viernes, 26 de mayo de 2017

27 de Mayo: SÁBADO DE LA OCTAVA DE LA ASCENSIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL MISTERIO DE NUESTRA ASCENSIÓN
 
Ha subido al cielo el hombre que poseía la tierra y que reunía en sí toda santidad. No es, pues estéril para el cielo, esta tierra a pesar de ser maldita; la puerta de los cielos cerrada a nuestra raza, ha podido abrirse para dejar pasar a un hijo de Adán. Tal es el misterio de la Ascensión; pero no es más que una parte, es preciso conocerle entero. Escuchemos lo que nos dice el Apóstol de las naciones: "Dios, que es rico en misericordia, movido por la excesiva caridad con la cual amó a los que estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha vuelto a la vida con Jesu-Cristo; nos ha resucitado con él, y nos ha hecho sentar en los cielos en la persona de Jesucristo". De este modo, lo mismo que celebramos la resurrección de nuestro Salvador como nuestra propia resurrección, el Apóstol nos convida a celebrar la Ascensión de este divino Redentor como si fuese la nuestra también. Midamos la fuerza de la expresión: "Dios nos ha hecho sentarnos en los cielos en Jesu-Cristo"; en esta Ascensión, no es Él solo quien sube a los cielos, nosotros subimos con Él; no es solamente Él quien está entronizado en la gloria, nosotros lo estamos con Él. 


Y, en efecto, el Hijo de Dios, no vino a revestirse de nuestra naturaleza para que la carne recibida de María fuese únicamente ella coronada en la gloria eterna; vino para ser nuestro Jefe, mas un Jefe que reclama sus miembros en la adhesión de los cuales consiste la integridad de su cuerpo. "¡Oh Padre! dijo en la última Cena, aquellos que me has dado quiero que estén allí donde yo estoy, para que vean la gloria de que me has hecho partícipe". ¿Y qué gloria ha dado el Padre a su Hijo? Escuchemos a David que ha cantado el día de la Ascensión: "El Señor ha dicho a mi Señor: Siéntate a mi diestra". Sobre el trono mismo del Padre a su diestra veremos eternamente al que el Apóstol llama "nuestro precursor", y nos adherimos a Él como los miembros de su cuerpo, de suerte que su gloria sea la nuestra y que nosotros seremos reyes con Él, por toda la eternidad; ha compartido todo con nosotros, pues quiso que fuésemos "sus coherederos". 

LOS ELEGIDOS EN EL CIELO. — De ahí se sigue que el augusto misterio de la Ascensión abierto hoy, se continúa en cada instante, hasta que después de haber subido a los cielos el último de los elegidos, el cuerpo místico del Emmanuel haya alcanzado su entero complemento. Considerad esta turba innumerable de almas santas que se apresura a seguirle en este día: nuestros primeros padres a la cabeza, los patriarcas, los profetas, los justos de todas las razas, que desde muchos siglos antes se estaban preparando para este triunfo. Cautivos no ha mucho en los limbos, brillantes ahora de esplendor, siguen con la rapidez del águila a quien sirven de corona en el triunfo. Son sus trofeos, al mismo tiempo que forman su corte en el trayecto de la tierra al cielo. Siguiéndoles con la vista exclamemos pues con el Salmista: "¡Reinos de la tierra, cantad al Señor, cantad a Dios que se eleva sobre los cielos de los cielos, hacia el Oriente!". 

Por su parte las milicias angélicas se agrupan delante de Cristo y entonces comienza el diálogo que oyó David, y que nos lo transmitió por adelantado. La legión innumerable que sigue y acompaña al Emmanuel exclama a los guardianes de la Jerusalén celeste: "¡Príncipes, levantad vuestras puertas!, puertas eternas, levantaos; el Rey de la gloria va a entrar." Y los Ángeles responden: "¿Y quién es este Rey de la gloria?"... "Es el Señor", responden los elegidos de la tierra, "el Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en los combates"; como lo atestiguan las victorias que ha conseguido sobre Satanás, sobre la muerte y el infierno, las victorias de las cuales nosotros somos el dichoso trofeo. Después de otra interpelación que da lugar a exaltar por segunda vez sus grandezas, las puertas eternas se elevan, y el Cristo vencedor penetra en los cielos con su glorioso cortejo. 

No volverán ya más a cerrarnos el paso esas puertas eternas que han dado entrada a nuestro libertador: en lo cual se nos muestra la incomunicable grandeza del misterio de la Ascensión. Este misterio se abre hoy, Jesús lo ha inaugurado subiendo de la tierra al cielo, pero no lo ha clausurado; ha querido que fuese permanente, que se cumpliese en todos sus elegidos sucesivamente, ya suban del lugar de las expiaciones, ya se eleven de la tierra. Salve, pues, ¡oh glorioso misterio al cual has preparado tantos otros misterios término y cumplimiento del designio eterno de Dios! misterio que fue suspendido durante siglos por nuestra caída, pero que tomas hoy tu curso en el Emmanuel, para no interrumpirlo más que en el momento solemne en que la voz del Ángel exclame: "Se acabó el tiempo". Hasta entonces permaneces abierto para nosotros, y la esperanza de que tú concluirás en nosotros vive en nuestro corazón. 

PLEGARIA. — Dígnate permitirnos, oh Jesús, tomar para nosotros esta palabra que has dicho: "Voy a prepararos un lugar". Todo lo has dispuesto con este fin; y viniste al mundo para abrirnos el camino que tú mismo has franqueado hoy. La Iglesia, tu Esposa, nos manda que levantemos nuestras miradas; nos muestra el cielo abierto y el surco luminoso que trazan hasta nosotros las almas que suben a cada instante para unirse a ti. Nuestros pies se posan aún sobre la tierra; pero el ojo de nuestra fe te descubre en el término de esta senda, "al Hijo del hombre, sentado a la diestra del Padre eterno". ¿Pero cómo franquear el espacio que nos separa de ti? Nosotros no podemos, como tú, elevarnos por nuestra propia fuerza; es preciso que nos atraigas hacia ti. Tú lo has prometido  y nosotros esperamos ese momento. 

María, tu madre, que quiere permanecer aún con nosotros la espera también con sumisión y amor: la esperó en la fidelidad y en el trabajo, viviendo contigo sin verte aún. Danos, Señor, algo de esta fe y de este amor de nuestra madre común, para que podamos aplicarnos este dicho del Apóstol: "Ya somos salvos por la esperanza" . Así sucederá, si te dignas, según tu promesa, enviarnos tu Espíritu que esperamos con ardor; pues vendrá a confirmar en nosotros todo lo que la sucesión de tus misterios ha preparado ya, y a ser la prenda segura de nuestra ascensión gloriosa.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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