miércoles, 17 de mayo de 2017

18 de Mayo: JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA EXTREMA-UNCIÓN. —- Jesús ha provisto en los cuatro primeros Sacramentos a las diversas necesidades espirituales del hombre durante su vida. El Bautismo es el nacimiento del fiel, la Confirmación le arma para el combate, la Eucaristía es su alimento, la Penitencia su remedio; pero el último momento de la vida, el más grave y el más transcendental de todos, aquel que decide la eternidad para cada uno de nosotros ¿no se diría que exige un socorro sacramental de un género nuevo? El paso de esta existencia a aquella que la va a seguir, esta hora de angustias y de esperanzas, ¿nos motivará a lamentar que el Redentor no pensó en asistirles con su protección por la institución de un rito destinado a producir el socorro especial que necesita el moribundo en este momento de necesidad extrema? Jesús todo lo ha provisto, y la gracia de la Redención revistió una nueva forma para visitarnos y fortificarnos en esta última crisis. 


Antes de su Pasión mostró un índice de lo que meditaba para el futuro. 

Al enviar a sus discípulos delante de Él para preparar a los pueblos a su predicación, les recomendó ungiesen a los enfermos con óleo; y los discípulos, fieles a la orden de su Maestro, mandaban a los enfermos después de emplear este remedio misterioso, levantarse de sus lechos, curados y consolados. Pero cuando, después de su Resurrección, nuestro divino Redentor se ocupa de dotar a su Iglesia, entonces, para aligerar, los dolores futuros de esta madre común, asegura a sus hijos moribundos la dulce consolación del Sacramento establecido únicamente para ellos. 

El aceite es el símbolo de la fuerza; el atleta que quería luchar en la arena se daba masajes en sus miembros para hacerles más ágiles y flexibles. Por esta razón Jesús lo escogió como elemento sacramental, cuando quiere asegurar a nuestra alma regenerada por el bautismo el vigor que necesita en la lucha por la salud. La hora de la muerte es también un combate y este combate es el más temible de todos. En este momento Satanás, al vérsele escapar la presa codiciada durante toda una vida, redobla los esfuerzos para arrebatarla. El hombre al borde de los abismos de la eternidad, está rodeado de continuo por los ataques de una confianza presuntuosa y de un desaliento contra la esperanza. Dentro de algunos instantes se va a encontrar a los pies del juez cuya sentencia es inapelable, y las secuelas del pecado retienen todavía los movimientos de su alma. ¿Cuál será su fuerza en esta última lucha que va a decidir del éxito final de todas las que la han precedido en la vida? ¿No es tiempo de que Jesús venga en su socorro con un Sacramento que pueda comunicar a su atleta fuerzas iguales al trance? El viene, y su mano ha preparado el óleo de la última Unción, no menos poderosa que el de la primera; aplicación suprema de la sangre redentora "que corre tan abundantemente con este precioso líquido".

EFECTOS DEL SACRAMENTO. — Y ved los efectos de esta unción que el Apóstol Santiago, instruido por el mismo Salvador, nos describe en su Epístola. Es "la remisión misma de los pecados"; de esos pecados que la conciencia, aún la delicada, no habla considerado y que con todo pesan sobre el alma; de esas secuelas del pecado perdonado en cuanto a la culpa, pero cuyas cicatrices no están enteramente cerradas y ejercían aún una influencia maligna. El óleo santo va recorriendo misericordiosamente cada uno de los sentidos, que a su vez se proclaman pecadores y reciben a sí sucesivamente para purificación que les conviene. Estas puertas abiertas tan peligrosamente por el lado del mundo se cierran una tras otra, y el alma se vuelve con plena atención hacia la eternidad. Ahora viene el enemigo; sus ataques no arrebatarán la presa. Contaba con un adversario plenamente terrestre, herido ya en cien combates, y se encuentra con un atleta del Señor lleno de vigor y preparado para la defensa. El divino Sacramento ha obrado esta transformación. 

Pero es tal la amplitud de los efectos de esta unción sacramental, que habiendo sido instituida principalmente para la renovación de las fuerzas del alma, ha recibido también la virtud de restablecer las fuerzas del cuerpo y de devolver la salud a los enfermos. Esto es lo que nos enseña el mismo Apóstol Santiago. "El Señor —nos dice—dará el alivio al enfermo, que encontrará su curación en la eficacia de la oración de la fe." La fórmula que acompaña cada unción en este Sacramento tiene, pues, la virtud de restaurar las fuerzas físicas del hombre, al mismo tiempo que destruye los restos del pecado, principal causa de las miserias del hombre tanto en su cuerpo como en su alma. Tal es el sentido de las palabras de Santiago interpretadas por la Iglesia; y la experiencia nos demuestra también con bastante frecuencia que el divino Autor de este Sacramento no ha olvidado la doble promesa con que se ha dignado enriquecer este rito. Por eso en esta confianza, el sacerdote, después de haber hecho las unciones sobre los miembros del enfermo, se dirige después a Dios, para pedir le devuelva las fuerzas corporales a aquel cuya alma acaba de experimentar el poder del celestial remedio; y la Santa Iglesia considera de tal modo fundado sobre la palabra de Cristo el efecto sacramental de la Extrema-Unción, en cuanto al alivio del cuerpo, que no cuenta entre los milagros propiamente dichos las curaciones obradas por este Sacramento. 

Ofrezcamos, pues, al vencedor de la muerte el homenaje de nuestro reconocimiento ante este nuevo beneficio de su compasión para sus hermanos. El se ha dignado pasar por todas nuestras miserias; ni de la misma muerte—como hemos visto—se ha exceptuado, y las angustias de la agonía no se las ha perdonado. Cuando sobre el árbol de la cruz era presa de todas las angustias del pecador moribundo—aunque fuese la misma santidad—se dignó pensar en el último combate, y en su bondad dirigió sobre los cristianos agonizantes su sangre preciosa. Este es el origen del Sacramento de la Extrema-Unción que promulga en estos días y por el cual le presentamos hoy nuestras humildes acciones de gracias.


Año Litúrgico de Guéranger


No hay comentarios:

Publicar un comentario