El glorioso apóstol de Cristo
san Felipe fué natural de Betsaida, donde nacieron asimismo san Andrés y san
Pedro. Luego que san Felipe conoció a Cristo, comenzó a hacer oficio de
apóstol, que es traer a otros al conocimiento y amor de Dios; y así trajo a
Natanael a Cristo, de quien dijo el Señor que era verdadero israelita y hombre
sin doblez ni engaño. Antes de hacer nuestro Señor el gran milagro de la
multiplicación de los panes en el desierto, preguntó a Felipe de dónde
comprarían pan para sustentar a aquella gran muchedumbre de pueblo, para darnos
a entender con su respuesta la falta de pan que había, y la grandeza del
milagro del Señor. Después de la resurrección de Lázaro algunos gentiles
vinieron i ver a Jesucristo, y tomaron por medio a san Felipe, declarándole su
deseo, y Felipe y Andrés lo dijeron al Señor, el cual hizo gracias al Padre
Eterno porque ya los gentiles comenzaban a conocerles. En aquel soberano sermón
que el mismo Señor hizo a los apóstoles después de la sagrada cena, le dijo san
Felipe: «Señor, mostradnos al Padre»; y de estas palabras tomó ocasión el Señor
para revelarnos altísimos misterios de su divina naturaleza. Después de la
venida del Espíritu Santo, cupo a san Felipe la provincia del Asia superior, en
la cual predicó el santo Evangelio; de allí pasó a la Escitia y últimamente a
la ciudad de Hierapolis, donde los gentiles adoraban por dios una víbora, y
donde echaron mano al santo apóstol, y después de haberle azotado ásperamente,
le crucificaron y mataron a pedradas.
Celebramos hoy también la
memoria del apóstol Santiago el Menor, que nació en Cana de Galilea, el cual es
llamado hermano del Señor, conforme a la costumbre de los hebreos que llamaban
hermanos a los que eran primos, y por haber sido llamado al apostolado después
de Santiago hermano de san Juan, se llama Santiago el Menor. Era apellidado
también con el nombre de Justo, porque su vida era un retrato del cielo, y en
las facciones del rostro se parecía a Cristo, y así muchos cristianos venían a
Jerusalen a ver a Santiago. Nunca comió carne ni bebió vino, y de estar de
rodillas, las tenía duras como de camello; jamás consintió que se le cortase el
cabello, -ni quiso bañarse ni ssr ungido con óleo. Era tan grande la opinión
que tenían los judíos de su santidad, que a él solo le dejaban entrar en el
saricta sanctorum. Nombróle san Pedro obispo de Jerusalen y en el primer
concilio que allí se celebró dijo su parecer después de san Pedro. Finalmente,
después de haber gobernado la Iglesia de Jerusalen por espacio de treinta años,
por haber predicado a Jesucristo en el Templo, los fariseos, bramando como
leones, tomaron piedras contra él, y le arrojaron del lugar eminente en que
predicaba: y mientras levantaba las manos al cielo rogando por sus enemigos,
uno de ellos le dio con una pértiga en la cabeza, esparciéndole los sesos por
el suelo.
Reflexión: Esta fué la
recompensa que llevaron los santos apóstoles de Jesucristo: padecer y morir por
el Señor. ¿No vale más esto que todos los demás bienes del mundo? Y por eso nos
enseña el mismo Santiago en su epístola canónica, el gran bien que se encierra
en las adversidades y tribulaciones cuando se llevan con paciencia, y nos
exhorta a gozarnos en gran manera, cuando somos tentados y probados con muchas
y varias aflicciones del Señor. Lo que nos cuesta es lo que vale, y lo que vale
es lo que se premia con eterna gloria.
Oración: Oh Dios, que cada años
nos alegras con la solemne festividad de tus apóstoles Felipe y Santiago,
concédenos tu gracia para imitar los ejemplos de aquéllos, de cuyos
merecimientos nos regocijamos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén