Gregorio, séptimo de este
nombre, llamado antes Hildebrando, fué uno de los más grandes pontífices que
han ocupado la silla de san Pedro, y uno de los hombres más eminentes que han
florecido en los siglos del mundo. Su mira principal había sido hacer de todas
las naciones una sola familia unida por los vínculos de la caridad y de la ley
de Jesucristo. Nació este incomparable y santísimo varón, en Soano de Toseana,
y era hijo de un carpintero. Dícese de él, que siendo niño y jugando con los
fragmentos de la madera, formó, dirigido por la mano de Dios, aquellas palabras
de David: «Dominabitur a mari usque ad mare: dominará de un extremo a otro del
mar»: lo cual era indicio del poder que este niño había de ejercer en el mundo.
Hizo sus estudios en Roma, donde mostró su vastísimo ingenio, y mereció el
singular aprecio de los pontífices Benedicto IX y Gregorio VI. Acompañó a este
en su destierro a Alemania y se retiró después a la abadía de Cluni, donde fué
abad y ejemplar de gran virtud para aquellos religiosos. Nobráronle después
cardenal de la santa Iglesia romana, y desempeñó con tal acierto cargos
importantísimos durante los reinados de cinco papas, que después de la muerte
de Alejandro II, fué elegido sumo pontífice por unánime consentimiento,
brillando como sol en la casa del Señor. Viéronle en cierto día que celebraba
la misa solemne, cobijado por una blanca paloma que tenía las alas extendidas
sobre su sagrada cabeza, como dando a entender que no eran las razones de la
prudencia humana sino la asistencia del Espíritu Santo la que lo dirigía en el
gobierno de la Iglesia. Dio eficaces decretos contra la simonía, apoyada por la
misma autoridad real, fulminó anatemas hasta contra el emperador Enrique IV,
que le declaró la guerra, y mientras estaba sitiado dentro de Roma celebró un
sínodo en que le excomulgó, retirándose luego al castillo de San Angelo, y
libertándose por el socorro que recibió de Roberto Guiscardo, príncipe de la
Pulla. Conjuró después el cisma nacido de la elección de un antipapa hecho por
el emperador; y con sapientísimas instrucciones que daba a los fieles y a los
príncipes cristianos, trabajó infatigablemente por la restauración y felicidad
de los pueblos cristianos; y después de doce años de un glorioso pontificado,
pasó a recibir la eterna recompensa de sus heroicas virtudes en la gloria de
los cielos. Las obras que escribió constan de diez libros de epístolas, y con
sobrada razón dice DuPin, el contrario más parcial de san Gregorio, que las calumnias
acumuladas por los adversarios de la Iglesia contra este santo pontífice están
refutadas por aquellas mismas cartas, llenas del espíritu de Dios y de celo
apostólico.
Reflexión: Las últimas palabras
que pronunció san Gregorio VII, momentos antes de morir, fueron estas:, «He
amado la justicia y aborrecido la iniquidad.» Ruguemos al Señor que envíe a su
Iglesia pontífices y prelados como este santo que defiendan la Iglesia, que la
ilustren con sus heroicas virtudes y preparen todas las naciones al reinado
social de nuestro Señor Jesucristo, el cual convirtiría la tierra en un cielo
de paz, de amor y de tanta felicidad como es posible en este mundo; porque no
hay duda que gran parte del malestar social proviene de no estar unidos todos
los hombres con el vínculo de una religión divina.
Oración: Oh Dios, fortaleza de
los que esperan en ti, que esforzaste con la virtud de la constancia al
bienaventurado Gregorio, tu confesor y pontífice, para que defendiese la
libertad de la Iglesia, concédenos por su intercesión y ejemplo la gracia de
vencer todas las dificultades que se oponen a tu divino servicio. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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