MISA
El episodio conmovedor de la
viuda de Naim da hoy nombre al décimoquinto Domingo después de Pentecostés. El
Introito nos ofrece un modelo de las oraciones que debemos dirigir al Señor en
todas nuestras necesidades. El Hombre- Dios prometió, socorrer sirvamos
fielmente buscando antes que nada su reino. Al dirigirle nuestras súplicas,
mostrémonos confiados en su palabra como es justo que lo seamos, y así oirá
nuestros ruegos.
INTROITO
Inclina, Señor, tu oído hacia
mí; y óyeme: salva, oh Dios mío, a tu siervo, que espera en ti: ten piedad de
mí, Señor, pues clamo a ti todo el día. — Salmo: Alegra el alma de tu siervo: ya que a
ti, Señor, elevo mi alma. V. Gloria al Padre.
La humildad de la Iglesia en
las súplicas que dirige al Señor es un ejemplo para nosotros. Si la Esposa obra
así con Dios, ¿qué disposiciones de humillación deben ser las nuestras al comparecer
ante la soberana Majestad? Con razón podemos decir a esta tierna Madre, como
los discípulos al Salvador: ¡Enséñanos
a orar! En la Colecta, unámonos a ella.
COLECTA
Haz,
Señor, que tu continua misericordia purifique y proteja a tu Iglesia: y, ya que
sin ti no puede mantenerse salva, sea siempre gobernada por tu gracia. Por
Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de
la Epístola del Ap. San Pablo a los Gálatas (Gal., V, 25-26; VI, 1-10).
Hermanos:
Si vivimos del espíritu, caminemos también en el espíritu. No codiciemos la
gloria vana, provocándonos mutuamente, envidiándonos unos a otros. Hermanos, si
alguno cayere en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, instruid a ese
tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, para que no seas
tentado tú también. Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis
la ley de Cristo. Porque, si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a
sí mismo. Examine, pues, cada cual sus obras, y así sólo tendrá gloria en sí
mismo y no en otro. Porque cada cual llevará su carga. Y, el que es catequizado
de palabra, comunique todos sus bienes al que le catequiza. No os engañéis: de
Dios nadie se burla. Porque, lo que sembrare el hombre, eso recogerá. Por
tanto, el que sembrare en su carne, cosechará de la carne corrupción: mas, el
que sembrare en el espíritu, cosechará del espíritu vida eterna. No nos
cansemos, pues, de hacer el bien: porque, si no nos cansáremos, segaremos a su
tiempo. Así que, mientras tenemos tiempo, obremos el bien con todos, pero
principalmente con los hermanos en la fe.
PERSEVERANCIA EN LA LUCHA. — La
Santa Madre Iglesia vuelve a tomar la lectura de San Pablo donde la dejó hace
ocho días. Sigue siendo objeto de las instrucciones apostólicas la vida
espiritual, la vida engendrada por el Espíritu Santo en nuestras almas para
suceder a la de la carne. Aunque hayamos domado la carne, no debemos por eso
creer que está terminado el edificio de nuestra perfección; y es que la lucha
debe continuar después de la victoria si no queremos ver comprometidos los
resultados; pero además se precisa vigilancia para que una u otra de las tres
concupiscencias no aproveche el momento para retoñar ni causar heridas, tanto
más peligrosas cuanto menos se pensaba en preservarse de ellas, mientras el
alma dirige su esfuerzo a otra cosa.
La
vanagloria, principalmente, exige al hombre que quiere servir a Dios un
continuo vivir alerta, porque siempre está presta a infectar con su veneno
sutil hasta los actos de la humildad y de la penitencia.
HUIR DE LA VANAGLORIA. —
¿Qué insensatez sería la de un condenado a quien la flagelación le ha salvado
de la pena capital que había merecido, si se gloriase de los azotes con que se
castiga a los esclavos y que él lleva impresos en su carne? ¡No tengamos jamás
semejante locura! Y, sin embargo de ello, se diría que podíamos tenerla, ya que
el Apóstol, a continuación de sus avisos sobre la mortificación de las
pasiones, nos hace la recomendación de evitar la vanagloria. En efecto, nunca
estaremos totalmente seguros en esta parte mientras la humillación física que
inflijamos al cuerpo no tenga en nosotros como principio la humillación
consciente del alma ante su miseria. También los antiguos filósofos tenían sus
máximas acerca del dominio de los sentidos; y la práctica de estas célebres
máximas era escalón de que se valía su orgullo para alzarse hasta los cielos.
Es que, en esto, estaban muy lejos de los sentimientos de nuestros padres en la
fe, los cuales, en cilicio y postrados en tierra clamaban en lo íntimo de su corazón:
"Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; porque fui
concebido en la iniquidad y mi pecado está siempre ante mí".
LAS OBRAS DE LA CARNE. —
Castigar por vanidad el cuerpo, ¿qué otra cosa es sino lo que San Pablo llama
hoy "sembrar en la carne" para recoger en lo porvenir, es decir, en
el día de la manifestación de los pensamientos de los corazones no la gloria y
la vida, mas la confusión y la vergüenza eterna? Entre las obras de la carne
enumeradas en la Epístola precedente se encuentra, en efecto, no sólo los actos
impuros, sino también las disputas, las disensiones, las envidias4, pero
ordinariamente nacen de esta vanagloria, en la que quiere el Apóstol que
reparemos en este momento. La reproducción de estos actos detestables sería una
señal bastante segura de que la savia de la gracia había cedido el lugar a la
fermentación del pecado en nuestras almas, y en este caso, otra vez esclavos,
caeríamos debajo de la ley y sus terribles sanciones. De Dios no se mofa nadie;
la confianza que da justamente la fidelidad' sobreabundante del amor a todo el
que vive del Espíritu, no pasaría de ser, en estas condiciones, una
falsificación hipócrita de la santa libertad de los hijos del Altísimo. Sólo
son hijos suyos los que son guiados del Espíritu Santo en la caridad; los demás
son hijos de la carne y no pueden agradar a Dios.
LA CARIDAD FRATERNA. — Por
el contrario, si queremos una señal cierta de que estamos unidos a Dios, seamos
indulgentes con nuestros hermanos considerando nuestra propia miseria, en vez
de tomar ocasión de sus defectos y faltas para envanecernos; si caen,
tendámosles una mano caritativa y discreta; llevemos mutuamente nuestras cargas
en el camino de la vida, y entonces, habiendo cumplido la ley de Cristo,
sabremos que estamos en él y él en nosotros.
Estas
inefables palabras, que usó Jesús para indicar su futura intimidad con todo el
que comiese la carne del Hijo del Hombre y bebiese su sangre en el banquete
divino, San Juan, que las refiere, las cita palabra por palabra en sus
Epístolas para aplicarlas a los que observan en el Espíritu Santo el
mandamiento del amor de los hermanos.
¡Ojalá
resuene siempre en nuestros oídos esta palabra del Apóstol: Mientras tenemos
tiempo, hagamos el bien a todos! Porque llegará el día, y no está lejos, en que
el ángel del libro misterioso dejará oír su voz en el espacio y, con la mano
levantada al cielo, jurará por Aquel que vive en los siglos sin fln que el
tiempo ha terminado \ Y entonces el hombre recogerá con alegría lo que había
sembrado con lágrimas-; como no se cansó de obrar el bien en las regiones
oscuras del destierro, menos se cansará todavía de cosechar sin fln en la clara
luz del día de la eternidad.
Al
cantar el Gradual, pensemos que, si la alabanza agrada al Señor, es a condición
de que salga de un alma donde reine la armonía de las virtudes. La vida
cristiana, ajustada a los diez mandamientos, es el salterio de diez cuerdas, de
donde el Espíritu Santo, que es el dedo de Dios, hace subir hacia el Esposo
acordes que arroban su corazón.
GRADUAL
Es
bueno alabar al Señor: y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. v. Para aclamar
por la mañana tu misericordia, y tu verdad por la noche.
Aleluya,
aleluya. V. Porque el Señor es un Dios grande, es el Rey de toda la tierra.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Luc., VII, 11-16).
En
aquel tiempo iba Jesús a una ciudad, que se llama Naím: e iban con El sus
discípulos y mucho gentío. Y, al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí
que sacaban a un difunto, hijo único de su madre: y ésta era viuda: y venía con
ella mucha gente de la ciudad. Cuando la vió el Señor, movido de piedad hacia
ella, la dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro. (Y se detuvieron los
que lo llevaban.) Y dijo: Joven, yo te lo mando: levántate. Y se incorporó el
que estaba muerto, y comenzó a hablar. Y se lo dió a su madre. Y se apoderó de
todos el temor: y alabaron a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre
nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo.
LA MUERTE ESPIRITUAL. —
Comentando este Evangelio, nos dice San Agustín en la homilía que se lee esta
misma noche en Maitines: "Si la resurrección de este joven colma de
alegría a la viuda, su madre, nuestra Madre la Santa Iglesia se regocija
también todos los días al ver resucitar espiritualmente a los hombres. El hijo
de la viuda había muerto de muerte corporal; éstos habían muerto en el alma.
Visiblemente, empero, se lloraba la muerte visible del primero, mientras que ni
siquiera se advertía la muerte invisible de estos últimos.
"Nuestro
Señor Jesucristo quería que los milagros que obraba en los cuerpos se
interpretasen en un sentido espiritual. No hacía milagros por sólo hacer
milagros, sino que deseaba que, al excitar la admiración de los que los veían,
a la vez estuviesen llenos de verdad para los que comprendían el sentido. Los
que fueron testigos oculares de los milagros de Jesucristo, sin comprender su
significado, sin penetrar lo que ellos dicen a las almas ilustradas, estos
tales sólo han admirado el hecho material del milagro; pero otros han admirado
a la vez los hechos y han comprendido su significado. De éstos debemos ser
nosotros en la escuela de Jesucristo...
"Escuchémosle,
pues, y el fruto sea éste: en los que viven, conservar solícitamente la vida, y
en los que están muertos, recobrarla lo más pronto posible" .
EL BUEN CELO. — Cristianos preservados de
la defección por la misericordia del Señor, a nosotros nos toca tomar parte en
las angustias de la Iglesia y ayudar en todo las diligencias de su celo para
salvar a nuestros hermanos. No basta no ser de los hijos insensatos que son el
dolor de su madre y deshonran el seno que los llevó. Aunque no supiésemos por
el Espíritu Santo que honrar a su madre es atesorar el solo recuerdo de lo que
la costó nuestro nacimiento, nos induciría a no perder ocasión de enjugar sus
lágrimas. La Iglesia es la Esposa del Verbo, a cuyas bodas aspiran también
nuestras almas; si es cierto que esa unión es la nuestra igualmente, lo debemos
probar, como la Iglesia, manifestando en nuestras obras el único pensamiento,
el único amor que comunica el Esposo en sus intimidades, porque no tiene otro
en su corazón: el pensamiento de restaurar en el mundo la gloria de su Padre,
el amor de salvar a los pecadores.
En
el Ofertorio cantamos con la Iglesia sus esperanzas cumplidas; no quede nunca
muda nuestra boca ante los beneficios del Señor.
OFERTORIO
Esperé
con paciencia al Señor, y me miró: y oyó mi súplica: y puso en mi boca un
cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
En
la Secreta nos ponemos al amparo omnipotente de los divinos misterios.
SECRETA
Guárdennos,
Señor, tus misterios; y nos defiendan siempre contra las incursiones
diabólicas. Por Nuestro Señor Jesucristo.
En
Jesús todo es vida y fuente de vida. Su palabra hizo volver de la muerte al
hijo de la viuda de Naím; su carne es la vida del mundo en el pan consagrado,
como canta la Antífona de la Comunión.
COMUNION
El
pan que yo daré, es mi carne por la vida del mundo.
No
será perfecta en nosotros la unión divina mientras el misterio de amor no
domine de tal forma nuestras almas y nuestros cuerpos, que sean plena posesión
suya y no encuentren ya su dirección más que en El y no en la naturaleza.
Esto
lo explica y lo pide la Poscomunión.
POSCOMUNION
Suplicámoste,
Señor, hagas que la virtud de este don celestial posea nuestras almas y
nuestros cuerpos: para que no domine en nosotros nuestro sentido, sino que
siempre nos prevenga su efecto. Por Nuestro Señor Jesucristo.
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