San Germán, obispo de París,
varón por su excelencia, santidad y grandes prodigios admirado, fué hijo de
padres pobres y nació en Borgoña en territorio de Autún. Aborrecida su madre
por haberle concebido en breve, tiempo después de otro hijo, tomó medios para
matarle antes de que naciese, y no pudo porque Dios guardaba aquel niño y le
había escogido para gran ministro de su gloria. Habiendo, pues, pasado los años
de la primera edad en estudios de letras, se ordenó de diácono y de presbítero,
y fué elegido por abad del monasterio de san Sinforiano. Florecía allí con rara
virtud, cuando por voluntad del rey Childetaerto fué consagrado obispo de
París. Era muy largo en las limosnas que hacía, y con frecuencia comía con los
pobres. Dios le ayudaba por mano del mismo rey, el cual le daba hasta sus vasos
de oro y plata, rogándole que lo diese todo porque no le faltaría qué dar. No
fué tan favorecido del rey Clotario su hermano, a quien Dios castigó con una
enfermedad de la cual el mismo santo le sanó. Después, habiendo venido la corona
de Francia al rey Cariberto, que estaba amancebado con la hermana de su mujer,
san Germán, le excomulgó a él y a la amiga, y como aun todo esto no bastase,
tomó Dios la mano quitando la vida primero a la amiga del rey y después al
mismo rey. Celebró también san Germán un concilio en París, en el cual reprimió
la codicia de los grandes que usurpaban los bienes de la Iglesia, y las
limosnas de los fieles. Haciendo el santo una peregrinación a Jerusalén, el
emperador Justiniano le ofreció grandes dones de oro y plata; mas el santo
varón no quiso aceptarlos, antes le suplicó que le diese algunas reliquias, y
el emperador le dio entre otras la corona de espina de nuestro Señor
Jesucristo. Los milagros que hizo fueron innumerables, y no parecía sino que el
Señor le había dado señorío e imperio sobre las criaturas. Finalmente a los
ochenta años de su edad llamó a un notario suyo y le mandó que escribiese sobre
su cama «A los 28 de mayo.» Y aunque entonces no se entendió lo que quería
decir, se adivinó después cuando en este día entregó su preciosa alma al Señor.
Fué sepultado con gran llanto y solemnidad de toda la ciudad de París, en la
capilla de san Sinforiano que él mismo había mandado fabricar, y luego confirmó
el Señor con nuevos milagros la santidad de su siervo: y más tarde Lanfrid abad
trasladó el sagrado cuerpo a la iglesia de san Vicente, con asistencia del rey
Pipino y de Carlos su hijo, que fueron, testigos de muchas maravillas.
Reflexión: Dice el rey
Childeberto en unas letras patentes: «Nuestro padre y señor Germán, obispo de
París y hombre apostólico, nos ha enseñado en sus sermones que mientras estemos
en esta vida hemos de pensar mucho en la otra y hacer muchas limosnas. Habiendo
sabido que estábamos enfermos en el Castillo de Celles, y que no nos habían
aprovechado todos los medios humanos, vino a visitarnos y pasó toda la noche en
oración. Por la mañana puso sobre nosotros sus santas manos y apenas nos tocó
cuando nos hallamos con plena salud. Por lo cual donamos a la iglesia de París
y al obispo Germán la tierra de Celles donde recibimos esta misericordia de
Dios». Mira tú cuan poderosos son los santos, y cuan provechosos a los reyes y
a los reinos y a todos sus devotos.
Oración: Rogámoste, Señor, que
oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu
bienaventurado confesor y pontífice Germán, y que por sus méritos nos libres de
todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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