jueves, 27 de abril de 2017

28 de Abril: VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA MALA FE DE JERUSALÉN. — Volvamos hoy nuestras miradas a Jerusalén, la ciudad deicida que atronaba los oídos hace quince días, con el horrible grito de: "¡Mátale, mátale, crucifícale!" ¿Está conmovida por los grandes acontecimientos que han tenido lugar en su seno? ¿sigue todavía el rumor que se difundió acerca del sepulcro vacío? ¿Los enemigos del Salvador han llegado a adormecer al público con sus estratagemas? Han hecho venir a los guardias del sepulcro y les han dado dinero para decir a quien quiera oírles, que han guardado ellos mal la consigna que se les había dado, que se han dejado llevar del sueño, y que, durante este tiempo, los discípulos vinieron a escondidas y arrebataron el cuerpo de su Maestro. Por temor a que esos soldados no se inquieten de las consecuencias que puede tener para ellos tal infracción de la disciplina, se les prometió comprar la impunidad ante sus jefes. (S. Mat., XXVIII, 12.) 




He aquí pues el último esfuerzo de la sinagoga para aniquilar hasta la memoria de Jesús de Nazaret. Pretende hacer de él un vulgar impostor que acabó en un suplicio vergonzoso y a quien una superchería más vergonzosa acabó de comprometer después de su muerte. Algunos años más tarde con todo eso, el nombre de Jesús, saliendo del estrecho recinto de Jerusalén y de Judea, resonará hasta las extremidades de la tierra. Un siglo después sus adoradores cubrirán el mundo. Tres siglos más, y la corrupción pagana se declarará vencida y los ídolos caerán por tierra, y la majestad de los Césares se inclinará ante la cruz. 

Di pues, ahora, oh Judío ciego y obstinado, que no ha resucitado aquél a quien tú no supiste sino maldecir y crucificar, cuando ahora es el rey del mundo, el monarca bendito de un imperio sin límites. 

Vuelve a leer pues aún una vez más tus propios oráculos, esos oráculos que nosotros hemos recibido de tu mano. ¿No dicen que el Mesías será desconocido, que será puesto al nivel de los criminales y tratado por ti como uno de ellos? (Isaías, LIII, 12.) Pero ¿no dicen ellos también que "su sepulcro será glorioso"? (Ibíd., X, 10.) Para todo hombre la tumba es el escudo contra el cual viene a estrellarse su gloria; para Jesús ha sido de otro modo: el trofeo de su victoria es un sepulcro; y porque ahogó a la muerte en sus brazos victoriosos, nosotros le proclamamos el Mesías, el Rey de los siglos, el Hijo de Dios. 

Pero Jerusalén es carnal, y el humilde Nazareno no ha lisongeado su orgullo. Sus prodigios eran brillantes, la sabiduría y la autoridad de sus discursos sin igual en el presente ni en el pasado, su bondad y su misericordia superiores aún a las miserias del hombre: Israel no ha visto nada, no ha oído nada, no ha comprendido nada; no se ha acordado de nada. Su destino está, ¡ay! fijado en este momento y él mismo es su autor. Daniel lo declaró hace cinco siglos: "El pueblo que le renegare no será más su pueblo." (Dan., IX, 26.) Que se apresuren pues, a recurrir a Él, los que no quieran ser sepultados en las más afrentosa ruina que jamás aterró al mundo. 

EL CASTIGO DE JERUSALÉN. — Una pesada atmósfera oprime la capital deicida. Gritaron: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" Esta sangre está sobre Jerusalén como una nube vengadora. Pasados cuarenta años brillarán los rayos que ella oculta. Habrá carnicería, incendio, destrucción, y "una desolación que durará hasta el fin". (Dan.) En su ceguera, Jerusalén, que sabe que los tiempos se han cumplido, va a convertirse en un foco de sediciones. Aventureros proclamándose sucesivamente el Mesías, agitarán la nación judía, hasta que por fin Roma se mueva, y envíe sus legiones para extinguir con ríos de sangre la hoguera de la revolución; e Israel, expulsado de su patria irá errante, como Caín, por toda la tierra. 

¡Oh! ¡lástima que no reconozcan a quien ellos negaron y que les aguarda aún! ¿por qué pasan sin remordimientos cerca de esta tumba vacía que protesta contra ellos? ¿no pidieron que fuera vertida la sangre inocente? Este primer crimen, fruto de su orgullo, pide retractación y entonces el perdón descenderá sobre ellos. Mas si persisten en sostenerlo, todo está perdido; la ceguera será en adelante su castigo. Se agitarán en las tinieblas y rodarán hasta el fondo del abismo. Los ecos del Bethphagé y del monte de los Olivos no han tenido tiempo de olvidar el grito de triunfo que repetían hace pocos días: "¡Hosanna al hijo de David!" Trata, oh Israel pues aún es tiempo, de hacer oír de nuevo esta legítima aclamación. 

Las horas corren; la solemnidad de Pentecostés se abrirá pronto. La ley del hijo de David debe ser promulgada en este día en que la abrogación de la ley de Moisés ya estéril debe publicarse. En este día, sentirás dos pueblos en tu seno: el uno corto en número, mas llamado a conquistar a todas las naciones al verdadero Dios, se inclinará con amor y arrepentimiento ante el hijo de David crucificado y resucitado; el otro, soberbio y desdeñoso, no proferirá más que blasfemias contra el Mesías, y merecerá por su ingratitud servir para siempre de ejemplo a cualquiera que endurezca voluntariamente su corazón. Niega aún hoy la resurrección de su víctima; pero el castigo que pesa sobre él hasta el fin de los siglos muestra bastante que el brazo vengador que se siente allí es un brazo divino, el brazo del Dios veraz cuyos anatemas son infalibles. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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