San Pacomio abad, padre y
maestro de innumerables monjes y varón perfectísimo, nació de padres gentiles
en la Tebaida. Siendo ya de veinte años se halló en la guerra que Constantino
emperador hizo a Majencio, tirano. Llegando una vez al puerto de Tebas Pacomio,
con una legión de soldados hambrientos y fatigados de los trabajos y peligros
de la mar fueron acogidos por los cristianos de aquel puerto, los cuales les
visitaren y les trajeron muchas cosas de comer remediando con incomparable
desinterés aquella grande necesidad que padecían. Admiróse Pacomio de lo que
veía y preguntó que gente, era aquella tan nueva para él: y como le
respondiesen que eran cristianos, alzó Mas manos al cielo y dijo: «Señor Dios,
que criaste el cielo y la tierra, yo te prometo servirte como cristiano.» Y
desde aquel día comenzó el santo capitán a resistir a la sensualidad, y
terminada su milicia se fué a la alta Tebaida donde moraban algunos siervos de
Dios, por los cuales fué enseñado y bautizado. Era discípulo del santo anciano
Palemón, cuando yendo a la isla de Taberma el Señor le ordenó que edificase
allí un monasterio y le dio una tabla en que estaba escrita la Regla que había
de guardar. La vida de Pacomio fué perfectísima y como de hombre a quien Dios
había escogido para capitán y maestro de tantos monjes. No es fácil decir las
gloriosas victorias que alcanzó de los enemigos infernales. Dióle el Señor
dominio sobre las bestias feroces, y hasta los mismos cocodrilos del Nilo le
servían, y cuando quería, pasar el Nilo, ellos le traspasaban de una parte a
otra. Tres años probaba a sus discípulos y no permitía que ninguno aspirase al
sacerdocio. Vino una hermana suya a visitarle, y no la quiso ver, antes la
envió a decir que estaba sano y que ella se volviese a su casa si ya no quería
dar de mano al mundo y mover con su ejemplo a otras mujeres. Con estas palabras
se compungió la hermana, y ofreció obedecer al hermano, el cual le hizo hacer
una casa apartada, que en breve fué monasterio de perfectísimas monjas.
Entrando una vez Pacomio a visitar un monasterio de los que estaban a su cargo,
vio que algunos muchachos subían a una higuera grande para coger hijos sin
licencia; y (t 348) llegándose un poco más cerca, advirtió que un demonio
estaba sentado en lo alto de la higuera. A la mañana siguiente se halló seca
por la oración del santo. Le concedió el Señor el don de lenguas para tratar en
todas las lenguas a los extranjeros que venían a él. Fundó Paconio muchos
monasterios donde vivían como ángeles unos siete mil monjes. Finalmente cargado
de años y de merecimientos, el bienaventurado padre hizo juntar a sus
religiosos y con un semblante amoroso les avisó que el Señor le llamaba,
exhortándoles a amarse ' entrañablemente en Cristo, y habiéndoles echado su
bendición, dio su espíritu al Señor a la edad de ciento y diez años.
Reflexión: Entre los monjes de
aquel monasterio había uno llamado Silvano, el cual antes de tomar el hábito
había sido comediante, y de vida (como los tales lo suelen ser) libre y
disoluta; mas por las instrucciones del santo fué espejo de Virtud y tuvo don
de lágrimas, y al cabo de ocho años santamente murió, y el santo vio su alma»
subir a los cielos acompañada de muchos ángeles. Este caso has de admirar y con
él te has de consolar, entendiendo por él cómo lo que no puede dar de sí la
naturaleza ni la costumbre, que es segunda naturaleza, lo puede dar la gracia
de Dios nuestro Señor a los hombres de buena voluntad.
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