El gloriosísimo rey san Fernando
fué hijo de don Alfonso IX rey de León y de doña Berenguela, la cual le crió a
sus pechos, y así con la leche parece que mamó sus santas virtudes. Jamás dejó
de obedecerla como a madre; y como algunos de los ricos-hombres murmurasen de
que después de ser rey estuviese tan rendido a su madre, dijo el santo: «En
dejando de ser hijo, dejaré de serle obediente.» Poseía en altísimo grado todas
las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que
era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino. Tomó en sus manos
la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España;
pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de
Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y
varios, príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos. En
treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus
victorias y sus empresas por sus triunfos. Nunca desnudé la espada (decía él)
ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo
el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios no rehusaba
ningún trabajo de la guerra, como si fuera soldado particular, hasta dormir en
el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el
sitio de Sevilla. Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer
nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con el buen pretexto
de hacer guerra a los moros, respondía: «Más temo las maldiciones de una
viejecilla pobre de mi reino, que a todos los moros del África. Ganada la
ciudad de Sevilla, dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lucida
del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la
venerable efigie de nuestro Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata.
Los templos y oratorios que edificó a la Virgen santísima pasaron de dos mil.
Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo Monarca que
se llegaba su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir
y pidió la sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y
postrándose sobre la tierra con una sogra al cuello. Despidióse después de la
reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si
tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna
que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo: «Desnudo nací del vientre de
mi madre a la tierra y desnudo vuelvo a ella.» Mandó luego que cantasen el Te
Deum, y en el segundo verso que dice, «a ti Eterno Padre venera toda la
tierra,» inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.
Reflexión: Dicen los
historiadores: «Cuando murió el rey don Fernando todo el reino hizo un gran
sentimiento: los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se
arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de sus personas, salían por
las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos lloraban y decían:
Ojalá no hubiese nacido, o no hubiese muerto el príncipe. Y hasta el mismo
Alhamar mandó cien moros con achas encendidas a sus exequias.» No nos olvidemos
pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé reyes o
gebernadores como san Fernando, que merezcan las bendiciones y no las
maldiciones de sus pueblos.
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