(Siglo I). Dos de los cuatro Evangelistas dan a San Mateo el nombre
de Leví, mientras que San Marcos lo llama "hijo de Alfeo."
Posiblemente, Leví era su nombre original y se le dio o adoptó él mismo el de
Mateo ("el don de Jehová"), cuando se convirtió en uno de los seguidores
de Jesús. Pero Alfeo, su padre, no fue el judío del mismo nombre que tuvo como
hijo a Santiago el Menor. Se tiene entendido que era galileo por nacimiento y
se sabe con certeza que su profesión era la de publicano, o recolector de
impuestos para los romanos, un oficio que consideraban infamante los judíos,
especialmente los de la secta de los fariseos y, a decir verdad, ninguno que
perteneciera al sojuzgado pueblo de Israel, ni aún los galileos, los veían con
buenos ojos y nadie perdía la ocasión de despreciar o engañar a un
publicano. Los judíos los aborrecían hasta el extremo de rehusar una alianza
matrimonial con alguna familia que contase a un publicano entre sus miembros,
los excluían de la comunión en el culto religioso y los mantenían aparte
en todos los asuntos de la sociedad civil y del comercio. Pero no hay la menor
duda de que Mateo era un judío y, a la vez, un publicano.
La historia del llamado a
Mateo se relata en su propio Evangelio. Jesús acababa de dejar confundidos a
algunos de los escribas al devolver el movimiento a un paralítico y, cuando se
alejaba del lugar del milagro, vio al despreciado publicano en su caseta. Jesús
se detuvo un instante "y le dijo: "Sígueme", Y
él se levantó y le siguió." En un momento, Mateo dejó todos sus intereses
y sus relaciones para convertirse en discípulo del Señor y entregarse a un
comercio espiritual. Es imposible suponer que, antes de aquel llamado, no
hubiese conocido al Salvador o su doctrina, sobre todo si tenemos en
cuenta que la caseta de cobros de Mateo se hallaba en Cafarnaún, donde
Jesús residió durante algún tiempo, predicó y obró muchos milagros; por todo
esto, se puede pensar que el publicano estaba ya preparado en cierta manera
para recibir la impresión que el llamado le produjo. San Jerónimo dice que una
cierta luminosidad y el aire majestuoso en el porte de nuestro divino Redentor
le llegaron al alma y le atrajeron con fuerza. Pero la gran causa de su
conversión fue, como observa San Beda, que, "Aquél que le
llamó exteriormente por Su palabra, le impulsó interiormente al mismo
tiempo por el poder invisible de Su gracia."
El llamado a San Mateo
ocurrió en el segundo año del ministerio público de Jesucristo, y éste le
adoptó en seguida en la santa familia de los Apóstoles, los jefes espirituales
de su Iglesia. Debe hacerse notar que, mientras los otros evangelistas, cuando
describen a los apóstoles por pares colocan a Mateo antes que a Tomás, él mismo
se coloca después del apóstol y además agrega a su nombre el epíteto de
"el publicano." Desde el momento del llamado, siguió al Señor hasta
el término de su vida terrenal y, sin duda, escribió su Evangelio o breve
historia de nuestro bendito Redentor, a pedido de los judíos convertidos, en la
lengua aramea que ellos hablaban. No se sabe que Jesucristo hubiese encargado a
alguno de sus discípulos que escribiese su historia o los pormenores de su
doctrina, pero es un hecho que, por inspiración especial del Espíritu Santo,
cada uno de los cuatro evangelistas emprendió la tarea de escribir uno de
los cuatro Evangelios que constituyen la parte más excelente de las sagradas
escrituras, puesto que en ellos Cristo nos enseña, no por intermedio de sus
profetas, sino directamente, por boca propia, la gran lección de fe y de vida
eterna que fue su predicación y el prototipo perfecto de santidad que fue su
vida.
Se dice que San Mateo, tras
de haber recogido una abundante cosecha de almas en Judea, se fue a predicar la
doctrina de Cristo en las naciones de oriente, pero nada cierto se sabe sobre
ese período de su existencia. La iglesia le venera también como mártir, no
obstante que la fecha, el lugar y las circunstancias de su muerte, se
desconocen. Los padres de la Iglesia quisieron encontrar las figuras simbólicas
de los cuatro evangelistas en los cuatro animales mencionados por Ezequiel y en
el Apocalipsis de San Juan. Al propio San Juan lo representa el águila que, en
las primeras líneas de su Evangelio, se eleva a las alturas para contemplar el
panorama de la eterna generación del Verbo. El toro le corresponde a San Lucas
que inicia su Evangelio con la mención del sacrificio del sacerdocio. El león
es el símbolo de San Mateo, quien explica la dignidad real de Cristo; sin
embargo, San Jerónimo y San Agustín, asignan el león a San Marcos y el
hombre a San Mateo, ya que éste comienza su Evangelio con la humana genealogía
de Jesucristo.
El relato sobre San Mateo
que figura en el Acta Sanctorum, Sept. vol. VI, se halla muy
mezclado con las discusiones en relación con sus supuestas reliquias y sus
traslaciones a Salerno y otros lugares. Puede hacerse un juicio sobre la poca
confianza que se puede poner en esas tradiciones, si se tiene en cuenta el
hecho de que cuatro diferentes iglesias de Francia han asegurado poseer la
cabeza del apóstol. M. Bonnet publicó una extensa narración apócrifa sobre
la predicación y el martirio de San Mateo, en Acta Apostolorum
apocrypha (1898), vol. II, parte I, pp. 217-262 y hay otro relato,
mucho más corto, de los bolandistas. El Martirologio Romano se refiere a su
martirio y dice que tuvo lugar en "Etiopía", pero en el Hieronymianum se
afirma que fue martirizado "en Persia, en la ciudad de Tarrium." De
acuerdo con von Gutschmidt, esta declaración se debe a un error de lectura del
nombre de Tarsuana, ciudad que Ptolomeo sitúa en Caramania, región de la costa
oriental del Golfo Pérsico. A diferencia de la gran diversidad de fechas que se
asignan a los demás apóstoles, la fiesta de San Mateo se ha observado en este
día, de manera uniforme de todo el occidente. Ya en los tiempos de Beda
existía una homilía escrita por él y dedicada a esta fiesta de San Mateo: véase
el artículo de Morin en la Revue Bénédictine, vol. IX (1892),
p. 325. Sobre los símbolos del evangelista ver DAC., vol. V, cc. 845-852.
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