domingo, 2 de abril de 2017

LA PASIÓN Y LA SEMANA SANTA Cap. II Mística del Tiempo de Pasión y de Semana Santa.

MISTERIOS Y RITOS. — La Liturgia abunda en  misterios en estos días en que la Iglesia celebra los aniversarios de tan maravillosos acontecimientos; pero la mayor parte se encuentra en los ritos y ceremonias propias de cada día, que trataremos a medida que se presente la ocasión. Nuestro objetivo especial en estas páginas, es sólo decir algunas palabras sobre las costumbres dé la Iglesia en las dos semanas que han de seguir. 


EL AYUNO. — Nada tenemos que añadir a lo expuesto sobre el misterio de la Santa Cuaresma. El período de expiación continúa su curso normal hasta que el ayuno de los penitentes haya igualado la duración del que practicó el Hombre-Dios en el desierto. Los fieles de Cristo continúan combatiendo, con las armas espirituales, contra los enemigos de la salvación; asistidos por los ángeles de luz, luchan cuerpo a cuerpo contra los espíritus de las tinieblas, con las armas de la compunción, de corazón y la mortificación de la carne. 

Como ya hemos dicho, durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia está preocupada de un modo especial por un triple motivo; la Pasión del Redentor cuya llegada hemos ido presintiendo de semana en semana; la preparación de los catecúmenos al bautismo que se les conferirá en la noche de Pascua; la reconciliación de los penitentes públicos a los cuales la Iglesia les recibirá de nuevo, el Jueves Santo. Cada día que pasase reaviva esta triple preocupación de la Iglesia. 

LA PASIÓN. — La resurrección de Lázaro en Betania, a las puertas de Jerusalén, ha colmado la rabia de sus enemigos. El pueblo ha quedado estupefacto al ver reaparecer por las calles de la ciudad al que había muerto hacía cuatro días; y se pregunta ¿acaso el Mesías ha de obrar mayores prodigios?, ¿no ha llegado el tiempo de cantar el Hosanna al Hijo de David? Muy pronto va a ser imposible represar el impetuoso entusiasmo de los hijos de Israel. Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo ya no pueden perder ni un momento si es que quieren impedir las manifestaciones populares que van a proclamar a Jesús, Rey de los Judíos. Vamos asistir en estos días a sus infames conciliábulos. En ellos la Sangre del Justo va a ser puesta en venta y tasada en un precio irrisorio. La divina Víctima, entregada por uno de sus discípulos, será juzgada, condenada, inmolada; y las circunstancias de este drama no se reducirán a una simple lectura; la Liturgia las va a representar al vivo, ante los ojos del pueblo cristiano. 

LOS CATECÚMENOS. — Ya no les queda a los catecúmenos más que un poco de tiempo para desear el bautismo. Su instrucción se va completando día por día; las figuras del A. Testamento han ido pasando ante su vista; y pronto no les quedará nada que aprender acerca de los misterios de su salvación. Entonces se les dará a conocer el Símbolo de la fe. Iniciados en las exaltaciones y humillaciones del Redentor, esperarán con los fieles el momento de su resurrección; y nosotros les acompañaremos con ansiedad y alegría en aquella hora solemne en que después de sumergidos en la piscina de salvación y purificados de toda mancha por las aguas regeneradoras salgan puros y radiantes para recibir los dones del Espíritu Santo y participar de la carne sacrosanta del Cordero, que ya nunca más morirá. 

LOS PENITENTES.— La reconciliación de los penitentes se aproxima a pasos agigantados. Aún están en su labor expiatoria, vestidos de cilicio y ceniza. Las lecturas consoladoras que ya hemos escuchado continuarán leyéndoseles todavía para así refrescar sus almas más y más. La proximidad de la inmolación del Cordero acrecienta su esperanza; saben que la sangre de este Cordero es de una virtud infinita y que borra todos los pecados. Antes de la resurrección del Libertador, recobrarán la inocencia perdida; el perdón descenderá sobre ellos muy a tiempo, a fin de que ya puedan sentarse, como hijos pródigos ya felices, a la mesa del padre de familia el día en que se diga a los comensales: "He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua." 

DUELO DE LA IGLESIA. — Tales son, en resumen, las grandiosas escenas que nos esperan; pero al mismo tiempo, vamos a ver a la Santa Iglesia abismarse más y más en las tristezas de su duelo. Hace poco lloraba los pecados de sus hijos; ahora llora la muerte de su esposo celestial. Desde hace mucho tiempo el Alelluia está desterrado de sus cánticos; hasta suprimirá la alabanza a la Trinidad Santa con que terminan los salmos. Si no honra a ningún santo, cuya fiesta se puede celebrar hasta el sábado de Pasión inclusive, la suprimirá, primero en parte, y, poco después, en absoluto, aún aquellas mismas palabras que repite con tanto gusto: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo." 

La lectura en los oficios de la noche están tomados de Jeremías. Los vestidos litúrgicos son del mismo color que en Cuaresma; pero en Viernes Santo el negro reemplazará al morado como quien llora una muerte, puesto que en esto su Esposo está verdaderamente muerto. Sobre él han recaído los pecados de los hombres y los rigores de la justicia divina, y han entregado su alma al Padre en medio de una horrorosa agonía. 

RITOS LITÚRGICOS. — En espera de esta hora la Iglesia manifiesta sus dolorosos presentimientos, cubriendo la imagen del divino Crucificado. La Cruz misma ha dejado de ser visible a las miradas de los fieles; está tapada por un velo '. Las imágenes de los santos no están visibles; es justo que el siervo se oculte cuando la gloria del Señor se eclipsa. Los intérpretes de la Liturgia nos enseñan que esta costumbre austera de velar la cruz en tiempo de Pasión expresa la humillación del Redentor, obligado a ocultarse para no ser apedreado por los Judíos, como leeremos en el Evangelio del Domingo de Pasión. La Iglesia ordena esta prescripción de velar las imágenes, desde el sábado a la hora de Vísperas, con tal rigor que, en los años en que la fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora cae en la semana de Pasión, la imagen de María, Madre de Dios, permanece velada aún en el día en que el Ángel la saluda llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. 


Del Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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