viernes, 21 de julio de 2017

22 de Julio: SANTA MARÍA MAGDALENA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

Santa María Magdalena ha escogido la mejor parte. Es patrona y modelo de almas contemplativas. Los santos, los místicos, los pecadores tocados por la gracia, gustan leer las páginas del Evangelio que revelan su amor a Jesús y el amor de Jesús hacia ella. Entre los autores espirituales que han calado más hondo en el misterio de esta divina intimidad se distingue el piadoso y sabio cardenal Berulle. Entreguémosle hoy nuestro corazón y nuestro espíritu para unirlos a los suyos en esta elevación. 



ELEVACIÓN A JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR SOBRE LA CONDUCTA DE SU ESPÍRITU Y DE SU GRACIA PARA CON SANTA MAGDALENA 

ELECCIÓN DIVINA. — En tu morada sobre la tierra, oh Jesús, Señor mío, y en la dichosa vida que tuviste en el mundo por espacio de tres años, como Mesías de la Judea y como Salvador del mundo, obraste muchos milagros, concediste muchas gracias y elegiste muchas almas para atraerlas en pos de ti. Pero la elección más rara de tu amor, el más digno objeto de tus favores, la obra maestra de tus gracias, el mayor de tus milagros le obraste en ella. 


CONVERSIÓN DE LA MAGDALENA. — Cuando caminabas por la tierra realizando tus obras maravillosas, oh Señor, miraste a muchas almas, pero tus más dulces miradas, oh sol de justicia, y tus rayos más poderosos fueron para esta alma. La sacaste de la muerte a la vida; de la vanidad a la verdad; de la creatura al Creador y de ella a ti mismo. Transportaste tu espíritu al suyo y en un momento derramaste en su corazón un torrente de lágrimas que caen a tus pies y los riegan, y hacen un baño saludable que lava santa y suavemente a esta alma pecadora que las derrama. La diste en un instante una gracia tan abundante que comienza donde las otras a penas acaban, de modo que, desde el primer paso de su conversión, se encuentra en la cumbre de la perfección, gozando de amor tan profundo que fue digna de recibir la alabanza de tu sagrada boca, cuando te dignaste defenderla de sus émulos y terminar su justificación con estas dulces palabras: "Amó mucho." 


He aquí los primeros homenajes rendidos a esos santos pies, y manantial de santidad desde que caminan sobre la tierra para la salvación del mundo y gloria del Padre. Y he aquí también las primeras gracias y favores emanados de esos divinos pies. Estos pies son sagrados y divinos, son suaves y adorables, son también divinos; y no obstante se emplearon, se fatigaron por los pecadores y serán un día taladrados para derramar la sangre que lavará al mundo. 

De estos sagrados pies mana ahora una fuente de gracia y pureza para esta alma privilegiada, una de las más principales en seguir y amar a Jesús. Y de este Corazón humillado, o mejor dicho, clavado a sus pies divinos, sale una fuente de agua viva que lava la pureza misma al lavar los pies de Jesús. Dos manantiales y admirables arroyos: una de estas fuentes sale de los pies de Jesús y corre hasta la Magdalena y la otra sale del corazón de la Magdalena y va hasta los pies de Jesús; dos fuentes vivas y celestiales, y celestiales en la tierra, porque la tierra es también un cielo, puesto que Jesús está en la tierra. Este corazón pues de Magdalena, impuro en otro tiempo, es ahora un corazón puro y celestial y de él sale agua viva adecuada para lavar a Jesús. Y por eso Jesús se complace en este bafio como en un baño que le es querido y delicioso, que enaltece a la Magdalena y reprocha al fariseo. 

LA UNCIÓN EN BETANIA. — El tiempo de tu muerte se acerca, abandonas Galilea por última vez, vas a Jerusalén para subir a la cruz, quisiste dedicar la última semana de tu vida para vivir en Betania, donde moraban estas santas mujeres Marta y María Magdalena, para emplear tus últimas horas en conversar con estas almas santas. Allí se concentra y se renueva el amor de Magdalena; de nuevo allí se postra a tus pies, allí te cubre y te anega con sus aguas perfumadas y mientras Judas no tiene otros pensamientos que de odio, ella piensa en amarte y entregarte su corazón y sus perfumes; allí, como lo afirmas tú mismo, anticipa con esta unción tu sepultura; allí te entierra vivo, ignorante de lo que hace; pero tú lo sabías en su lugar y tú nos lo enseñabas en tu evangelio, era su amor más activo que reflexivo; y por su humilde y santa ignorancia, nos enseña a seguir con docilidad los movimientos del Espíritu Santo, sin ver, sin examinar las causas y los fines con que se nos dan.

Mas tu espíritu, oh Jesús, me descubre otro misterio encerrado en éste; hay como una lucha secreta entre Ti y Magdalena, una lucha de honor y de amor, pugilato feliz entre dos personas tan desiguales, es cierto, pero que están tan unidas en el amor como en los mismos fines e intenciones. Cuando estés muerto en el sepulcro de José, querrá ungirte Magdalena, pero entonces tú te adelantarás resucitando antes que llegue. Su amor es sutil, no quiere dejarse engañar, pero tu amor es más fuerte y no puede ser vencido; se adelanta ella ahora con la fuerza de su amor lo mismo que entonces le tomarás tú la delantera con el poder de tu vida resucitada y de tu gloria; te quiere ungir y sepultar, mas como no quieres ser ungido por ella cuando mueras, te quiere ungir y sepultar desde ahora, quiere enterrarte vivo en vida tuya, enterrarte en este banquete, y tú cedes a sus deseos, a sepultarte en sus perfumes y sepultarte aún más en su corazón y en su alma, sepulcro para ti delicioso y vivo. 


AL PIE DE LA CRUZ. — Pero dejemos este banquete y vayamos al pie de la cruz, que está tan cerca de él y encontraremos allí a Magdalena pegada a ella, mientras Jesús está crucificado en ella. No tiene vida allá más que en la cruz y no siente otra cosa que los dolores de su Salvador. Este es su vida, y, puesto que está en la cruz, su vida está en la cruz. No le han puesto allí los judíos, sino que es su amor quien le pone y con lazos más fuertes y más santos que los que se hallan en manos de estos bárbaros. 


Al pie de esta cruz eleva sus ojos y su alma a Jesús; no pueden las tinieblas que cubren la tierra quitar su vista de allí. El sol, por cierto, se halla como temeroso de comunicar sus rayos, al ver al Padre de la luz ensombrecido con tantas desgracias. La tierra se ha cubierto con su infidelidad; pero estas tinieblas no pueden cubrir a Jesús ni a la Magdalena. El sol se ha eclipsado no es el sol de esta alma; tiene otra luz distinta de la suya y Jesús es sol de la Magdalena, que nunca se eclipsa en su corazón. Es más brillante en ella que lo fue nunca; la ilumina en sus tinieblas y moribundo en la cruz permanece vivo para ella; vive y obra en ella, aun en su muerte. 

Bástenos decir que cuanto más digno es el objeto de nuestro amor, mayor será nuestro amor, mayor también nuestro dolor, ya viendo sufrir, ya estando separado de aquél que amamos. Pues todo esto se encuentra en Magdalena al pie de la cruz y aún con exceso y con toda perfección. Porque nunca se podrá encontrar un objeto más digno de amor que Jesús, y Jesús paciente y sufriendo penas inauditas, y sufriéndolas por amor. Y lo que aumenta aún más el amor y el dolor, es que este sufrimiento, por fin, nos arrebata a Jesús. Entre todos los discípulos de Jesús, no hubo allí un alma más fiel y constante en el amor que la Magdalena, ni entre los pecadores de la tierra, un corazón más noble y mejor dispuesto a recibir el sello del amor celestial. 

LA MUERTE DE JESÚS. — Pero Jesús muere en esta cruz y Magdalena no muere; porque al morir le da la vida y queda impreso en su corazón, como en cera derretida por el calor de sus rayos. Graba en ella, en los estertores de la agonía de esta vida moribunda, de esta muerte viviente, su vida, su cruz, su muerte y su amor; y este amor es siempre vivo y vivificante en ella. Porque Jesús es vida y amor a la vez; pero amor vivo y vivo en la misma muerte. Pues aún cuando Jesús muere, el amor que está en Jesús no muere; este amor, que hace morir a Jesús, no muere de ningún modo; este amor, que hace morir a Jesús, no puede morir, antes por el contrario, es viviente, dominante y triunfante en la muerte misma de Jesús. Esta muerte es la vida y el triunfo de este amor que vive y reina en las llamas. Se ha dicho que el amor es fuerte como la muerte; digamos más bien que el amor, que dominaba en Jesús, es más fuerte que la vida de Jesús y que la muerte misma de Jesús; porque el amor hace morir a Jesús y la muerte de Jesús no hace morir al amor de Jesús. Este amor es viviente y triunfante en Jesús muerto, y hace vivir a la Magdalena; es su vida, es su amor y por eso no muere en la muerte de Jesús; al no morir, ella es crucificada, porque su amor es crucificado y él la crucifica también y la crucificará treinta años seguidos de otro modo y en otra montaña distinta del Calvario (Sante Baume. en Provenza). Al entregar su corazón a Jesús, a su cruz, a su amor, ella adora la orden rigurosa del Padre Eterno, que acaba la vida de su Hijo único en los tormentos de la cruz. 


MAGDALENA BUSCA A JESÚS. — Durante tu vida pública en Judea, es la primera que te ha buscado por amor. Tú buscaste a los unos, y los otros te buscaban por sus necesidades particulares y sus grandes necesidades, buscando más tus milagros que a ti mismo. Pero Magdalena no te busca más que a ti, y no busca sino el milagro de tu amor; y por eso le haces a ella un milagro de amor en la tierra, y ahora quieres que sea ella la primera que te vea inmortal y glorioso. Los discípulos y apóstoles te siguieron fielmente; pero ellos han sido llamados, y llamados sin que pensasen en ti. Esta te busca, te sigue, sin ser llamada por ti, por palabra alguna que la atraiga y que vaya dirigida a ella, como sucedió a otras; es más, está ella a tus pies, y no parece que tu la conocieses y que la mirases, ni que pensases en ella, pues tan grande es el poder secreto que la atrae y que la une a ti. Y ahora quieres que sea la primera que oiga tu voz, la que escuche la primera palabra salida de tu boca sagrada, y que reciba el encargo tan honroso de anunciar tu gloria a los apóstoles. Por eso quieres, oh rey de la gloria, honrar en la tierra y en el cielo a la que te amó tanto y que se puso a tus pies para adorarte. 


MAGDALENA VE A JESÚS. — Pero un amor tan grande no puede sufrir dilaciones. Dichas estas dos palabras (Juan, XX, 15), se manifiesta, descubre su gloria, la devuelve su juicio, la abre los ojos y ve vivo al que busca muerto y se vuelve loca de alegría, de amor y de luz en presencia de Jesús, en presencia de este sol vivo. 


De este modo la primera obra de Jesús en su resurrección es poner en un nuevo estado de gracia en Magdalena, es una vida nueva en esta alma a los ojos de Jesús. El ha resucitado y por eso crea como una resurrección de estado de vida y de amor en ella. 

Bendito seas, oh Jesús, de haber enjugado así sus lágrimas y convertido su dolor en alegría, y de haber empleado ese hermoso nombre de María, el solo nombre de María para tal abundancia de amor y de luz. Empleaste tu persona, tu voz y tus palabras al decirla: Mujer, ¿porqué lloras? ¿A quién buscas? Mas todo fue en vano; porque a pesar de ello, no conocía a quien buscaba, al que estaba presente a ella y que la dirigía estas amables frases. Pero cuando pronuncias el dulce nombre de María, el solo nombre de María, se abren sus ojos como a los discípulos del Emaús en la misteriosa fracción del pan. Este nombre tenía demasiada simpatía para Jesús por su santa Madre y también por la persona de esta discípula santa, para no juntar al punto dos corazones y almas tan próximos y tan preparados al amor santo y mutuo del uno para con el otro. Favorece a Magdalena el tener ese hermoso nombre de María; y el Dios bendito, que bendice todo en sus santos, quiere bendecir este nombre santo y venerable y quiere emplearle en la primera obra de su vida resucitada, y mediante él dar a conocer su nueva vida y su gloria. 

MAGDALENA, APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES. — La primera misión que das, y, si me es permitido hablar así, la primera bula y patente que expides en tu estado glorioso y de poder, se la confias a ella, haciendo de ella un apóstol, pero apóstol de vida, de gloria y de amor; y apóstol de tus apóstoles. Hace tiempo que les hiciste apóstoles, Señor, mas fue durante tu vida mortal; escogiste a doce pero haciéndoles tus apóstoles para el mundo, para anunciar tu cruz y tu muerte; haces aquí a Magdalena apóstol en tu estado de gloria, y en ese estado la escoges a ella sola como apóstol y apóstol de tu sola vida, porque sólo anuncia y pregona tu vida, tu poder y tu gloria. Y la haces apóstol no para el mundo sino para los apóstoles mismos del mundo y para los pastores universales de tu Iglesia, pues tanto te complaces en proclamar el honor y el amor de esta alma. 


Dirijamos nuestras súplicas a la que el Señor amó tanto y honró. Pidamósla con fervor que nos descubra los secretos del amor divino. 

PLEGARIA A SANTA MARÍA MAGDALENA. — ¡Quién pudiera estar en presencia de Jesús y tener entrada en su amor por tu mediación, oh Magdalena! Ojalá borremos nuestras faltas y lavemos nuestras manchas como tú lo hiciste, recibiendo indulgencia plenaria de su boca y escuchando aquellas palabras: ¡Tus pecados te son perdonados! Ojalá me hiera con su amor como te hirió a ti y me diga un día estas consoladoras palabras: ¡Has amado mucho! 


Sea yo, pues, amigo del retiro, alejado de los cuidados y diversiones humanas, haciendo mía la mejor parte. Sea separado yo de todo y de mí mismo más que de nadie, para pertenecerle todo
a él, para imitar tu silencio, tu olvido de ti mismo y tus elevaciones divinas. 


Sea yo pronto en escuchar la voz de Jesús y sus inspiraciones. No se acerque a mí el espíritu del error y de la ilusión, como no osaron los espíritus malos acercarse a ti desde que te acercaste a Jesús, obligados a alejarse y a respetar la presencia, el poder, la santidad del espíritu de Jesús que residía en ti. 

Participe yo de esa pureza de corazón y de alma, pureza incomparable que recibiste del Hijo de Dios cuando estabas a sus pies; pureza no humana ni angélica sino divina y salida también del hombre Dios en honor de su humanidad viviente en la pureza, en la santidad, en la divinidad del ser increado. Seamos fieles y constantes en su amor, inseparables de él, como nada ni su cruz, ni su muerte, ni el furor de sus enemigos ni el de los demonios pudieron apartarte un ápice de él; porque si pudieron separar el alma de Jesús de su precioso cuerpo no lograron separar el alma de Magdalena del cuerpo, del alma y del espíritu de Jesús; y siempre está ella a su lado ya vivo y sufriendo en la cruz, ya muerto, ya enterrado en el sepulcro. El cielo sólo es quien te arrebata a Jesús y el poder del Padre Eterno quien lleva consigo y a la gloria a su Hijo; pero arrebatándotele te le devuelve secretamente, y te le devuelve para siempre jamás en la plenitud y en la claridad de la gloria.

¡Oh humilde penitencia! ¡Oh alma solitaria! Oh divina amante y amada de Jesús, haz por tus oraciones y por tu poder en su amor, que sea yo herido de este amor, que mi corazón no descanse sino en su corazón; que su espíritu no viva más que en su espíritu, y que seamos todos para él libres y cautivos a la vez, libres en su gracia y cautivos en el triunfo de su amor y de su gloria. 


Amémosle, sirvámosle, adorémosle y sigámosle con todas nuestras fuerzas y que, en fin, estemos contigo y con él para siempre. 
 
Nota sobre María Magdalena. — El Martirologio al anunciar la fiesta de Santa Magdalena dice "que el Señor arrojó de ella siete demonios y que mereció ver la primera al Salvador resucitado". El Evangelio incluye su presencia en el Calvario en el grupo de las Santas Mujeres. Su nombre indica que era originaria de Mágdala, pueblecito situado al norte de Tiberiades, en la ribera oeste del lago del mismo nombre. Después de haber sido libre de los demonios, formó parte del grupo que acompañaba al Señor y le servía. 


La liturgia Romana la identifica con María, hermana de Lázaro (véase la Colecta) y de Marta. Era la que escuchaba al Señor mientras que su hermana se ocupaba de los trabajos de la cocina y la que, la víspera del Domingo de Ramos, ungió la cabeza y los pies de Cristo con óleo balsámico. 

La identifica también ella con la pecadora anónima cuya conversión nos cuenta San Lucas, en el capítulo séptimo de su Evangelio durante el convite en casa de Simón el fariseo.

Los Padres han dudado bastante si se debían reconocer en el Evangelio (Los tres grupos de textos evangélicos relativos a cada una de las tres Marías son los siguientes: María de Betania: Mat., XXVI, 6-13; Marc., XIV, 3-9; Luc., X, 38-42; Juan, XI, 1-45; XII, 3-8. María de Mágdala: Mat., XXVII, 56, 61; XXVIII, 1-10; Marc., XV, 40-41, 47; XVI, 1-11; Luc., VIII, 2; XXIV, 1-11; Juan, XIX, 25; XX, 1-18. La pecadora anónima: Luc., VII, 36-50.) tres Marías: María de Betania, María de Mágdala y una pecadora anónima, o si era preciso no ver en él más que una santa: María Magdalena. Las liturgias orientales distinguen, los mismo que los Evangelios, tres personas: San Gregorio el Grande les confunde y su opinión ha llegado a ser universalmente aceptada en Occidente desde el siglo VII, en Oriente desde el IX. Los modernos exegetas tienden a admitir tres personas diferentes. Los que prefieren esta opinión en manera alguna sentirán embarazada su devoción con los textos que la Liturgia de este día les ofrece (Misal y Breviario); encontrarán en la pecadora anónima la manisfestación del amor contrito, en la Magdalena el amor que busca, y en María de Betania el amor que posee y que goza. 


Debemos abandonar la leyenda que hace ir a Santa Magdalena a Francia, aunque hay que advertir que se la ha honrado mucho en esa nación. La Iglesia abacial de Vezelay le está dedicada y se cree que posee sus reliquias desde el siglo XI. A partir del siglo XIII se va en peregrinación en su honor al santuario de la Sainte-Baume. Por último, en San Maximino (Var) se encuentra un sarcófago antiguo acompañado de una inscripción fechada en 710, donde se asegura que el cuerpo de María Magdalena fue escondido en este lugar para sustraerle a las pesquisas de los sarracenos.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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