domingo, 16 de abril de 2017

LUNES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL MISTERIO DEL CORDERO. — ¿Qué significa, pues, el misterio de la Pascua? La Biblia nos responde que la Pascua es la inmolación del Cordero. Para comprender la Pascua, es necesario comprender antes el misterio del Cordero. Desde los primeros siglos del cristianismo se representaba el emblema del cordero en los mosaicos y en las pinturas murales de las Basílicas, como el símbolo que expresaba la idea del sacrificio de Cristo y de su victoria. 
 
Por su actitud, rebosante de dulzura, el Cordero expresaba la abnegación que le habla impulsado a dar su sangre por el hombre; pero se le presentaba de pie sobre una verde colina, y los cuatro ríos del paraíso fluían a su mandato debajo de sus pies, figurando los cuatro Evangelios que han llevado su gloria a los cuatro puntos del mundo. Más tarde se le representó empuñando una cruz de la que pendía una banderola triunfal: ésta es la forma simbólica con la cual le veneramos en nuestros días. 

Para comprender plenamente la Liturgia hasta el domingo in albis, es, por tanto necesario recordar constantemente a los neófitos, siempre presentes con sus vestiduras blancas a la Misa y a los oficios divinos. Las alusiones a su reciente regeneración son continuas y aparecen sin cesar en los cantos y en las lecturas durante el curso de esta solemne octava.
 
MISA 
 
El Introito, sacado del Exodo, se refiere a los neófitos de la Iglesia. Les recuerda la leche y la miel misteriosa que les fueron dadas en la noche del Sábado, después de haber comulgado. Ellos son el verdadero Israel, introducido en la verdadera Tierra prometida. Alaben, pues, al Señor, que los ha escogido para hacer de ellos su pueblo de predilección. 


INTROITO 


Os introdujo el Señor en una tierra que mana leche y miel, aleluya: para que la ley del Señor esté siempre en vuestra boca, aleluya, aleluya.
 — Salmo: Confesad al Señor, e invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. V. Gloria al Padre.


Al contemplar a Cristo librado de los lazos de la muerte, la Santa Iglesia pide a Dios que nosotros, los miembros de este divino Jefe, consigamos la liberación de la que Jesús nos ofrece el modelo. Sojuzgados tanto tiempo por el pecado, debemos comprender ahora el precio de esta libertad de hijos de Dios que nos fué restituida por la Pascua. 


COLECTA
 

Oh Dios, que con la solemnidad pascual diste remedios al mundo: suplicámoste sigas favoreciendo a tu pueblo con tus celestiales dones; para que merezca conseguir la perfecta libertad, y avance hacia la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 


EPÍSTOLA 


Lección de los Hechos de los Apóstoles (X, 37-43).

En aquellos días, estando Pedro de pie en medio de la plebe, dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis lo que fue divulgado por toda la Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan, tocante a Jesús de Nazaret: cómo le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder; el cual pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos, y en Jerusalén, al cual mataron colgándole de un madero. A éste resucitó Dios al tercer día, y le hizo manifestarse no a todo el pueblo, sino a los testigos predestinados por Dios; a nosotros, que comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos. Y nos mandó predicar al pueblo, y atestiguar que él es el que ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos. De él atestiguan todos los Profetas que, todos los que crean en él, recibirán por su nombre el perdón de los pecados.


MISIÓN DE CRISTO Y DE LOS APÓSTOLES. — San Pedro dirigió este discurso al centurión Cornelio, y a los parientes y amigos de este gentil, que los había reunido en torno a sí para recibir al Apóstol que Dios le enviaba. Tratábase de disponer todo este auditorio para recibir el bautismo y para que llegase a ser las primicias de la gentilidad; porque hasta entonces el Evangelio no había sido anunciado más que a los judíos. Consideremos que San Pedro, y no otro Apóstol, es quien nos abre hoy, a nosotros gentiles, las puertas de la Iglesia, que el Hijo de Dios estableció sobre él como sobre roca inquebrantable. Por eso, este pasaje del libro de los Actos de los Apóstoles se lee hoy en la Basílica de San Pedro, cerca de su Confesión, y en presencia de los neófitos, que son otras tantas conquistas de la fe sobre los últimos seguidores de la idolatría pagana. Observemos asimismo el método que emplea el Apóstol para inculcar a Cornelio y a los de su casa la verdad del cristianismo. Comienza por hablarles de Jesucristo; recuerda los prodigios que han acompañado su misión; después, habiendo referido su muerte ignominiosa sobre la cruz, propone el hecho de la Resurrección del Hombre-Dios como la más alta garantía de la verdad de su carácter divino. A continuación viene la misión de los Apóstoles que es necesario aceptar, así como su testimonio tan solemne y desinteresado, ya que no les ha ocasionado más que persecuciones. Aquel, pues, que confiese al Hijo de Dios revestido de la carne, pasando por este mundo haciendo el bien, obrando toda suerte de prodigios, muriendo sobre la cruz, resucitado del sepulcro, y confiando a los hombres que él escogió la misión de continuar sobre la tierra el ministerio que él había comenzado; aquel que confiesa toda esta doctrina, está dispuesto a recibir en el bautismo la remisión de sus pecados; ésta fue la suerte feliz de Cornelio y de sus compañeros; tal ha sido la de nuestros neófitos. 


Se canta a continuación el Gradual, que presenta la expresión ordinaria de la alegría pascual, sólo el Versículo es diferente del de ayer y varía cada día hasta el viernes. El versículo del Aleluya nos vuelve a evocar al Ángel que desciende del cielo para abrir el sepulcro vacío y manifestar la salida victoriosa del Redentor. 


GRADUAL 


Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él. V. Diga ahora Israel que es bueno: que su misericordia es eterna. Aleluya, aleluya. V. El ángel del Señor bajó del cielo; y acercándose, separó la piedra y se sentó sobre ella.



EVANGELIO




Continuación del santo Evangelio según San Lucas (24, 13-35).

En aquel tiempo iban dos discípulos el mismo día a una aldea, que estaba a sesenta estadios (8 km.) de Jerusalén, llamada Emaús. Y hablaban entre sí de todo lo que había sucedido. Y acaeció que, mientras conversaban y se preguntaban mutuamente, acercándose a ellos Jesús en persona, caminó con ellos: pero sus ojos estaban velados, para que no le conocieran. Y díjoles: ¿Qué habláis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Y respondiendo uno, llamado Cleofás, le dijo: ¿Tú sólo eres el peregrino en Jerusalén que no ha sabido lo ocurrido en ella estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué? Y dijeron ellos: Lo de Jesús Nazareno, que fue un varón profeta, poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo: y como le condenaron a muerte los sumos pontífices y nuestros príncipes, y le crucificaron. Mas nosotros esperábamos que él había de redimir a Israel: y ahora, sobre todo esto, hoy es el tercer día que ha sucedido esto. Aunque también unas mujeres de las nuestras nos han asustado, porque fueron al sepulcro antes del día, y sin encontrar su cuerpo, volvieron diciendo que habían visto una aparición de Ángeles, los cuales dicen que él vive. Y fueron al sepulcro algunos de los nuestros: y hallaron como habían dicho las mujeres, pero a él no le encontraron. Entonces él les dijo: ¡Oh estultos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los Profetas! ¿No fué necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y por todos los Profetas, les interpretó todas las Escrituras que hablaban de él. Y se acercaron a la aldea donde iban: y él fingió ir más lejos. Y le obligaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque anochece y ya se acaba el día. Y entró con ellos. Y sucedió que, mientras estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan y lo bendijo, y lo partió, y se lo alargó. Y se abrieron sus ojos, y le conocieron, y él se desvaneció ante sus ojos. Y se dijeron mutuamente: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, cuando nos hablaba en el camino, y nos declaraba las Escrituras? Y, levantándose luego, volvieron a Jerusalén: y encontraron reunidos a los doce y a los que estaban con ellos, diciendo: El Señor ha resucitado verdaderamente, y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron también lo que les había pasado en el camino: y cómo le conocieron en la fracción del pan. 


EL SENTIDO DE LA PRUEBA. — Contemplemos a estos tres peregrinos que conversan en el camino de Emaús y unámonos a ellos con el corazón y el pensamiento. Dos de ellos son hombres frágiles como nosotros, que tiemblan ante la tribulación, que se sienten desconcertados por la cruz y que necesitan la gloria y la prosperidad para continuar creyendo. "¡Oh insensatos y tardos de corazón!", les dice el tercer viajero. ¿No era necesario que el Mesías padeciese todos esos trabajos para entrar en su gloria?" Hasta aquí nuestro retrato ha sido muy semejante al de estos dos hombres; más parecemos judíos que cristianos; y por esto el amor de las cosas terrestres nos ha hecho insensibles a la atracción celestial y por lo mismo nos ha expuesto al pecado. En adelante no podemos ya pensar así. Los esplendores de la Resurrección de nuestro Maestro nos muestran con suficiente viveza cuál es el fin de la tribulación, cuando Dios nos la envía. Sean las que fueren nuestras pruebas, no podrán compararse con ser clavados a un patíbulo, ni crucificados entre dos malhechores. El Hijo de Dios sufrió esta suerte; y considerad hoy si los suplicios del viernes han detenido la ascensión que había de emprender el domingo hacia su reinado inmortal. ¿Su gloria no ha sido tanto más deslumbrante cuanto más profunda fue su humillación? 


No temblemos, pues, en adelante ante el sacrificio; pensemos en la felicidad eterna que le recompensará. Jesús, a quien los dos discípulos no reconocieron, no tuvo sino hacerles oír su voz y describirles los planes de la sabiduría y de la bondad divinas, y hubo claridad meridiana en sus espíritus. ¿Qué digo? Su corazón se encendía y ardía en su pecho, oyéndole tratar de cómo la cruz conduce a la Gloria; y si ellos no le descubrieron en seguida, fue porque él velaba sus ojos para que no le conociesen. 


Eso pasará en nosotros si dejamos, como ellos, hablar a Jesús. Entonces comprenderemos que "el discípulo no está sobre el maestro". (S. Mat., X, 24); y contemplando el resplandor que hoy ilumina a este Maestro, nos sentiremos inclinados a exclamar: "No, los padecimientos de este mundo transitorio no guardan proporción con la gloria que se manifestará más tarde en nosotros." (Rom., VIII, 18.)


EL EFECTO DE LA EUCARISTÍA. — En estos días en que los esfuerzos del cristiano por su regeneración son pagados con el honor de sentarse, con vestidura nupcial, a la mesa del festín de Cristo, no podemos menos de hacer resaltar que fue en el momento de la fracción del pan, cuando los ojos de los discípulos se abrieron y reconocieron a su maestro. El alimento celestial, cuya virtud procede toda de la palabra de Cristo, da la luz a las almas; y ellas ven entonces lo que no habían visto antes. Así ocurrirá en nosotros por efecto del sacramento de la Pascua; pero consideremos lo que nos dice a este respecto el autor de la Imitación: "Conocen verdaderamente a su Señor en el partir del pan, aquellos cuyo corazón arde vivamente porque Jesús anda en su compañía." (L., IV, c. XIV.) Entreguémonos, pues, a nuestro divino resucitado; en adelante le pertenecemos más que nunca, no solamente en virtud de su muerte, que padeció por nosotros, sino a causa de su resurrección, que también realizó por nosotros. A semejanza de los discípulos de Emaús, fieles y gozosos, como ellos, solícitos a ejemplo suyo, mostremos en nuestras obras la renovación de vida, que nos recomienda el Apóstol, y que sólo conviene a aquellos a quienes Cristo ha amado hasta no querer resucitar sino con ellos.


La Iglesia escogió este pasaje del Evangelio con preferencia a otro, por razón de la Estación que se celebra en San Pedro. En efecto, San Lucas nos refiere en él que los dos discípulos encontraron a los Apóstoles informados ya de la resurrección de su Maestro; "porque, decían, se ha aparecido a Simón". Hablamos ayer de este favor hecho al príncipe de los Apóstoles.


El Ofertorio está compuesto de un pasaje del santo Evangelio referente a las circunstancias de la Resurrección de Cristo. 


OFERTORIO 


El Ángel del Señor bajó del cielo y dijo a las mujeres: El que buscáis, ha resucitado, según lo dijo. Aleluya. 


En la Secreta la Iglesia pide en favor de sus hijos que el manjar pascual sea para ellos un alimento de inmortalidad, que una los miembros a su Jefe, no solamente en el tiempo, sino hasta en la vida eterna.


SECRETA
 

Suplicámoste, Señor, recibas las preces de tu pueblo con la ofrenda de estas hostias: para que lo inaugurado con los misterios pascuales, nos sirva, por obra tuya, de remedio eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. 


Durante la Comunión la Iglesia evoca a los fieles el recuerdo de Pedro, que fue favorecido con la visita del Salvador resucitado. La fe de la Resurrección es la fe de Pedro, y la fe de Pedro es el fundamento de la Iglesia y el lazo de la unidad católica. 


COMUNIÓN
 

Resucitó el Señor y se apareció a Pedro. Aleluya.


En la Poscomunión la Iglesia continúa pidiendo para todos sus hijos, comensales del mismo festín del Cordero, el espíritu de concordia que debe unirlos como miembros de una misma familia, cuya inolvidable fraternidad la nueva Pascua ha venido a sellar. 


POSCOMUNIÓN 


Infúndenos, Señor, el espíritu de tu caridad: para que, a los que has saciado con los sacramentos pascuales, los unifiques con tu piedad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Año Litúrgico de Dom Guéranger 


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