(1038
p.C.) - En el pueblo al que conocemos con el nombre de magiar, llegó a las
comarcas de Hungría en los últimos años del siglo nueve, procedente de varios
distritos al oriente del río Danubio, para instalarse en las riberas, bajo la
dilección de un jefe único llamado Arpad. Aquel pueblo estaba constituido por
gente brava y guerrera; fue durante una de sus incursiones por Italia, Francia
y las regiones del oeste, cuando se encontraron con el cristianismo. San Metodio y otros
misioneros habían plantado la fe en puntos tan orientales de Europa como la
Panonia; sin embargo, no fue sino al mediar el siglo décimo, cuando los
magiares empezaron a tomar en consideración a la Iglesia. Geza, el tercer duque
(vaivode), que gobernó al pueblo después de Arpad, vio la necesidad política
del cristianismo y, alentado por san Adalberto de Praga, se hizo bautizar
y gran número de nobles lo imitaron. Pero. evidentemente, aquélla fue una
conversión por conveniencia y la mayoría de los nuevos cristianos lo eran sólo
de nombre. Sin embargo, hubo una excepción: Vaik, el hijo de Geza, quien
recibió el bautismo al mismo tiempo que su padre. y se llamó Esteban (lstvan).
Por entonces no tenía más de diez años y aún no había adquirido las costumbres
y modos de pensar de los paganos. En 995, cuando cumplió veinte años, se casó
con Gisela, la hermana de Enrique, duque de Baviera, mejor conocido como
el emperador san Enrique II, y, dos años más tarde,
sucedió a su padre en el gobierno de los magiares.
En
seguida, Esteban se vio envuelto en guerras, pero acabó por doblegar a las
tribus rivales y, una vez afirmada su posición, designó como primer arzobispo a
san Astrik, a quien envió a Roma para obtener del Papa Silvestre II la
aprobación para una auténtica organización eclesiástica en su país; al mismo
tiempo, encomendó al arzobispo que pidiera al Pontífice que le confirmase el
título de rey, el que sus súbditos querían darle desde tiempo atrás y que ahora
estaba dispuesto a tomar, con mayor autoridad y majestad, para cumplir sus
designios de promover la gloria de Dios y el bienestar de su pueblo. El Papa se
mostró bien dispuesto a conceder lo que pedía, e incluso preparó una corona
real para enviarla a Esteban, con sus bendiciones, de acuerdo, sin duda, con
los deseos del emperador Otto III, quien entonces se encontraba en Roma. Al
mismo tiempo, el Papa confirmó las fundaciones religiosas y las elecciones de
obispos que Esteban había hecho. El propio Esteban salió de la ciudad al
encuentro de sus embajadores y escuchó, de pie y con gran respeto, la lectura
de las bulas pontificias. De ahí en adelante, siempre trató con grandes honores
y respetos a todos los pastores de la Iglesia a fin de manifestar su propio
sentido religioso y para inspirar a sus súbditos la devoción por todo lo que
perteneciera al culto divino. El mismo san Astrik, que había traído la corona
desde Roma, le consagró rey, con gran solemnidad, en el año de 1001. En
realidad, la supuesta bula del papa Silvestre, que otorgaba el título de rey
apostólico y legado apostólico a san Esteban, con derecho a portar la cruz de
primado, fue falsificada, probablemente en el siglo XVII. La parte
superior de la corona mandada por el papa encajaba en la parte inferior de otra
corona que le dio el emperador Miguel VII al rey Geza, y ambas se conservan
hasta hoy en Budapest. Sin embargo, aunque la corona es dudosa y la bula falsa,
hay pruebas positivas de que se le confirieron poderes especiales a san
Esteban, equivalentes a los de «legado ad latere» por parte del Papa, aunque la
afirmación de que se le invistió con el título de «rey apostólico» no tiene
fundamento alguno.
Con el propósito de arraigar firmemente el
cristianismo en su reino y darle las mayores posibilidades para su progreso, el
rey Esteban no creó sedes episcopales sino gradualmente, a medida que pudo echar
mano de sacerdotes salidos de su propio pueblo. La primera sede episcopal de
que se guarda registro fue la de Vesprem, pero no pasaron muchos años sin que
se creara la de Esztergom, que llegó a ser la más importante y la sede del
primado. El santo monarca mandó construir en Szekesfehervar una iglesia dedicada a
Nuestra Señora, en la que posteriormente se consagraba y se sepultaba a los
reyes de Hungría. En esa ciudad estableció el rey su residencia y, desde
entonces, se llamó Alba Regalis, para distinguirla
de la Alba Julia, en Transilvania. También terminó la construcción del gran
monasterio de San Martín, iniciada por su padre. Hasta hoy existe ese
monasterio, conocido como Martinsberg o Pannonhalma y es la casa matriz de la
congregación de benedictinos en Hungría. El mantenimiento de las iglesias y sus
pastores, así como el fondo de socorro para los pobres, se obtenían gracias a
unos diezmos que había impuesto: cada diez poblaciones vecinas tenían la
obligación de construir una iglesia y sostener a un sacerdote; por cuenta del
rey corría el mobiliario de la iglesia, el adorno de los altares y los
ornamentos del pastor. No sin vencer grandes dificultades, consiguió eliminar
muchas de las costumbres y supersticiones bárbaras, derivadas de la antigua
religión y, por medio de rigurosos castigos, logró reprimir las blasfemias, el
asesinato, el robo, el adulterio y otros crímenes públicos. Recomendaba que
todas las personas adultas, excepto los clérigos y religiosos, contrajeran
matrimonio, pero prohibió las uniones entre cristianos e idólatras. El monarca
era accesible a las gentes de todas las clases sociales y escuchaba atentamente
las quejas de todos, pero atendía con especial benevolencia a los pobres y a
los oprimidos, por considerar que, al recibirlos con solicitud, se honra a
Cristo, quien nos dejó a los pobres en su lugar al abandonar la tierra.
Se afirma que cierto día en que el rey,
disfrazado de aldeano, recorría las calles para distribuir limosnas, un grupo
de mendigos se aglomeró en torno suyo, lo derribó al suelo, le atropello y, en
el tumulto, le arrebató la bolsa del dinero y se apoderó de lo que estaba
destinado a otros muchos. Esteban soportó con paciencia, con humildad y aun con
buen humor aquel ultraje, puesto que se alegraba sinceramente por haber sufrido
en el servicio de Nuestro Señor. Para seguirle la corriente, los cortesanos
parecieron divertidos con el incidente y aun hicieron bromas; pero en realidad
estaban muy preocupados por la seguridad del rey y le rogaron que no expusiera
su persona a los peligros; sin embargo, el monarca insistió en que, aun a
riesgo de su vida, jamás negaría una limosna a cualquier pobre que se la
pidiese. El ejemplo de sus virtudes era más efectivo que cualquier sermón para
todo el que caía bajo su influencia. Esto se puso de manifiesto palpablemente
en su hijo Emerico,
a quien la Iglesia beatificó y a quien se debe el código de las leyes de San
Esteban. El santo hizo que esas leyes, estudiadas para gobernar a un pueblo
rudo, rebelde y recién convertido al cristianismo, fueran promulgadas en todos
sus dominios. Pero sin duda, que las prudentes medidas no habían sido
calculadas para apaciguar el descontento o la alarma entre los que aún se
oponían a la nueva religión, y algunas de las guerras que San Esteban debió
librar, tuvieron motivos tanto políticos como religiosos. Después de haber
rechazado victoriosamente una invasión de los búlgaros, el rey emprendió la
organización política de su pueblo. Comenzó por eliminar las divisiones entre
las tribus; después, repartió el territorio en condados con un sistema de
gobernadores y magistrados. De esta manera, por medio de una moderada aplicación
de las ideas feudales que hacían de los nobles vasallos de la corona, consolidó
la unidad de los magiares; al retener el dominio sobre la gente común, evitó
que se acumulase el poder en manos de unos cuantos señores. A decir verdad, San
Esteban fue el fundador y el arquitecto del reino independiente de Hungría.
Pero como lo hace notar el padre bolandista Paul Grosjean, si observamos a
Esteban fuera de su marco histórico, nos dará una impresión tan falsa como si
le comparamos con un Eduardo el Confesor o Luis IX. Y por cierto que ese marco histórico
fue muy rudo, violento y salvaje.
A medida que pasaban los años, Esteban
confiaba una parte cada vez mayor de sus responsabilidades a su único hijo;
pero en el año de 1031, Emerico perdió
la vida en un accidente de caza y el rey se dejó llevar por un profundo
sufrimiento. "¡Dios le amaba y por eso se lo llevó a tan temprana
edad!", gemía, atenazado por el dolor. La muerte de Emerico dejó
sin heredero al trono y, los últimos años en la vida del monarca se vieron
amargados por disputas familiares sobre la sucesión, a las que debió hacer
frente mientras soportaba los sufrimientos que le causaban sus enfermedades
físicas. Había cuatro o cinco personajes que reclamaban el trono para sí,
incluso un tal Pedro, hijo de Gisela, la hermana de San Esteban, mujer cruel y
ambiciosa que se había establecido en la corte desde la muerte de su esposo,
porque estaba decidida a que su hijo ocupara el trono y, sin el menor
escrúpulo, despiadadamente, se aprovechó de la mala salud de Esteban para
conseguir sus fines. Por ese entonces, murió el santo, a la edad de sesenta y
tres años, en la fiesta de la Asunción del 1038. Fue sepultado en una tumba
contigua a la de su hijo, el beato Emerico,
en Szekesfehervar. En su sepulcro se realizaron algunos milagros. Cuarenta y
cinco años después de su muerte, a pedido del rey San Ladislao de Hungría, el
papa San Gregorio VII hizo trasladar sus reliquias a un santuario construido
dentro de la gran iglesia de Nuestra Señora, en Buda. Inocencio XI en 1686,
fijó su fiesta para el 2 de septiembre, puesto que el emperador Leopoldo
recuperó la ciudad de Buda de manos de los turcos en aquella fecha.
Hay dos biografías antiguas sobre San Esteban
que datan del siglo once y que se llaman Vita Major et Vita Minor. Estos textos
los editó Pertz, en MGH. Scriptores, vol. XI. A principios del siglo doce, el
obispo Hartwig extrajo de esos materiales una biografía que se halla impresa
en Acta Sanctorum,
septiembre, vol. II. Pueden extraerse otros hechos relacionados con la vida del
santo, de Chronica
Ungarorum editada en Monumento, vol. I de Endlicher. A pesar
de que la supuesta bula de Silvestre II es falsa y no obstante que se han
planteado dudas muy serias en cuanto a la autenticidad de la corona que, al
parecer, le fue enviada por el Papa, hay pruebas positivas de que se le
confirieron poderes especiales a San Esteban, equivalentes a los de legado ad
latere por parte del Papa. La creencia de que a San Esteban se le invistió con
el título de "rey apostólico" no tiene fundamento alguno. Ver el
artículo de L. Kropf, en la English
Historical (1898), p. 295. Hay una biografía muy amena, pero
poco digna de crédito, escrita por Ehorn (1899), que apareció en la serie Les Saints. Para una
información más detallada y fidedigna, habrá que recurrir a las autoridades en
la materia como los historiadores húngaros J. Paulers, Mons. Fraknoi y el Dr.
Karacsonyi, en un vol. posterior del Acta
Sanctorum noviembre vol. II, pp. 477-487, los bolandistas
tratan al beato Emerico y discuten muchos puntos aclaratorios sobre la historia
del rey su padre. Entre las publicaciones que señalan el siglo nueve como el de
la muerte de San Esteban figuran, F. Bamfi, Re Stefano il Santo (1938), y B. Homan
en Szent Istvan (1938);
ésta última obra fue traducida al alemán en 1941. Ver también Archivum Europae centro
orientalis vol. IV (1938); y a MacArtney, The Medieval Hungarian Historians (1953).
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