Todos los preludios al Sacrificio han
terminado; los chantres ejecutan el solemne Introito, durante el cual el
Pontífice, rodeado de Presbíteros, de Diáconos y de ministros
inferiores, se dirige al altar. Este cántico de entrada es la
exclamación del Hombre-Dios al salir del sepulcro, y dirigir a su Padre
celestial el homenaje de su reconocimiento.
INTROITO
He resucitado, y aún estoy contigo, aleluya;
pusiste sobre mí tu mano, aleluya: maravillosa se mostró tu ciencia,
aleluya, aleluya. — Salmo: Señor, me probaste, y me has conocido: has
conocido mi abatimiento y mi resurrección. V. Gloria al Padre.
En la colecta, la Santa Iglesia celebra el
beneficio de la inmortalidad, hecho al hombre por la victoria del
Redentor sobre la muerte; y en ella pide que los votos de sus hijos se
eleven siempre a lo alto hacia este sublime destino.
COLECTA
Oh Dios, que, vencida la muerte por tu Hijo
unigénito, nos has abierto hoy la puerta de la eternidad: nuestros votos
que tú previenes con tu inspiración, prosigúelos también con tu ayuda.
Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola 1a. del Apóstol San Pablo a los Corintios (V, 7-8).
Hermanos, arrojad el viejo fermento, para que
seáis nueva masa, ya que sois ázimos. Porque Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado. Comamos, pues, no con vieja levadura, ni con levadura de
malicia y de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad.
Dios ordenó a los Israelitas comer el Cordero
Pascual con pan ázimo, es decir, sin levadura; enseñándoles con este
símbolo, que debían renunciar, antes de tomar esta vianda misteriosa, a
la vida pasada, cuyas imperfecciones estaban figuradas por la levadura.
Nosotros cristianos, que hemos sido elevados por Cristo a esta vida
nueva, hacia la cual nos orientó resucitando él primero, debemos en
adelante no tender sino a obras puras, a acciones santas, ázimo
destinado a acompañar al Cordero pascual, que hoy se hace nuestro
alimento.
El Gradual está formado con palabras del Salmo
CXVII, repetidas en todas las Horas de este día. En él la alegría es un
deber para todo cristiano; todo nos incita a ella; el triunfo de nuestro
amado Redentor y los grandes bienes que nos ha conquistado. La tristeza
en este día sería una protesta indigna contra los beneficios de que
Dios se ha dignado colmarnos en su Hijo.
GRADUAL
Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y
alegrémonos en él.
V. Alabad al Señor, porque es bueno; porque su misericordia es eterna.
V. Alabad al Señor, porque es bueno; porque su misericordia es eterna.
El verso aleluyático nos da uno de los motivos
por que debemos alegrarnos. Un festín ha sido preparado para nosotros;
el Cordero está dispuesto; este Cordero es Jesús inmolado, en adelante
siempre vivo: inmolado, para que seamos rescatados con su sangre;
siempre vivo, para comunicarnos la inmortalidad.
Aleluya, aleluya. V. Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado
Para acrecentar la alegría de los fieles, la
Santa Iglesia añade a sus cánticos ordinarios una obra lírica, en la que
alienta el más vivo júbilo por el Redentor, que sale del sepulcro. Esta
composición ha recibido el nombre de Secuencia, porque es como una
secuela y una prolongación del canto del Aleluya. Se atribuye a Wippon
(t 1050), capellán de los emperadores Conrado II y Enrique III.
SECUENCIA
A la victima pascual alabanzas inmolen los cristianos.
El Cordero redimió a las ovejas: Cristo, inocente, reconcilió con el Padre a los pecadores.
La muerte y la vida lucharon en duelo sublime; muerto el Rey de la vida, reina vivo.
Dinos, tú, María: ¿qué viste en el camino?
El sepulcro de Cristo viviente: y la gloria vi del resurgente.
Los testigos angélicos, el sudario y los vestidos.
Resucitó Cristo, mi esperanza; precederá a los suyos en Galilea.
Sabemos que Cristo ha resucitado realmente de entre los muertos; tú, victorioso Rey, ten piedad de nosotros. Amén. Aleluya.
La Santa Iglesia toma hoy de San Marcos, con
preferencia a los otros Evangelistas, el relato de la Resurrección. San
Marcos fue discípulo de San Pedro; escribió su Evangelio en Roma,
dirigido por el Principe de los Apóstoles. Conviene que en semejante
solemnidad se oiga en cierta manera la. voz de aquel a quien el divino
resucitado proclamó piedra fundamental de su resucitado proclamó piedra
fundamental de su Iglesia y Pastor supremo de las ovejas y de los
corderos.
EVANGELIO
Continuación del Santo Evangelio según San Marcos (XVI, 1-7).
En aquel tiempo María Magdalena y María, madre
de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a ungir a Jesús. Y muy de
mañana, al día siguiente del sábado, fueron al monumento salido ya el
sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos separará la piedra de la puerta del
sepulcro? Y, mirando, vieron separada la piedra, que era muy grande. Y,
entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido
con traje blanco, y se asustaron. Pero él las dijo: No os asustéis:
buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aqui,
he ahí el sitio donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a
Pedro, que os precederá en Galilea; allí le veréis, como os lo dijo.
EL VENCEDOR DE LA MUERTE.
— "Resucitó, ya no está aquí": un muerto que manos piadosas habían
colocado allí, sobre aquella losa, en aquella gruta; se ha levantado, y
aún sin quitar la piedra que cerraba la entrada, ha resucitado a una
vida que ya nunca tendrá fin. Nadie le prestó ayuda; ningún profeta,
ningún enviado de Dios se inclinó sobre su cadáver para volverle a la
vida. El mismo fue quien, por su propia virtud, se resucitó. Para él la
muerte no fue una necesidad; la padeció porque quiso; la aniquiló cuando
quiso. ¡Oh Jesús, tú juegas con la muerte, tú, que eres el Señor,
Nuestro Dios! Nos postramos de rodillas ante ese sepulcro vacío, que,
por haber tú morado en él algunas horas has hecho sagrado para siempre.
"He ahí el lugar en que te colocaron". ¡He ahí los lienzos, las vendas,
que no te pudieron retener y dan fe de tu paso voluntario por el yugo de
la muerte!
El ángel dice a las mujeres: "Buscáis a Jesús
de Nazaret, el crucificado". ¡Recuerdo cargado de lágrimas! El día
anterior fueron trasladados a él sus despojos maltratados, desgarrados,
sangrantes. Aquella gruta, cuya piedra fué violentamente removida por la
mano del ángel y que ahora está iluminada con claridad deslumbrante por
este espíritu celestial, cobijó con su sombra a la más desolada de las
madres; hizo eco a los sollozos de Juan y de los dos discípulos, y a los
lamentos de la Magdalena y de sus compañeras; el sol se ocultaba en el
horizonte e iba a comenzar el primer día de la sepultura de Jesús. Mas
el profeta había predicho: "En la tarde reinarán las lágrimas; pero por
la mañana brillará la alegría." (Sal., XXIX, 6.)
Nos encontramos en este feliz amanecer; y
nuestra alegría es grande, oh Redentor, al contemplar que este mismo
sepulcro adonde te acompañamos con dolor sincero, no es sino el trofeo
de tu victoria. Están curadas las llagas que besábamos con amor,
reprochándonos el haberlas causado. Vives más glorioso que nunca,
inmortal; y porque nosotros quisimos morir a nuestros pecados, mientras
tú morías por expiarlos, quieres que vivamos contigo eternamente, que tu
victoria sea la nuestra, que la muerte, para ti y para nosotros, no sea
más que un tránsito y que ella nos restituya un día intacto y radiante
este cuerpo, que la tumba no recibirá ya en adelante sino como en
depósito. ¡Gloria sea, pues, honor y amor a ti, que te has dignado no
solamente morir, sino también resucitar para nosotros!
El Ofertorio reproduce las palabras con que el
Salmista anunciaba el terremoto que sucedió en el instante de la
Resurrección. Nuestro globo fue testigo de la más sublime de las
manifestaciones del poder y de la bondad de Dios y el Supremo Señor
quiso más de una vez que se asociase por movimientos inusitados a sus
leyes comunes, a las escenas divinas de las que era teatro.
OFERTORIO
La tierra tembló y descansó, al levantarse a juicio Dios. Aleluya.
El pueblo santo va a sentarse en el banquete
pascual; el Cordero divino invita a todos los fieles a alimentarse de su
carne; la Iglesia, en la secreta, implora para estos felices convidados
las gracias que les asegurarán la inmortalidad bienaventurada de la que
ellos van a recibir la promesa
SECRETA
Suplicámoste, Señor, recibas las preces de tu
pueblo con la ofrenda de estas hostias; para que lo inaugurado con los
misterios pascuales, nos sirva, por obra tuya, de remedio eterno. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Finalmente llega el momento en que la multitud
de los fieles va a comulgar. La antigua Iglesia de las Galias hacía oír
entonces un llamamiento, que dirigía a toda la multitud deseosa del pan
de vida. Esta antífona se conservó en nuestras catedrales, aún después
de la introducción de la liturgia romana por Pipino y Carlomagno; y no
desapareció totalmente sino a consecuencia de las innovaciones del siglo XVIII. El canto que la acompañaba, manifiesta la majestad de los
misterios: ponemos aquí el texto, para ayudar a los fieles a acercarse
con más respeto a este banquete, en que el Cordero Pascual va a darse a
ellos.
INVITACIÓN DEL PUEBLO A LA COMUNIÓN
Venid, oh pueblos; acercaos al inmortal misterio: venid a gustar la libación sagrada.
Acerquémonos con temor, con fe, las manos
puras; vayamos a unirnos con aquel que es el premio de nuestra
penitencia: El Cordero ofrecido en sacrificio a Dios su Padre.
Adorémosle, glorifiquémosle: y con los ángeles cantemos. Aleluya.
Mientras los ministros distribuyen el alimento
sagrado, la Iglesia celebra en la Antífona de la comunión, al verdadero
Cordero Pascual, que místicamente inmolado, pide a los que se alimentan
de él, pureza de corazón; ésta se halla figurada en las especies de pan
ázimo con que se oculta a nuestras miradas.
COMUNIÓN
Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado,
aleluya; comamos, pues, con ázimos de sinceridad y de verdad Aleluya,
aleluya, aleluya.
La última oración de la Iglesia en favor de su
pueblo, implora para todos el espíritu de caridad fraterna, que es el
espíritu de la Pascua. Al tomar nuestra naturaleza por la encarnación,
el Hijo de Dios nos hizo sus hermanos; al derramar su sangre por
nosotros en la cruz, nos unió a todos por el vínculo de la redención; al
resucitar hoy, nos une también en la inmortalidad.
POSCOMUNIÓN
Infúndenos, Señor, el espíritu de tu caridad; para que a los que has
saciado con los sacramentos pascuales, los unifiques en tu piedad. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Después de la bendición del Pontífice, el
pueblo se ausenta alabando a Dios y esperando el oficio de Vísperas, que
con su pompa inusitada, pondrá fin a todas las magnificencias de esta
jornada solemne.
USOS ROMANOS. —
En Roma, el Papa desciende las gradas de su trono; ceñida la frente de
la triple corona, se sienta sobre la silla gestatoria, y, llevado por
los servidores palatinos, avanza por la nave mayor. En un lugar
señalado, desciende y se arrodilla humildemente. Entonces, de lo alto de
las tribunas de la cúpula, sacerdotes revestidos de estola muestran al
pontífice y al pueblo el leño sagrado de la cruz y el velo llamado la
Verónica, sobre el cual están pintados los rasgos deformados del
Salvador caminando hacia el Calvario. Este recuerdo de los dolores y de
las humillaciones del Hombre-Dios, evocado en el momento mismo en que su
triunfo sobre la muerte acaba de ser proclamado con tanto esplendor,
revela también la gloria y el poder del divino resucitado, y recuerda a
todos con qué amor y con qué fidelidad se dignó cumplir la misión que
había aceptado para nuestra salvación. ¿No ha dicho él mismo hoy a los
discípulos de Emaús: "Convenía que Cristo sufriese, y que entrase en su
gloria por el camino de los padecimientos"? (S. Luc., XXIV, 46). La
Cristiandad, en la persona de su Jefe, tributa homenaje en este momento
a estos padecimientos y a esta gloria. Después de humilde adoración, el
Pontífice recibe de nuevo la tiara, sube a la silla y es llevado hacia
la galería desde la cual dará al inmenso gentío que cubre la plaza de
San Pedro la bendición apostólica.
BENDICIÓN DEL CORDERO.
— La costumbre de bendecir y de comer la carne de un cordero el día de
Pascua, se ha conservado. Ponemos aquí, como complemento de los ritos de
la pascua cristiana, la oración que la Iglesia emplea para esta
bendición. El fiel recorrerá con placer esta fórmula antigua que
transporta a otras costumbres y pedirá a Dios el retorno de esta
sencillez y de esta fe práctica, que daba un sentido tan profundo y una
grandeza tan sólida a las más insignificantes circunstancias de la vida
de nuestros antepasados.
Oh Dios, que por medio de tu siervo Moisés,
mandaste que, en la liberación del pueblo de Israel de Egipto, fuese
matado un cordero, como símbolo de Nuestro Señor Jesucristo, y fuesen
untadas con su sangre las puertas de las casas; dígnate bendecir y
santificar también esta criatura de carne, que nosotros, tus siervos,
deseamos tomar para alabanza tuya, en la fiesta de la resurrección del
mismo Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos
de los siglos. Amén.
BENDICIÓN DE LOS HUEVOS.
— La carne de animales no era el único plato que les estaba prohibido a
los cristianos por la ley cuaresmal; esta ley prohibía también los
huevos, en su calidad de comida animal. Tal prescripción no está ya en
vigor en nuestros días; pero, antes que la Iglesia hubiese hecho esta
nueva concesión a nuestra flaqueza, era necesario que cada año una
dispensa más o menos extensa viniese a legitimar el uso de un alimento
universalmente prohibido durante la santa Cuaresma. Las Iglesias de
Oriente han sido más fieles a esta disciplina y no conocen esta
dispensa. En su alegría de recobrar un alimento, cuya abstención les
había sido penosa, los fieles pidieron a la Iglesia bendijese los
primeros huevos que aparecían en la mesa pascual; y he aquí la oración
que la Iglesia empleaba para responder a su deseo:
Suplicámoste, Señor, hagas que descienda sobre
estos huevos la gracia de tu bendición, para que se conviertan en
saludable alimento de tus fieles, que van a tomarlos en acción de
gracias por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el cual vive y
reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cuán gozoso es el festín pascual, bendecido
por la Iglesia nuestra Madre, y cómo acrecienta, por su santa libertad,
la alegría de este gran día! Las fiestas de la religión deben ser
fiestas de familia entre los cristianos; pero en todo el ciclo no hay
ninguna que sea comparable a ésta, que hemos esperado por tanto tiempo y
que nos ha reportado juntamente las misericordias del Señor que perdona
y las esperanzas de la inmortalidad.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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