San Gregorio Nazianzeno, llamado
por excelencia el Teólogo, fué natural de Nazianzo, ciudad de Capadocia. Su
padre fué obispo de su misma ciudad, su hermano fué san Cesáreo, y su hermana
santa Gorgonia. Estudió la elocuencia y filosofía en Atenas, donde trabó tal
amistad con san Basilio, condiscípulo suyo, que parecían los dos un alma y un
corazón. Mas no quiso acompañarse jamás con Juliano el Apóstata, que había
venido a aquella universidad al estudio de las buenas letras, porque desde
entonces adivinó cuan pernicioso había de ser a toda la república si Dios le
daba el cetro de ella. Después de haber enseñado elocuencia con grande loa,
retiróse con su amigo Basilio al desierto del Ponto, donde los dos vivían como
ángeles; mas al fin dejaron su amada soledad para defender la religión
católica; y Gregorio procuró que eligiesen a Basilio por obispo de Cesárea.
Pasando a Constantinopla, empleó todo su gran caudal de sabiduría en la conversión de los herejes,
los cuales trataron muchas veces de darle la muerte. Mas al fin venció la causa
de Dios, refloreció la fe y Gregorio fué nombrado arzobispo de Constantinopla
con aplauso del emperador de Oriente, el gran Teodusio, español, el cual le dio
el templo patriarcal que poseían aún los herejes. Todo el favor que el
emperador hacía a san Gregorio era tósigo para los herejes; los cuales
determinaron acabarle, y para salir con su intento se concertaron con un mozo
hereje como ellos, que entrase a visitar al santo que a la sazón estaba enfermo
y hallase ocasión de cometer la maldad. Hízolo así, mas cuando se vio en el
aposento del santo, al tiempo que le podía herir, se echó a sus pies pidiéndole
perdón con muchos sollozos y lágrimas; y como san Gregorio le preguntase qué
quería, uno de los que estaban presentes le dijo: «Este mozo, padre, ha entrado
aquí inducido de los herejes para matarte, y ahora arrepentido llora su
pecado.» Entonces el santo abrazando al mozo le dijo: «Dios te perdone y te
guarde como a mí me ha guardado; deja pues, hijo mío, la herejía, y sirve al
J3eñor con sincero corazón.» Viendo después muy turbada aquella iglesia por los
bandos y herejías pidió licencia al emperador para renunciar a su dignidad
arzobispal, y volviendo a su patria se retiró a una heredad de sus padres; donde
cargado de años y dolores escribió en prosa y en verso algunas obras de rara
elegancia. Finalmente habiendo este glorioso doctor ilustrado la Iglesia con su
vida, doctrina y escritos, a los noventa años de su edad fué a recibir el
galardón de sus largos y dichosos trabajos.
Reflexión: Hablando el mismo san
Gregorio en uno de sus libros de la vida que hizo en Atenas en el tiempo de su
juventud, dice: «Yo con mis continuos trabajos quebranté mi carne, que con la
flor de la edad tiraba coces y hervía; vencí la glotonería del vientre y la
tiranía que está cerca de él; mortifiqué mis ojos, reprimí el ímpetu de mi ira,
y todas mis cosas consagré a Cristo. El suelo fué mi cama, el velar mi sueño, y
las lágrimas mi descanso. Este fué mi instituto de vida, cuando era mozo;
porque la carne y la sangre echaban llamaradas y me apartaban de la sabiduría
del cielo.» Aprendan los jóvenes a refrenas sus apetitos, poniendo los ojos en
este modelo; y no digan que es imposible la victoria de sí mismos, después que
los mismos santos han luchado también y triunfado con tanta gloria de la
rebeldía de sus pasiones.
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