San Juan Nepomuceno tomó segundo
nombre de Nepomuk, lugar de Bohemia, donde nació. Hechos sus estudios en la
universidad de Praga, y conservándose puro e inocente, mereció ser promovido al
sacerdocio. Predicaba la palabra de Dios sin vanos adornos de elocuencia
humana, "pero con tal gracia del cielo, que corrían a oirle innumerables
gentes y hasta el mismo rey Venceslao era uno de sus oyentes continuos. Habiéndole
nombrado el monarca para uno de los principales obispados de Bohemia, nunca
quiso admitir ninguno; mas no pudo eximirse del cargo de confesor de la reina,
y este cargo le ocasionó muchos trabajos y el martirio. Porque siguiendo
Venceslao sus depravadas inclinaciones, llegó al frenesí de dejar poseer su
corazón de la pasión de celos contra su esposa; y con lisonjas, promesas y
amenazas deseaba saber los secretos de su corazón que había oído su confesor en
el sacramento de la penitencia. Horrorizóse el santo al oír demanda tan
sacrílega, y con una libertad y espíritu apostólico, reprendió el exceso al
engañado príncipe; el cual no sabiendo qué replicar, disimuló por entonces el
resentimiento. Más habiendo llamado al santo confesor, le entregó algunos soldados
de su guardia para que en las interiores piezas de palacio le atormentasen y
apaleasen cruelmente. No estaba bien curado de sus heridas, cuando el bárbaro
rey volvió a intimarle la misma demanda, y como el santo respondiese que antes
sacrificaría mil vidas que hablar una palabra en materia de confesión,
enfurecido Venceslao mandó que atado de pies y manos el santo confesor fuese
echado al río Moldava, como en efecto fué ejecutado con todo secreto en la
oscuridad de la noche. Pero el Señor hizo patente a todos la gloria de su
siervo: porque muchas noches se vieron antorchas encendidas en cierto lugar del
río, y allí hallaron el cadáver del santo mártir, el cual los canónigos de la
catedral sepultaron con la mayor pompa en su iglesia, rio temiendo la ira del
mal aconsejado príncipe. El Señor se dignó ilustrar a su invencible mártir con
muchos milagros: y uno de ellos, muy extraordinario y notorio en toda la
cristiandad, fué la incorrupción de su lengua, pues habiendo estado sepultado
debajo de la tierra el cadáver del santo por espacio de trescientos años,
cuando se reconoció jurídicamente, fué hallada la lengua incorrupta y como si
fuera viva; y presentada seis años más tarde a los jueces delegados de la Silla
apostólica, de repente con un nuevo prodigio se entumeció y mudó el color que
tenía algo oscuro, en un color rojo y natural.
Reflexión: ¿Quién no vé que este
grandísimo milagro hizo Dios para glorificar aquella santa lengua fidelísima en
guardar el sigilo sacramental? ¿Y quién no echa de ver también que este mismo
prodigio soberano. es uno de los argumentos divinos que autorizan el sacramento
de la confesión? Divino es este sacramento, e instituido por Jesucristo Señor
nuestro por aquellas palabras del Evangelio con las cuales dio a sus discípulos
la facultad de perdonar los pecados a los penitentes sinceros, y de retenerlos
a los indispuestos. Quiere, pues, que el pecador se humille para ser perdonado;
y aunque este sacramento sea el blanco de las iras de los incrédulos y malos
cristianos, Dios ha mandado a los hombres la humilde confesión de sus culpas, y
no hay más remedio: o confesión o condenación.
Oración: Oh Dios, que por el
invencible silencio sacramental del bienaventurado Juan Nepomuceno adornaste tu
iglesia con una nueva corona del martirio; concédenos, por su intercesión y
ejemplo, que moderemos nuestra lengua y suframos todos los males de este mundo
antes ,, que el detrimento de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amé».
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