MISA
La
resurrección del hijo de la viuda de Naím reavivó el Domingo pasado la
confianza de la Iglesia; su oración se alza cada vez más insistente hacia su
Esposo desde esta tierra, donde El la deja ejercitar algún tiempo el amor en el
sufrimiento y las lágrimas. Tomemos parte con ella en estos sentimientos, que
la sugirieron elegir el siguiente Introito.
INTROITO
Ten
piedad de mí, Señor, pues a ti clamo todo el día: porque tú, Señor, eres suave
y manso, y copioso en misericordia para todos los que te invocan. — Salmo:
Inclina, Señor, tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre,
En
el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia no se nos
anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar, y si no continuase
en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar
nunca del simple pensamiento al acto mismo de una virtud cualquiera. Por el
contrario, fieles a la gracia, nuestra vida ya no es más que una trama
ininterrumpida de buenas obras.
En
la Colecta pedimos para nosotros y para todos nuestros hermanos, la
perseverante continuidad de ayuda tan preciosa.
COLECTA
Suplicámoste,
Señor, nos prevenga y siga siempre tu gracia: y haga nos apliquemos
constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de
la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef., III, 13-21).
Hermanos:
Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales
son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para
que, según las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por
su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis
comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la
sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que
sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y
al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos
o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a El sea la gloria en la
Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.
NUESTRO CONSENTIMIENTO EN EL MISTERIO DE CRISTO. —
¿Cuál es el objeto de la oración del Apóstol, tan solemne en su actitud y en su
acento? Ya que hemos sido testigos de todos los misterios de la Liturgia y que
conocemos las riquezas de la bondad de Dios, ¿nos queda algo que pedirle? San
Pablo nos lo dice: "Todo lo que hizo el Señor resultará estéril, si no es
atendida esta oración, y es que, en efecto, el misterio de Cristo
verdaderamente sólo en nosotros tiene cabal término: el nudo, el desenlace, el
éxito de este gran drama divino que va de la eternidad a la eternidad, están
por completo en el corazón del hombre. La Iglesia, los sacramentos, la
eucaristía, todo el conjunto del esfuerzo divino no tiene otra finalidad que la
santificación de cada una de nuestras almas individuales; esto es todo lo que
Dios se propone. Si Dios lo consigue, el misterio de Cristo es un éxito; si
fracasa, Dios trabajó inútilmente, al menos para el alma que se haya sustraído
a su acción. En el corazón, pues, del hombre, se prepara la solución: se trata
de saber si la intención eterna quedará burlada, si los dolores y la sangre del
Calvario recogerán su fruto, si la eternidad futura será para cada uno lo que
Dios quiso."
NUESTRO CRECIMIENTO ESPIRITUAL. — Con
el fln de que Dios no sea vencido y que su amor no sea traicionado, el Apóstol
pide a Dios con instancias para las almas tres grados de gracia, en los que se
resume todo lo que debe ser la vida cristiana para adaptarse al pensamiento y
al amor de Dios, y todo cuanto debemos hacer.
En
primer lugar, dice el Apóstol, fortificarnos por el Espíritu en el ser interior
y nuevo que se nos dió por el bautismo, destruir hasta en sus últimos vestigios
al hombre viejo, al adámico, y sobre estas ruinas hacer reinar al hombre nuevo,
al cristiano, al hijo de Dios. Pide en segundo lugar a Dios, el evitar la
inconstancia y la inestabilidad de nuestra naturaleza, el grabar en nuestros
corazones a Cristo que habita en nosotros por la fe, y esto no se logra sin
nuestra cooperación: habitar implica continuidad, adhesión constante y comunión
real de vida que someta nuestra actividad al Señor, con algo de la docilidad y
de la agilidad de la naturaleza humana de Cristo que tomó el Verbo. Finalmente,
y es el tercer elemento de nuestro crecimiento espiritual, al quedar el egoísmo
eliminado en nosotros y la caridad como señora, tendremos toda la talla y la
fuerza necesaria para mirar cara a cara al misterio de Dios.
La
Iglesia, que se levanta en medio de las naciones, lleva consigo la señal de su
divino arquitecto: Dios se manifiesta en ella con toda la majestad; su respeto
se impone por sí mismo a todos los reyes. En el Gradual y el Versículo,
ensalzamos las maravillas del Señor.
GRADUAL
Temerán
las gentes tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. V.
Porque el Señor ha edificado a Sión, y será visto en su majestad.
Aleluya,
aleluya, V. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas el
Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio según San Lucas (Luc., XIV, 1-11).
En
aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en casa de un príncipe de los fariseos un
sábado a comer pan, ellos le observaban. Y he aquí que se presentó ante El un
hidrópico. Y, respondiendo Jesús, preguntó a los legisperitos y fariseos,
diciendo: ¿Es lícito curar en sábado? Y ellos callaron. Entonces El, tomándole,
le sanó y despidió. Y, respondiendo a ellos, dijo: ¿Qué asno o buey vuestro cae
en un pozo, y no lo sacáis luego el día del sábado? Y no pudieron responderle a
esto. Y propuso a los invitados una parábola, al ver cómo elegían los primeros
asientos, diciéndoles: Cuando seas invitado a una boda,, no te sientes en el
primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más noble que tú, y, viniendo
el que te Invitó a ti y al otro, te diga: Da el puesto a éste: y entonces
tengas que ocupar con rubor el último puesto. Sino que, cuando seas invitado,
vete, siéntate en el último puesto: para que, cuando venga el que te invitó, te
diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gloria delante de los demás
comensales: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se
humilla, será ensalzado.
LA INVITACIÓN A LAS BODAS. — La
Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde
el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las
del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el
banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no
se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes
como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El
Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa 1; como miembros de la Iglesia,
estas bodas son por tanto también nuestras.
LA UNIÓN DIVINA. — Pero, si se quiere
que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es
necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para El una
fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción
sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro
vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación
del Amado, que promueva activamente sus intereses y suspire de continuo y de
corazón por El aunque a veces la parezca que el Amado se oculta a sus miradas y
se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por
Dios que las del mundo por un esposo terrestre? Sólo con esta condición se
puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí
los frutos propios de ella.
CONDICIONES PARA LA UNIÓN. —Para
llegar a este dominio de Cristo sobre el alma y sus movimientos que la
convierta en suya de verdad, que la sujete a sí misma como la esposa al esposo
es necesario no dar nunca lugar a ninguna competencia extraña. Demasiado lo
sabemos: el nobilísimo Hijo del Padre", el Verbo divino, ante cuya beldad
se arroban los cielos, encuentra en este mundo pretensiones rivales que le
disputan el corazón de las criaturas, por El rescatadas de la esclavitud e invitadas
a participar del honor de su trono; aun en aquellas en que su amor acabó por
triunfar plenamente, ¿cuántas veces estuvo a punto de perder? Mas El, sin
impacientarse, sin abandonarlas por justo resentimiento, prosiguió durante
muchos años invitándolas con llamamiento apremiante esperando
misericordiosamente a que los toques secretos de su gracia y la acción de su
Espíritu Santo saliesen triunfantes de tan increíbles resistencias.
LA HUMILDAD. — La guarda de la humildad,
más que otra cosa cualquiera, debe llamar la atención de quien aspira a
conseguir un puesto eminente en el banquete de Dios. La ambición de la gloria
futura es lo natural en los santos; pero saben que, para adquirirla, tienen que
bajar tanto en su nada durante la vida presente, cuanto más altos quieran estar
en la vida futura. Mientras llega el gran día en que cada cual recibirá según
sus obras, nos debemos dar prisa a humillarnos ante todos; el puesto que en el
reino de los cielos nos está reservado no depende, en efecto, de nuestra
apreciación ni de la de otros, sino tan sólo de la voluntad del Señor, que
exalta a los humildes. Cuanto más grande seas, más te debes humillar en todas
las cosas, y de ese modo hallarás gracia ante Dios, dice el Eclesiástico; pues
Dios sólo es grande.
Sigamos,
pues, el consejo del Evangelio, aunque sólo sea por interés; creamos que
debemos ocupar el último lugar entre todos. En las relaciones sociales no es
verdadera la humildad del que, apreciando a los otros, no se desprecia un poco
a sí mismo, adelantándose a cada uno en las señales de honor, cediendo con
gusto a todos en lo que no toca a la conciencia, y esto por el sentimiento
profundo de nuestra miseria, de nuestra inferioridad ante aquel que escudriña
los riñones y los corazones. La humildad hacia Dios no tiene piedra de toque
más segura que esta caridad efectiva para con el prójimo, la cual nos inclina
sin afectación a hacerle pasar antes que a nosotros en las varias
circunstancias de la vida cotidiana.
Conforme
se van extendiendo las conquistas de la Iglesia, el infierno aviva su furia
contra ella para arrebatarla el alma de sus hijos.
La
antífona del Ofertorio nos proporciona la expresión de las inflamadas oraciones
que semejante situación la sugiere.
OFERTORIO
Señor,
ven en mi auxilio: sean confundidos y avergonzados los que buscan mi vida para
quitármela: Señor, ven en mi auxilio.
La
Secreta nos demuestra cómo el Sacrificio que muy pronto se va a consumar
mediante las palabras de la consagración, es la preparación inmediata más
directa y más eficaz para recibir en la Comunión el Cuerpo y la Sangre divinos
que por El se hacen presentes en el altar.
SECRETA
Suplicámoste,
Señor, nos purifiques con la virtud de este Sacrificio y, compadecido de
nosotros, hagas que merezcamos ser partícipes de su efecto. Por Nuestro Señor
Jesucristo. La Iglesia, llena sustancialmente en la Comunión de la Sabiduría
del Padre, promete a Dios en acción de gracias guardar sus justicias y hacer
fructificar en ella las divinas enseñanzas.
COMUNION
Señor,
me acordaré sólo de tu justicia: oh Dios, tú me adoctrinaste desde mi juventud:
y no me abandones, oh Dios, en mi vejez y mis canas.
En
la Poscomunión, pedimos con la Iglesia la renovación que obra la pureza del
divino Sacramento y cuyo efecto se deja sentir así en la vida actual como en el
siglo futuro.
POSCOMUNION
Suplicámoste,
Señor, purifiques benigno nuestras almas y las renueves con estos celestiales
Sacramentos: para que, de ese modo, alcancemos también ayuda para nuestros
cuerpos ahora y en lo futuro. Por Nuestro Señor Jesucristo.
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