Fué santa Petronila una doncella
romana, a quien el Príncipe de los apóstoles poco después de entrar en Roma
convirtió a la fe juntamente con toda su familia. Y porque la engendró para
Jesucristo por el bautismo, ella le amaba y le tenía una tierna devoción, y se
llamaba hija de san Pedro, aunque no según la carne, sino según el espíritu.
Deseaba esta santa virgen padecer mucho por Jesucristo que por su amor había
muerto en la cruz, y el Señor le dio por cruz el lecho del dolor, donde estuvo
por muchos años herida de perlesía en todos los miembros de su cuerpo.
Visitábanle con frecuencia san Pedro y otros fieles de Roma, y como le dijesen
que por qué sanando él a tantos enfermos y siendo piadoso para todos, para solo
ella era cruel; levántate, pues, Petronila, dijo, y sírvenos a la mesa.
Levantóse la santa como si nunca hubiese estado enferma, y después de haber
servido a la mesa, con asombro de todos, les dijo san Pedro: «no es eso lo que
le conviene, sino estar enferma»; y así volvió a hallarse paralítica como
antes, hasta la muerte del santo apóstol y luego sanó de todas sus
enfermedades. Salió tan aventajada en la virtud, que como dicen las actas, con
sola su voluntad sanaba de repente a los enfermos. Enamoróse ciegamente de ella
un caballero noble romano, llamado Flaco, quien con gente de guerra vino a casa
de Petronila para llevársela por esposa. Rospondióle la hermosísima virgen;
«aguarda tres días, y al cabo de ellos vengan las doncellas que me acompañen a
tu casa.» Con esta respuesta quedó Flaco contento, y ella que había ofrecido su
virginidad a Jesucristo, gastó los tres días en perpetua oración y ayunos,
suplicándole con muchas lágrimas y grande afecto que la librase de aquel
peligro, y no permitiese que ella contra su voluntad perdiese lo que le había
prometido y tanto deseaba conservar. Vino al tercero día a su casa un santo
sacerdote llamado Nicomedes, díjole misa y dióle el santísimo Sacramento; y en
recibiéndole se inclinó sobre su cama y dio su espíritu a Dios. Vinieron aquel
día las doncellas que Flaco enviaba para acompañarla y llevarla a su casa, y
hallándola muerta, en lugar de celebrar las bodas, celebraron sus exequias. El
cuerpo de la santa fué sepultado en la vía Ardeatina y después trasladado con
gran solemnidad a la basílica del príncipe de los apóstoles san Pedro en tiempo
del papa Paulo, primero de este nombre.
Reflexión: Dichosa y
bienaventurada virgen, muy amada del Señor después de haber sido probada como
la plata y purificada como el oro en el crisol de la enfermedad. Acontece con
harta frecuencia que esos trabajos que humillan al hombre y rinden el cuerpo,
son el mejor remedio para sanar el alma; porque entonces vemos claramente y
mejor que con todas las meditaciones, la brevedad y fragilidad de nuestra vida
y la nada de nuestro ser y la vanidad de las cosas del mundo. ¿A cuántos ha
sido ocasión de perderse la salud, o la posesión de los demás bienes
temporales, en que el mundo cifra la humana felicidad? Mas cuando la salud está
quebrantada, comienza a entrar el hombre dentro de si, y a acordarse de Dios en
quien solamente puede hallar su verdadera, sólida y eterna dicha.
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