Habiendo entrado en Cartago
Genserico, rey de los Vándalos y queriendo poner allí su corte, hizo esclavos a
los ciudadanos principales a muchos quitó la vida, y a las mujeres y doncellas
nobles vendió a los mercaderes. Entre estas ilustres esclavas, una fué la
virgen santa Julia, que fué vendida a un mercader gentil, llamado Eusebio, el
cual la llevó consigo a Siria, y cobró tal aprecio de ella, que solía decir que
la estimaba sobre todos sus bienes. Abatíase Julia a los humildes oficios de
esclava por amor de Jesucristo, y el tiempo que le quedaba libre, gastaba en
oración y en la lectura de libros piadosos que había salvado del saqueo de su
casa. Aunque era extraña su hermosura, se hacía respetar por su virtud y
singular modestia, de los mismos paganos. Pasó después su amo a la Provenza
para hacer un negocio y llevóse a su esclava Julia, y en arribando a la isla de
Córcega al tiempo que los idólatras de la isla celebraban una gran fiesta,
entró en el templo y sacrificó un toro al demonio. Terminadas las
supersticiosas ceremonias, el gobernador de la isla, habiendo sabido por
relación de sus criados que Eusebio había dejado a bordo de la nave con parte
del equipaje y gente de la tripulación a una esclava suya hermosa en extremo,
le convidó a un magnífico banquete, en el cual le embriagó, y entonces hizo
llamar la esclava Julia con el fin de tomarla para sí. Cuando la tuvo delante
le dijo con artificiosa ternura: «No temas, hija mía, que se pretenda hacerte
algún insulto: estoy muy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que
gimas por más tiempo en el indigno estado de esclava. Quiero tomar a mi cuenta
tu fortuna, y no pido de ti otra cosa sino que vengas al templo a cumplir con
tus devociones y hacer sacrificio a nuestros dioses. Yo pagaré a tu amo tu
rescate; y si quieres quedarte en nuestra isla no te faltará un esposo digno de
tu persona.» Respondió Julia con mucha modestia y compostura, pero con igual
resolución, que ella se consideraba verdaderamente libre, mientras tuviese la
dicha de ser sierva de Jesucristo; que estaba contenta con su condición, y que
no pretendía alcanzar otros bienes que los del cielo. Irritado el impío
gobernador la hizo abofetear y colgar de los cabellos y azotar cruelmente, y
porque perseveró constante en confesar que adoraba a Jesucristo crucificado,
hizo que a toda prisa la colgasen en una horca de madera hecha a manera de
cruz, donde la sagrada virgen expiró perdonando generosamente a sus enemigos.
Sus sagradas reliquias son muy veneradas en el monasterio de monjas que fundó
en Brescia Didier rey de Lombardía, del cual era abadesa su hija Angelberga.
Reflexión: A los ojos del mundo
no puede imaginarse mayor desventura que la esclavitud y martirio de la
purísima y nobilísima virgen santa Julia, pero a los ojos de Dios y de sus
ángeles fué la mayor gloria y la mayor grandeza; y este es el verdadero juicio
que hemos de hacer de los varios sucesos con que el Señor quiso probarla y
hacerla merecedora de la gloriosísima corona de los mártires. ¿Qué son la
hacienda, la honra y la vida temporal, si se comparan con la inefable felicidad
que está gozando santa Julia en los cielos hace ya quince siglos, y de la cual
gozará eternamente? Pongamos pues nuestra suerte en las manos del Señor y
pidámosle una sola cosa, a saber: que por tempestades o bonanzas, por buenos o
malos sucesos, no nos deje nunca de sus manos y a todo trance nos lleve al
puerto deseado de la gloria.
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