielo, Jesús les da el poder de enseñar por toda la tierra y les establece Pastores de los fieles en todos los lugares por donde vayan. Ninguno de ellos es jefe de los demás, sino Pedro, cuya autoridad parece tanto mayor cuanto más se eleva por encima de esos poderosos depositarios del poder de Cristo. 

Una delegación tan extensa de los derechos pastorales en la generalidad de los Apóstoles tenía por objeto asegurar la solemne promulgación del Evangelio; pero no debía sobrevivir, en esta vasta medida, en sus depositarios. El sucesor de Pedro debía solo conservar el poder apostólico en toda su extensión, y en adelante, ningún pastor legítimo ha podido ejercer una autoridad territorial ilimitada. El Redentor al crear el Colegio apostólico fundó también esta magistratura que nosotros veneramos con el nombre de Episcopado. Si los Obispos no han heredado la jurisdicción universal de los Apóstoles, si no han recibido como ellos la infalibilidad personal en la enseñanza, no por eso dejan de ocupar en la Iglesia el lugar de los Apóstoles. A ellos confiere Jesucristo las llaves mediante el sucesor de Pedro; y estas llaves, símbolo del gobierno, las usan ellos para abrir y para cerrar en toda la extensión del territorio asignado a su jurisdicción. 

¡Qué magnífica, qué imponente es esta magistratura del Episcopado sobre el pueblo cristiano! Contemplad en el mundo entero esos tronos sobre los que se sientan los pontífices presidiendo las diversas partes del rebaño, apoyados en el báculo pastoral, símbolo de su poder. Recorred la tierra habitada, franquead los límites que separan las naciones, pasad los mares; por todas partes os encontraréis con la Iglesia, y por todas partes encontraréis al Obispo ocupado en regir la porción del rebaño confiado a su custodia; y viendo que todos esos pastores son hermanos, que todos gobiernan sus ovejas en nombre del mismo Cristo, y que todos se unen en la obediencia a un mismo Jefe, comprenderéis entonces cómo es esta Iglesia una sociedad completa en cuyo seno la autoridad reina con tanto imperio. 

EL SACERDOCIO. — Por debajo de los Obispos, encontramos aún en la Iglesia otros magistrados de un rango inferior; la razón de su establecimiento se explica por sí misma. Designado para gobernar un territorio más o menos vasto, el Obispo necesita cooperadores que representen su autoridad, y la ejerzan en su nombre y bajo sus órdenes, allá donde ésta no pudiera ejercerse inmediatamente. Estos son los sacerdotes con cura de almas, cuyo lugar fijó el Salvador en la Iglesia, por la elección de los setenta y dos discípulos, que añadió a sus Apóstoles, a los cuales debían estar sometidos los discípulos. Complemento admirable del gobierno en la Iglesia, donde todo funciona en la más perfecta armonía, por medio de esta jerarquía desde cuya cima desciende la autoridad, y va a extenderse hasta los Obispos que la delegan enseguida al clero inferior. 

LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES. — Estamos en los días en que esta jurisdicción que Jesús había anunciado, emana por su divino poder. Ved con qué solemnidad la confiere: "Todo poder, dice, me ha sido dado en el cielo y en la tierra: id, pues, enseñad a todas las naciones." (S. Matth., XXVIII, 18.) Así, este poder que los pastores van a ejercer, es de su propia autoridad de donde lo saca; es una emanación de su propia autoridad en el cielo y sobre la tierra; y a fin de que comprendiésemos más claramente cual es la fuente, dice también esos mismos días: "Como mi Padre me ha enviado, así os envío yo." (S. Juan, XX, 21.) 

Así, el Padre ha enviado al Hijo y el Hijo envía a los Pastores, y esta "misión" no será nunca interrumpida hasta la consumación de los siglos. Siempre instituirá Pedro los Obispos, siempre los Obispos conferirán una parte de su autoridad a los sacerdotes destinados al ministerio de las almas; y ningún poder humano sobre la tierra podrá interceptar esta transmisión, ni hacer que los que no han tenido parte en ella tengan el derecho de considerarse por pastores. El César gobernará el Estado; pero será incapaz para crear un solo pastor; pues el César no tiene ninguna parte en esta jerarquía divina, fuera de la cual la Iglesia no reconoce más que súbditos. A él toca el mandar como soberano en las cosas temporales: a él toca también obedecer, como el último de los fieles, al Pastor encargado del cuidado de su alma. Más de una vez se mostrará celoso de este poder sobrehumano; buscará el interceptarlo; pero este poder no se puede usurpar; su naturaleza es puramente espiritual. Otras veces el César maltratará a los depositarios; se le ocurrirá incluso, en su locura el tentar ejercerlo él mismo; ¡vanos esfuerzos!, este poder que remonta, hasta Cristo no se confisca, no se embarga; es la salvación del mundo, y la Iglesia en el último día debe remitirlo intacto al que se dignó confiarlo antes de subir donde está su Padre.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 


domingo, 23 de abril de 2017

24 de Abril: LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

MIRAR Y ESCUCHAR. — La primera semana ha sido dedicada toda entera a las alegrías del regreso del Emmanuel. Se nos ha aparecido, por decirlo así, a cada hora, a fin de asegurarnos de su resurrección. "Ved, tocad; soy yo mismo". (San Luc., XXIV, 39) nos ha dicho; pero sabemos que no debe él prolongar más allá de cuarenta días su presencia visible en medio de nosotros. Este período avanza poco a poco, las horas corren, y pronto habrá desaparecido a nuestras miradas, aquel por el que la tierra tanto ha suspirado. "Oh tú, esperanza de Israel y su Salvador, exclama el Profeta, ¿por qué te muestras aquí abajo como viajero que rehusa establecer su morada? ¿por qué tu carrera se asemeja a la del hombre que nunca hace alto?" (Jeremías, XIV, 8). Pero los momentos son preciosos. Rodeémosle durante estas horas fugaces; sigámosle con la mirada, al dejar de oír su voz; recojamos sobre todo sus palabras, al llegar a nuestros oídos; son el testamento de nuestro Jefe. 




LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA. — Durante estos cuarenta días no cesa de aparecerse a sus discípulos, no ya con el fin de hacer cierta a sus ojos su resurrección, de la cual no pueden dudar; sino, como nos lo enseña San Lucas, para "hablarles del Reino de Dios". (Act., 1, 3). Por su sangre y por su victoria los hombres están ya rescatados, el cielo y la tierra se han pacificado; lo que queda por terminar ahora, es la organización de la Iglesia. La Iglesia es el reino de Dios; pues en ella y por ella Dios reinará sobre la tierra. Es la Esposa del divino resucitado a quien ha levantado del polvo; es hora de que la dote, de que la adorne para el día en que el Espíritu Santo, descendiendo sobre ella, la proclame ante todas las naciones Esposa del Verbo encarnado y Madre de los elegidos. 

Tres cosas son necesarias a la Iglesia para el ejercicio de su misión: 

1." una constitución establecida por la mano del mismo Hijo de Dios y por la cual va a llegar a ser una sociedad visible y permanente; 2." el depósito colocado en sus manos de todas las verdades que su Esposo celestial ha venido a revelar o confirmar aquí abajo, lo cual incluye el derecho de enseñar y de enseñar con infalibilidad; 3.° en fin, los medios eficaces por los cuales los fieles de Cristo serán llamados a participar de las gracias de salud y de santificación que son el fruto del sacrificio ofrecido sobre la cruz. Jerarquía, doctrina, sacramentos: tales son los graves asuntos sobre los que Jesús da a sus discípulos, durante cuarenta días, sus últimas y solemnes instrucciones. 

Antes de seguirle en este sublime trabajo por el que dispone y perfecciona su obra, considerémosle aún, toda esta semana, en el estado de Hijo de Dios resucitado, habitando entre los hombres y presentando a su admiración y a su amor tantos rasgos que nos importa recoger. Lo hemos contemplado ya en pañales y en la cruz; considerémosle ahora en su gloria.

LA HUMANIDAD DEL SEÑOR RESUCITADO. — Ante nosotros es "el más bello de los hijos de los hombres" (Ps., XLIV). Pero, si merecía ser llamado así desde el momento en que cubría el esplendor de sus rasgos con la debilidad de una carne mortal, ¡cuál será el esplendor de su belleza hoy que ha vencido a la muerte y que no oculta más como en otro tiempo los rayos de su gloria! Helo fijo ya por toda la eternidad en la edad de su victoria, en la edad en que el hombre ha logrado su desarrollo completo en fuerza y belleza, donde nada anuncia en él la futura decadencia. A esta edad los justos tomarán sus cuerpos en la resurrección general y entrarán para siempre en la gloria, fijos ya como dice el Apóstol, "en la medida de la edad completa de Cristo". (Eph., I V ) . 

Pero no sólo por la armonía de sus facciones el cuerpo del Señor resucitado enajena las miradas de los mortales de que se deja contemplar; las perfecciones que los ojos de los tres Apóstoles habían entrevisto un instante en el Tabor, parecían en él acrecentadas con toda la magnificencia de su triunfo. 

En la Transfiguración, la humanidad unida al Verbo divino resplandecía como el sol; ahora, todo el esplendor de la victoria y de la majestad real viene a unirse al que irradiaba sobre el cuerpo no glorificado aún del Redentor la persona divina a la cual le había unido la Encarnación. Hoy, los astros del firmamento no son ya dignos de ponerse en comparación con el esplendor de este divino sol, del que San Juan nos dice que él solo alumbra la Jerusalén celestial. (Apoc., XXI, 23). 

A este don, que el Apóstol de las gentes designa con el nombre de "claridad", se une el de la "impasibilidad", por la cual su cuerpo cesa de ser accesible al dolor y a la muerte. En él reina la vida; la inmortalidad brilla con todos sus rayos; entra en las condiciones de la eternidad. El cuerpo sigue siendo materia, pero ninguna disminución, ningún debilitamiento podrá dañarle; siente que goza de la posesión de la vida y para siempre. La tercera cualidad del cuerpo glorioso de nuestro Redentor es la "agilidad", con la cual se traslada de un lugar a otro sin esfuerzo y en un instante. La carne ha perdido el peso que, en nuestro estado actual, impide ai cuerpo seguir los movimientos y quereres del alma. Desde Jerusalén hasta Galilea franquea el espacio con la rapidez del relámpago, y la Esposa exclama dichosa: "Ya oigo la voz de mi amado; viene traspasando las montañas, dejando trás de sí las colinas." (Cant., II). En fin, por una cuarta maravilla, el cuerpo del Emmanuel se ha vestido de la cualidad que el Apóstol llama "espiritualidad", es decir que, sin cambiar de naturaleza, su sutileza se ha hecho tal, que penetra todos los obstáculos con más fuerza que la luz al atravesar el cristal. Le hemos visto, en el momento en que el alma se unía a él, franquear la piedra sellada del sepulcro; ahora entra en el Cenáculo, cuyas puertas están cerradas, y se aparece de repente a las miradas de los discípulos deslumhrados. 

Tal es nuestro libertador, libre de las condiciones de la mortalidad. No nos asombremos de que la Iglesia, esta pequeña familia que le rodea y de la cual somos los descendientes, esté maravillada ante su vista, que le diga sobrecogida de admiración y amor: "¡Hermoso eres, mi amado"! (Cant., II). Repitámoslo a nuestra vez: ¡Sí, eres bello por encima de todo, Jesús! Nuestros ojos tan afligidos por el espectáculo de tus dolores cuando no ha mucho te veían cubierto de llagas, semejante a un leproso, no pueden cansarse hoy de contemplar el resplandor con el que brillas, y deleitarse en tus encantos divinos. 

¡Gloria a ti en tu triunfo! pero también gloria a ti en tu magnificencia hacia tus rescatados, pues has decretado que un día nuestros cuerpos, purificados por la humillación del sepulcro, compartan con el tuyo las prerrogativas que celebramos en él.


Año Litúrgico de Dom Guéranger






sábado, 22 de abril de 2017

EL DOMINGO DE QUASIMODO - OCTAVA DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

Este Domingo, llamado ordinariamente Domingo de "Quasimodo", lleva en la Liturgia el nombre de Domingo "in albis", y más explícitamente "in albis depositis", porque en este día los neófitos se presentaban en la Iglesia con los hábitos ordinarios. 


En la Edad Media, se le llamaba "Pascua acabada"; para expresar, sin duda, que en este día terminaba la Octava de Pascua. La solemnidad de este Domingo es tan grande en la Iglesia, que no solamente es de rito "Doble mayor", sino que no cede nunca su puesto a ninguna fiesta, de cualquier grado elevado que sea. 


En Roma, la Estación es en la Basílica de San Pancracio, en la Vía Aurelia. Los antiguos no nos dicen nada sobre los motivos que han hecho designar esta iglesia para la reunión de los fieles en este día. Puede ser que la edad del joven mártir de catorce años al cual está dedicada, haya sido causa de escogerla con preferencia por una especie de relación con la juventud de los neófitos que son aún hoy el objeto de la preocupación maternal de la Iglesia.


MISA 


El Introito recuerda las cariñosas palabras que San Pedro dirigía en la Epístola de ayer a los nuevos bautizados. Son tiernos niños llenos de sencillez, y anhelan de los pechos de la Santa Iglesia la leche espiritual de la fe, que los hará fuertes y sinceros. 


INTROITO 


Como niños recién nacidos, aleluya: ansiad la leche espiritual, sin engaño. Aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Aclamad a Dios, nuestro ayudador: cantad al Dios de Jacob. V. Gloria al Padre. 


En este último día de una Octava tan grande, la Iglesia da, en la Colecta, su adiós a las solemnidades que acaban de desarrollarse, y pide a Dios que su divino objeto quede impreso en la vida y en la conducta de sus hijos.


COLECTA
 

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que hemos celebrado las fiestas pascuales, las conservemos, con tu gracia, en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 


EPÍSTOLA 


Lección de la Epístola del Apóstol San Juan (I Jn., V, 4-10).

Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es el que dio de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio de Dios. 


MÉRITO DE LA FE. — El Apóstol San Juan celebra en este pasaje el mérito y las ventajas de la fe; nos la muestra como una victoria que pone a nuestros pies al mundo, al mundo que nos rodea, y al mundo que está dentro de nosotros. La razón que ha movido a la Iglesia a elegir para hoy este texto de San Juan, se echa de ver fácilmente, cuando se ve al mismo Cristo recomendar la fe en el Evangelio de este Domingo. "Creer en Jesucristo, nos dice el Apóstol, es vencer al mundo"; no tiene verdadera fe, aquel que somete su fe al yugo del mundo. Creamos con corazón sincero, dichosos de sentirnos hijos en presencia de la verdad divina, siempre dispuestos a dar pronta acogida al testimonio de Dios. Este divino testimonio resonará en nosotros, en la medida que nos encuentre deseosos de escucharlo siempre en adelante. Juan, a la vista de los lienzos que habían envuelto el cuerpo de su maestro, pensó y creyó; Tomás tenía más que Juan el testimonio de los Apóstoles que habían visto a Jesús resucitado, y no creyó. No había sometido el mundo a su razón, porque no tenía fe. 


Los dos versículos aleluyáticos están formados por trozos del santo Evangelio que se relacionan con la Resurrección. El segundo describe la escena que tuvo lugar tal día como hoy en el Cenáculo. 


ALELUYA


Aleluya, aleluya. V. El día de mi resurrección, dice el Señor, os precederé en Galilea.

Aleluya, V. Después de ocho días, cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y dijo: ¡Paz a vosotros! Aleluya.


EVANGELIO
 

Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 19-31)




En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre. 


EL TESTIMONIO DE SANTO TOMÁS. — Hemos insistido lo suficiente sobre la incredulidad de santo Tomás; y es hora ya de glorificar la fe de este Apóstol. Su infidelidad nos ha ayudado a sondear nuestra poca fe; su retorno ilumínenos sobre lo que tenemos que hacer para llegar a ser verdaderos creyentes. Tomás ha obligado al Salvador, que cuenta con él para hacerle una de las columnas de su Iglesia, a bajarse a él hasta la familiaridad; pero apenas está en presencia de su maestro, cuando de repente se siente subyugado. Siente la necesidad de retractar, con un acto solemne de fe, la imprudencia que ha cometido creyéndose sabio y prudente, y lanza un grito, grito que es la protesta de fe más ardiente que un hombre puede pronunciar: ¡"Señor mío y Dios mío"! Considerad que no dice sólo que Jesús es su Señor, su Maestro; que es el mismo Jesús de quien ha sido discípulo; en eso no consistiría aún la fe. No hay fe ya cuando se palpa el objeto. Tomás habría creído en la Resurrección, si hubiese creído en el testimonio de sus hermanos; ahora, no cree, sencillamente ve, tiene la experiencia. ¿Cuál es, pues, el testimonio de su fe? La afirmación categórica de que su Maestro es Dios. Sólo ve la humanidad de Jesús, pero proclama la divinidad del Maestro. De un salto, su alma leal y arrepentida, se ha lanzado hasta el conocimiento de las grandezas de Jesús: ¡"Eres mi Dios"!, le dice. 


PLEGARIA. — Oh Tomás, primero incrédulo, la santa Iglesia reverencia tu fe y la propone por modelo a sus hijos en el día de tu fiesta. La confesión que has hecho hoy, se parece a la que hizo Pedro cuando dijo a Jesús: "¡Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo!" Por esta profesión que ni la carne ni la sangre habían inspirado, Pedro mereció ser escogido para fundamento de la Iglesia; la tuya ha hecho más que reparar tu falta: te hizo, por un momento, superior a tus hermanos, gozosos de ver a su Maestro, pero sobre los que la gloria visible de su humanidad había hecho hasta entonces más impresión que el carácter invisible de su divinidad. 


El Ofertorio está formado por un trozo histórico del Evangelio sobre la resurrección del Salvador. 


OFERTORIO 


El Ángel del Señor bajó del cielo, y dijo a las mujeres: El que buscáis ha resucitado, según lo dijo. Aleluya. En la Secreta, la santa Iglesia expresa el júbilo que la produce el misterio de la Pascua; y pide que esta alegría se transforme en la de la Pascua eterna. 


SECRETA 


Suplicámoste, Señor, aceptes los dones de la Iglesia que se alegra: y, ya que la has dado motivo para tanto gozo, concédela el fruto de la perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 


Al distribuir a los neófitos y al resto del pueblo fiel el alimento divino, la Iglesia recuerda, en la Antífona de la Comunión, las palabras del Señor a Tomás. Jesús, en la santa Eucaristía, se revela a nosotros de una manera más íntima aún que a su apóstol; mas para aprovecharnos de la condescendencia de un maestro tan bueno, necesitamos tener la fe viva y valerosa que él recomendó. 


COMUNIÓN 


Mete tu mano, y reconoce el lugar de los clavos, aleluya; y no seas más incrédulo, sino fiel. Aleluya, aleluya. 


La Iglesia concluye las plegarias del Sacrificio pidiendo que el divino misterio, instituido para sostener nuestra debilidad sea, en el presente y en el futuro, el medio eficaz de nuestra perseverancia. 


POSCOMUNIÓN
 

Suplicámoste, Señor, Dios nuestro, hagas que estos sacrosantos Misterios, que nos has dado para alcanzar nuestra reparación, sean nuestro remedio en el presente y en el futuro. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


viernes, 21 de abril de 2017

SÁBADO DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL DESCANSO DEL SEÑOR. — Ha llegado el día séptimo de la más alegre de las semanas trayéndonos el recuerdo del descanso del Señor, después de sus seis días de trabajo. Nos recuerda al mismo tiempo el segundo descanso que el mismo Señor quiso tomar, como soldado seguro de la victoria, antes de dar el combate decisivo a su adversario. Descanso en un sepulcro, sueño de un Dios que no se había dejado vencer de la muerte sino para que su despertar fuera más funesto a este cruel enemigo. Hoy que este sepulcro no tiene más que devolver, que ha visto salir al vencedor a quien no podía retener, convenía que nos detuviésemos a contemplarle, a rendirle nuestros homenajes; pues este sepulcro es santo y su vista no puede más que acrecentar nuestro amor hacia aquel que se dignó dormir algunas horas a su sombra. Isaías había dicho: "El retoño de Jesé será como el estandarte a cuyo alrededor se congregarán los pueblos; las naciones le colmarán de honores; y su sepulcro será glorioso." (Isaías, XI, 10.) El oráculo se ha cumplido; ya no hay nación sobre la tierra que no posea adoradores de Jesús; y mientras las tumbas de los otros hombres, cuando el tiempo nolas ha destruido o arrasado, son como trofeo de la muerte, el sepulcro de Jesús subsiste todavía y proclama la vida. 
 
EL SÁBADO " IN ALBIS". — Este día lleva en la Liturgia el nombre de Sábado in albis, o mejor in albis deponendis, porque hoy los neófitos deponían las vestiduras blancas que habían llevado durante toda la octava. La octava, en efecto, había comenzado para ellos más pronto que para el resto de los fieles, pues en la noche del Sábado Santo habían sido regenerados y se los había cubierto en seguida con este vestido, símbolo de la pureza de sus almas. En la tarde del Sábado siguiente, después del oficio de Vísperas se le quitaban, como luego diremos. 

Hoy la Estación, en Roma, es en la Basílica de Letrán, Iglesia Madre y Maestra, contigua al Bautisterio constantiniano, donde los neófitos hace ocho días recibieron la gracia de la regeneración. El templo que los reúne hoy, es la misma iglesia de la que salieron en la penumbra de la noche, camino de la fuente de la salud, precedidos del misterioso cirio que alumbraba sus pasos; es el mismo en que, envueltos en sus hábitos blancos, asistieron por vez primera a toda la celebración del Sacrificio cristiano, en el que recibieron el Cuerpo y la Sangre del Redentor. Ningún otro lugar más apto que éste para la reunión litúrgica del presente día, cuyas impresiones conservarían indelebles en el corazón los neófitos que estaban a punto de entrar en la vida ordinaria de los fieles. 

La santa Iglesia, en estas horas postreras, en que los recién nacidos se agrupan en derredor de una Madre, los considera complacida, posa con amor su mirada en estos frutos preciosos de su fecundidad que los días pasados la sugerían cantos melodiosos y conmovedores. 

Unas veces se los presentaba levantándose del Banquete divino, vivificados por la carne de aquel que es sabiduría y dulzura a la vez, y entonces cantaba este responso: 

R. La boca del sabio destila miel, aleluya; ¡cuan dulce es la miel en su lengua! aleluya; * Un panal de miel destilan sus labios. Aleluya.
V. La sabiduría descansa en su corazón; y hay prudencia en las palabras de su boca. * Un panal de miel brota de sus labios. Aleluya. 

Otras veces se enternecía al contemplar transformados en tiernos corderitos a esos hombres que hasta entonces habían llevado la vida del siglo, pero que volvían a empezar su carrera con la inocencia de los niños; y la Iglesia los hablaba en este lenguaje paternal: 

R. He aquí los corderitos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de salir de la fuente; * Están bañados de luz. Aleluya.
V. Compañeros del Cordero, visten de blanco y llevan palmas en sus manos. * Están bañados de luz. Aleluya, aleluya. 

Se ponía otras veces a mirar con santo orgullo el resplandor de las virtudes que el santo Bautismo había infundido en sus almas, la pureza sin mancilla que los hacia brillar como la luz, y su voz, llena de gozo, cantaba así su belleza: 

R. ¡Cuán blancos son los nazarenos de mi Cristo! aleluya; su resplandor da gloria a Dios; aleluya; * Su blancura es como la leche más pura. Aleluya, aleluya.
V. Más blancos que la nieve, más puros que la leche, más rubios que el marfil antiguo, más hermosos que el zafiro; * Su blancura es como la leche más pura. Aleluya, aleluya. 

Estos dos responsorios todavía forman parte de los Oficios del Tiempo Pascual. 

MISA 

El Introito está compuesto con palabras del Salmo CIV; en él glorifica Israel al Señor por haber hecho volver a su pueblo del destierro. Este pueblo son para nosotros nuestros neófitos, que estaban desterrados del cielo a causa del pecado original y de sus pecados personales; el Bautismo les ha devuelto todos sus derechos a esta dichosa patria acogiéndoles en la Iglesia. 

INTROITO 

Sacó el Señor a su pueblo con regocijo, aleluya: y a sus elegidos con alegría, aleluya, aleluya. — Salmo: Confesad al Señor e invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. V. Gloria al Padre.

En el momento de acabar la semana pascual, la Iglesia pide al Señor, en la Colecta, que las alegrías que sus hijos han gustado en estos días les abran el camino a las alegrías todavía mayores de la Pascua eterna. 

COLECTA 

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que. los que hemos celebrado con veneración las fiestas pascuales, merezcamos alcanzar por ellas los gozas eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro 1 Pet., II 1 - 1 0 ).
Carísimos: Dejando, pues, toda malicia y todo dolo, y los fingimientos y las envidias y toda detracción, como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, sin engaño, para que con ella crezcáis en salud si es que gustáis cuán dulce es el Señor. Acercaos a él, piedra viva, reprobada por los hombres, pero elegida y honrada por Dios, y edifícaos también vosotros sobre ella, cual piedras vivas, como una casa espiritual, como un sacerdocio santo, para ofrecer por Jesucristo hostias espirituales, gratas a Dios. Por eso dice la Escritura: He aquí que pongo en Sión una piedra principal, angular, escogida, preciosa: y, el que creyere en ella, no será confundido. Para vosotros, los que creéis, es honor; mas, para los que no creen, la piedra que reprobaron los constructores, se ha hecho cabeza angular, y piedra de tropiezo, y piedra de escándalo para los que tropiezan en la palabra y no creen en aquello para lo que han sido destinados. Mas vosotros sois una raza escogida, un sacerdocio real, una gente santa, un pueblo de conquista: para que anunciéis las maravillas del que os llamó de las tinieblas a su admirable luz. Los que antes no erais pueblo, ahora sois el pueblo de Dios: los que no habíais conseguido misericordia. ahora la habéis conseguido. 

CONSEJOS DE SAN PEDRO A LOS NEÓFITOS. — Los neófitos no podían escuchar, en este día, una exhortación mejor apropiada a su situación que la del príncipe de los Apóstoles, en este pasaje de su primera Epístola. San Pedro dirigió esta carta a nuevos bautizados; por eso ¡con qué dulce paternidad explayaba también los sentimientos de su corazón sobre estos "hijos recién nacidos"! La virtud que él les recomienda, es la sencillez, que tan bien cuadra en esta primera edad; la doctrina con la que han sido instruidos, es leche que los alimentará y los hará crecer; al Señor es a quien hay que saborear; y el Señor está lleno de dulzura. 

El Apóstol insiste en seguida sobre uno de los principales caracteres de Cristo: es la piedra fundamental y angular del edificio de Dios. Sobre él solo deben establecerse los fieles, que son las piedras vivas del templo eterno. El solo les da la solidez y la resistencia; y por eso, antes de volver a su Padre, ha recogido y establecido sobre la tierra otra Piedra, una Piedra siempre visible que está unida a él mismo y a la cual ha comunicado su propia solidez. La modestia del Apóstol le impide insistir sobre lo que el santo Evangelio encierra de glorioso para él a este propósito; pero quién conoce las palabras de Cristo a Pedro, comprende toda la doctrina. 

Si el Apóstol no se glorifica a sí mismo, ¡qué títulos magníficos nos da en cambio a nosotros los bautizados! Nosotros somos "la raza escogida y santa, el pueblo que Dios ha conquistado, un pueblo de Reyes y de sacerdotes". En efecto, ¡qué diferencia del bautizado con el que no lo está! El cielo, abierto para uno, está cerrado para el otro; uno es esclavo del demonio, y el otro, rey en Jesucristo Rey, de quien ha llegado a ser hermano; el uno, tristemente aislado de Dios, y el otro, ofreciéndole el sacrificio supremo por las manos de Jesucristo Sacerdote. Y todos esos dones nos han sido conferidos por una misericordia enteramente gratuita; no han sido en modo alguno merecidos por nosotros. Ofrezcamos, pues, a nuestro Padre adoptivo humildes acciones de gracias; trasladándonos al día en que también nosotros fuimos neófitos, renovemos las promesas hechas en nuestro nombre, como la condición absoluta con la cual nos eran concedidos tan grandes bienes. 

A partir de este día, la Iglesia deja de emplear hasta el fin del Tiempo Pascual, entre la Epístola y el Evangelio, el Responso llamado Gradual. Le sustituye por el canto repetido del "Alleluia", que presenta menos gravedad pero expresa un sentimiento más vivo de alegría. En los seis primeros días de la solemnidad pascual, no ha querido aminorar la majestad de sus cantos; ahora se entrega más de lleno a la santa libertad que la transporta. 

ALELUYA
 
Aleluya, aleluya. V. Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él.
Aleluya. V. Alabad, niños, al Señor, alabad el nombre del Señor. 

A continuación se canta en seguida la Secuencia de la Misa del día de Pascua, Victimae paschali, AQUÍ

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según San Juan «XX, 1-9). 



En aquel tiempo, pasado el Sábado, María Magdalena fue al sepulcro por la mañana, cuando todavía reinaban las tinieblas: y vio la piedra quitada del sepulcro. Corrió entonces, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y díjoles: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto. Salió entonces Simón, y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Y corrían los dos juntos, y el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó antes al sepulcro. Y, habiéndose inclinado, vio los lienzos puestos, pero no entró. Llegó entonces Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos, y el sudario que había cubierto su cabeza no estaba puesto con los lienzos, sino doblado en otro sitio. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro: y vió y creyó: porque aún no habían entendido la Escritura, según la cual era necesario que él resucitara de entre los muertos. 

EL RESPETO DEBIDO A PEDRO. — Este episodio de la mañana del día de Pascua le ha reservado para hoy la Santa Iglesia, porque en él figura San Pedro, cuya voz se ha dejado oír ya en la Epístola. Este es el último día en que asisten los neófitos al Sacrificio revestidos de blanco; mañana su exterior no les distinguirá en nada de los otros fieles. Importa, pues, insistir con ellos sobre el fundamento de la Iglesia, fundamento sin el que la Iglesia no podría subsistir y sobre el que deben ellos establecerse, si quieren conservar la fe en la que han sido bautizados y que han de guardar pura hasta el fin para obtener la salud eterna. Ahora bien, esta fe se mantiene firme en todos aquellos que son dóciles a las enseñanzas de Pedro y veneran la dignidad de este Apóstol. Aprendamos de otro Apóstol, en este pasaje del santo Evangelio, el respeto y la deferencia que son debidas al que Jesús encargó de apacentar todo el rebaño, corderos y ovejas. Pedro y Juan corren juntos a la tumba de su maestro; Juan, más joven, llega el primero. Contempla el sepulcro: pero no entra. ¿Por qué esta humilde reserva en el que es el discípulo amado del Maestro? ¿Qué espera? Espera al que Jesús ha antepuesto a todos ellos, al que es su Jefe, y a quien pertenece obrar como jefe. Pedro llega; entra en el sepulcro; comprueba todo y en seguida Juan penetra, a su vez, en la gruta. Admirable enseñanza que Juan mismo quiso darnos, escribiendo con su propia mano este relato misterioso. Toca a Pedro el preceder, el juzgar, el obrar como maestro; y toca al cristiano seguirle, escucharle, rendirle honor y obediencia. Y ¿cómo no iba a ser así cuando vemos incluso a un Apóstol y tal Apóstol, obrar de este modo con Pedro, y cuando éste no había aún recibido más que la promesa de las llaves del Reino de los Cielos, que no le fueron dadas de hecho, sino en los días siguientes? 

Las palabras del Ofertorio están sacadas del Salmo CXVII, que es por excelencia el Salmo de la Resurrección. Saludan al divino triunfador que se eleva como un astro luminoso, y viene a derramar sobre nosotros sus bendiciones. 

OFERTORIO
 
Bendito el que viene en nombre del Señor: os bendecimos desde la casa del Señor: el Señor es Dios y nos ha iluminado. Aleluya, aleluya. 

En la Secreta la Iglesia nos enseña que la acción de los divinos misterios celebrados en el curso del año, es continua sobre los fieles. Llevan consigo ora una nueva vida, ora una nueva alegría, y por su sucesión anual en la santa Liturgia la Iglesia mantiene en sí la vitalidad que ellos la confieren cumpliéndose a su tiempo. 

SECRETA 

Suplicámoste, Señor, hagas que nos felicitemos siempre de estos misterios pascuales: para que, la continua obra de nuestra reparación, sea para nosotros causa de perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

Los neófitos deben, en este mismo día, deponer sus hábitos blancos; ¿cuál será, pues, en adelante su vestido? El mismo Cristo, que se ha incorporado a ellos por el Bautismo. El Doctor de los gentiles les da esta esperanza en la Antífona de la Comunión. 

COMUNIÓN 

Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis vestido de Cristo. Aleluya. 

En la Poscomunión, la Iglesia insiste aún sobre el don de la fe. Sin la fe, el cristianismo deja de existir; pero la Eucaristía, que es el misterio de la fe, tiene la virtud de alimentarla y desarrollarla en las almas. 

POSCOMUNIÓN
 
Sustentados con el don de nuestra redención, suplicámoste, Señor, hagas que, con este auxilio de la perpetua salud, crezca siempre la verdadera fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

LA PASCUA "ANNOTINA". — No acabaremos los relatos que se relacionan con este último día de la Octava de los nuevos bautizados, sin decir una palabra de la Pascua "annotina". Se llamaba así al día del aniversario de la Pascua del año precedente; y ese día era como la fiesta de los que contaban un año completo después de su bautismo. La Iglesia celebraba solemnemente el Sacrificio en favor de esos nuevos cristianos, a los cuales recordaba el inmenso beneficio con que Dios les había favorecido ese día; y era ocasión de festines y regocijos en las familias cuyos miembros habían sido, el año precedente, del número de los neófitos. Si por la irregularidad de la Pascua, este aniversario caía, el año siguiente, en alguna de las semanas de Cuaresma, debía abstenerse este año de celebrar la Pascua "annotina", o trasladarla después del día de la Resurrección. Parece que, en ciertas Iglesias, para evitar esas continuas variaciones, se había fijado el aniversario del Bautismo en el Sábado de Pascua. La interrupción de la costumbre de administrar el Bautismo en la fiesta de la Resurrección trajo poco a poco la supresión de la Pascua "annotina"; con todo, se encuentran huellas en algunos lugares hasta el siglo XIII, o quizás más allá. Esta costumbre de festejar el aniversario del Bautismo, fundada en la grandeza del beneficio que cada uno de nosotros recibimos ese día, no debió desaparecer nunca de las costumbres cristianas; y en nuestros tiempos, como en la antigüedad, todos los que han sido regenerados en Jesucristo, deben tener al día en que recibieron la vida sobrenatural, siquiera el respeto que los paganos tenían a aquel que los había puesto en posesión de la vida natural. San Luis solía firmar "Louis de Poissy", porque fue en las fuentes de la humilde iglesia de Poissy donde recibió el bautismo; nosotros podemos aprender de tan gran cristiano a recordar el día y el lugar en que fuimos hechos hijos de Dios y de su Iglesia.


Año Litúrgico de Dom Guéranger