lunes, 3 de julio de 2017

4 de Julio: DÍA SEXTO DE OCTAVA DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO. Del Año Litúrgico de Guéranger.

CONFIANZA EN LA ORACIÓN DE PEDRO. — Pedro y Pablo no cesan de oír en todo el mundo la oración de sus devotos clientes. No perdieron nada de su poder con el tiempo; y lo mismo en el cielo que antes en la tierra, la magnitud de los intereses generales de la Santa Madre Iglesia no les absorbe de modo que desatiendan la petición del más insignificante de los habitantes de esta gloriosa ciudad de Dios, de la que fueron y siguen siendo los príncipes. Y por ser uno de los triunfos del infierno en nuestra época el haber dejado adormecer la fe, aún de los justos, tenemos que insistir en que se sacuda este sueño funesto, que nos llevaría nada menos que a olvidar la parte más admirable de lo que quiso hacer el Señor, al confiar a los hombres el cuidado de continuar su obra y de representarle visiblemente en la tierra. 


EL AMOR DE PEDRO PARA CADA UNO DE NOSOTROS. El error que separaba al mundo de Pedro sólo podrá vivir indudablemente hasta que el mundo vea en él no únicamente la firmeza de la roca que resiste a los asaltos de las puertas de infierno, sino también la bondad del corazón, la paternal solicitud que hacen de él para nosotros el Vicario del amor de Cristo (
S. Ambrosio, Comm. sobre S. Lucas, X). La Iglesia en efecto, es algo más que un edificio, cuya duración tiene que ser eterna; es también una familia y un redil; por eso el Señor, al abandonar este mundo y querer dejar a su obra una triple garantía, exigió del elegido de su confianza, una afirmación triple de amor, y sólo entonces le dio la investidura de su ministerio sublime, diciendo: Apacienta mis ovejas. (Juan, XXI, 16. 2)

LA ENSEÑANZA DE SAN LEÓN. — Ahora bien, exclama San León, lejos de nosotros la duda, que Pedro no ejerza ya este ministerio de pastor, que no siga fiel a aquel compromiso de un amor eterno, que no continúe observando con una delicadeza infinita el mandato del Señor, confirmándonos en el bien con sus exhortaciones, pidiendo, sin cesar para que no prevalezca en nosotros tentación alguna (
Sermón 4to para él 29 de Junio). Y este afecto, que abraza a todo el pueblo de Dios (Ibíd.), es más extenso y más fuerte ahora que cuando era todavía mortal, porque todas las obligaciones y las solicitudes múltiples de su paternidad inmensa, son un agasajo para Aquel y con Aquel que le glorificó (Sermón 3ro para el 29 de Junio) "Si en todas partes, continúa San León, recibieron los mártires en pago de su muerte y para manifestar sus méritos, el poder de ayudar a los que se hallan en peligros, de curar enfermedades y arrojar espíritus inmundos y remediar otros innumerables males, ¿quién puede haber, pues, tan ignorante o envidioso de la gloria del bienaventurado Pedro, que piense que cierta parte de la Iglesia cae fuera de su solicitud y no le merezca acrecentamiento? Ese amor de Dios y de los hombres, que no dominaron ni la estrechez ni los hierros de las cárceles, ni los furores de las turbas, ni la cólera de los reyes, arde siempre en el príncipe de los Apóstoles y nunca muere; la victoria no pudo amenguar lo que la lucha no supo reducir. Hoy día que las tristezas dan paso a la alegría, el trabajo al descanso, la discordia a la paz, reconocemos en estos caritativos efectos los méritos y la oración de nuestro jefe. Experimentamos con mucha frecuencia que preside los consejos saludables, los juicios justos; nosotros ejercemos el derecho de atar y desatar, pero la influencia del bienaventurado Pedro es la que lleva al condenado a la penitencia, al perdonado a la gracia (Sermón 5to). Y esta experiencia que no es personal, nuestros padres la tuvieron también; de modo que creemos y la tenemos por cierto, que en todos los trabajos de esta vida la oración del Apóstol debe sernos una ayuda y salvaguardia especial ante la misericordia de Dios." (Sermón lro) 

OFICIO DE LOS APÓSTOLES EN NUESTRA SANTIFICACIÓN. — San Ambrosio, Obispo de Milán, ensalza también la acción apóstólica, que es incesante, eficaz y viva en la Iglesia, y expresa con delicadeza y profundidad el oficio de Pedro y de Pablo en la santificación de los elegidos. "La Iglesia, dice, es una nave en la que tiene que pescar Pedro; y en esta pesca tiene órdenes de usar unas veces las redes y otras el anzuelo. ¡Grande misterio! pues esta pesca es enteramente espiritual. La red aprisiona, el anzuelo hiere; pero a la red va el montón, al anzuelo el pez solitario (
De la virginidad, XVIII). No temas, pez bueno, el anzuelo de Pedro; no mata, sino que bendice; preciosa herida la suya, que en la sangre permite encontrar la moneda de buena ley que es necesaria para pagar el tributo del Apóstol y del Maestro (Alusión al pez que fue a pescar Pedro por orden del Señor un día que se le exigía el tributo a su Maestro, y en cuya boca se halló con qué pagar el impuesto por Jesús y por Pedro). Por tanto, no te creas tan poca cosa, porque tu cuerpo sea débil: en tu boca tienes con qué pagar por Cristo y por Pedro (Hexameron, V). Pues hay un tesoro en nosotros, el Verbo de Dios; la confesión de Jesús le pone en nuestros labios. Por eso se dice a Simón: Anda mar adentro (Luc., V, 4) es decir, al corazón del hombre; pues el corazón del hombre, en sus consejos, es como las aguas profundas (Prov., XVIII, 4). Anda mar adentro, es decir, a Cristo; pues Cristo es el depósito profundo de las aguas vivas (Joan., IV, XI), en el cual están los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Rom., XI, 33). Pedro sigue pescando continuamente; y todos los días le dice el Señor: Entra mar adentro. Pero me parece oír a Pedro: Señor, hemos trabajado toda la noche y nada hemos cogido (Lc., V, 5, 1. ). Pedro sufre en nosotros, cuando nuestra devoción es trabajosa. También Pablo en esos casos tiene su trabajo; le habéis oído hoy que decía: ¿Quién está enfermo, y que no enferme yo? (II Cor., XI, 29). Obrad de modo que los Apóstoles no tengan que sufrir por vosotros (De la Virginidad, XVIII, XIX. Esta parte del libro de la Virginidad está compuesta de un discurso que se pronunció el dia de la solemnidad de los Santos Apóstoles. En la Liturgia Ambrosiana, se lee hoy todavía, como Epístola de la fiesta, el pasaje de la segunda carta a los Corintios donde se encuentra el texto citado por San Ambrosio). 


Año Litúrgico de Guéranger




 

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