jueves, 12 de enero de 2017

MEDITACIÓN SOBRE EL CORAZÓN AMABLE DE JESÚS. POR S. ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Quien da a conocerse amable en todas las cosas, necesariamente se hace amar. ¡Oh! si nosotros estuviésemos atentos a conocer las bellas prendas que concurren en Jesucristo para ser amado! Todos nos hallaríamos en la dichosa necesidad de amarlo. Porque ¿qué corazón puede encontrarse mas amable que el de Jesús?
   

Corazón todo puro, todo santo, todo lleno de amor hacia Dios y hacia nosotros; no siendo otros sus deseos que los de la divina gloria y nuestro bien. Este es aquel corazón en quien halla Dios todas sus delicias, todas sus complacencias. En él reinan todas las perfecciones, todas las virtudes: un amor ardentísimo a Dios su Padre, unido a la mayor humildad y respeto que puedan darse: una suma confusión por nuestros pecados, de los cuales él se ha cargado, juntamente con la confianza de su Hijo tiernísimo: un sumo aborrecimiento a nuestras culpas, unido a una viva compasión de nuestras miserias: una extremada pena, junto con una perfecta conformidad a la voluntad divina. Así es que en Jesucristo se halla todo cuanto puede hacerle amable. Algunos hay que son atraídos a amar a los demás por la belleza, otros por la inocencia; aquellos por las costumbres, estos por la devocion. Mas si hubiese una persona en la que estuviesen reunidas todas estas y otras virtudes, ¿quién podría dejar de amarla?

Si aunque de lejos tengamos noticia de hallarse un príncipe extranjero, bello, humilde, cortés, devoto, lleno de caridad, manso con todos, que vuelve bien al que le hace mal; aún sin conocerle, y sin que él nos conozca, al fin nos enamoramos de él y nos vemos obligados a amarle; Jesucristo, pues, que tiene en sí mismo todas estas virtudes y cada una en un grado perfecto, que además nos ama tiernamente, ¿cómo es posible que sea poco amado de los hombres, y no sea todo él objeto de nuestro amor? Oh Dios! ¡Que Jesús siendo él solo amable, y habiendo dado tantas muestras de su amor hacia nosotros, sea él solo desgraciado (digámoslo así), que no puede llegar a verse amado de nosotros, como si no fuese bastante digno de nuestro amor! Esto es lo que hacía llorar a las Rosas de Lima, las Catalinas de Génova, a las Teresas y Magdalenas de Pazzis, las cuales considerando esta ingratitud de los hombres, exclamaban con lágrimas: El amor no es amado, el amor no es amado...

Afectos y súplicas.

Mi amable Redentor, ¿qué objeto mas digno podía vuestro eterno Padre mandarme que amase fuera de Vos? Sois la belleza del paraíso, el amor de vuestro Padre; y en vuestro corazón tienen su asiento todas las virtudes. ¡Oh corazón amable de mi Jesúsl Vos ciertamente merecéis el amor de todo los corazones, y pobre e infeliz aquel que no os ama.

Tal, pues, ¡oh Dios! ha sido mi corazón en todo aquel tiempo que no os he amado. Pero no quiero seguir en seros tan inflel. Yo os amo , y quiero siempre amaros , o Jesús mío.

Señor, hasta aquí me he olvidado de Vos y ahora ¿qué espero? ¿Espero acaso obligaros con mi ingratitud a que no os acordéis absolutamente de mí y me abandonéis? No, mi amado Salvador, no lo permitáis. Vos sois objeto del amor de un Dios y ¿ no habréis de serlo del amor de un miserable pecador, cual soy yo? ¡Oh hermosa llama que ardes en el corazón enamorado de mi Jesús ¡ah! enciende en mi pobre corazón aquel santo y dichoso fuego que desde el cielo vino Jesús a encender sobre la tierra. Reducid a cenizas y destruid todos los afectos impuros que viven en mi corazón y le impiden ser todo suyo. Haced que no viva más que para amar solamente a Vos, mi Dios y Salvador. Si un tiempo os he despreciado, sabed que ahora sois mi único amor. Yo os amo, yo os amo, yo os amo, ni quiero amar a otro que a Vos. 

Mi amado Señor, no os desdeñéis de aceptar por amante un corazón que os ha causado amarguras. Sea vuestra gloria hacer ver a los Ángeles que arde de amor por Vos un corazón que algún tiempo os ha esquivado y vilipendiado. Virgen santísima María y esperanza mía , ayudadme, y rogad a Jesús que con su gracia me haga cual él mismo desea. 

San Alfonso María de Ligorio


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