Este Domingo, llamado ordinariamente Domingo de
"Quasimodo", lleva en la Liturgia el nombre de Domingo "in albis", y más
explícitamente "in albis depositis", porque en este día los neófitos
se presentaban en la Iglesia con los hábitos ordinarios.
En la Edad Media, se le llamaba "Pascua
acabada"; para expresar, sin duda, que en este día terminaba la Octava
de Pascua. La solemnidad de este Domingo es tan grande en la Iglesia,
que no solamente es de rito "Doble mayor", sino que no cede nunca su
puesto a ninguna fiesta, de cualquier grado elevado que sea.
En Roma, la Estación es en la Basílica de San
Pancracio, en la Vía Aurelia. Los antiguos no nos dicen nada sobre los
motivos que han hecho designar esta iglesia para la reunión de los
fieles en este día. Puede ser que la edad del joven mártir de catorce
años al cual está dedicada, haya sido causa de escogerla con preferencia
por una especie de relación con la juventud de los neófitos que son aún
hoy el objeto de la preocupación maternal de la Iglesia.
MISA
El Introito recuerda las cariñosas palabras que
San Pedro dirigía en la Epístola de ayer a los nuevos bautizados. Son
tiernos niños llenos de sencillez, y anhelan de los pechos de la Santa
Iglesia la leche espiritual de la fe, que los hará fuertes y sinceros.
INTROITO
Como niños recién nacidos, aleluya: ansiad la
leche espiritual, sin engaño. Aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo:
Aclamad a Dios, nuestro ayudador: cantad al Dios de Jacob. V. Gloria al
Padre.
En este último día de una Octava tan grande, la
Iglesia da, en la Colecta, su adiós a las solemnidades que acaban de
desarrollarse, y pide a Dios que su divino objeto quede impreso en la
vida y en la conducta de sus hijos.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que,
los que hemos celebrado las fiestas pascuales, las conservemos, con tu
gracia, en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Juan (I Jn., V, 4-10).
Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence
al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién
es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de
Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo
por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que
atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan
testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo:
y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de
ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son
una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio
de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es
el que dio de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí
mismo el testimonio de Dios.
MÉRITO DE LA FE. —
El Apóstol San Juan celebra en este pasaje el mérito y las ventajas de
la fe; nos la muestra como una victoria que pone a nuestros pies al
mundo, al mundo que nos rodea, y al mundo que está dentro de nosotros. La razón que ha movido a la Iglesia a elegir para hoy este texto de San
Juan, se echa de ver fácilmente, cuando se ve al mismo Cristo recomendar
la fe en el Evangelio de este Domingo. "Creer en Jesucristo, nos dice
el Apóstol, es vencer al mundo"; no tiene verdadera fe, aquel que somete
su fe al yugo del mundo. Creamos con corazón sincero, dichosos de
sentirnos hijos en presencia de la verdad divina, siempre dispuestos a
dar pronta acogida al testimonio de Dios. Este divino testimonio
resonará en nosotros, en la medida que nos encuentre deseosos de
escucharlo siempre en adelante. Juan, a la vista de los lienzos que
habían envuelto el cuerpo de su maestro, pensó y creyó; Tomás tenía más
que Juan el testimonio de los Apóstoles que habían visto a Jesús
resucitado, y no creyó. No había sometido el mundo a su razón, porque no
tenía fe.
Los dos versículos aleluyáticos están formados
por trozos del santo Evangelio que se relacionan con la Resurrección. El
segundo describe la escena que tuvo lugar tal día como hoy en el
Cenáculo.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V. El día de mi resurrección, dice el Señor, os precederé en Galilea.
Aleluya, V. Después de ocho días, cerradas las
puertas, se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y dijo: ¡Paz a
vosotros! Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 19-31).
En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el
primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban
reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se
presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver
al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a
mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló
sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les
perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los
retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado
Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los
otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en
sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los
clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho
días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino
Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a
vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y
trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel.
Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque
me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y
han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros
más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para
que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que,
creyéndolo, tengáis vida en su nombre.
EL TESTIMONIO DE SANTO TOMÁS.
— Hemos insistido lo suficiente sobre la incredulidad de santo Tomás; y
es hora ya de glorificar la fe de este Apóstol. Su infidelidad nos ha
ayudado a sondear nuestra poca fe; su retorno ilumínenos sobre lo que
tenemos que hacer para llegar a ser verdaderos creyentes. Tomás ha
obligado al Salvador, que cuenta con él para hacerle una de las columnas
de su Iglesia, a bajarse a él hasta la familiaridad; pero apenas está
en presencia de su maestro, cuando de repente se siente subyugado.
Siente la necesidad de retractar, con un acto solemne de fe, la
imprudencia que ha cometido creyéndose sabio y prudente, y lanza un
grito, grito que es la protesta de fe más ardiente que un hombre puede
pronunciar: ¡"Señor mío y Dios mío"! Considerad que no dice sólo que
Jesús es su Señor, su Maestro; que es el mismo Jesús de quien ha sido
discípulo; en eso no consistiría aún la fe. No hay fe ya cuando se palpa
el objeto. Tomás habría creído en la Resurrección, si hubiese creído en
el testimonio de sus hermanos; ahora, no cree, sencillamente ve, tiene
la experiencia. ¿Cuál es, pues, el testimonio de su fe? La afirmación
categórica de que su Maestro es Dios. Sólo ve la humanidad de Jesús,
pero proclama la divinidad del Maestro. De un salto, su alma leal y
arrepentida, se ha lanzado hasta el conocimiento de las grandezas de
Jesús: ¡"Eres mi Dios"!, le dice.
PLEGARIA. — Oh
Tomás, primero incrédulo, la santa Iglesia reverencia tu fe y la propone
por modelo a sus hijos en el día de tu fiesta. La confesión que has
hecho hoy, se parece a la que hizo Pedro cuando dijo a Jesús: "¡Tú eres
el Cristo, Hijo de Dios vivo!" Por esta profesión que ni la carne ni la
sangre habían inspirado, Pedro mereció ser escogido para fundamento de
la Iglesia; la tuya ha hecho más que reparar tu falta: te hizo, por un
momento, superior a tus hermanos, gozosos de ver a su Maestro, pero
sobre los que la gloria visible de su humanidad había hecho hasta
entonces más impresión que el carácter invisible de su divinidad.
El Ofertorio está formado por un trozo histórico del Evangelio sobre la resurrección del Salvador.
OFERTORIO
El Ángel del Señor bajó del cielo, y dijo a las
mujeres: El que buscáis ha resucitado, según lo dijo. Aleluya. En la
Secreta, la santa Iglesia expresa el júbilo que la produce el misterio
de la Pascua; y pide que esta alegría se transforme en la de la Pascua
eterna.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, aceptes los dones de la
Iglesia que se alegra: y, ya que la has dado motivo para tanto gozo,
concédela el fruto de la perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
Al distribuir a los neófitos y al resto del
pueblo fiel el alimento divino, la Iglesia recuerda, en la Antífona de
la Comunión, las palabras del Señor a Tomás. Jesús, en la santa
Eucaristía, se revela a nosotros de una manera más íntima aún que a su
apóstol; mas para aprovecharnos de la condescendencia de un maestro tan
bueno, necesitamos tener la fe viva y valerosa que él recomendó.
COMUNIÓN
Mete tu mano, y reconoce el lugar de los clavos, aleluya; y no seas más incrédulo, sino fiel. Aleluya, aleluya.
La Iglesia concluye las plegarias del
Sacrificio pidiendo que el divino misterio, instituido para sostener
nuestra debilidad sea, en el presente y en el futuro, el medio eficaz de
nuestra perseverancia.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Señor, Dios nuestro, hagas que
estos sacrosantos Misterios, que nos has dado para alcanzar nuestra
reparación, sean nuestro remedio en el presente y en el futuro. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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