miércoles, 10 de mayo de 2017

11 de mayo: JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

PRESENCIA DE JESÚS EN SU IGLESIA. — Los Apóstoles han recibido su misión, el soberano Maestro les dio la orden de repartirse las provincias de la tierra, y de predicar por todo el mundo el "Evangelio", es decir, la "buena-nueva", la nueva de salvación para los hombres adquirida por el Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado de entre los muertos. ¿Pero cuál será el punto de apoyo de esos humildes judíos transformados de repente en conquistadores a cuya vista se presenta el mundo entero? Ese punto de apoyo es la promesa solemne que les hace en estos días, cuando después de haberles dicho: "Id, enseñad a todas las naciones", añade: "He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos." (S. Matth., XXVIII, 20.) Así, se compromete a no dejarles nunca, a presidirles y a conducirles siempre. No le verán más en esta vida; pero saben que continuará en medio de ellos. 


Pero los Apóstoles con los que Cristo se ha comprometido a residir, a quienes él preservará de toda caída y de todo error en la enseñanza de su doctrina, los Apóstoles no son inmortales. Se les verá sucesivamente dar testimonio de su Maestro con su sangre, y desaparecer de este mundo. ¿Estamos, pues, condenados a la incertidumbre, a las tinieblas, que son patrimonio de aquellos sobre los que cesó de derramar sus rayos la luz? 

Tranquilicémonos con la palabra de Jesús. No ha dicho a sus Apóstoles: "He aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin de vuestra vida"; ha dicho: "hasta la consumación de los siglos". Aquellos a quienes hablaba en este momento debían, pues vivir tanto como el mundo. Que es como decir que los Apóstoles debían tener sucesores, en los cuales se perpetuarían sus derechos, sucesores a los que Jesús no cesaría de asistir con su presencia y de sostener con su poder. Debería de ser imperecedera la obra que Dios, en su amor a los hombres, había erigido con el precio de su sangre. Jesús, con su presencia entre sus Apóstoles, preservaba su enseñanza de todo error; con su presencia dirigirá también hasta el fin la enseñanza de sus sucesores. 

LA INFALIBILIDAD.— ¡Oh don precioso e imperecedero el de la infalibilidad en la Iglesia! Don sin el cual no habría surtido efecto la misión del Hijo de Dios. Don por el que la fe, este elemento esencial de la salvación humana se conserva sobre la tierra. Si, ya tenemos la promesa; y los efectos de esta promesa son visibles, aún a los ojos de los que no tienen la dicha de creer. ¿Quién de buena fe, no podrá reconocer la mano divina en la perpetuidad del símbolo católico en este mundo en que todo cambia, en que nada ha podido permanecer estable? ¿Es natural que una sociedad que tiene por lazo de unión la unidad en los pensamientos atraviese los siglos, sin perder nada y sin tomar nada de lo que la rodea? ¿Que haya estado sucesivamente expuesta a mil sectas nacidas de su seno, y que haya triunfado de todas, sobrevivido a todas, gloriándose de proclamar el último día de mundo los mismos dogmas que profesaba el día que salió de las manos de su divino iniciador? ¿No es un prodigio inaudito el que centenares de millones de hombres, diferentes en origen, costumbres, e instituciones, frecuentemente hostiles los unos a los otros, se uniesen en igual sumisión a una misma autoridad, que con sola su palabra gobierna su razón en las cosas de fe? 

¡Qué grande es la fidelidad a tus promesas oh Jesús! ¿Quién no sentirá tu presencia en medio de la Iglesia, dominando los elementos contrarios, y haciéndose sentir por este imperio irresistible y dulce que contiene al orgullo y a la movilidad de nuestro espíritu bajo tu amado yugo? ¡Y son hombres, hombres como nosotros, que regulan y gobiernan nuestra fe! Ved al sucesor de Pedro, infalible en lo tocante a la fe, y cuya palabra soberana recorre el mundo entero, unificando los pensamientos y sentimientos, disipando las dudas y apaciguando las controversias. Ved el cuerpo venerado del Episcopado unido a su Jefe, y recibiendo de esta unión una fuerza invencible en la proclamación de una misma verdad en todas las regiones del mundo. Sí, así es: los hombres se han hecho infalibles, porque Jesús está con ellos y en ellos. En cuanto a lo demás, serán hombres semejantes a los otros, pero la cátedra sobre la que se sientan está sostenida por el brazo mismo de Dios y es la cátedra de la verdad sobre la tierra. 

¡Oh triunfo de nuestra fe, nacida en el milagro que impera sobre la naturaleza, y dirigida, iluminada, conservada por este otro milagro que desafía todas las experiencias de la sabiduría humana! ¡Qué de maravillas obró nuestro Maestro resucitado en el curso de aquellos cuarenta días que se digna darnos ahora! Hasta entonces lo había preparado; ahora lo consuma. ¡Alabanza, acción de gracias a su divina solicitud por sus ovejas! Si exigió de ellas la fe, como primer homenaje a su sumisión, podemos decir que hizo el sacrificio tan atrayente a la rectitud de su corazón como meritorio a su humilde razón.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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