(¿Siglo
I?).Tecla,
la virgen a quien se refiere la liturgia de oriente como a la
"proto-mártir entre las mujeres y elevada al nivel de los Apóstoles",
fue una de las heroínas más reverenciadas en los primeros tiempos de la
Iglesia. En su Banquete de las Diez Vírgenes, San Metodio de
Olimpo nos cuenta que era una doncella muy versada en literatura y filosofía
profanas y elogia profusamente la facilidad, la fuerza, la dulzura y la
modestia de su lenguaje, puesto que había recibido sus instrucciones en las
ciencias divinas y en los Evangelios, del propio San Pablo. San Agustín, San
Epifanio, San Ambrosio y otros Padres de la Iglesia, afirman que la predicación
de San Pablo la convirtió al cristianismo y que los discursos del Apóstol
encendieron en ella el amor por la castidad. San Gregorio de Nissa dice, por su
parte, que se entregó al sacrificio de sí misma con un aniquilamiento tan
absoluto de sus sentidos, que nada parecía seguir vivo en ella, fuera de la
razón y el espíritu.
A pesar de todo lo dicho, no
es de ninguna manera una certeza que haya siquiera existido esta Santa Tecla.
Pudo haber una mujer con ese nombre a la que convirtió San Pablo y que se
dedicó al servicio de la Iglesia, pero si acaso existió, lo ignoramos todo
sobre ella. Su leyenda, muy difundida y popular, depende por entero de un
romance compuesto hacia fines del siglo segundo y al que se conoce con el
nombre de Actas de Pablo y Tecla. San Jerónimo las tacha de
apócrifas, y Tertuliano asegura que fueron escritas por un presbítero del Asia
a quien las autoridades eclesiásticas depusieron de su ministerio al
comprobársele, precisamente, que había utilizado en falso el nombre de San
Pablo. No obstante esto, el libro mantuvo su popularidad en la Iglesia, y una
larga sucesión de escritores, tan famosos como los mencionados antes, se
refirieron posteriormente a diversos incidentes del argumento. Las
"Actas" refieren que San Pablo (a quien se describe como "un
hombrecillo de baja estatura, calvo, de piernas arqueadas, de constitución
vigorosa, cejas muy pobladas, nariz larga y una mirada penetrante y
atractiva") se hallaba como huésped en la casa de Onesíforo, en Iconio,
cuando su presencia, su actitud y sus palabras, impresionaron de
tal manera a la doncella Tecla que, por influencias del Apóstol decidió
poner en práctica sus enseñanzas sobre la castidad y la virginidad. En
consecuencia, rompió en seguida su compromiso para casarse con cierto joven
llamado Tamiris y su actitud produjo una gran conmoción en su hogar. Sus
padres se mostraron indignados, Tamiris trató de disuadirla con halagos,
promesas y caricias; los servidores le suplicaron con lágrimas en los ojos, sus
amigos y vecinos discutieron largamente con ella, las autoridades civiles
intervinieron y los magistrados profirieron terribles amenazas. Se recurrió, en
fin, a todos los medios posibles para que la joven actuase razonablemente, pero
Tecla, fortalecida por la gracia del Todopoderoso, resistió con entereza todos
los embates. Entonces Tamiris, el prometido desdeñado, quiso vengarse y
denunció ante los tribunales las actividades de San Pablo, que recibió el
castigo de los azotes y fue expulsado de la ciudad, bajo la acusación de
inducir a las doncellas a renunciar al matrimonio y apartar a las casadas
de sus maridos. En cuanto a Tecla, se le condenó a morir en la hoguera por su
obstinación y, cuando comenzaban a ascender las llamas para consumir el cuerpo
de la virgen, estalló una tempestad furibunda que apagó el fuego, hizo
huir a todos a la carrera y permitió que Tecla escapara para reunirse con
San Pablo en Antioquía. Hallábase la doncella en dicha ciudad cuando el
siriarca Alejandro la vio transitar por las calles y, presa del deseo, trató de
raptarla. La doncella comenzó a luchar a brazo partido con el reyezuelo para
desasirse y, en el forcejeo, le desgarró el manto, le echó por tierra la corona
y a él mismo lo derribó. El siriarca, enfurecido al verse en posición tan
ridícula, como blanco de las risas del pueblo, se fue a exigir al gobernador de
Antioquía que castigase severamente a la insolente joven. Tecla compareció ante
el gobernador, quien la condenó a ser devorada por las fieras. Durante algún
tiempo, estuvo bajo vigilancia en el palacio de cierta reina Trifaena
(personaje histórico), cuya hija, antes de morir, le había revelado su
presentimiento de adoptar a Tecla, en razón de que era una mujer virtuosa que
oraba por la salvación de la hija de la reina, "a fin de que su alma
morase en la casa de los justos."
Cuando
llegó la fecha de la ejecución, Tecla fue sacada del palacio y expuesta a las
fieras en el anfiteatro, pero los leones, en vez de atacarla, se echaron a sus
pies y se los lamieron mansamente, como si quisieran besarlos. Los cuidadores
de las bestias optaron por retirar a los leones y sacar otros animales más
feroces. Mientras se practicaba el cambio, Tecla fue conducida ante un estanque
donde había lobos marinos. Cuando los verdugos la despojaban de sus vestiduras
para arrojarla a las aguas, la doncella recordó que aún no había sido
bautizada y entonces se arrojó al foso al tiempo que decía: "En nombre de
Jesucristo, yo me bautizo en mi última hora." Los lobos marinos murieron
como fulminados por un rayo y, cuando Tecla salió del foso, aparecía en torno a
ella un halo de fuego y humo que ocultaba su desnudez a los ojos del
público e impedía que se le acercaran las fieras. El siriarca Alejandro sugirió
entonces que se echaran a la arena los toros bravos para que lucharan entre sí
con la víctima atada a los cuernos de una de las fieras. "Se hará lo
que pides pero será inútil", dijo con aire fatalista el gobernador y dio
la orden. Cuando los toros se precipitaron uno contra otro, enfurecidos, las
cuerdas que ataban a Tecla se rompieron y la joven cayó al suelo sin sufrir
daño alguno, mientras los toros luchaban entre sí, sin ocuparse de ella. En
aquel momento, la reina Trifaena se desmayó y el gobernador ordenó que se
suspendiesen los juegos en la arena, en consideración a las fuertes emociones
de Trifaena, que era pariente del César. [Trifaena era prima segunda del
emperador Calígula.] Así, entre los aplausos de la multitud, Tecla quedó
en libertad. Vestida con ropas de hombre, huyó de Antioquía para reunirse con
San Pablo en la ciudad de Myra, en Licia. El apóstol le dio instrucciones para
que enseñara la palabra de Dios y así lo hizo la muchacha, que partió a Iconio
para convertir al cristianismo a su madre y otros miembros de la familia.
Después, se retiró a vivir en la soledad de una cueva, en la región de
Seleucia, donde permaneció durante setenta y dos años. La fama de los
milagros que obraba en su reclusión, llegó a oídos de los médicos griegos de
las ciudades vecinas, quienes hicieron investigaciones sobre las maravillosas
curaciones y llegaron a la conclusión de que aquella Tecla era una virgen
al servicio de la diosa Artemisa y, como tal, tenía poderes divinos para
devolver la salud a los enfermos y lisiados. Los médicos sintieron celos ante
aquella competencia y decidieron pagar a varios jovenzuelos para que
se llegaran hasta la cueva y mataran (o violentaran, según dicen otras
versiones) a Tecla. Cuando los jóvenes se presentaron para atacarla, ella
estaba arrodillada, en oración y, antes de que alguno pudiese tocarla, la roca
se abrió para darle refugio, puesto que así llegó a los brazos de su Señor. Sin
embargo, otro de los relatos dice que Tecla encontró, dentro de la roca
abierta, un pasadizo por el que logró escapar de sus perseguidores y, una vez
libre, se dirigió a Roma en busca de San Pablo, que ya para entonces había
sido decapitado. Y, "tras de permanecer en Roma una breve temporada, descansó
en el sueño glorioso de la muerte." Fue sepultada a unos dos o tres
estadios de distancia de la tumba de su maestro, San Pablo.
Es
evidente que esta historia es una fábula, por lo menos en la mayoría de sus
detalles. También resulta claro que fue escrita con la intención de exaltar la
virtud de la virginidad y causar una profunda impresión entre los lectores, en
cuanto a las enseñanzas del cristianismo sobre la castidad. Pero aun bajo este
aspecto, las Actas de Pablo y Tecla resultan un tanto extravagantes,
puesto que se pone en boca de San Pablo la enseñanza de que es muy difícil
obtener la salvación sin la virginidad. Por esta causa, ha habido comentaristas
que han llegado a suponer que las "Actas" fueron escritas bajo la
influencia de los encratitas, una secta hereje que condenaba la práctica de
beber vino, de comer carne y de contraer matrimonio. En realidad, Santa Tecla
no vertió su sangre por Jesucristo; su martirio consistió en los reproches y
castigos que recibió por parte de su prometido y de sus familiares, sus pruebas
en la hoguera y ante las fieras. Esos fueron los tres tormentos a que
fue sometida, según refiere el Rituale Romanum en las
oraciones para encomendar el alma de los moribundos, con estas palabras:
"Y así como Tú liberaste a la bendita virgen y mártir Tecla de los tres
crueles tormentos, dígnate liberar el alma de éste tu siervo y llevarlo a gozar
contigo de la bienaventuranza celestial." Desde la monumental iglesia
edificada en el lugar donde se supone que estuvo la cueva que habitó Tecla, en
Meriamlik, cerca de Seleucia, se extendió el culto y la veneración por esta
santa, entre toda la cristiandad; se la conmemora en la liturgia romana y se
hace mención de su nombre en el canon de la misa ambrosiana.
El
texto griego de las Actas de Pablo y Tecla fue editado por
Tischendorf en 1851 y reeditado por Lipsius-Bonnet en 1891, en Acta
Apostolorum Apocrypha, vol. I. La versión siria fue publicada por
W. Wright en 1871, y la armenia por F. C. Conybeare en The Apology and
Acts of Apollonius and other Monuments of Early Christianity (1894). Ver
también a Pirot, en Supplément au Dictionnaire de la Bible (1926),
vol. I, cc. 494-495. Sir W. M. Ramsey, en su libro The Church in the
Román Empire se adhiere al punto de vista de que realmente existió una
mujer llamada Tecla que se convirtió por las enseñanzas del Apóstol San Pablo.
En DCB., vol. IV, pp. 882-896, hay una extensa discusión sobre las actas, lo
mismo que en una traducción al inglés de las mismas, de J. Orr, New
Testament Aprocryphal Writings (1903).
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