jueves, 13 de abril de 2017

MEDITACIONES PARA EL VIERNES SANTO. Del P. Alonso Andrade.

De lo que Cristo padeció en la cruz. (Math. 22. Luc. 23.)

• PUNTO PRIMERO. Este día es dedicado todo a la estación del Calvario, del cual conviene que no te apartes un punto; asiste a la sombra del árbol de la cruz, redención de la pérdida del árbol del Paraíso; de quien dijo a la Esposa santa: Debajo del árbol que deseé, hallé descanso. Levanta los ojos a lo alto de la copa y verás aquel racimo de la viña de Engadi , pendiente de sus ramas, y a tu dulce esposo entre dos ladrones, reputado por uno de ellos; recorre la memoria a lo pasado y hallarás que nació entre dos animales en el campo, en una choza de pobres, que vivió en mendiguez con los humildes, que se acompañó con los hombres ordinarios, y que ahora muere entre dos ladrones, condenando nuestra soberbia, que siempre afecta la compañía de los nobles y procura el nombre honorífico en la tierra: aprende la lección que te lee desde aquella cátedra , y pídele su gracia para cumplir lo que te enseña.


PUNTO II. Levanta los ojos y lee el título que tiene Cristo en la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Esta es la causa de su muerte , y por esto le condenan. Medita cada palabra de por sí; Jesús, que significa Salvador, y porque lo fue del mundo y tuyo, es condenado a tan acerba y afrentosa muerte. ¡Oh dulcísimo bien mio! y ¡cuánto os costó mi salvación, cuánto hicistes por mí y cuán poco hago yo por vos! Nazareno, que quiere decir florido, la flor del cielo y de la tierra está entre las espinas y porque florecisteis en tantas virtudes y
maravillas sois coronado con ellas y condenado a tantos tormentos. Aprende a tener paciencia, si te hallares perseguido por hacer bien en el mundo, y servir a Dios con virtud; Rey, por ser rey de cielos y tierra, es condenado de los suyos: considérale coronado en el cielo con diadema de inmortalidad y obedecido de todas las criaturas y adorado de todos sus cortesanos y luego baja los ojos a mirarle en la cruz: coteja el un trono con el otro, y la una corona con la otra, y el un cetro con el otro, y la obediencia de aquellos vasallos con la alevosía de estos, y la gloria que allí goza con las penas que aquí padece; y duélete de verle tan humillado y despreciado por tus pecados.

PUNTO III. Oye las blasfemias y baldones que le dicen los sacerdotes y la gente del pueblo, que mofaba y escarnecía llamándole falso profeta, engañador y mentiroso; y diciéndole que se bajase de la cruz, si era hijo de Dios, y maldiciéndole como ha condenado; nosotros mereciéramos ser malditos por nuestros pecados, y él quiso tomar sobre sí nuestra maldición y darnos la bendición de su padre, y con ella la eterna herencia de Dios; agradécele tan crecida merced y no ceses de alabarle y bendecirle desagraviando su honra, y recompensando de tu parte su honor bendiciéndole al paso que le maldicen y ofendentes pecadores.
PUNTO IV. Mira a los verdugos que le crucificaron sentados al pie da la cruz dividiendo sus vestiduras y echando suertes sobre la inconsútil, labrada por mano de la reina de los ángeles. Contempla lo que sentiría cuando viese que la llevaba un verdugo y homicida a vestírsela y traerla públicamente, pareciendo un Cristo en lo exterior y siendo en lo interior un ladrón lleno de infinitas maldades: este sentimiento tiene, este tormento le dan los que con hipocresía fingen virtud en lo exterior y en lo interior, son malos y pecadores ofendiéndole a cada paso. Llega y rescata los vestidos del Salvador, cómpraselos a los verdugos, aunque sea necesario venderte para pagarlos y retraerlos a la Beatísima Vírgen que los recibirá y estimará como reliquias preciosísimas de su Santísimo Hijo, y darás algun alivio a sus dolores. ¡Oh reina del cielo! y quién pudiera venderse para comprar estos vestidos y traerlos a vuestras manos y consolaros, serviros y ser alguna parte para mitigar las penas de vuestro Santísimo Hijo, y vuestras: alabada seais, que tanto padecisteis por nuestro bien. 
 

De las últimas palabras que habló Cristo en la cruz, hasta que expiro. (Math. 27. Joan. 19. Lue. 23.)

PUNTO PRIMERO. Considera que conociendo Cristo que se llegaba ya su hora de partir de este mundo al Padre dijo aquella misteriosa palabra: Consumalum est; ya está todo cumplido y consumada la obra de nuestra redención; en que declaró cómo había llevado hasta el cabo la obra que le encargó su Padre; ya está consumada la ley antigua y sus ritos y ceremonias han dado fin; ya se ha consumado la obediencia del Padre y han dado fin todos los tormentos, y el cáliz de pasión que me mandó beber, todo se ha cumplido y solo resta partir a franquear el Paraíso. ¡Oh Rey de gloria! muchas gracias os doy porque habéis llevado hasta el cabo la obra de mi redención, y os suplico que no se pierda en mí; sino que se logre vuestra preciosísima sangre y me vea yo en vuestro reino con vos. 

PUNTO II. Aprende de esta palabra a llevar hasta el fin los obras del Señor, y no descaecer en el negocio de tu salvación, sino pelear hasta morir, y perseverar en el bien hasta la muerte a ejemplo de tu Redentor (Math. 22); porque escrito está que el que perseverare hasta el fin se salvará, y el que bastardeare no; pídele gracia para perseverar en  el bien comenzado hasta el fin, y no faltar un punto en su servicio, por la perseverancia que tuvo en la obra de nuestra redención.

PUNTO III. Considera las últimas palabras que pronunció el Salvador: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Dióle en las manos del Padre, de quien le habÍa recibido, adornado de tantas y tan heróicas virtudes, y enriquecido de tan ilustres obras como fueron las que hizo en el discurso de su vida. Contempla con qué resignacion se puso en las manos de su Padre, dispuesto a morir otras mil muertes, si fuese necesario, por el bien de los hombres, y con qué agrado aceptaría el Eterno Padre tan rica y grata ofrenda: entra en cuenta contigo, y mira cómo volverás tu alma a Dios cuando se llegue la hora de tornársela; si la darás mejorada o deteriorada con muchos y graves pecados, y si la recibirá Dios con agrado o desagrado; y disponte desde luego para entonces, aprendiendo a morir en la muerte santísima del Salvador del mundo.

PUNTO IV. Considera cómo en diciendo estas palabras se desató aquella alma santísima de su cuerpo, y pasó a su Eterno Padre dando fin a su dichosa vida, quedando el cuerpo martirizado en la cruz. Contempla el dolor que tendría la Beatísima Virgen, viendo expirar a su Benditísimo y Precioso Hijo con tantos y tan graves dolores, y cuánto desearía morir en su compañía y acompañarle en aquella estación, como le había acompañado en todas las de su vida; atiende al sentimiento que hicieron todas las criaturas en su muerte; el sol se oscureció, las piedras se dieron unas con otras, los sepulcros se abrieron y los muertos mostraron sentimiento, el velo del templo se rasgó de alto abajo y los buenos hirieron sus pechos; solos los hombres obstinados en sus pecados no dieron muestra de pesar; no seas tú de ellos ni tuícorazon mas duro que las piedras; recógete con tu Dios a meditar lo que padeció por tí; mira la vida que le debes y como le has de pagar, y contémplale en la cruz muerto por tí, y llora la trajedia que has causado en el Salvador del mundo ; y mira cómo le has de satisfacer y agradecer tanto como padeció por tí.


  P. Alonso de Andrade











No hay comentarios:

Publicar un comentario