domingo, 14 de mayo de 2017

15 de Mayo: LUNES DE LA QUINTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL DON DEL ESPÍRITU SANTO. — Jesús resucitado concede un don inestimable a sus Apóstoles y de este don dimanarán dos Sacramentos. En la tarde de la Pascua se presenta de improviso en medio de sus Apóstoles: "La paz sea con vosotros—les dice—. Como mi Padre me ha enviado así yo os envío'". Después alentó sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo." ¿Qué significa este soplo que no se dirije a todo hombre sino que está reservado para algunos? Jesús lo explica inmediatamente: este soplo comunica el Espíritu Santo. El Espíritu Santo se da a los Apóstoles porque son los enviados de Jesús, del mismo modo que Jesús es el enviado del Padre. 


Los Apóstoles reciben, pues, este Espíritu divino para comunicarle a los hombres del mismo modo que Jesús le ha comunicado a ellos. La tradición de la Iglesia completa el relato sucinto del Evangelio. Dos Sacramentos—como hemos dicho—tienen su origen en este acto de Jesús resucitado; su palabra ha determinado después las condiciones rituales bajo las cuales el doble misterio deberá realizarse. 

LA CONFIRMACIÓN. — El primero de estos dos Sacramentos es la Confirmación, por cuya institución nosotros damos hoy gracias; el segundo es el Orden, cuya dignidad consideraremos dentro de algunos días; uno y otro patrimonio glorioso del carácter episcopal que encierra para nosotros la fuente de dones que fueron conferidos a los Apóstoles para la santificación del hombre. 

Es tal la importancia del Sacramento de la Confirmación para los fieles, que aquel que no ha sido señalado con él no puede ser considerado como cristiano perfecto. Ciertamente goza en virtud de su bautismo de las prerrogativas de hijo de Dios, de miembro de Jesucristo, de hijo de la Iglesia; pero el cristiano es un hombre de lucha; debe confesar su fe, ya delante de los tiranos hasta dar su sangre, ya en presencia del mundo, cuyas máximas seductoras o imperiosas buscarán llevarle a la defección, ya contra los demonios cuya hostilidad es temible para los servidores de Cristo. El sello del Espíritu Santo impreso sobre su alma le confiere un cierto grado de fortaleza que no le da el bautismo; de ciudadano de la Iglesia que es, la Confirmación le hace Caballero de Dios y de su Cristo. Podemos ciertamente combatir y vencer con sola la armadura del Bautismo; Dios nos ha asegurado el poder, porque Él sabe que el Sacramento que perfecciona al cristiano no está siempre a su alcance; pero desgraciado el imprudente que descuida la ocasión de obtener el complemento de su Bautismo. En el Sábado Santo hemos visto con qué solicitud el Obispo, cuando administraba en ese día el sacramento de la regeneración, completaba su obra dando el Espíritu Santo a todos aquellos que acababa de regenerar en el Hijo y de recibir la adopción del Padre. 

Al Pontífice, en éfecto, es a quien pertenece decir a todos nuestros neófitos: "Recibid el Espíritu Santo." La dignidad de este divino Espíritu no exige menos; y si a veces a causa de la necesidad, un sacerdote es llamado por el Vicario de Cristo para administrar este Sacramento, no puede realizarle de una manera válida sino con tal de emplear el crisma consagrado por el Obispo; de manera que el poder del Pontífice debe destacarse siempre en primer lugar. 

¡Cuán sublime es el instante en que el Espíritu de fortaleza que confirmó a los mismos Apóstoles, desciende sobre los neófitos arrodillados en torno al Obispo! Los brazos del Pontífice se extienden sobre ellos; derrama sobre sus almas este Espíritu que él ha recibido para comunicarle, y para que nada falte a la solemnidad del don que les va hacer, recuerda la profecía de Isaías que anuncia la bajada del Espíritu sobre el retoño de Jessé que eleva su tallo del seno de las ondas del Jordán. "¡Oh Dios!—dice— que has regenerado a tus siervos en el agua del Espíritu Santo, envía ahora del cielo sobre ellos este Espíritu con sus siete dones: Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor de Dios; señálales ahora con el sello de la cruz de Cristo". Entonces aparecerá el Santo Crisma, cuyas grandezas hemos celebrado el Jueves Santo. Tal es el Sacramento del Crisma—para hablar el lenguaje de la antigüedad—del Crisma en el que reside la virtud del Espíritu Santo. El Pontífice señala con él la frente de cada neófito y el Espíritu Santo imprime al mismo tiempo sobre sus almas el sello de la perfección del cristiano. Vedlos confirmados para siempre. Si escuchan, pues, la voz del Sacramento que está incorporado a ellos ninguna prueba, ningún peligro superará su valentía. El óleo con que ha sido trazada la cruz sobre su frente le ha comunicado esta fortaleza diamantina que recibió la frente del Profeta y que desafiaba todos los dardos de sus adversarios. 

Ciertamente para el cristiano la fortaleza es la salvación; porque la vida del hombre es un combatez. Sean, pues, dadas alabanzas a Jesús resucitado que previendo los asaltos que nos veríamos obligados a sostener, no ha querido que permaneciésemos desiguales en la lucha, y nos ha dado en el Sacramento de la Confirmación este Espíritu que procede de él y del Padre, para que fuese nuestra fortaleza invencible. Agradezcámosle hoy el haber completado en nosotros de este modo la gracia bautismal. El Padre que se dignó adoptarnos, entregó a su propio Hijo por nosotros; el Hijo nos da el Espíritu para habitar entre nosotros: ¿qué creatura sino el hombre ha sido de este modo objeto de las complacencias de la Trinidad? Pero por desgracia el hombre es pecador, infiel; con frecuencia tantos maravillosos socorros son dispensados sobre él en vano. Tributemos homenaje a la divina bondad, manteniéndonos unidos a la Santa Iglesia; celebremos con ella con toda la efusión de nuestros corazones los misterios de misericordia que el Año litúrgico va poniendo sucesivamente ante nuestras miradas.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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