En el Introito la Iglesia se sirve de las palabras de San
Pablo para glorificar la Cruz de Jesucristo; celebra con entusiasmo al
divino Redentor que muriendo por nosotros, ha sido nuestra salvación;
que por su pan divino es vida de nuestras almas y por su Resurrección,
autor de la nuestra.
INTROITO
Mas a nosotros nos conviene
gloriarnos de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: en quien están
nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección: por el cual hemos
sido salvados y libertados. — Salmo: Compadézcase Dios de nosotros, y
bendíganos: brille sobre nosotros su rostro, y tenga piedad de
nosotros. — Mas a nosotros...
En la Colecta la Iglesia pone ante nuestros ojos la suerte tan diferente de Judas y el buen Ladrón los dos culpables, pero el uno condenado y el otro perdonado. Pide al Señor, que la Pascua de su Hijo en cuyo relato se ven cumplidas esta justicia y esta misericordia, sea para nosotros remisión de los pecados y fuente de gracia.
COLECTA
Oh Dios, de quien recibió Judas el castigo de
su pecado, y el ladrón el premio de su confesión, concédenos a nosotros
el efecto de tu propiciación: para que, así como Jesucristo, nuestro
Señor, en su Pasión dio a los dos el diverso
galardón de sus méritos, así nos dé a nosotros, destruido el error de la
vejez, la gracia de su Resurrección. Él, que vive y reina contigo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios (I. Cap. XI, 20-32).
Hermanos: Cuando os reunís, ya no es para comer la cena del
Señor. Porque cada cual pretende comer su propia cena. Y el uno tiene
hambre, y el otro está embriagado. ¿No tenéis acaso vuestras casas para
comer y beber? ¿O despreciáis la Iglesia de Dios, y confundís a los que
no tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo. Porque yo
recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la
noche que fue entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y
dijo: Tomad, y comed: Este es mi cuerpo, que será entregado por
vosotros: haced esto en memoria mía. Asimismo tomó también el cáliz,
después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en
mi Sangre: haced esto, cuantas veces lo bebiereis, en memoria mía.
Porque siempre, que comiereis este pan, y bebiereis este cáliz,
anunciaréis la muerte del Señor hasta que Él venga. Por tanto,
cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor
indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pruébese,
pues, el hombre a sí mismo, y coma así de este pan, y beba de este
cáliz. Porque, el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para
sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por eso hay muchos enfermos y
débiles entre vosotros, y muchos duermen. Si nos examináramos nosotros
mismos, no seríamos juzgados ciertamente. Pero, si fuéramos juzgados,
seremos castigados por el Señor, para que no nos condenemos con este
mundo.
PUREZA NECESARIA PARA COMULGAR. — El gran Apóstol de las Gentes después de haber reprendido a los Cristianos de Corinto, por los abusos a que daban lugar las cenas llamadas Ágapes, que el espíritu de fraternidad había instituido y que no tardaron en suprimirse, relata la Cena del Señor. Insiste en el poder, que el Salvador dio a sus discípulos, de renovar la acción que acababa de efectuar. Pero nos enseña de un modo particular que, cada vez que el sacerdote consagra el cuerpo y la sangre de Jesucristo, "anuncia la muerte del Señor", dando a entender por estas palabras, la unidad de sacrificios en la cruz y en el altar. "Examínese pues, cada hombre a sí mismo dice San Pablo y después coma de este pan y beba de este cáliz." En efecto, para participar de un modo íntimo del misterio de la Redención, para contraer una unión estrechísima con la divina víctima, debemos desterrar de nosotros todo lo que sea pecado, o afecto al pecado. "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él", dice el Salvador. ¿Puede haber algo más íntimo? ¡Con qué cuidado debemos purificar nuestra alma, unir nuestra voluntad a la de Jesús, antes de acercarnos a esta mesa que ha preparado para nosotros y a la cual nos invita! Pidámosle que nos prepare Él mismo, como preparó a los apóstoles lavándoles los pies. Lo hará, ahora y siempre, si nos entregamos por completo a su amor.
El Gradual está compuesto con las palabras que la Iglesia repite a cada instante durante esos tres días. San Pablo quiere con ellas reavivar en nosotros un reconocimiento profundo hacia el Hijo de Dios que se entregó por nosotros.
PUREZA NECESARIA PARA COMULGAR. — El gran Apóstol de las Gentes después de haber reprendido a los Cristianos de Corinto, por los abusos a que daban lugar las cenas llamadas Ágapes, que el espíritu de fraternidad había instituido y que no tardaron en suprimirse, relata la Cena del Señor. Insiste en el poder, que el Salvador dio a sus discípulos, de renovar la acción que acababa de efectuar. Pero nos enseña de un modo particular que, cada vez que el sacerdote consagra el cuerpo y la sangre de Jesucristo, "anuncia la muerte del Señor", dando a entender por estas palabras, la unidad de sacrificios en la cruz y en el altar. "Examínese pues, cada hombre a sí mismo dice San Pablo y después coma de este pan y beba de este cáliz." En efecto, para participar de un modo íntimo del misterio de la Redención, para contraer una unión estrechísima con la divina víctima, debemos desterrar de nosotros todo lo que sea pecado, o afecto al pecado. "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él", dice el Salvador. ¿Puede haber algo más íntimo? ¡Con qué cuidado debemos purificar nuestra alma, unir nuestra voluntad a la de Jesús, antes de acercarnos a esta mesa que ha preparado para nosotros y a la cual nos invita! Pidámosle que nos prepare Él mismo, como preparó a los apóstoles lavándoles los pies. Lo hará, ahora y siempre, si nos entregamos por completo a su amor.
El Gradual está compuesto con las palabras que la Iglesia repite a cada instante durante esos tres días. San Pablo quiere con ellas reavivar en nosotros un reconocimiento profundo hacia el Hijo de Dios que se entregó por nosotros.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan (XIII, 1-15). Antes del
día de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre: habiendo amado a los suyos, que estaban en el
mundo, los amó hasta el final. Y, terminada la cena, cuando el diablo ya
había sugerido al corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el
designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto en sus
manos todas las cosas, y que había salido de Dios, y que a Dios iba,
levantóse de la mesa, y se quitó su ropa: y, habiendo tomado una toalla,
se la ciñó. Después echó agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los
pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba
ceñido. Llegó, pues, a Simón Pedro. Y díjole Pedro: Señor, ¿me lavas tú
los pies a mí? Respondió Jesús, y le dijo: Lo que yo hago, no lo
entiendes tú ahora, pero lo entenderás después. Díjole Pedro: No me
lavarás los pies jamás. Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás
parte conmigo. Díjole Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también
las manos, y la cabeza. Díjole Jesús: El que ya está lavado no necesita
lavarse más que los pies, porque ya está limpio todo. Y vosotros estáis
limpios, pero no todos. Porque sabía quién le había de entregar: por
eso dijo: No estáis limpios todos. Así que les hubo lavado los pies y
tomado de nuevo su ropa, volviendo a sentarse a la mesa, díjoles:
¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor: y
decís bien: porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro,
he lavado vuestros pies: vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que, como yo he hecho,
hagáis también vosotros.
NUEVA LECCIÓN DE PUREZA. — La acción del Salvador de lavar los pies a sus discípulos antes de admitirles a participar de su divino misterio encierra para nosotros una lección. Hace unos momentos nos decía el Apóstol: Examínese cada uno a sí mismo; "Jesús dice a sus discípulos: "Vosotros estáis limpios" y añade después: "mas no todos". Del mismo modo nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del Señor". Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Pero, si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y le entrega a los dardos terribles de Satán, debemos también, por respeto a la santidad divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las que pudiéramos herirlos. "El que ya está limpio, no necesita lavarse más que los pies", dice el Señor. Los pies son los lazos terrestres por los cuales estamos expuestos a pecar. Vigilemos sobre nuestros sentidos y sobre los movimientos de nuestra alma. Purifiquémonos de estas manchas con una confesión sincera con la penitencia, con las penas y mortificaciones, a fin de que recibiendo dignamente este Santo Sacramento, despliegue en nosotros toda la plenitud de su virtud.
En la antífona del Ofertorio, el
cristiano fiel, apoyado en la palabra de Cristo que le ha prometido el
pan de la vida, da rienda suelta a su gozo. Da gracias por este alimento
que salva de la muerte a los que se alimentan de él.
OFERTORIO
La
diestra del Señor ejerció su poder, la diestra del Señor me ha
exaltado: no moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor.
En la Secreta, la Iglesia, recuerda al Padre celestial que hoy es el día en que se instituyó el Sacrificio ofrecido en este momento.
SECRETA
Suplicámoste,
oh Señor, Padre santo, Dios omnipotente y eterno, Dios, que te haga
acepto nuestro sacrificio el mismo Jesucristo, tu Hijo, y Señor nuestro,
que en este día le instituyó y enseñó a los discípulos a celebrarle en
su memoria. Tú que vives...
El sacerdote después de haber comulgado en las dos especies, distribuye la sagrada Eucaristía al clero; y, mientras los fieles a su vez comulgan, el coro canta la antífona de la Comunión a la que pueden añadirse los salmos 22, 71, 103 y 150.
COMUNIÓN
El
Señor Jesús, después de cenar con sus discípulos, lavó sus pies, y
díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho yo, el Señor, y el Maestro? Os he
dado ejemplo, para que también hagáis vosotros así.
En la poscomunión, la Iglesia pide para nosotros, la conservación del don que acabamos de recibir, hasta la eternidad.
POSCOMUNIÓN
Saciados con estos vitales alimentos, suplicámoste, Señor, Dios nuestro, hagas que, lo que celebramos durante el tiempo de nuestra mortalidad, lo consigamos con la gracia de tu inmortalidad. Por el Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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