En Roma la Estación se celebra en la Iglesia de S. Esteban en el monte Celius. En este día que estaba consagrado a María reina de los Mártires, es curioso recordar que por una especie de presentimiento profético, esta Iglesia dedicada al primer mártir, se hallaba ya designada desde la más remota antigüedad, para la reunión de los fieles.
Lección del profeta Jeremías.
En aquellos días dijo Jeremías: Señor, todos los que te abandonan serán confundidos: los que se apartan de ti serán escritos en la tierra: porque dejaron al Señor, fuente de las aguas vivas. Sáname, Señor, y quedaré sano: sálvame, y seré salvo: porque tú eres mi alabanza. He aquí que ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra del Señor? ¡Venga! Y yo no me he turbado, siguiéndote a ti, mi pastor; ni he deseado día de hombre, tú lo sabes. Lo que salió de mi boca, fue recto en tu presencia. No seas espanto para mí, tú eres mi esperanza en el día de aflición. Sean confundidos los que me persiguen, y no lo sea yo: teman ellos, y no tema yo. Envía sobre ellos un día de aflición, y quebrántalos con doble quebrantamiento, Señor, Dios nuestro.
JEREMÍAS FIGURA DEL MESÍAS. — Jeremías es una de las principales figuras de Jesucristo en el Antiguo Testamento, donde representa de modo especial al Mesías perseguido por los judíos. Esto ha movido a la Iglesia a elegir sus profecías con tema de las lecturas del Oficio de la noche, en las dos semanas consagradas a la Pasión del Salvador. Acabamos de escuchar uno de los gemidos que este justo dirige a Dios, contra sus enemigos; y habla en nombre de Cristo. Escuchemos estos acentos que descubren a la vez la malicia de los judíos y la de los pecadores que persiguen a Jesucristo en el mismo seno del cristianismo. "Han abandonado, dice el profeta, la fuente de aguas vivas." Judá se ha olvidado de la roca del desierto de la cual brotaron las aguas que saciaron su sed; o si todavía se acuerda de ella, ignora que esta misteriosa roca representaba al Mesías.
JERUSALÉN IMAGEN DE LOS PECADORES. — A pesar de todo Jesús está allí en Jerusalén y clama: "Todo aquel que tenga sed, venga a mí y se sacie." Su bondad, su doctrina, sus maravillosas obras, las profecías cumplidas en Él dicen claramente que hay que creer en su palabra; pero Judá sigue sordo a su invitación imitándole en esto más de un cristiano. Hay algunos que han gustado la "fuente de aguas vivas" y que se han vuelto a los turbios riachuelos del mundo; pero su sed ha ido en aumento. Que estos tales tiemblen ante el castigo de los judíos; pues si no vuelven a su Dios caerán en aquellas llamas devoradoras y eternas en las que se rehusa aún la más mínima gota de agua al que la solicita. El Salvador por boca de Jeremías anuncia que va a llegar para los judíos "un día de maldición"; algo más tarde cuando Él vino en persona anunció a los judíos que la tribulación que caería sobre Jerusalén en castigo de su deicidio sería tan espantosa "cual no se ha visto desde el principio del mundo, ni se volverá a ver en el correr de los siglos" (.S. Mateo, XXIV, 21). Pero si el Señor ha vengado con tanto rigor la sangre de su Hijo contra una ciudad que fue durante mucho tiempo escabel de sus pies y contra un pueblo preferido a todos los otros ¿perdonará, sin embargo, al pecador que despreciando las invitaciones de la Iglesia se empeña en continuar impenitente? Judá tuvo la desgracia de colmar la medida de sus iniquidades; también todos nosotros tenemos determinado un nivel de maldad, que la justicia divina no permitirá sobrepasemos. Apresurémonos pues a pisotear al pecado; pensemos llenar la medida, de las buenas obras, y roguemos por los pecadores que no quieren convertirse. Pidamos para que esta sangre divina que ellos desprecian una vez más no se abata sobre ellos.
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo, los pontífices y fariseos celebraron consejo contra Jesús, y dijeron: ¿Qué hacemos? Porque este hombre obra muchos milagros. Si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar, y la gente. Entonces uno de ellos, llamado Caifás, que era Pontífice aquel año, les dijo: No sabéis nada, ni pensáis que os conviene que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la gente. Pero esto no lo dijo por propio impulso, sino que, como era Pontífice aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde aquel día, pues, pensaron en matarle. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se fue a una región próxima al desierto, a la ciudad llamada Efrén, y allí moró con sus discípulos.
EL CONSEJO DEL SANHEDRÍN. — La vida del Salvador está ahora más que nunca en peligro. El consejo de la nación se ha reunido para tratar de deshacerse de Él. Escuchad a estos hombres a quienes domina la más vil de las pasiones, la envidia. No niegan los milagros de Jesús, están pues en condiciones de dar un juicio sobre su misión y este juicio debería ser favorable. Mas no se han reunido con este fin, sino con el de hallar los medios para hacerle perecer. ¿Qué pensarán para sí mismos: ¿Qué sentimientos manifestarán en común para legitimar esta resolución sangrienta? Osarán poner de por medio la política el interés de la nación. Si Jesús continúa manifestándose y obrando estos prodigios pronto se levantará la Judea para proclamarle su rey y los romanos no tardarán en venir a vengar el honor del Capitolio ultrajado por la más débil de las naciones del imperio. ¡Insensatos que no comprenden que si el Mesías fuera rey, al modo de este mundo, todos los poderes de la tierra hubieran sido impotentes contra Él! No se acuerdan de la predicción de Daniel que anunció que en el correr de 70 semanas de años a partir del decreto para la reedificación del templo, Cristo había de ser condenado a muerte, y que el pueblo que ha renegado de Él no será ya en adelante su pueblo ( Daniel, IX, 25) y que después de esta perversidad un pueblo capitaneado por un jefe militar vendrá y arrasará la ciudad y el templo; que la abominación de la desolación penetrará en el santuario; y que la desolación sentará sus reales en Jerusalem para permanecer allí hasta el fin del mundo (Ibid., 26, 27). Dando la muerte al Mesías van a aniquilar con un mismo hecho a su patria.
LA PROFECÍA DEL SUMO SACERDOTE. — Mientras tanto el indigno sacerdote que preside los últimos días de la religión mosaica, se reviste el efod, y profetiza, siendo su profecía verdadera. No nos admiremos. El velo del templo no se ha rasgado todavía; la alianza entre Dios y Judá no se ha roto aún. Caifás es un criminal, un cobarde, un sacrilego, pero es pontífice: Dios habla por su boca. Escuchemos a este nuevo Balaán; "Jesús morirá por la nación y no sólo por la nación, sino también para juntar y reunir a los hijos de Dios que se hallan dispersados." Así la agonizante Sinagoga se ve obligada a profetizar el nacimiento de la Iglesia por el derramamiento de la sangre de Jesús. Por todas las partes de la tierra se encuentran los hijos de Dios, que le sirven en medio de la gentilidad, como el centurión Cornelio; mas no se reúnen en ningún lugar visible. Se acerca la hora en que la grande y única Ciudad de Dios va a aparecer sobre la montaña y "todas las gentes se dirigirán a ella" (Isaías II, 2). Después que la sangre de la Alianza universal se haya derramado, después que el sepulcro haya devuelto al vencedor de la muerte, apenas pasados cincuenta días, Pentecostés convocará, no ya a los judíos en el templo de Jerusalén, sino a todas las naciones en la Iglesia de Jesucristo. Caifás no se acuerda ya más del oráculo que él mismo ha proferido; ha restablecido el velo del Santo de los Santos que se había rasgado en.dos en el momento de expirar Jesús sobre la cruz; pero este velo no cubre más que un reducido desierto. El Santo de los Santos ya no está allí; "se ofrece, sin embargo, en todo lugar una ofrenda pura" (Malaquías, I, 11) y las águilas de los vengadores del Deicidio no han aparecido todavía sobre el monte de los Olivos, cuando ya los sacrificadores han escuchado que en el fondo del santuario repudiado resuena una voz que dice: "Marchemos de aquí."
COLECTA
Suplicámoste, Señor, infundas benigno en nuestros corazones tu gracia: para que, refrenando nuestros pecados con voluntaria penitencia, prefiramos mortificarnos temporalmente, antes que ser destinados a los suplicios eternos. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección del profeta Jeremías.
En aquellos días dijo Jeremías: Señor, todos los que te abandonan serán confundidos: los que se apartan de ti serán escritos en la tierra: porque dejaron al Señor, fuente de las aguas vivas. Sáname, Señor, y quedaré sano: sálvame, y seré salvo: porque tú eres mi alabanza. He aquí que ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra del Señor? ¡Venga! Y yo no me he turbado, siguiéndote a ti, mi pastor; ni he deseado día de hombre, tú lo sabes. Lo que salió de mi boca, fue recto en tu presencia. No seas espanto para mí, tú eres mi esperanza en el día de aflición. Sean confundidos los que me persiguen, y no lo sea yo: teman ellos, y no tema yo. Envía sobre ellos un día de aflición, y quebrántalos con doble quebrantamiento, Señor, Dios nuestro.
JEREMÍAS FIGURA DEL MESÍAS. — Jeremías es una de las principales figuras de Jesucristo en el Antiguo Testamento, donde representa de modo especial al Mesías perseguido por los judíos. Esto ha movido a la Iglesia a elegir sus profecías con tema de las lecturas del Oficio de la noche, en las dos semanas consagradas a la Pasión del Salvador. Acabamos de escuchar uno de los gemidos que este justo dirige a Dios, contra sus enemigos; y habla en nombre de Cristo. Escuchemos estos acentos que descubren a la vez la malicia de los judíos y la de los pecadores que persiguen a Jesucristo en el mismo seno del cristianismo. "Han abandonado, dice el profeta, la fuente de aguas vivas." Judá se ha olvidado de la roca del desierto de la cual brotaron las aguas que saciaron su sed; o si todavía se acuerda de ella, ignora que esta misteriosa roca representaba al Mesías.
JERUSALÉN IMAGEN DE LOS PECADORES. — A pesar de todo Jesús está allí en Jerusalén y clama: "Todo aquel que tenga sed, venga a mí y se sacie." Su bondad, su doctrina, sus maravillosas obras, las profecías cumplidas en Él dicen claramente que hay que creer en su palabra; pero Judá sigue sordo a su invitación imitándole en esto más de un cristiano. Hay algunos que han gustado la "fuente de aguas vivas" y que se han vuelto a los turbios riachuelos del mundo; pero su sed ha ido en aumento. Que estos tales tiemblen ante el castigo de los judíos; pues si no vuelven a su Dios caerán en aquellas llamas devoradoras y eternas en las que se rehusa aún la más mínima gota de agua al que la solicita. El Salvador por boca de Jeremías anuncia que va a llegar para los judíos "un día de maldición"; algo más tarde cuando Él vino en persona anunció a los judíos que la tribulación que caería sobre Jerusalén en castigo de su deicidio sería tan espantosa "cual no se ha visto desde el principio del mundo, ni se volverá a ver en el correr de los siglos" (.S. Mateo, XXIV, 21). Pero si el Señor ha vengado con tanto rigor la sangre de su Hijo contra una ciudad que fue durante mucho tiempo escabel de sus pies y contra un pueblo preferido a todos los otros ¿perdonará, sin embargo, al pecador que despreciando las invitaciones de la Iglesia se empeña en continuar impenitente? Judá tuvo la desgracia de colmar la medida de sus iniquidades; también todos nosotros tenemos determinado un nivel de maldad, que la justicia divina no permitirá sobrepasemos. Apresurémonos pues a pisotear al pecado; pensemos llenar la medida, de las buenas obras, y roguemos por los pecadores que no quieren convertirse. Pidamos para que esta sangre divina que ellos desprecian una vez más no se abata sobre ellos.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo, los pontífices y fariseos celebraron consejo contra Jesús, y dijeron: ¿Qué hacemos? Porque este hombre obra muchos milagros. Si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los romanos, y nos quitarán nuestro lugar, y la gente. Entonces uno de ellos, llamado Caifás, que era Pontífice aquel año, les dijo: No sabéis nada, ni pensáis que os conviene que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la gente. Pero esto no lo dijo por propio impulso, sino que, como era Pontífice aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde aquel día, pues, pensaron en matarle. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se fue a una región próxima al desierto, a la ciudad llamada Efrén, y allí moró con sus discípulos.
EL CONSEJO DEL SANHEDRÍN. — La vida del Salvador está ahora más que nunca en peligro. El consejo de la nación se ha reunido para tratar de deshacerse de Él. Escuchad a estos hombres a quienes domina la más vil de las pasiones, la envidia. No niegan los milagros de Jesús, están pues en condiciones de dar un juicio sobre su misión y este juicio debería ser favorable. Mas no se han reunido con este fin, sino con el de hallar los medios para hacerle perecer. ¿Qué pensarán para sí mismos: ¿Qué sentimientos manifestarán en común para legitimar esta resolución sangrienta? Osarán poner de por medio la política el interés de la nación. Si Jesús continúa manifestándose y obrando estos prodigios pronto se levantará la Judea para proclamarle su rey y los romanos no tardarán en venir a vengar el honor del Capitolio ultrajado por la más débil de las naciones del imperio. ¡Insensatos que no comprenden que si el Mesías fuera rey, al modo de este mundo, todos los poderes de la tierra hubieran sido impotentes contra Él! No se acuerdan de la predicción de Daniel que anunció que en el correr de 70 semanas de años a partir del decreto para la reedificación del templo, Cristo había de ser condenado a muerte, y que el pueblo que ha renegado de Él no será ya en adelante su pueblo ( Daniel, IX, 25) y que después de esta perversidad un pueblo capitaneado por un jefe militar vendrá y arrasará la ciudad y el templo; que la abominación de la desolación penetrará en el santuario; y que la desolación sentará sus reales en Jerusalem para permanecer allí hasta el fin del mundo (Ibid., 26, 27). Dando la muerte al Mesías van a aniquilar con un mismo hecho a su patria.
LA PROFECÍA DEL SUMO SACERDOTE. — Mientras tanto el indigno sacerdote que preside los últimos días de la religión mosaica, se reviste el efod, y profetiza, siendo su profecía verdadera. No nos admiremos. El velo del templo no se ha rasgado todavía; la alianza entre Dios y Judá no se ha roto aún. Caifás es un criminal, un cobarde, un sacrilego, pero es pontífice: Dios habla por su boca. Escuchemos a este nuevo Balaán; "Jesús morirá por la nación y no sólo por la nación, sino también para juntar y reunir a los hijos de Dios que se hallan dispersados." Así la agonizante Sinagoga se ve obligada a profetizar el nacimiento de la Iglesia por el derramamiento de la sangre de Jesús. Por todas las partes de la tierra se encuentran los hijos de Dios, que le sirven en medio de la gentilidad, como el centurión Cornelio; mas no se reúnen en ningún lugar visible. Se acerca la hora en que la grande y única Ciudad de Dios va a aparecer sobre la montaña y "todas las gentes se dirigirán a ella" (Isaías II, 2). Después que la sangre de la Alianza universal se haya derramado, después que el sepulcro haya devuelto al vencedor de la muerte, apenas pasados cincuenta días, Pentecostés convocará, no ya a los judíos en el templo de Jerusalén, sino a todas las naciones en la Iglesia de Jesucristo. Caifás no se acuerda ya más del oráculo que él mismo ha proferido; ha restablecido el velo del Santo de los Santos que se había rasgado en.dos en el momento de expirar Jesús sobre la cruz; pero este velo no cubre más que un reducido desierto. El Santo de los Santos ya no está allí; "se ofrece, sin embargo, en todo lugar una ofrenda pura" (Malaquías, I, 11) y las águilas de los vengadores del Deicidio no han aparecido todavía sobre el monte de los Olivos, cuando ya los sacrificadores han escuchado que en el fondo del santuario repudiado resuena una voz que dice: "Marchemos de aquí."
ORACIÓN
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que buscamos la gracia de tu protección, libres de todos los males, te sirvamos con un corazón tranquilo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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