martes, 25 de abril de 2017

26 de Abril: MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUES DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA BONDAD DE JESÚS. — Si la santa humanidad de Jesús rescatado resplandeció con infinidad de rayos, no vayamos a creer que rodeado de un resplandor tan vivo llegue a ser inaccesible a los mortales. Su bondad, su condescendencia, son las mismas, y se diría más bien que su divina familiaridad con los hijos de los hombres es más solícita y más tierna. ¡Cuántos rasgos inefables hemos visto sucederse en la Octava de la Pascua! Recordemos su delicada atención con las santas mujeres, cuando se encuentra y las saluda, camino del sepulcro; la prueba amable que hace sufrir a Magdalena apareciéndosele con la apariencia de un jardinero; el interés con que se acerca a los dos discípulos en el camino de Emaús, traba conversación con ellos, y los dispone suavemente a reconocerle; su aparición a los diez, el domingo por la tarde, en que les da el saludo de paz, les deja palpar sus miembros divinos, y condesciende a comer ante sus ojos; la facilidad con que, ocho días después, invita a Tomás a verificar los estigmas de la Pasión; el encuentro a orillas del lago de Genesareth, donde se digna aún favorecer la pesca de sus discípulos y les ofrece comida en la ribera: todos estos pormenores nos revelan bien cuán íntimas y llenas de gozo fueron las relaciones de Jesús durante esos cuarenta días. 




JESÚS Y SUS DISCÍPULOS. —Volveremos más tarde a sus relaciones con su santa Madre; considerémosle hoy en medio de sus discípulos, a los cuales se muestra con tanta frecuencia, que San Lucas ha podido decirnos "que se les apareció durante cuarenta días". (Act., 1, 3). El colegio apostólico se ha reducido a once miembros; pues el puesto del traidor Judas no debe ser ocupado sino después de la partida del Señor, en la víspera del día de la venida del Espíritu Santo. 

¡Cuán hermoso es contemplar la sencillez de esos futuros mensajeros de la paz en medio de las naciones! (Isaías, LII, 7). Hasta poco ha débiles en la fe, vacilantes, olvidados de todo lo que habían visto y oído, se habían alejado de su Maestro en el momento del peligro; como se lo había predicho, sus humillaciones y su muerte los habían escandalizado; la noticia de su resurrección los encontró indiferentes y aun incrédulos; pero él se mostró tan comprensivo, sus reproches eran tan suaves, que pronto recobraron la confianza que tenían con él durante su vida mortal. 

Pedro, que se mostró el más infiel, volvió a sus relaciones familiares con su Maestro; una prueba particular le espera de aquí a pocos días; pero toda la atención de los Apóstoles está concentrada en su Maestro, cuyo esplendor tiene arrebatados sus ojos; cuya palabra les produce un placer nuevo; cuyo lenguaje comprenden mejor. Iluminada por los misterios de la Pasión y de la Resurrección, su vista es más aguda y más levantada. En el momento de dejarlos, el Salvador multiplica sus enseñanzas; escuchan con avidez el complemento de las instrucciones que les dió en otro tiempo. Saben que se aproxima el momento tras el cual no volverán a oírle; se trata ahora de recoger su última voluntad, y de hacerse aptos para cumplir para su gloria la misión que va a abrirse para ellos. No penetran aún todos los misterios cuyo anuncio estarán encargados de llevar a todas las naciones; su memoria sentirá trabajo en retener tan altas y vastas enseñanzas; pero Jesús les anuncia la próxima llegada del Espíritu divino que debe no solamente fortificar su valor, sino desarrollar también su inteligencia, y hacerlos recordar todo lo que su Maestro los enseñó.

JESÚS Y LAS SANTAS MUJERES. — Otro grupo roba también nuestras miradas: es el de las santas mujeres. Esas fieles compañeras del Redentor que le siguieron al Calvario y que en premio gustaron las primeras de las alegrías de la resurrección, ¡con qué bondad su Maestro las felicita y anima!, ¡con qué esmero desea reconocer sus antiguos y nuevos cuidados! En otro tiempo miraron ellas por su subsistencia; ahora que no necesita de alimentos terrenales, las alimenta él con su amable presencia; ellas le ven, le oyen, y el pensamiento de que pronto les será quitado, redobla aún las delicias de estas últimas horas. Gloriosas madres del pueblo cristiano, antecesoras ilustres de nuestra fe, las encontraremos en el Cenáculo, el día en que el Espíritu Santo descienda sobre ellas en lenguas de fuego como sobre los Apóstoles. Su sexo debía tener representación en este momento en que la Iglesia iba a ser manifestada a la paz de todas las naciones, y las mujeres del Calvario y del sepulcro tenían derecho por encima de todos a tomar parte en los esplendores de Pentecostés.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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