Siendo Decio emperador y Antíoco
presidente de la ciudad de Camerino en el ducado de Espoleto, fué acusado
porque era cristiano, Venancio, mancebo de quince años y natural de la misma
ciudad. En sabiéndolo el santo joven, se presentó al presidente en la puerta de
la ciudad confesando que adoraba a Jesucristo verdadero Dios y hombre, y no a
los dioses falsos de los gentiles, que ni ven, ni oyen, ni pueden ayudar a los
que les adoran y sirven. Mandóle prender el presidente, y habiéndole como
padre, aconsejóle que mirase por sí; mas como nada bastase para rendirle, le
mandó azotar cruelmente y después cargarle de cadenas. Pero envió Dios un ángel
que le desatase de ellas, y el impío juez embravecido, ordenó que le abrasasen
con lámparas encendidas, y que colgándole cabeza abajo, pusiesen debajo mucho
humo. Segunda vez salió ileso del suplicio y fué visto andar entre el humo con
una vestidura blanca. Encerrado de nuevo en la cárcel, envióle el juez un
hombre engañoso y astuto llamado Atalo, el cual le dijo que él también había
sido primero cristiano, y después había abandonado la fe por entender que era
locura. Conoció el santo los» embustes de este ministro de Satanás, y
respondióle como sus razones merecían; por lo cual mandó Antíoco quebrarle los
dientes y quijadas y arrojarle a un muladar. Sacóle de allí el ángel y fué
presentado a un juez de la ciudad, el cual cayó repentinamente muerto,
diciendo: «verdadero es el Dios de Venancio que destruye nuestros dioses.»
Entonces el prefecto condenó a Venancio a los leones hambrientos, y éstos se
echaron a los pies del mártir y se los lamían; arrastraron después al santo
mancebo por lugares llenos de cardos y espinas y le despeñaron de una roca; y
viendo que de todos los suplicios salía victorioso, y que con sus milagros
muchos gentiles se convertían, mandó el tirano que le cortasen la cabeza. Luego
que se ejecutó la sentencia, se levantó tan grande tempestad de truenos y
rayos, que el prefecto huyó temeroso del castigo; mas pocos días después murió
infelicísimamente. Los cristianos recogieron el venerable cadáver de san
Venancio y lo sepultaron en un lugar decente, con los sagrados cuerpos de otros
mártires, y hoy se guardan con gran veneración en una iglesia dedicada a san
Venancio en Camerino, de donde el santo es ciudadano y patrón. No debe
confundirse este santo con otro del mismo nombre, obispo y mártir, de que habla
el Martirologio el día primero de abril.
Reflexión: A los muchos portentos de
soberana fortaleza que resplandecen en el martirio de san Venancio, se ha de
añadir uno de inestimable caridad; porque viendo el santo, que sus verdugos
padecían mucha sed y que no había cerca agua, hizo la señal de la cruz en una
piedra y de ella manó una fuente de agua dulce y clara, por cuyo milagro se
convirtieron muchos a la fe. Y aquí verás de nuevo los cimientos sobre los
cuales se estableció nuestra divina religión, que fueron sangre de mártires y
prodigios: los prodigios para atestiguar que era de Dios, la sangre para que
nadie sospechase que los testigos engañaban. Y son tantos y tan esclarecidos
estos argumentos de nuestra santísima fe, que nos vemos forzados a exclamar con
Hugo de san Víctor, el cual decía a Dios: «Señor, si somos engañados, vos nos
engañasteis; porque habéis dado tantas pruebas de esta verdad, que no pudimos
dejar de creer que Vos erais el autor y maestro de ella».
Oración: Oh Dios, que
consagraste este día con el triunfo de tu bienaventurado mártir san Venancio,
oye las preces de tu pueblo y concédenos gracia para imitar su constancia los
que veneramos sus merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario