domingo, 9 de abril de 2017

SERMÓN DOMINGO DE RAMOS. P. LEONARDO CASTELLANI


En la misa de hoy la Iglesia lee el  Passio, o sea la Pasión según San Mateo, empezando por la entrada de los Ramos, el Domingo, primer día laborable de la semana para los judíos. La Pasión de Cristo se predica el Viernes Santo; y la verdad es que yo no me animo a predicar la Pasión en 10 minutos; de manera que hablaré solamente del comienzo, la entrada triunfal en Jerusalén públicamente y formalmente como “el Mesías”.




Éste es el final de la campaña de Cristo llevada a término con una singular energía. Como hombre y como héroe (digamos, como “jefe”), Cristo tenía tres cosas que hacer: 1) corregir  y completar la Ley de Moisés; 2) manifestarse como el Mesías esperado; 3) redimir a los hombres del pecado por su Pasión y Muerte en Cruz; eso hizo durante su vida pública, y puso el broche apretado en esta última semana: las dos primeras, el Domingo, Lunes, Martes,Miércoles y Jueves; la última, el Viernes, en unas 15 horas.

Hay tantas cosas en estos días, que parece imposible haya habido tiempo; pero es que los Evangelistas en este punto anotaron simplemente todo . En general, Cristo en estos días predicó en el Templo y por la noche se fue a orar al Oliveto; pero el Domingo se fue a Betania al atardecer, y el Miércoles parece haber permanecido oculto. El Martes Santo es el día colmado de cosas y también el Jueves.

Las cosas son principalmente éstas: la Segunda Limpieza del Templo y después milagros en el Templo y choque con los Sacerdotes –cuatro parábolas importantes, terminativas, acerca de la condena de Israel y del fin del mundo; el lloro sobre Jerusalén y el Sermón Parusíaco;cuatro discusiones con los Fariseos y los Saduceos que le hacen cuestiones insidiosas; la tremenda condena e imprecación contra el fariseísmo, llamada el Elenco contra Fariseos, osea los Ocho Ayes; y después la preparación de la Última Cena al mismo tiempo que la condena a muerte, secreta, de los Pontífices, y el pacto con Judas. Los Magnates de Jerusalén habían encontrado por fin el modo satisfactorio de la perpetración del crimen.

Todas estas cosas no son casuales, siguen tranquilamente el designio de Cristo; Cristo cierra su campaña. La entrada triunfal en la Capital no fue casual: Cristo la  preparó  mandó a sus discípulos a buscar la asna y el pollino sobre el cual montó; sabía dónde estaban, y los Discípulos fueron avisados de decir al dueño: “El Maestro los necesita”... “Mira, Jerusalén, tu Rey viene a ti / Pobre y manso / Montado en un pollino / Hijo de la que está bajo yugo”, había predicho el Profeta Zacarías. El burro no era montura desdorosa en Palestina, donde no hay caballos; era incluso montura de los Reyes: burros y mulas de gran alzada: la mula del Rey David, la mula de Santa Teresa, la mula Malacara del Cura Brochero.

Los Discípulos comenzaron la aclamación y comenzaron a avisar a las gentes, las cuales fueron aumentando en todo el camino desde el Cedrón, y al llegar al Centro eran “muchedumbre”, dice el Evangelista. Y la aclamación era dirigida al Mesías: “Bendito el Hijo de David; he aquí que entra el Rey, el designado de Dios”, frases que tenían un solo significado entre ellos. Los Discípulos creían que había llegado el Triunfo definitivo, la restauración del Reino de Israel con Cristo como Rey y ellos como Ministros.

Cristo no resistió a esta aclamación, antes bien, al contrario, la preparó: era necesaria a sumisión. Dos veces los sacerdotes le mandaron que hiciese callar a  su gente, que andaba profiriendo (según ellos) disparates y blasfemias. La primera vez Cristo respondió: “si yo acallo a éstos, hablarán las piedras”. La segunda vez: “¿No habéis leído en la Escritura: De la boca delos niños y de los lactantes yo sacaré una perfecta alabanza?”, dando a entender que los que aclamaban eran gente sencilla y humilde comparable a niños; con, por supuesto, una cantidad de chiquilines barulleros y gritones, como suele suceder. Pero su alabanza era “perfecta” es decir,verdadera.

La multitud no era perfecta: nunca lo es. Aquí hay una cosa importante: no es la misma esta multitud que la otra del Viernes Santo que pide la muerte de Cristo. El exégeta de la Escritura tiene que ser un poco “detective”, es decir, considerar el conjunto de los hechos y dese conjunto deducir otro hecho que no está allí, como Sherlock Holmes. Los autores dicen vulgarmente que era la misma muchedumbre, “todo el pueblo de Jerusalén”, como la revista  Esquiú: no fue así; los partidarios de Cristo se asustaron y se escondieron; por eso dije no eran perfectos.

Yo mismo puse en mi libro una reflexión que es falsa: “Vean cómo es el pueblo de voluble y cambiadizo; hoy aclama a uno como Rey y mañana desea asesinarlo, como a Hipólito Yrigoyen”. Eso pasa a veces desde luego; y el poeta Robert Browning hizo un hermoso poema sobre este tema. Pero aquí no fue el caso: los que gritaron: “Crucifícalo, crucifícalo” el Viernes no eran los mismos que habían gritado: “Hijo de David” el Domingo. Eran dos fracciones del pueblo de Israel.

Aquí se ve una cosa importante: la gravedad de la cobardía de los Apóstoles y de San Pedro. Antes a mí me parecía que el pecado de San Pedro no era tan grave como para llorarlo toda la vida: haber negado a Cristo por miedo delante de una criada y cuatro soldados. Ahora no: pues si los partidarios de Cristo no se hubieran empavorecido podían haberlo librado de la Crucifixión, simplemente repitiendo lo del domingo pasado; ni siquiera era necesario derramar sangre. Pero la multitud no obra sino dirigida por jefes; los jefes naturales de los partidarios de Cristo eran los Apóstoles; y el jefe de los apóstoles era San Pedro. Si San Pedro en vez de huir después de cortar la oreja a Malco, hubiese dado instrucciones a los Apóstoles y ellos hubiesen corrido entre el pueblo avisando que habían aprehendido a Cristo con muy malas intenciones

otro gallo nos cantara
mejor que el que nos cantó.

Pedro era la cabeza de la Iglesia; y la ley que Cristo había puesto a su Iglesia era que sus discípulos debían dar testimonio dél. Si yo por caso dijere desde el púlpito un error o una herejía (Dios me guarde) no es lo mismo que si el Papa la dijera desde su cátedra –lo cual nunca sucederá. Si yo dijera por miedo que, por ejemplo, la supresión de la natalidad es permitida al cristiano (como dicen ahora algunos sacerdotes en Buenos Aires) no es lo mismo que Paulo VI –aunque éstos tienen la arrogancia de pequeños Paulos Sextos. Y dése modo, en la circunstancia, dado lo que era Cristo y dado lo que era Pedro (pues un jefe tiene responsabilidades que no tiene un soldado), la cobardía de Pedro tuvo consecuencias terroríficas.Sucedió lo que sucedió, lo que tenía que suceder por supuesto; y Cristo lo sabía. Pero el historiador sabe poco que sabe solamente lo que sucedió y no lo que hubiera podido suceder; porque lo que hubiera podido suceder descubre el sentido de lo que sucedió.

Así por ejemplo, si el Conde de Mirabeau no hubiese muerto temprano, probablemente envenenado por los masones, la Revolución Francesa se hubiera evitado: hubiese podido ser evitada.

Así Cristo cumplió su campaña; y fue con tedio, temor y tristeza pero con firmísimo ánimo a la muerte. Éste es el sentido de la penúltima palabra en la Cruz: “consummatum est”, como dicen nuestras Biblias: “todo está acabado”, pero como dice la palabra original “tetélestai” equivale a lo que decimos vulgarmente: “¡listo!” o “¡terminado!”. Pero la palabra griega tiene más nutrido sentido, significa “concluido con perfección, lograda está la meta”, “téleion”. Cristo arrojó una mirada a toda su vida, desde Belén a la Cruz, mientras recitaba el P salmo 21 que comienza:

¡Dios mío, Dios mío!
¿Por qué me has abandonado?

Y vio que estaba hecha su campaña y cumplidas todas las profecías.
¿Por qué Dios lo había abandonado? ¿Por qué la Redención del Hombre tenía que hacerse a través dese torbellino de tormentos y orgía de horrores? Aquí hay que bajar la cabeza e incluso cerrar los ojos. ¿No podía Dios hacer la Redención de otra manera, a menos costo? Todos los teólogos dicen que sí podía: que una sola gota de sangre, una sola lágrima del Hombre Dios bastaba para limpiar de lacerias “el mundo, el mar y las estrellas”; dice el himno de Santo Tomás: “terra, pontus, sidera “. ¿Por qué entonces desa terrible manera?

Sólo podemos decir lo que dice un poeta argentino, Ignacio Anzoátegui: que Cristo dice a cada uno de nosotros

No temas, yo temeré por ti

A los pecadores que absolvió, a la Magdalena, por ejemplo, Cristo nunca dijo: –Vete a hacer penitencia. Les dijo: –Vete y no peques más: la penitencia la hago YO.

En suma, Cristo tenía que hacer la imposible conjunción del invierno y de la primavera; ya sí juntó aquí en menos de tres días el invierno y la noche oscura con el amanecer de la alborada de la Resurrección. Que para Él no fue amanecer sino pleno día, pero para nosotros es amanecer

DOMINGUERAS PRÉDICAS
Jauja (Instituto Leonardo Castellani), Mendoza 1997, pp.99-103Mt. 21, 1-9 | 1965

No hay comentarios:

Publicar un comentario