(1914 p. C.) - El Barón von
Pastor, distinguido historiador de pontífices, escribió esta observación sobre
el Papa Pío X:
"Era uno de esos hombres
elegidos, de los que hay pocos, con una personalidad irresistible. Todos tenían
que sentirse conmovidos por su absoluto sencillez y su bondad angelical. Sin
embargo, era algo más lo que lo hará entrar en todos los corazones; ese
"algo" se puede definir mejor al observar que todo aquél que fue
admitido a su presencia salió con la profunda convicción de haber estado frente
a un santo. Y, entre más se sabe sobre él, mayor fuerza adquiere esta
convicción".
El futuro Papa santo vino al
mundo en 1835, como hijo de un cartero y mensajero municipal de humilde
condición, en la populosa ciudad de Riese, en el Véneto. Fue el segundo de los
diez hijos de la pobre familia del servidor del municipio y se llamó Giuseppe
Sarto. Cuando niño, asistió a la escuela elemental de Riese, pero gracias a las
instancias y la ayuda del cura párroco, pasó a la escuela superior de
Castelfranco, a una distancia de ocho kilómetros, que el chico recorría a pie dos
veces al día. Más tarde, en virtud de una beca que se obtuvo para él, pudo
asistir al seminario de Padua. Por dispensa especial, se le ordenó sacerdote a
la edad de veintitrés años y, desde aquel momento, se entregó completamente al
ministerio pastoral; al cabo de dieciséis años, ascendió a canónigo en Treviso,
donde prosiguió con mayor ahinco su dura y generosa tarea sacerdotal. En 1884,
fue consagrado obispo de Mantua, una diócesis que, por entonces, se hallaba en
bajas condiciones morales, debido a su clero negligente hasta el extremo de
haber provocado un cisma en dos poblaciones. Fue tan limpio y brillante el
triunfo que obtuvo el obispo en el desempeño de aquel cargo plagado de
dificultades que, en 1892, el Papa León XIII consagró a Mons. Sarto como
cardenal sacerdote de San Bernardo de los Baños y, casi inmediatamente, lo
elevó a la sede metropolitana de Venecia, que comprende el título honorífico de
patriarca. Ahí se transformó en un verdadero apóstol para toda la región del
Véneto y puso de manifiesto el valor de su sencillez y su rectitud, en una sede
que se ufanaba de su magnificencia y de su pompa.
A la muerte de León XIII, en
1903, era creencia general que habría de sucederle en la cátedra de San Pedro
el cardenal Rampolla del Tíndaro; las tres primeras votaciones del cónclave
indicaron que la opinión general estaba en lo cierto; pero entonces, el
cardenal Puzyna, arzobispo de Cracovia, comunicó a la asamblea de electores que
el emperador Francisco José de Austria imponía el veto formal contra la
elección de Rampolla. El anuncio causó una profunda conmoción; los cardenales
protestaron con energía por la intervención del emperador y las cosas llegaron
al punto de efervescencia, cuando Rampolla, con mucha dignidad, retiró su
candidatura. Actualmente se afirma que Rampolla no habría sido elegido de
ningún modo. Al cabo de otras cuatro votaciones, resultó elegido el cardenal
Giuseppe Sarto. Así llegó a la cátedra de Pedro un hombre de humilde cuna, sin
relevantes dotes intelectuales, sin experiencia en las diplomacias
eclesiásticas, pero con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y
tan bueno que parecía irradiar gracias: "un hombre de Dios que conocía los
infortunios del mundo y las penurias de la existencia y, en la grandeza de su corazón,
sólo quería arreglarlo todo y consolar a todos".
Uno de los primeros actos del
nuevo Papa fue el de recurrir a la constitución "Commissum nobis", a
fin de terminar, de una vez por todas, con cualquier supuesto derecho de
cualquier poder civil para interferir en una elección papal, por el veto u otro
procedimiento. Más adelante, dio un paso cauteloso pero definitivo hacia la
reconciliación entre la Iglesia y el Estado, en Italia, al levantar
prácticamente el "Non Expedit" (la regla de la Santa Sede declaraba
no expedito que los fieles católicos se asociasen públicamente con los
depredadores de los bienes pontificios, como al votar en elecciones
parlamentarias, por ejemplo. Para enterarse de lo que pensaba un hombre sabio
sobre esta política, ver: B. Contardo Ferrini (17 de octubre). Su manera de
hacer frente a la muy crítica situación que no tardó en presentarse en Francia
fue directa y tan efectiva como cualquiera de los medios diplomáticos en uso.
En 1905, luego de numerosos incidentes, el gobierno francés denunció el
concordato de 1801, decretó la separación de la Iglesia y el Estado y emprendió
una campaña agresiva contra la Iglesia. El gobierno propuso crear una
organización para que se preocupara de las propiedades eclesiásticas, bajo el
nombre de "associations cultuelles", a la que muchos de los
prominentes personajes católicos de Francia deseaban someterse por vías de
ensayo; pero, tras una serie de consultas con los obispos franceses, el Papa
Pío X emitió un par de declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba
la ley de separación y calificaba la "asociación" de anticanónica. A
los que se quejaban de que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia
en Francia, les respondió: "Aquéllos se preocupaban demasiado por los
bienes materiales y muy poco por los espirituales". La separación ofreció
la ventaja de que, a partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar
directamente a los obispos franceses, sin la nominación previa de los poderes
civiles. "Pío X, declaró el obispo de Nevers, Mons. Gauthey, nos emancipó
de ta esclavitud al costo del sacrificio de nuestras propiedades. Que Dios le
bendiga por siempre, por no haber titubeado en imponernos ese sacrificio".
La severa actitud del Papa causó tantos trastornos y dificultades al gobierno
francés que, veinte años más tarde, se avino a concertar un nuevo acuerdo,
dentro de los cánones, para la administración de las propiedades de la Iglesia.
El nombre de Pío X se vincula
generalmente y con toda razón, al movimiento que purgó a la Iglesia de ese
"resumen de todas las herejías", al que alguno tuvo la ocurrencia de
llamar "Modernismo". Un decreto del Santo Oficio fechado en 1907,
condenó a ciertos escritores y ciertas ideas; muy pronto le siguió la carta
encíclica "Pascendi dominici gregis", en la que se indicaban
peligrosas tendencias de alcance imprevisible, se señalaban y condenaban las
manifestaciones del modernismo en todos los campos. Pero también se adoptaron
medidas muy enérgicas y, a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el
modernismo en la Iglesia quedó prácticamente aniquilado al primer golpe. Ya
había conquistado bastante terreno entre los católicos y, sin embargo, no
fueron pocos, aun entre los ortodoxos, quienes opinaron que la condena del Papa
había sido excesiva y rayana en una mojigatería obscurantista. Esto se debió a
la abundancia de los "más papistas que el Papa". Estos tenían en sus
listas de "sospechosos" al cardenal Della Chiesa, que llegaría a ser
Benedicto XV. El error de esta observación quedó demostrado cuando cinco años después,
en 1910, la encíclica del Papa sobre San Carlos Borromeo fue mal interpretada y
se ofendieron los protestantes en Alemania. Pío X publicó la explicación
oficial del párrafo mal interpretado en el Osservatore Romano y ahí mismo
recomendó a los obispos alemanes que no hiciesen más comentarios ni publicidad
en torno a la encíclica, en el pulpito o en la prensa.
En su primera encíclica Pío X
anunciaba que su meta primordial era la de "restaurar todo en Cristo"
y, sin duda que con ese propósito en mente, redactó y aprobó sus decretos sobre
el sacramento de la Eucaristía. Por ellos, recomendaba y encomiaba la comunión
diaria, si fuese posible. En la Edad Media y, posteriormente en la época del
jansenismo, los fieles católicos comulgaban rarísima vez. La comunión diaria o
muy frecuente se consideraba como algo extraordinario y aun indebido. En 1549,
cuando los católicos del oeste de Inglaterra se rebelaron contra las
innovaciones del protestantismo, una de sus quejas era que se esperaba de ellos
que, no sólo se acercasen a comulgar en Pascua, sino con mayor frecuencia.que
los niños se acercaran a recibirla al llegar a la edad de la razón, y que se
facilitara el suministro de la comunión a los enfermos. Pero no sólo se
preocupó por el ministerio del altar, sino también por el de la palabra, puesto
que instaba a la diaria lectura de la Biblia, aunque en este caso las
recomendaciones del Papa no fueron tan ampliamente aceptadas. Desde 1903, y con
el objeto de aumentar el fervor en el culto divino, emitió por iniciativa
propia (motu proprio), una serie de instrucciones sobre la música sacra,
destinadas a terminar con los abusos al respecto y a restablecer el uso del
canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos de la comisión para la
codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó a cabo la completa
reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones de la Santa Sede.
También estableció Pío X una comisión correctora y revisora del texto Vulgata
de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes benedictinos) y, en
1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las Escrituras y lo dejó a
cargo de la Compañía de Jesús.
Siempre consagró sus
preocupaciones y actividades a los débiles y los oprimidos. Con inusitada
energía, denunció los malos tratos a que eran sometidos los indígenas en las
plantaciones de caucho del Perú. Creó y organizó una comisión de ayuda a los
damnificados, tras el desastroso terremoto de Messina y, por cuenta propia,
acogió a numerosos refugiados en el hospicio de Santa Marta, junto a San Pedro.
Sus caridades, en todas las partes del mundo donde se necesitaban socorros,
eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes de Roma y de toda Italia se
preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La sencillez de sus hábitos
personales y la santidad de su carácter se ponían de manifiesto en su costumbre
de visitar cada domingo, alguno de los patios, rinconadas o plazuelas del
Vaticano, para predicar, explicar y comentar el Evangelio de aquel día, a todo
el que acudiera a escucharle. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y
tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial
en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una
buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le
preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos
de nobleza a sus familiares. "Por disposición de Dios, solía decir, mis
hermanas son hermanas del Papa. Eso debe bastarles". En una ocasión, antes
de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han
vestido!" y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: "No
cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas
prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en
Getsemaní!"
No son estas simples anécdotas
divertidas, sino actitudes y acciones que describen por sí mismas la grandeza
de corazón y la sencillez de la bondad de Pío X. A un joven inglés, protestante
convertido al catolicismo y que deseaba ser monje, pero sentía el escrúpulo de
haber estudiado muy poco, le dijo el Papa: "Para alabar a Dios bien, no se
necesita ser sabio". Un escritor de Mantua publicó un libro de carácter
sensacionalista en el que lanzaba infames acusaciones contra Pío X; éste no
quiso emprender ninguna acción legal, pero, en cuanto supo que el calumniador
se hallaba en bancarrota, el Papa le envió dinero a escondidas: "Un hombre
tan desdichado, comentó, necesita oraciones más que castigos".
Aún durante su vida, Dios utilizó
al Papa Pío X como instrumento de sus milagros y, hasta en esos casos
sobrenaturales, se puso de manifiesto su perfecta modestia y sencillez. Durante
una audiencia pública, uno de los asistentes mostró su brazo paralizado al
tiempo que decía: "¡Cúrame, Santo Padre!" El Papa se acercó
sonriente, tocó el brazo tumefacto y dijo amablemente: "Sí, sí". Y,
el hombre quedó curado. En otra audiencia privada, una niña de once años que
estaba paralítica, pidió lo mismo. "¡Quiera Dios concederte lo que
deseas!", dijo el Pontífice. La niña se levantó y anduvo por sí misma. Una
monja que sufría de una tuberculosis muy avanzada, le pidió la salud.
"Sí", fue todo lo que repuso Pío X, mientras ponía las manos sobre la
cabeza de la religiosa. Aquella tarde, el médico declaró que estaba
completamente sana.
El 24 de junio de 1914, la Santa
Sede firmó un concordato con Servia; cuatro días más tarde, el archiduque
Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en Sarajevo; a la medianoche
del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia, Gran Bretaña, Servia y
Bélgica estaban en guerra: era el undécimo aniversario de la elección del Papa.
Pío X no sólo había vaticinado aquella guerra europea, como otros muchos, sino
que profetizó que estallaría definitivamente para el verano de 1914. Aquel
conflicto fue para el Papa un golpe fatal. "Esta será la última aflicción
que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos
de esta terrible calamidad". Pocos días más tarde sufrió una bronquitis;
al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue la primera víctima notable de la
Gran Guerra. "Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir
pobre", dijo en su testamento. Su contenido demostró la verdad de aquellas
palabras: su pobreza era tanta que hasta la prensa anticlerical quedó admirada.
Después del funeral en la
basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente: "No tengo la
menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en ün
santuario, un centro de peregrinación ... Dios glorificará ante el mundo a este
Papa cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad". Y así
fue por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo y el Papa mostró
resolución en su política. Si no tuvo enemigos —porque para eso se necesitan
dos— hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia.
Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde todas las
clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío X, el que
fuera Giuscppe Sarto, el niño del cartero. En 1923, los cardenales de la curia
decretaron que se había abierto su causa, firmada por veintiocho prelados. En
1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente a su predecesor ante una enorme
multitud que llenaba la plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer Papa
al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.
No puede esperarse que haya una biografía completa y sincera
sobre un Pontífice que murió en fecha tan reciente como la de 1914. El abad
Pierami, el promotor de la causa, publicó en 1928 una breve biografía, escrita
en tono devoto, y con valiosos datos. Ver también,Memories of Pope Pius X
(1939) del cardenal Merry del Val; Symposium ofthe Lije, and Work of Pius X
(1947), de R. M. Iluben; Pie X (1951), de V. Marmoiton. Hay abundancia
de.biografías populares en varios idiomas. El profesor Ferncssole publicó en
1953 un extenso trabajo en dos volúmenes en francés y, al año siguiente,
Dal-Gal editó otra en inglés. En los últimos años, naturalmente, ha habido numerosos
trabajos en varios idiomas.
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