martes, 11 de julio de 2017

12 de Julio: SAN JUAN GUALBERTO, ABAD. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL TRIUNFADOR DE LA SIMONÍA. — Una de las plagas de que más tuvo que sufrir la Iglesia en la alta Edad Media, fue la simonía. Los príncipes se habían arrogado el derecho de distribuir las dignidades y los bienes de la Iglesia, y no a aquellos de sus súbditos que lo merecían, sino a los que querían recompensar, o también a los que se las compraban con dinero, haciendo burla del Derecho eclesiástico. Fácilmente podemos imaginarnos cual sería el desinterés, la virtud y el celo de semejantes Pontífices en sus diócesis o de los Abades en sus monasterios. En lugar de ocuparse del bien de las almas y de la gloria de Dios, sólo pensaban en disfrutar de su fortuna, llevando una vida aseglarada y a menudo escandalosa. Los fieles no tenían más que aguantar tal estado de cosas, contra lo cual los mismos Soberanos Pontífices se veían casi desarmados. 


Dios que nunca deja a su Iglesia sin las ayudas que necesita, al correr del siglo XI suscitó muchos santos que tomaron a pecho el reaccionar contra estos abusos. Uno de ellos, San Juan Gualberto, abandonó precisamente la abadía de su profesión, para no vivir bajo la autoridad de un abad irregularmente elegido. Se retiró a un valle salvaje, cubierto de bosque, que se llamó Valumbrosa, y allí fundó un nuevo monasterio que se pobló rápidamente de muchos discípulos, deseosos todos de una vida perfecta que bien pocos monasterios podían ofrecérsela entonces. San Juan puso, pues, manos a su obra de reformador, primero con el ejemplo de una vida pobre, austera, conforme en todo a la Regla de San Benito. Por humildad, aunque era abad, no quiso recibir las Ordenes. Gustaba acoger para hacer penitencia a los clérigos pecadores, que arrepentidos venían a buscar junto a él el perdón de Dios, y cumplir bajo su autoridad las largas expiaciones que les imponía. A veces San Juan, abandonaba Valumbrosa al tener noticia de algún escándalo enorme que exigía una reparación rápida y ruidosa. Así ocurrió un día que se marchó a Florencia, donde el Obispo Pedro, simoníaco y despreciado de todos, se negaba a renunciar a su Sede. Juan después de exhortarle inútilmente, le convirtió con una milagrosa prueba del fuego. Por mandato suyo, uno de sus monjes pasó a través de las llamas sin el menor daño, y el Obispo se sometió. El buen combate que sostuvo San Juan Gualberto lo continuaron en aquel siglo otros santos, y si es cierto que no vio el triunfo completo de sus esfuerzos, al menos preparó el camino a San Gregorio VII, cuyo reinado victorioso comenzó en 1073, al mismo tiempo que San Juan penetraba en los cielos para recibir la recompensa de sus trabajos y de sus méritos. 

LA CARIDAD CON LOS ENEMIGOS. — Hoy día la simonía ha desaparecido de la Iglesia. Esta es demasiado pobre para tentar a los que gustan del dinero y ha adquirido una grandísima independencia frente a los poderes del mundo, para que puedan renacer tales abusos. Pero hay un punto en el cual el ejemplo de San Juan Gualberto tiene siempre actualidad: el de la caridad. Juan, efectivamente, inauguró su vida, con un acto de caridad perfecta que decidió todo su porvenir. A los 18 años aproximadamente, encontró en un camino estrecho y desierto, al hombre que había matado a un pariente suyo. En este tiempo, cuando se daba fácilmente curso a la violencia de las pasiones, este hombre sin armas no podía huir de la muerte que le esperaba por una inevitable venganza. Pero el asesino, como para implorar la clemencia de Juan en nombre de Dios, o morir entonces unido con Cristo y expiar de ese modo su falta, se tiró del caballo, bajó la cabeza y puso los brazos en cruz delante del joven caballero. Juan, hondamente impresionado y tocado por una gracia interior, tanto como por la vista de la cruz, se bajó también del caballo y tuvo la valentía de perdonar a su enemigo. Poco después entró en una iglesia, y mientras rezaba ante el crucifijo, Juan vio de repente que Jesucristo se inclinaba hacia él para darle las gracias por su acto heroico. 


VIDA. — Juan nació hacia el 985 en Florencia, de la ilustre familia de los Gualberto. En un principio fue monje cluniacense en San Miniato, cerca de Florencia: buscó después una vida más perfecta entre los ermitaños de la Camáldula, en Camaldoli. Pero la vida cenobítica era la preferida y fundó en Valumbrosa un monasterio donde hizo observar la Regla de San Benito con gran austeridad. Allí admitió, al lado de los monjes de coro, laicos piadosos a los que dió un reglamento de vida religiosa en el cual el trabajo manual ocupaba la mayor parte del día; así nació el orden de los Conversos, que en lo sucesivo se fue adoptando generalmente. San Juan combatió con éxito la plaga de la Simonía. Murió el 12 de Julio de 1073 siendo canonizado por Celestino III en 1193. La Congregación de Valumbrosa forma hoy todavía una rama de la Orden Benedictina. 


EL PERDÓN DE LAS INJURIAS. — Fuiste un verdadero discípulo de la nueva ley, oh tú que supiste perdonar a un enemigo en consideración a la Santa Cruz. Enséñanos a conformar como tú nuestros actos con las lecciones que nos da el instrumento de la salvación; y se convertirá para nosotros, como lo fue para ti, en una arma siempre victoriosa contra el demonio. ¿Seríamos capaces, a su vista, de no olvidar una injuria que viene de nuestros hermanos, cuando un Dios no se contenta con olvidar nuestras ofensas mucho más graves, sino que se sacrifica sobre ese madero para expiarlas Él mismo? Por generoso que sea siempre, el perdón de la criatura no es más que una sombra lejana del que nos concede todos los días el Padre que está en los cielos. Con razón, no obstante, el Evangelio que canta la Iglesia en tu honor nos demuestra que en el amor a los enemigos, radica el carácter de semejanza que más nos acerca a la perfección de ese Padre celestial, y es la señal además de la filiación divina en nuestras almas (Mt., V, 45, 48). 


CELO POR LA IGLESIA. — El Hijo de Dios, al ver tus disposiciones conformes a los sentimientos de su corazón sagrado, derramó en el tuyo su amor celoso por la Ciudad santa en cuyo rescate entregó toda su sangre. Oh celador de la hermosura de la Esposa, vela siempre por ella; aleja de ella a los mercenarios que pretendan conseguir del hombre el derecho de representar al Esposo al frente de las iglesias. Que la venalidad detestable de tu tiempo no se transforme en los nuestros en compromisos de ninguna clase con respecto a los poderes de la tierra. La simonía más peligrosa no es la que se paga a precio de oro; hay obsequiosidades, hay reverencias, hay insinuaciones, hay componendas implícitas, que caen también, como las transacciones pecuniarias, bajo el anatema de los sagrados cánones: y de hecho, ¿qué importaría el objeto o la forma suavizada del contrato simoníaco, si la complicidad comprada del cargo pastoral, permitiese a los principes cargar otra vez a la Iglesia con las cadenas que tanto tú contribuíste a romper? No permitas, oh Juan Gualberto, tamaña desgracia, que sería el anuncio de desastres terribles. Que la Iglesia siga sintiendo el apoyo de tu brazo poderoso. Salva segunda vez a tu patria de la tierra. Ampara en nuestros días lamentables a la Orden santa de que eres padre y gloria. Alcanza a toda clase de cristianos la valentía necesaria para continuar la lucha que todo hombre tiene en este mundo. 


Año Litúrgico de Guéranger


 

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