(¿305?
d.C.).Genaro,
natural según unos, de Nápoles y, según otros, de Benevento, fue obispo en la
última de las ciudades nombradas cuando estalló la terrible persecución de
Diocleciano. Sucedió por entonces que Sosso, diácono de Miseno, Próculo,
diácono de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio fueron detenidos en Pozzuoli
por orden del gobernador de Campania, ante el cual habían confesado su fe.
Por su sabiduría y sus virtudes, Sosso había conquistado la amistad de San
Genaro y, en cuanto éste tuvo noticias de que aquel siervo de Dios y otros
compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir
a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de
esperarse, sus visitas no pasaron inadvertidas para los carceleros, quienes
dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia
a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que aprehendieran al
imprudente desconocido y lo llevaran a su presencia. Genaro, el obispo, Festo,
su diácono, y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más
tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador. Ahí, los tres
soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron
sometidos. Poco tiempo después, el gobernador debió trasladarse a Pozzuoli y
los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, tuvieron que caminar delante
de su carro hasta aquella ciudad, donde fueron arrojados a la misma
prisión en que se hallaban los otros cuatro mártires antes mencionados. A todos
se les condeno a ser despedazados por las fieras y sólo aguardaban, hacinados
en la inmunda celda, a que se cumpliera lasentencia. Un día antes de la llegada
de San Genaro y sus dos compañeros, los otros cuatro confesores fueron
expuestos a las bestias que no hicieron otra cosa más que rondar en torno suyo,
sin atacarlos. Algunos días más tarde, los siete condenados
fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público,
las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente,
sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas. El pueblo, irritado y
sorprendido, imputó a la magia la salvación de los cristianos y vociferó para
pedir que los mataran, de suerte que ahí mismo los siete confesores fueron
condenados a morir decapitados. La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en
el mismo sitio fueron enterrados los restos de los mártires.
Con el correr del tiempo, la
ciudad de Nápoles entró en posesión de las reliquias de San Genaro que, en el
siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Genaro, vecina
a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los
normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al
monasterio de Monte Vergine, pero en 1497, se trasladaron con toda solemnidad a
Nápoles que, desde entonces, honra y venera a San Genaro como su patrono
principal.
Ninguna investigación
puede correr el riesgo de depender de los datos sobre el martirio de San Genaro
que mencionamos arriba; los que figuran en sus "actas" son de fecha
muy posterior y enteramente indignos de confianza. En realidad, no se sabe nada
con certeza de él ni de los otros que fueron también martirizados. Toda la
fama del santo radica en ese "milagro permanente" (como lo llama
Baronio) que es la licuefacción de la supuesta reliquia de la sangre del santo
que se conserva en la capilla del tesoro de la iglesia catedral de Nápoles, un
suceso maravilloso que se reproduce periódicamente desde hace cuatrocientos
años. La reliquia consiste en una masa sólida, oscura y opaca, que llena hasta
la mitad una redoma de cristal sostenida por un relicario de metal.
En dieciocho ocasiones durante el año, relacionadas con la traslación de
los restos a Nápoles (el sábado anterior al primer domingo de Mayo), con la
fiesta del santo (19 de septiembre) y el aniversario de la salvadora
intervención del mismo para evitar los catastróficos efectos de una erupción
del Vesubio en 1631 (16 de diciembre), un sacerdote expone la famosa reliquia
sobre el altar, frente a una urna que contiene la supuesta cabeza de San
Genaro. Los fieles que llenan la iglesia en esas fechas, especialmente
representados por un grupo de mujeres pobres conocidas con el nombre de zie
di San Gennaro (tías de San Genaro) y que ocupan un lugar de
privilegio junto al altar, entonan plegarias y cánticos. Al cabo de un lapso de
tiempo que varía entre los dos minutos y una hora por regla general, el
sacerdote agita el relicario con la redoma, lo vuelve cabeza abajo y la masa
que era negra y sólida y permanecía seca, adherida al fondo del frasco, se
desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a veces
burbujea y siempre aumenta de volumen. No sólo se realiza todo eso a la vista
de las personas que estén en la nave del templo, sino de aquéllas que tienen el
privilegio de ser admitidas en el santuario y que pueden ver el prodigio a
menos de un metrode distancia. Y en aquel momento, el sacerdote anuncia con
toda solemnidad: "¡Ha ocurrido el milagro!", se canta el Te
Deum y la reliquia es venerada por la congregación y por el clero.
Ninguno de los milagros o hechos sobrenaturales comprobados ha sido estudiado
con mayor detenimiento, ni examinado por gentes de opiniones más opuestas, que
este caso de la licuefacción de la sangre de San Genaro, y se puede afirmar,
sin temor a equívocos, que ningún investigador o perito con experiencia, por
racionalista que sea, se atreve a decir ahora que no sucede lo que se asegura
que ocurre. No hay ningún truco posible y tampoco hay, hasta ahora, alguna
explicación satisfactoria (aunque se han ofrecido muchas por parte de los
católicos y de los que no lo son), a no ser la de que se trata de un auténtico
milagro. Sin embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta
certeza, deben agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las
interrogantes deben tener su respuesta.
Entre
los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los
siguientes:
1.
— La substancia oscura que se dice ser la sangre de San Genaro (la que, desde
hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro de la redoma de
cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no
ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas
veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo la redoma y, en otras
ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera
parte de su tamaño.
2.
— Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una
variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza
rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a
registrar una diferencia de hasta 27 gramos.
3. — El tiempo más o menos
rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la
temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura
media de más de 30° centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se
observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5° a 8°
centígrados más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a
15 minutos.
4.
— No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han
registrado casos en que el contenido líquido de la redoma, burbujea, se agita y
adquiere un color carmesí muy vivo, mientras que, en otras oportunidades, su
color es opaco y su consistencia pastosa.
Entre
las dificultades que surgen para aceptar el fenómeno como un milagro, cabe
señalar las siguientes: el hecho de que en la enorme mayoría de los casos de
otras reliquias de la sangre de los mártires que se encuentran en Nápoles y en
las que se observa más o menos el mismo fenómeno, como la sangre de San Juan
Bautista, la de San Esteban y la de Santa Úrsula, son reliquias positivamente
espurias. Por siete veces, la sangre de San Genaro se tornó líquida mientras un
joyero hacía reparaciones en el relicario, pero a menudo, durante las
exhibiciones del mes de diciembre, no se produjo la licuefacción. La
autenticidad de la misma reliquia es muy problemática, puesto que no contamos
con registros sobre el culto a San Genaro, anteriores al siglo quinto. Además,
existe una consideración de mayor peso: si la reliquia no es auténtica, ¿por
qué ocurre con ella tan grande maravilla? ¿Qué propósitos tendría el milagro en
una reliquia falsa? A esto se podría responder de la misma manera que a las
interrogantes sobre otros muchos milagros: no tratemos de entender los
infinitos caminos de Dios. Y si bien es verdad que durante siglos la
licuefacción de la sangre de San Genaro ha sido una manifestación permanente de
la omnipotencia de Dios para cientos de miles de napolitanos, es
necesario tener en cuenta que los prodigios de esta naturaleza son,
definitivamente, un obstáculo para la fe de otras gentes, de distinto
temperamento, pero que también deben ser salvadas.
Los
milagros que registran las Sagradas Escrituras son hechos revelados y objetos
de fe. Hay otros milagros que no se consideran bajo el mismo punto de vista, y
nuestra fe no los tiene como sustento, a diferencia de los anteriores, a pesar
de que confirman e ilustran esa misma fe; tampoco exigen o admiten esos
prodigios un asentimiento mayor que el indicado por la prudencia y que proviene
de las pruebas obtenidas por las autoridades humanas en la materia, de las
cuales dependen. No porque se confirme la realización de tales milagros, se
deben admitir a ojos cerrados; las pruebas del hecho y de las
circunstancias en que se produjo tienen que ser examinadas a fondo y
debidamente pesadas y, cuando eso falla, es la prudencia la que rechaza o admite
nuestro asentimiento. Si las evidencias humanas establecen la certeza de un
milagro fuera de toda duda posible, mayores motivos habrá para alentarnos a
elevar nuestros espíritus hacia Dios en humilde adoración, en amorosa alabanza,
para honrarle en sus santos ya que, por medios tan maravillosos, nos da pruebas
tangibles de la gloria a la que los ha exaltado.
Las
poco satisfactorias actas de San Genaro y sus compañeros han
llegado hasta nosotros en diversas formas. Los textos impresos en el Acta
Sanctorum, sept. vol. VI (aunque fuera de lugar, al fin del volumen),
ponen de manifiesto esta diversidad. Por otra parte, no puede haber dudas de
que un obispo llamado Genaro fue martirizado en las vecindades de Nápoles, ni
de que fue venerado desde época muy antigua. Alrededor del año 431, el
sacerdote Uranio, hacía alusiones al obispo en términos que indican claramente
que le consideraba como a un santo de los cielos, comparable al famoso San
Martín de Tours; los frescos pintados en el siglo quinto en la llamada "catacumba
de San Genaro", en Nápoles, lo representan con una aureola. En los
calendarios más antiguos del oriente y el occidente figura su nombre en la
fecha de hoy. Ver el Acta Sanctorum, noviembre, vol. II, parte
2, p. 517; al Studi e Testi, vol. XXIV (1912), pp. 79-114, de
Pió Franchi de Cavalieri. Naturalmente, el caso de la licuefacción de la sangre
ha sido estudiado y comentado una y otra vez. Reivindica el carácter
sobrenatural del prodigio, Tagliatela, en Memorie Storico-critiche del
culto e del sangue di S. Gennaro (1893); a Cavéne, en Le
célebre Miracle de S. Janvier a Naples et a Pouzzoles (1909); a Alfano
e Amitrano, en Il Miracolo di S. Gennaro (1924)
—esta última obra contiene una bibliografía con 1346 menciones de otras tantas
obras— y la obra en inglés del obispo E. P. Graham, The Mistery of
Naples (1909), así como The Testimony of Blood (1929)
de lan Grant. El punto de vista de los que ponen en tela de juicio el carácter
milagroso de la licuefacción, se expone en Neapolitanische
Blulwunder (1912) de Isenkrahe y en The Month de
enero, febrero y marzo de 1927 y febrero de 1930, en los artículos de Fr.
Thurston, quien también contribuye con otro artículo sobre el tema en The
Catholic Encyclopaedia, vol. VIII, pp. 295-297. El Kircheliches
Handlexikon declara (vol. II, col. 25) que "no se puede hacer un
juicio concluyente sobre el asunto, en vista de que, pese a todos los
esfuerzos, no se ha podido encontrar ninguna explicación natural."
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