sábado, 21 de enero de 2017

MEDITACIÓN SOBRE EL CORAZÓN AMANTE DE JESÚS, POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Oh si comprendiésemos el amor para con nosotros que arde en el corazon de Jesús! Tanto nos ha amado, que si se uniesen todos los hombres, todos los Ángeles y todos los Santos con todas sus fuerzas, no compondrían la milésima parte del amor que nos tiene Jesús. 



Él nos ama inmensamente mas que nosotros mismos, pues nos ha amado hasta el exceso; de cuyo amor manifiesto en su pasión hablaron anticipadamente Moisés y Elías en el monte y después se consumó en Jerusalen.

Porque en verdad ¿qué mayor exceso que morir un Dios por sus criaturas? Con esto él nos ha amado hasta el extremo, como nos dice san Juan: Cum dilexissetsuos, in finem dilexit eos. Nos ha amado desde la eternidad; de modo que no ha habido momento en ella en que Dios no haya pensado en nosotros y no nos haya amado a todos y cada uno en particular, habiendo elegido para nuestra redención una vida penosa y una muerte de cruz. 


De aquí es que nos ha amado más que a su honor, más que a su reposo, y más que a su vida ¡pues todo lo ha sacrificado para mostrarnos el amor que nos tiene. Y esto ¿no es exceso de caridad que hará pasmar a los Ángeles y al paraíso por toda una eternidad? 

El mismo amor le ha llevado aún a estarse con nosotros en el Sacramento como en trono de amor; porque allí permanece en la apariencia de un poco de pan, encerrado en un copón, donde parece quede en un lleno aniquilamiento de su majestad, sin movimiento y sin uso de los sentidos. Así que, allí podría decirse, que no hace otro oficio sino el de amar a los hombres. 

El amor hace desear la contínua presencia de la persona amada y este amor y deseo hizo a Jesucristo quedarse con nosotros en el Sacramento. Pareció muy breve tiempo a este Señor el haber estado por solos treinta y tres años entre los hombres en esta tierra; por lo que, para atestiguar su deseo de permanecer siempre con nosotros, estimó necesario hacer el mas grande de todos los milagros, cual fue la institucion de la Eucaristía. 

Pero la obra de la redención se había cumplido; los hombres habían sido reconciliados con Dios; ¿a qué, pues, quedarse sobre la tierra en este Sacramento? ¡ Ah! es porque Jesús no sabe separarse de nosotros, diciendo que con los hombres halla sus delicias. Este amor le ha inducido finalmente a hacerse alimento de nuestras almas para unirse con nosotros y hacer de nuestros corazones y del suyo una misma cosa, como nos lo asegura por aquellas palabras: El que come mi carne en mí mora y yo en él '. 

¡Oh pasmo! ¡oh exceso del amor divino! Decía un siervo de Dios: Si alguna cosa pudiera destruir mi fe acerca del misterio de la Eucaristía, no sería la duda de cómo el pan se convierte en carne, ni cómo Jesús está a un mismo tiempo en muchos lugares y en todos reducido a tan corto espacio; porque respondería que Dios todo lo puede. Mas si me se pregunta, ¿cómo amó tanto a los hombres, que haya llegado a hacerse su comida? no tendría otra cosa que responder sino que esta es una verdad de fe superior a mi inteligencia y que el amor de Jesús no puede comprenderse. 

¡Oh amor de Jesús! haceos comprender de los hombres y haceos amar.

 Afectos y súplicas. 
 
¡Oh corazon adorable de mi Jesús! corazón enamorado de los hombres, corazón criado de intento para amar a los hombres. ¡Ah! y ¿cómo podéis ser tan mal correspondido y vilipendiado de los mismos? ¡Ah! miserable de mí, que he sido también uno de estos ingratos! no os he sabido amar. Perdonadme, Jesús mío, este gran pecado de no haber amado a Vos, que sois tan amable y tanto me habéis amado; ¿qué tenéis más que hacer para obligarme a amaros?

Yo veo que por haber renunciado un tiempo a vuestro amor, merecería ser condenado a no poder ya mas amaros. Pero no, mi caro Salvador, dadme todo otro castigo menos este. Concededme la gracia de amaros y después dadme cualquiera pena que merezca. 

Mas ¿cómo puedo temer castigo alguno cuando oigo que seguís intimándome el dulce y precioso precepto de amaros a Vos, mi Señor y mi Dios? Si queréis, pues, ser amado por mí, yo no quiero tampoco amar a otro que a Vos. 

¡Oh amor de mi Jesús! Vos sois mi amor. ¡Oh corazón inflamado de Jesús! inflamad también el mío. No permitáis que en lo venidero haya de vivir ni aún por un momento privado de vuestro amor. Dadme antes la muerte, destruidme, no hagáis ver al mundo esta horrenda ingratitud, que yo, tan amado de Vos y después de tantas gracias y luces que me habéis concedido, haya de nuevo de despreciar vuestro amor. 

No, Jesús mío, no lo permitáis. Espero en la sangre que por mí habéis derramado, que yo siempre os amaré y Vos me amaréis y que este lazo de amor entre mí y Vos no se romperá jamás y durará en la eternidad. 

¡Oh Madre del amor hermoso, María! Vos, que tanto deseáis ver amado a Jesús, ligadme, estrechadme con vuestro Hijo, pero estrechadme tanto que yo no pueda verme nunca separado de este Señor.


San Alfonso María de Ligorio

No hay comentarios:

Publicar un comentario